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SEIS: QUE

—HoSeok, enciende la calefacción —ordenó YoonGi.

El beta dejó una charola con té caliente y miel en la mesita de la sala después de controlar la temperatura del apartamento. Sirvió dos tazas, entregándole una a JiMin; quien ese día decidió que quería recibir un poco de aire fresco, al menos de la parte de abajo del dúplex.

El invierno llegó antes de lo esperado y aunque aún no nevaba, la gélida ventisca amenazaba con congelar hasta el último rincón de Corea. Sería muy peligroso para su delicada salud asomarse siquiera por la ventana, su condición no estaba para que le diera una pulmonía o un simple catarro.

JungKook le mandaba una foto cada día y una prenda extra terminaba vistiendo a su pequeño hermano. Lucía como una linda botarga con todo lo que llevaba encima para salir a trabajar.

—¿Te sientes mejor? —preguntó el pelinegro, despegando un segundo la vista de su portátil.

—Sí, gracias. —Sonrió con timidez—. El apartamento es tan grande que no siento la necesidad de salir.

YoonGi asintió, conforme con la respuesta y continuó trabajando.

La última semana, MS&D se halló bajo el liderazgo de TaeHyung en la oficina. Si bien el director no paraba en ningún momento su trabajo, tampoco había asistido a la empresa por la razón que fuese.

Si alguien le preguntara que prefería... ¿Sonaría cruel decir que desearía que el alfa no estuviera?

El incesante sonar del teléfono martillaba en lo más profundo de sus tímpanos, le causaba un incómodo dolor de cabeza y lo obligaba a refugiarse en sus audífonos aunque tuviera que tomarse doble dosis de pastillas para el dolor, pero era mejor escuchar música al timbre del teléfono que retumbaba por toda la casa.

Miró de reojo a YoonGi, una mueca de disgusto reflejó su sentir. No es como si le pudiera pedir al ojizarco que se fuera a trabajar a la oficina, al fin de cuentas estaba en su apartamento y podía hacer lo que quisiera; el ruido más molesto del mundo, por ejemplo. Pero tenía curiosidad...

—¿YoonGi-ssi?

—Mmh.

—¿Por qué estás aquí? —inquirió—. Es decir... trabajando. D-Digo, ¿no sería más cómodo trabajar en la oficina?

—El doctor dijo que guardaras reposo.

JiMin arqueó una ceja, confundido. ¿Eso que tenía que ver con el trabajo del alfa?

Suspiró. No iba a pensar en el tema o le daría jaqueca. No era la primera vez que el ojizarco lo confundía con sus palabras o acciones, para bien o para mal. Pronto se acostumbraría a no darle vueltas a cualquier cosa que tuviese que ver con YoonGi.

—JiMin-ah. —HoSeok se acercó al rubio con una caja—. ¿Te gusta la navidad? ¿Quieres ayudarme a decorar la casa?

—HoSeok, hablamos de eso ya —interrumpió YoonGi con mala cara—. No decorarás mi casa.

—Oh, no seas un Grinch —canturreó—. Siempre decorábamos la mansión Min. Además, las festividades ayudan a mejorar los ánimos de cualquier persona enferma.

—Mi abuela hacía fiestas en la mansión, yo no daré ninguna fiesta aquí.

—JiMin-ah. —Puchereó, abrazando con fingida tristeza al omega—. Dile algo a tu gruñón esposo.

JiMin largó una ligera risita que llamó la atención de YoonGi.

—La navidad es linda, pero si YoonGi-ssi no quiere, tenemos que respetarlo.

—¿No sería lindo tener un gran árbol de navidad?

—Supongo. —Se encogió de hombros—. Hace mucho que no veo uno... no importa ya.

Desde que era pequeño entendía que las fiestas no eran especiales por las miles de cosas que pudiera uno usar, comer o jugar, lo que lo hacía importante era la gente. Tus seres queridos hacían de cualquier lugar o momento, una experiencia inolvidable.

Realmente no le importaba que la casa no pareciera una postal navideña. Lo único que quería era tener a JungKook y a su madre junto a él.

Esferas, botas, luces, un árbol... no esperaba nada de eso.

Por esa razón, su sorpresa no cabía en sí cuando salió de su habitación al siguiente día. Desde el segundo piso podía tocar el espeso follaje. Nunca había visto un pino tan grande y rebosante como el que YoonGi había mandado a traer para poner en la sala. La casa entera olía tan agradable y familiar.

—¡Es enorme! —Chilló HoSeok—. Las decoraciones no alcanzarán para rodearlo entero, debo ir a comprar más. —Emocionado, tomó su abrigo y bufanda del armario de la entrada, corriendo a colocarse los zapatos—. JiMin-ah, no tardaré, puedes empezar con la diversión si gustas.

—Ve con cuidado —despidió con una sonrisa.

Tomó fotos para presumirle a JungKook. Después de varios años poniendo un pequeño árbol de plástico en la barra de la cocina para no perder la tradición, admitía que estaba feliz por volver a adornar un árbol de navidad. Le recordaba a su hogar y no precisamente al que compartió con la familia Jeon.

Su adorada madre siempre procuró darle una infancia alegre. No tenían mucho dinero pero eso jamás impidió que el amor con el que abrían sus regalos o cenaban una comida casera se acabara. Estaban bien sólo ellos dos, disfrutando de la compañía del otro mientras admiraban los fuegos artificiales desde el techo de su casa.

Una vez su madre recibió un bono extra en su trabajo. Fue la primera vez que vio un pino natural. Su emoción fue tal, que guardó la basurita que soltaba el árbol para que la casa pudiera oler a pino un rato más, incluso colocó un poco de aquellas ramitas bajo su almohada y así soñar con una navidad similar a la de los libros; rebosante en regalos, comida y sobre todo, felicidad.

Él era feliz, pero deseaba que su mamá también lo fuera.

Ese deseo lo expresaba en casa de los Jeon, adornando con esmero y afecto la casa, teniendo presente todo el tiempo el recuerdo de la sonrisa de su madre.

—¿Te sientes bien? —preguntó YoonGi, retirando con el dorso de su dedo índice una cálida lágrima de los acuosos prados ajenos—. Si necesitas descansar ve a tu cuarto, no le hagas caso a HoSeok.

—Estoy bien. —Sonrió apenado, desviando la mirada—. Recordé algo que me puso sentimental, es todo.

—Esta clase de festejos suelen meterse con los sentimientos de las personas.

—Nos recuerda que somos humanos.

Un silencio poco cómodo acentuó la poca familiaridad que ambos tenían. La mayor parte del tiempo, HoSeok pululaba alrededor con su cantarina voz y su divertido baile con el que aseaba todo el apartamento. Sin él, el silencio gobernaba por sobre los dedos de YoonGi tipeando sin cesar las teclas de su computadora. Irónicamente le agradaba tener al alfa cerca, a pesar de que no tenía ni la más mínima idea de que decir en su presencia y a veces la timidez le ganaba, pensando que si le hablaba lo distraería de sus miles de deberes en la empresa.

—¿Estás ocupado? —Rompió finalmente con el incómodo ambiente, un ligero sonrojo se hizo presente en sus mejillas—. Puedes ayudarme a colocar las luces, si quieres.

—No sé hacerlo —respondió sincero, encogiéndose de hombros—. Jamás me hice cargo de las decoraciones.

No esperaba menos. Probablemente tenían servidumbre que se encargaba de hacer todo tipo de cosas.

—En casa de los Jeon, la parte más divertida de las preparaciones era meter la mano en la masa de galletas. La señora Jeon; mi segunda madre, se enojaba mucho con Kookie y conmigo, pero al final los tres nos quedábamos sentados frente al horno, esperando a que estuviesen listas.

—¿Era bueno? —preguntó de verdad curioso—. Mi abuela nunca fue buena en la cocina. Desde que tengo memoria, un chef se hacía cargo de nuestra alimentación. Nunca he comido galletas caseras.

—Mi madre estudió repostería, es muy buena haciendo lo que más le gusta. Ella me enseñó todo lo que sé —expresó con una sonrisa—. Le pediré a HoSeok-ssi que compre ingredientes y te haré galletas. Tómalo como tu regalo de navidad.

YoonGi sonrió, negando con la cabeza.

—De acuerdo.

—Aquí es cuando dices que me darás un regalo también —bromeó.

El alfa señaló el enorme árbol que yacía imponente justo al lado del ventanal.

—Lo traje para ti. ¿Te gusta?

—¿Para mí? —exclamó sorprendido.

—Es la primera vez en años que pasaré navidad en casa —explicó, recargando su espalda baja contra el sofá—. No quería que el apartamento vomitara luces de colores gracias a HoSeok. Pero si te hace sentir mejor tener esa... cosa. —Miró de arriba abajo el árbol, una mueca de disgusto remarcó su extrañez con la festividad—, entonces está bien.

—Lo siento. —Sonrió apenado—. No quería arruinar la paz en tu casa.

—Nuestra casa, JiMin-ah. —Tomó con suavidad la mano ajena, acariciando con su pulgar el dedo anular del omega—. Que no haya un anillo aquí... aún. No significa que no estemos casados o que no vivas aquí. También es tu casa, acostúmbrate.

Su mente se desconectó después de escuchar ese sugerente «aún». Sintió su rostro caliente. Deseó que fuese porque su fiebre subió y no por lo que dijo el pelinegro.

Sus palabras sonaban más a una advertencia que a una sugerencia amable, entonces, ¿por qué...?

—I-Iré a mi habitación. —Se levantó de inmediato del sofá, colocando una mano tímida en su pecho—. Ahora vuelvo.

Necesitaba calmarse antes de que YoonGi se diera cuenta del desenfrenado latir de su corazón.

Desde ese día se la pasó evadiendo a YoonGi.

La casa era gigante y podía estar lejos de dónde el alfa siempre solía estar. Para su suerte, rara vez comían juntos, YoonGi se despertaba con el alba y JiMin cuando el sol amenazaba con quemar las ventanas si no se levantaba. Para cuando bajaba a desayunar, el empresario ya se encontraba encerrado en su oficina y se desocupaba hasta después de que él y HoSeok comían.

Sus únicos diálogos en todo el día eran un intercambio de información sobre como se sentía y si se había tomado su medicación. YoonGi no parecía interesado en saber más, pero de cualquier forma, JiMin no iba a permitir una conversación más extensa que le diera un indicio a YoonGi sobre cómo se había sentido aquel día del árbol.

Se refugiaba en su lugar favorita de esa casa. Había una pequeña biblioteca; quizá no tan pequeña teniendo en cuenta el piano acomodado en un espacio del salón, al fondo del pasillo contiguo a la cocina. Más de una vez tuvo curiosidad por tocarlo pero no quería hacer un ruido que delatara su escondite, así que se conformaba con hojear los cientos de libros que se hallaban en el enorme estante pegado a la pared.

Así, en un abrir y cerrar de ojos se encontraba arreglándose para la cena de navidad.

Revisó nuevamente su teléfono, esperando la confirmación de JungKook sobre la hora de su llegada. Pero su mensaje seguía siendo el último en el chat con dos palomitas azules. Se suponía que pasarían las vísperas juntos, sin embargo el menor tuvo un contratiempo en el trabajo y le prometió que se presentaría para la cena.

Por mucho que detestaba mentirle a su madre, la convenció de que había pescado un resfriado severo y que se quedaría en casa para no empeorar su condición. JungKook aseguró que él lo cuidaría y que ella debía disfrutar de la celebración.

Acordaron verse para año nuevo y JiMin rezaba porque el médico le dijera que ya se encontraba en condiciones óptimas para viajar, mínimo de Gangnam-gu a su viejo distrito para hacerle creer a su madre que seguía viviendo con JungKook.

Simplemente no estaba listo para contarle el vuelco que dio su vida. No estaba listo para decirle que se había casado por beneficio mutuo, sin amor de por medio y con un completo desconocido. Que había sido diagnosticado con leucemia y estaba en tratamiento para curarse.

No podía darle problemas. No quería que se preocupara más por él. Era injusto para ella y para todos.

—Aquí estás.

La señora Min entró a la habitación, provocando un respingo por parte de JiMin cuando la vio.

—Oh, abuela YoonJi... no la escuché llegar. —Colocó una mano en su pecho y soltó un suspiro de alivio—. No tenía que subir, yo iba a bajar en un momento.

—Quería hablar a solas contigo, mi niño. —Sonrió dócil, cerrando tras de ella la puerta para evitar fisgones; HoSeok, por ejemplo—. Tengo algo para ti.

—¿Un regalo? —Sus mejillas se ruborizaron—. No debió... y-yo no tengo nada para darle.

—JiMin-ah, tú como mi yerno es suficiente regalo. —La mujer se acercó para tomar las pequeñas manos del omega, sonriéndole bonito después—. Aunque si convences a mi nieto de hacer una fiesta de casamiento, te lo agradecería mucho.

Ambos rieron a sabiendas de que eso no sucedería. YoonJi sabía lo terco que podía ser su nieto respecto a las fiestas y dedicar su tiempo a algo más que no fuera el trabajo. JiMin no esperaba que el alfa invirtiera más tiempo y dinero en su mentira.

—No importa si no pasa. Mi nieto te quiere y con eso me basta —aseguró—. En realidad no sé cómo agradecerte.

—Pero, abuela YoonJi... yo no he hecho nada.

—No sé hace cuánto mi nieto y tú se conocen. Pero estoy segura de la fecha exacta en la que mi Yoonie empezó a enamorarse de ti. —Soltó un suspiro casino—. Mi muchacho... mi pobre niño creció para convertirse en el dueño de la empresa de la familia Min, tuvo una vida muy difícil y su corazón se volvió tan duro como una piedra.

La mujer soltó un sollozo que hizo doler el corazón de JiMin. Sujetó sus manos con delicadeza, guiándola para que se sentara en la cama y poder brindarle un pañuelo.

—Me odié tanto por no poder evitar que YoonGi se convirtiera en la imagen de su abuelo. Lo único que deseaba es que él pudiera ser feliz, estaba dispuesta a ser la presidente de la empresa hasta el final de mis días para que mi niño pudiera tener una vida lejos de los negocios, pero enfermé. —Soltó afligida—. Él tuvo que hacerse cargo de la empresa y de mí... una pobre anciana.

—Abuela YoonJi, YoonGi la quiere mucho, por favor no se trate como una carga. Le aseguro que él no piensa en usted de esa forma.

—Por mi culpa mi nieto iba a ser un hombre infeliz. Nunca sabría que se siente amar, probar la verdadera calidez de una familia. —Un suspiro precedió una nimia sonrisa nostálgica—. Pero hace un año noté un cambio en mi muchacho. Parecía otra persona. Nunca me presentó a nadie, así que seguí insistiéndole porque tuviera citas... y luego apareciste tú, JiMin-ah y entendí todo.

Un año. Él no tenía un año de conocer a YoonGi. Seguramente en ese tiempo el alfa aceptó que se había enamorado y esa persona logró robarse los suspiros del temperamental empresario. Entonces divagó un poco, ¿cuál de los dos alfas más cercanos a YoonGi era el responsable?

¿SeokJin o TaeHyung?

—Gracias.

Salió de sus pensamientos, mirando la enorme sonrisa de la omega.

Una punzada de culpa atravesó su pecho. Se estaba robando el crédito del verdadero amor de la vida de YoonGi y le estaba mintiendo horriblemente a la pobre mujer que sólo quería ver a su nieto feliz.

—No tiene nada que agradecer. Y-Yo...

—Te debo la vida, JiMin-ah —interrumpió. De su bolso sacó una cajita y se la tendió al omega con alegría—. Por eso, quiero darte esto.

JiMin tomó con inseguridad el obsequio. Se sentía incorrecto recibir algo que no le pertenecía pues no era él quién salvó a YoonGi de un cruel y solitario destino. Pero no podía echarse de cabeza ahora, no había forma de explicar la verdad sin que a la pobre mujer le diera un ataque al corazón ahí mismo.

Suspiró internamente y abrió la cajita, encontrándose con una cadena de oro que sujetaba una llave como colgante.

—Esto ha pasado de generación en generación en la familia Min —explicó.

Una pequeña caja musical yacía en sus manos. Caoba con desgastados detalles en dorado pintados a mano. Se veía el paso del tiempo en las esquinas despintadas y la hebilla de oro oxidado donde se metía la llave, sin embargo había sido guardada cuidadosamente para el legado de la familia Min y cada tanto se llevaba con un restaurador que ayudaba con la conservación de la caja.

YoonJi levantó la tapa para mostrar en el interior la figura en oro de un par de amantes abrazados. Insertó la llave en la ranura, sin prisa le dio cuerda hasta el final y entonces, comenzó a sonar una tenue canción.

—Cuenta la historia que la caja fue un regalo del emperador para un hermoso chico que yacía en el palacio —comenzó a relatar—. El emperador se enamoró perdidamente de él. Su amor fue tan pasional que se decretó a sus hijos como nobles bajo el inconfundible apellido Min y la caja musical fue entregada de las propias manos del amante del emperador a la nuera de su primogénito; quién se convirtió en el heredero al trono, pues el emperador nunca volvió a tocar a nadie más que no fuese su bello amante.

—Eso es... impresionante —musitó JiMin, embelesado por la bella melodía.

—La caja pasó por las manos de la emperatriz Min y ha estado por generaciones en nuestra familia. La tuve por muchos años y ahora es tu turno, JiMin-ah.

JiMin tragó duro. El peso de sus mentiras se posó sobre sus lánguidos brazos, imposibilitando sus manos para sostener tan importante regalo.

—Y cuando tengas a tus hijos, sabrás quien será la persona afortunada que cuidará de nuestro preciado legado.

Nuevamente la culpa le golpeó, haciendo su estómago chiquito. Pero lo único que pudo hacer fue sonreír.

HoSeok destapó una botella de sidra y vació el contenido en cinco copas.

JiMin recibió la bebida con un asentimiento, sin poder despegar la vista de su teléfono. Necesitaba hablar con JungKook y desahogar la opresión en su pecho que le decía lo mala persona que era; no podía excusarse y volver a su habitación porque ahí se encontraba la preciada caja de la familia Min y sólo le traía mayor culpabilidad, pero su hermano no le contestó ninguno de sus cientos de mensajes.

No estuvo presente en la cena y no estaría presente en el brindis.

¿Era momento de llamar a la policía?

Justo en ese momento su celular vibró entre sus dedos; era JungKook. Se alejó un poco de la pequeña reunión para tener mayor privacidad aunque HoSeok hacía suficiente escándalo como para que ninguno de los presentes lo escuchase.

Se acercó hasta el ventanal, por fin pulsó el botón para contestar.

—Kookie, ¿estás bien? ¿Por qué no has llegado? Quiero contarte muchas cosas y YoonGi-ssi accedió a que te quedes esta noche. —No recibió respuesta después del parloteo. La línea se mantuvo en silencio largos segundos que lo intranquilizaron—. ¿Kookie?

—JiMin-ah... mi padre me contactó esta mañana.

Temió hacer estallar la copa en su mano del fuerte agarre que ejerció sobre ella.

—¿Qué te dijo? —preguntó en un murmullo.

—Quiere verme. En realidad quiere vernos, a mamá y a mí —aclaró en seguida.

No había necesidad, JiMin sabía que ese "vernos" no lo incluía en la oración.

—Nos compró boletos a Estados Unidos para esta noche y... mierda, es la primera vez que mamá acepta verlo desde ese día, ¿recuerdas? —Suspiró contra la bocina—. ¿No vas a odiarme verdad, Minnie?

—Sabes que no. Es tu padre, no tienes que pedirme permiso para verlo. S-Sólo cuídate, y cuida a mamá, ¿está bien?

—Te mandaré un mensaje cuando aterricemos.

—De acuerdo.

No hubo necesidad de decir algo más. Colgaron al mismo tiempo.

Sus ojos escocieron, gruesas lágrimas amenazaron con caer sin control sobre su rostro. Sorbió bajito la nariz y limpió sus ojos bruscamente con la manga de su suéter.

No era culpa de JungKook, pero igual se sentía herido.

La separación del matrimonio Jeon fue dolorosa para toda la familia. Aquel hombre un día hizo sus maletas y los abandonó sin importarle nada, dejando el acta de divorcio firmada en la mesita de café de la sala. Una semana después rompió cruelmente el lazo con su esposa.

Su madre apenas pudo reponerse. El dolor del lazo roto escocía muy profundo en ella y su única distracción fue comenzar a vender comida en un pequeño local de una amiga cercana. Empezó a ahorrar para colocar su propio negocio y cuando las cosas parecían mejorar, aquel hombre volvió arrepentido y pidiendo disculpas.

Fue tan caótico su regreso que lo único que consiguió fue mantenerse en contacto con JungKook. Sin embargo, se mudó a Estados Unidos y muy rara vez buscaba a su hijo.

Él sabía que JungKook nunca iba a dejar de querer a su padre. La relación padre e hijo estaba por fuera de lo que pasó con el matrimonio Jeon y a pesar de todo, nunca lo trató de forma hostil después de la separación.

Sería egoísta de su parte detener a JungKook. Que él no tuviera una buena relación con el señor Jeon no significaba que JungKook tampoco y era más que suficiente que su hermano haya decidido quedarse con él en lugar de mudarse a Estados Unidos como se lo propuso alguna vez su padre.

Pero... sentía un dolorcito en su pecho.

Ahora que estaba casado, ¿JungKook se iría?

—¿Deberíamos mudarnos? —YoonGi miró al ventanal antes de devolver la atención al bonito rostro del omega.

—¿Eh?

—Parece que no puedes dejar de llorar en esta casa —explicó, retirando la gotita salada de la comisura del ojo del omega con el pulgar—. ¿Debería conseguir otra?

JiMin soltó una risita, negando con la cabeza.

—No... el departamento es muy lindo. Tienes razón, estas fechas atentan contra los sentimientos.

—Pero te querías sentir humano —se burló.

Rodó los ojos sin poder evitar la ligera carcajada que trajo un poco de paz a su enredadera de pensamientos. Inhaló con timidez y cautela el aroma que desprendía el alfa, siempre se sentía mejor después de apreciarle de cerca. Cerró los ojos un segundo, concentrado en llenarse del cautivador aroma, hasta que sintió algo suave tocar su cuello. Dio un pequeño respingo y enfocó la mirada en el rostro del alfa; YoonGi estaba demasiado concentrado colocándole una bufanda con delicadeza como para sentir la avergonzada mirada de JiMin.

—¿Por qué? —inquirió JiMin sin saber cómo abordar la pregunta.

YoonGi se encogió de hombros.

—Feliz navidad —soltó al final.

Sus mejillas se pusieron calientes al igual que sus orejas. Un furioso rojo pintó su rostro y los latidos de su corazón golpearon su pecho al ritmo de un tambor.

Desvió la mirada a la ventana. Pequeñas nubecitas blancas acariciaron el ventanal, el viento comenzó a soplar los miles de copos que comenzaron a caer.

—YoonGi-ssi, mira... es la primera nevada.

YoonGi se acercó extrañado, ¿qué tenía de especial la primera nevada del año?

Giró para preguntarle a JiMin pero las palabras murieron en su boca al ver el brillo titilante en los preciosos ojitos verdes que admiraban con fascinación los puntos blancos que comenzaron a pintar las calles. Hermoso.

Pensó que en la palabra que buscaba era hermoso, pero la belleza que se adueñó en ese momento del rostro del omega era inefable; tan divino e inalcanzable, que no hallaba qué pudiera compararse con la enorme sonrisa y ojos cristalinos de JiMin.

Afortunadamente el ruido de la ciudad lo distrajo antes de quedarse completamente idiotizado y pasar alguna vergüenza al balbucear. Afuera comenzaron los fuegos artificiales, iluminando el cielo de miles de colores.

—Mamá decía. —expresó JiMin con una sonrisa—, que los fuegos artificiales eran como las estrellas fugaces del ser humano y que podías pedir un deseo cada que vieras un espectáculo, sólo uno. Seguramente se cumpliría.

—¿Es así? —cuestionó curioso—. Bien. Deseo-

JiMin se apresuró a cubrir la boca del alfa con sus manitas.

—YoonGi-ssi, ¿nunca pediste deseos? —le regañó—. No debes decirlos en voz alta o no se cumplirán.

—Puedes pedir tantos deseos como quieras, JiMin-ah, pero depende de ti que se cumplan o no. Nada viene a tu vida por arte de magia —explicó, sacando de su rostro las pequeñas manos—. Mi deseo es prosperidad... para mi empresa, para mi familia y para nosotros.

—¿N-Nosotros?

YoonGi asintió con una pequeña sonrisa.

—Nosotros.

Un cómodo silencio se acentuó entre ambos, sus miradas se entrelazaban con curiosidad, como si pudieran descubrir las respuestas del universo en los orbes del otro. El verde y el azul mezclándose por primera vez.

—Entonces... te toca pedir un deseo, JiMin-ah.

JiMin lo pensó un minuto.

—YoonGi-ssi, ¿puedes... volver a trabajar en la oficina? —murmuró completamente sonrojado, jugando con sus deditos por el nerviosismo—. No me malentiendas... mi lobito se siente tranquilo cuando tú estás, me gusta tu compañía. Pero creo que voy a enloquecer si vuelvo a escuchar tu maldito teléfono timbrar. —Soltó en un suspiro con una risita sardónica.

YoonGi sonrió sin mostrar los dientes, reprimiendo una risa burlesca ante el pedido del menor.

La única razón por la que permanecía en casa era por él. Por si JiMin llegaba a necesitar algo, él quería estar presente y resolverlo por sus propios medios en lugar de dejárselo a HoSeok. Pero su trabajo era agobiante y ahora sabía que no sólo para él.

Tomó la mano del omega, dejando un casto beso sobre el dorso de ésta.

—Dalo por hecho.


Este es capítulo totalmente nuevo, espero les guste ❤

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