CAPITULO 13
—Parece que cada vez aprietan más estas cosas. —se quejó Nana, luchando por quitarle el corcho a la botella de vino.
Terminábamos de cenar, ella se servía una copa de vino y yo me había ofrecido a lavar los platos.
Ella estaba sentada en la encimera observando lo que hacía, se escuchaba la música de la radio por toda la casa.
—Ryan solía decir que entre más sellada estuviera la botella, mejor sería el contenido.
—Creo que no se equivocó.
Rayos lunares se colaban por la ventana de la cocina, hacía frío pero la casa se sentía cálida con la calefacción.
Nana fue hasta la ventana —No falta mucho para que empiece a nevar.
—Creo que se retrasará. —comenté.
—El invierno nunca se retrasa, por lo contrario; se adelanta.
—Este año va hacer el primer invierno sin mamá ni Ryan.
—Suelen ser difíciles —dijo Nana caminando hacia mí, acto seguido se apoyó junto al fregadero. —Aunque te deben quedar los recuerdos felices de tu madre y Ryan.
Fruncí el ceño al darme cuenta de algo —No recuerdo haber pasado algún invierno con él. Siempre supe que tenía un tío pese a que apenas nos visitaba.
—Entiendo...
Continúe —Pasaron muchos años antes de que lo volviera a ver, recuerdo que antes era más amable y cariñoso conmigo. Eso antes de que muriera mamá, fue cuando lo volví a ver.
—¿Nunca las visitó mientras tu madre estaba enferma? —preguntó Nana sorprendida.
—No, mamá decía que no quería que la recordaran así, y también decía que Ryan se encontraba ocupado con el trabajo.
—Debió ser difícil para ustedes dos solas.
—Lo fue —confirmé —Pero no se puede extrañar a algo que recuerdas muy poco. Así mismo pasó con papá, la diferencia es que a él nunca lo conocí. Se largó cuando mamá le dijo que estaba embarazada de mí.
Nana le dió un trago a su copa y buscó otra.
Sirvió un poco de vino, yo terminé de lavar los platos y sequé mis manos. Nana me extendió la copa sobrante.
—Toma —la tomé para después chocar mi copa con la suya —No debes preocuparte ahora por eso, ya pasó.
—Salud —sonreí débil y sin ánimos, antes de dar un trago.
J empezó a gruñir, corriendo por la cocina como loco.
Nana soltó una risa —Cada día amo más a ese perro.
Atlas entró a la cocina, nos miró a ambas con una ceja alzada.
—¿Se puede saber por qué brindan? —preguntó mientras caminaba hacia el refrigerador.
—Eso no es tu problema. —comentó Nana seria. Y agradecí que no siguiera con la conversación.
Atlas se sirvió un vaso de jugo y nos observó curioso.
—Terminamos el día de la mejor manera supongo —dijo el pelirrojo con sarcasmo.
—No te hagas el dolido. —dijo Nana fastidiada. —Ya ni siquiera se puede tener privacidad contigo.
Ella agarró la botella de la encimera y salió de la cocina con la copa en su otra mano.
Reí por lo bajo, él se aseguró de que estuviéramos solos.
—Vamos a salir —Atlas susurró. —Abrígate bien, te aviso cuando salgamos.
—¿Ad..
Dijo antes de salir y dejarme con la palabra en la boca.
Subí a mi habitación pensando a dónde saldríamos, me abrigué como ordenó.
Lo esperé, durante algunas horas, ya era casi media noche. La intriga que sentía no me ayudaba.
Salí de mi habitación decidida a verlo, me quedé de pie frente a la puerta de su cuarto y dudé por un momento en tocar.
Mas antes de hacerlo él salió, con el cabello mojado y desordenado, estaba vestido por suerte.
Estuvo mirándome unos segundos, percibía su aroma masculino.
Atlas siempre olía bien, su perfume lo caracterizaba, y era una de las cosas que lo hacía ver atractivo.
—¿Lista? —preguntó en un susurro.
—Eh... sí —fue lo que pude pronunciar, por alguna razón tener a Atlas tan cerca me ponía nerviosa.
Tras salir de la habitación, él puso un dedo sobre sus labios para que hiciera silencio.
Empezó a caminar con sigilo, lo seguí. —¿A dónde vamos? —pregunté en un susurro bajando las escaleras.
—Cállate, no hagas ruido. —dijo y me dió la espalda.
—Deberías caminar más despacio entonces —me quejé tratando de seguir sus pasos.
—No empieces.
Cuando salimos de la casa tuve la necesidad de hablar un poco más fuerte.
—¿Qué vamos hacer? —volví a preguntar.
—Vamos al risco. —respondió tras subir al auto. —¿Contenta? Allá te explico todo.
Me miró de reojo, asentí con la cabeza y entré al auto.
En pocos minutos nos hallábamos en el risco.
Atlas empezó a caminar hacia el edificio abandonado y mi vista viajó por el lugar, advertí una sombra en el techo.
Mi corazón latía a mil por hora. —Atlas, mira —señalé el techo.
El miró en la dirección y siguió andando como si nada. —Deja el miedo.
Lo seguí, me apegué aún más a él. Tenía el corazón en la boca.
Subimos al techo, la fría brisa de noviembre anunciaba el invierno.
Pude ver dos figuras entre la oscuridad, dos figuras que ya conocía. —¡Al fin llegan!... Se me estaba congelando el culo —dijo uno de ellos.
Sentí cierto alivio al reconocer la voz de Fred.
Luego escuché a Karol —¡Ay dios mío! cállate de una vez. —soltó irritada hacia Fred.
Reí, las peleas entre Karol y Fred me parecían entretenidas.
Al verme, Karol vino corriendo hasta donde estaba y me abrazó con fuerza. Recibí el abrazo con gusto.
—¿Por qué a ella si la quieres? Yo soy el ser más importante del mundo, deberías quererme a mí —Fred hizo un puchero.
—Porque no es un parásito como tú, que estás completamente cegado por tu narcisismo. —reí por el comentario de Karol.
Fred fingió estar dolido.
Se sentía bien simular que todo era normal, pero al pensar en la razón por la que estábamos los cuatro ahí rompía toda la supuesta normalidad.
Atlas se alejó y encendió un cigarrillo.
Karol y Fred siguieron con una discusión.
Los hermanos y yo nos sentamos en unas sillas playeras. Atlas se acercó, aún con el cigarro en la mano.
—Es momento de ponerle seriedad a esto. —dijo serio y dió una calada al cigarrillo.
Fred hizo una mueca divertida —Eso sonó a una frase de película.
Karol soltó un chillido de fastidio —¿Es en serio, parásito?
Miré fijamente a Atlas, quien también hacía lo mismo. Había cierta tensión sobre nosotros.
Quizás la misma que causó un silencio que Atlas aprovechó —Fred, ¿trajiste lo que te pedí?
—Sí —dijo el peliazul orgulloso —Fue difícil conseguirlas.
Fred le entregó una bolsa pequeña con varias píldoras.
Abrí mis ojos como platos y mi corazón latía desenfrenado.
Fred observó mi rostro. —Tranquila —dijo —Es una droga compuesta, varias en una sola...
Atlas explicó lo demás para tratar de calmarme —Es una droga que relaja al consumidor, la mayoría de las veces es utilizada para violaciones porque después de estar bajo sus efectos no recuerdas nada.
Fred continuó divertido. —Solo una pastilla de esto es suficiente para poder violar a alguien.
—Fred es en serio, deja las bromas de lado —dijo Karol seria —Una violación no es ninguna broma.
Fred rodó los ojos y se recostó aún más en su asiento. Atlas suspiró.
—¿Para quién son? —le pregunté al pelirrojo.
—Para Stella.
Fruncí el ceño y Fred notó mi confusión.
—No la vamos a violar... —dijo Fred sin interés. —Es para hacerla confesar, cuando una persona está drogada es más fácil que diga la verdad.
—Confesar si estuvo involucrada con la muerte de Ryan —susurré para mí, aunque Atlas escuchó.
—Exacto.
Empecé a jugar con mis manos, nerviosa y pensado en lo que se planeaba.
Por suerte Karol habló para relajarme, —Esto es peligroso, y debemos tener cuidado con lo que vamos hacer. —sonó dulce y amable, pero lo que dijo me estremeció más.
Me puse de pie nerviosa. —¡¿Hacer?!
Las personas que pensé que podían ser mis amigos estaban revelando una cara nueva, una que aún me aterraba al inicio...
Fred habló, tenía la cabeza hacia atrás y miraba el cielo nocturno. —Esa chica tal vez ha hecho cosas peores que nosotros, hacer esto es como llevar a cabo el trabajo de la policía. Si confiesa que está involucrada con la muerte de tu tío irá a la cárcel, tal vez como su madre, pero eso si hacemos esto. La policía de aquí no sirve, los políticos son quienes dominan la mafia y el narcotráfico. Con mencionar a Stella se hacen de oídos sordos, ya que es la hija de un mafioso.
No noté cuando Atlas caminó detrás de mí.
—Tiene razón —dijo el pelirrojo, en un sonido ronco y masculino que me sobresaltó —Aquí no existe ley.
Observé a Karol quien me miraba con cierta tristeza, allá aún sentada añadió: —Ryan fue una víctima más de lo que es este pueblo, muerte, peligro y poder. Trató de limpiarlo todo lo que pudo y es momento de seguir con su trabajo, hacer pagar al culpable de su muerte.
Sentía como me faltaba el aire y el frío me impedía aún más respirar.
Quise salir de ahí, giré y choqué con Atlas. Este me vió y no esperé más para salir de ahí.
No me importó encontrar algo paranormal en el camino, corrí lo más rápido que pude.
Mis pulmones se encontraban a punto de estallar al igual que mi corazón, mi aliento era visible en el aire.
Llegué al risco, y solo pensaba en Ryan, en como todo había cambiado para después volver a empezar sin él.
Mi vista viajó al horizonte y caí de rodillas con lágrimas en mi rostro. La luna era la única testigo de mi sufrimiento, me hallaba sola con ella.
Sentí unos pasos cerca y giré a ver quien era, no me sorprendió ver a Atlas.
—Debes calmarte. —dijo tras advertir mi respiración.
—No... —la necesidad de aire me impedía hablar —...puedo.
—Si puedes —él se acerco y se arrodilló a mi lado. —Es un ataque de pánico.
No me asombró que dijese eso, después de todo sabía lo que era vivir uno.
Él continuó —Respira —hice lo que ordenó.
Respiré tratando de calmarme, pero era realmente difícil.
Me tomó del brazo y levantó mi rostro para que lo viera.
—Concéntrate —dijo calmado, refiriéndose a mi respiración. Debía relajarme, quería hacerlo, pero sentía que me desmayaría en cualquier momento. —Respira.
—Yo.
Lo abracé con fuerza, y mis lágrimas no dejaban de salir.
Sentí todo a mi alrededor: el aroma masculino de Atlas, la brisa fría combinada de la mezcla de olor a montaña, el calor de su cuerpo contra el mío, la firmeza de su abrazo.
Me sentía segura con él, a pesar de aún sentirme pequeña a su lado.
Estaba segura de que todo era un mal sueño del que iba a despertar. Pero no pasó nunca.
Estuvimos así un largo rato. Mi respiración se calmó a su lado y el no dejó de abrazarme, ni yo a él, en ningún momento.
—Vamos a casa —dijo el pelirrojo, rompiendo el abrazo y tomando mi mentón para subir el rostro.
Estaba agotada, mental y físicamente. No sabría describir como me sentía.
Caminé junto a él hacia el auto, subí de copiloto. Atlas se despidió de los hermanos Blue, después subió y encendió la calefacción.
Arrancó el auto y no hubo más palabras en toda la noche. La calidez hizo que mis párpados se pegaran.
Me quedé dormida con la cabeza apoyada en la ventana, observando el camino que ya se me hacía familiar.
Caí en cuenta de lo peligroso que era todo.
No conocía a Karol, a Fred ni a Atlas. Después comprendí que me protegían de algo que ni yo misma sabía. Me estaban ayudando y posiblemente poniendo su vida en peligro.
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