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Sigues impregnada en mi piel

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SASUKE 

La necesidad por una persona comienza cuando te das cuenta que estar lejos te mata lentamente. 

Eso era lo que me repetía últimamente. 

Mis errores uno tras otro intentando por mi testarudez ser enmendados, creyendo que al alejarme de ella  arrancaría todo el daño que yo había ocasionado a ambos. 

La buscaba con ansiedad por los pasillos con la esperanza de verla sonreír, de que esa mirada llena de anhelos estuviera presente una vez más. Sin embargo, ninguna de esas veces la vi ser feliz. 

Se estaba destruyendo y eso no podía soportarlo. Me dolía la forma en que su comportamientos se reflejaba, y me odiaba por ello. Porque yo era el principal causante de todas sus lágrimas. 

Fue inevitable para mí asustarme al verla casi colisionar en el pasillo del edificio, ajena a la realidad, como si viviera sumida en un sueño profundo. 

No podía ignorar eso, tenía que hacer algo al respecto. Si al querer cuidarla del mal que yo representaba había terminado lastimandola más, ahora tenía que hacer algo para enmendar mis errores. Cada fallo que había cometido, porque lo que realmente me importaba en la vida era ella, más que mi propio bienestar. 

Y lo confirmé una vez mis labios se adueñaron de los suyos, a pesar de todo ella no se apartó y con ansiedad se rindió ante aquello de lo que nos habíamos privado durante tanto tiempo. 

A pesar del tiempo. 

De la pérdida de práctica. 

Aún era como la última vez, su sabor seguía siendo el mismo y su inexperiencia, aunque ya no estaba tan presente me llevaba al momento que más extrañaba. El temblor de su cuerpo me decía que estaba nerviosa por el momento, y yo no podía negarlo, también me encontraba nervioso, aunque era más la desesperación de expresar todo lo que había estado manteniendo en silencio, darme cuenta de que ella era todo lo que buscaba. 

No tenía que preguntarlo, solo dejar que la desesperación por estar juntos nos invadiera, de la sensación de la suavidad de sus labios en los míos, la calidez de su cuerpo. 

Era ella

Era Sakura. 

La chica que me había enseñado a ver más allá de los colores del arcoíris, que había cambiado por completo mis ideales trayendome a un mundo que podía ser perfecto si ella era quien estaba a mi lado. 

No podía alejarme de ella, no ahora que todas esas sensación habían regresado. Me sentía inferior, como un náufrago que acaba de beber por primera vez el agua dulce después de haber tenido bastante tiempo sintiendo como su garganta permanece vacía, teniendo como único aliado los recuerdos. 

—Es tarde —susurró despegándose un instante de mis labios, pero fue inevitable que volviera a besarla sin atender a su preocupación. 

Mi mano seguía enganchada a su cuello ejerciendo presión sin llegar al grado de lastimarla, su intención de alejarse tampoco se veía reflejada en sus acciones pero yo no pensaba en los conflictos internos que ella estuviera experimentando, mis palabras habían sido crueles. Mi esfuerzo por mantenerla alejada de mí se reflejaba cada vez que cruzábamos miradas. 

Sus manos presionaron mi pecho y con esfuerzo me empujó levemente sin soltarme. A pesar de la baja temperatura en el exterior mi cuerpo estaba palpitando, emitiendo un calor que quería sofocar solo con ella. 

—¿Estás jugando conmigo? —cuestionó con la mirada dolida. 

Me quedé en silencio porque sabía que si hablaba me faltarían el aire, todavía mi cabeza no ordenaba bien las palabras que quería transmitirle sin parecer un completo idiota. 

—No pude detenerme —me excuse con los pensamientos entorpecidos.

¡Cielos! No podía alejarme de ella. Dejar de desearla en todas las maneras existentes, estaba muriendo por dentro y ella lentamente caía en un abismo a causa de mi pésimo pronóstico. 

Su mirada se desvío, porque ella lo sabía. 

Merecía más que besos desesperados. 

Merecía más que silencios de amor. 

Merecía mucho más de lo que yo podía ofrecerle. Porque estaba seguro de que jamás podría enmendar todo el daño, de que no tenía el derecho de decirle «te amo». 

Y aún así mi corazón golpeaba contra mi pecho gritando desesperado, diciendo que mi lugar era a su lado. Mis dedos cosquilleaban ansiosos por perderse en la suavidad de su piel, entre sus hebras suaves, por entregarle todo lo poco que tenía para ofrecer. 

—No te haré daño —aseguré con convicción, planteandome que era la única forma de regresar las cosas a la normalidad ya que mi creencia había resultado errónea —. Confía en mí. 

Como si eso fuera tan fácil. 

Sentía su temor, el cómo esa coraza resguardaba su corazón, confirmándolo cuando las lágrimas comenzaron a descender y el sabor salado llegó a mi paladar. Tomé su rostro entre mis manos como quien teme haber roto una delicada muñeca de porcelana, Intentaba borrar todas las lágrimas que habían caído por sus mejillas, no solamente las que atravesaban en ese momento, también los rastros invisibles del pasado. 

—Detesto hacerte llorar. 

—Tengo… Tengo que subir —anunció zafandose con delicadeza de mi agarre, restregando las manos contra sus mejillas. 

Era entendible, después de todo, habían provocado que ella me odiara. No podía hacer más que observar cómo poco a poco dejaba de llorar intentando demostrar que era fuerte, mis dedos se quedaron suspendidos en el aire cuando me dije a mi mismo que no era el momento y que lo mejor era llevarla adentro para que entrara en calor. 

Salí del auto para abrirle la puerta del copiloto y ayudarla a bajar, más que cualquier cosa necesitaba saber que llegaría bien a su hogar. Después de su incidente en el pasillo no quería que terminara inconsciente en el camino; aún si se negaba a mi compañía, aún cuando despreciara mi ayuda. 

—Puedo hacerlo sola —dijo al ver que le ofrecía mi mano para salir del auto. Evitaba mi mirada manteniendo el rostro bajo. Y, aunque quería yo mismo llevarla en brazos hasta la puerta de su apartamento decidí que lo mejor era dejarla andar por su propio pie. 

La seguí, sus pasos eran más rápidos que los míos, estaba dándole espacio porque ella aún no me pedía una razón por el beso que le acababa de propiciar. 

El ascensor llegó en cuando ingresamos al lugar y aunque ella presionó el botón para cerrar la puerta logré interponer mi mano haciendo retroceder la placa de metal, sus mirada era como la de un pequeño cordero asustado. 

—No tienes por qué seguirme —dijo intentando demostrar un poco de dureza. 

No respondí, me posicione a su lado, tan cerca de ella que mi codo rozaba con su brazo, como alguien sobreprotector. 

El ascensor subió piso por piso. 

Uno. 

Dos. 

Tres. 

Cuatro. 

Cinco. 

Seis. 

Siete. 

Ocho 

Y al llegar al piso nueve las puertas volvieron a abrirse. Vi a Sakura tensarse por un momento, despegar su cuerpo de la pared, como si esperara que alguien entrara; sin embargo el pasillo estaba vacío. 

—¿Buscas a alguien? —cuestioné cuando sus labios formaron una línea recta, poco a poco volvió a recargarse emitiendo un suspiro apenas audible. 

—No es nada, solo pensé que había llegado a mi piso. 

Las puertas volvieron a cerrarse para poder subir el piso que nos faltaba. 

Aunque ella no lo recordaba había estado en ese lugar la primera vez que la vi ingerir alcohol en aquel bar. 

Llegamos a nuestro destino, dejé que ella saliera primero siguiendo su paso, sin dejar de observarla. 

Me recargué en el marco de la puerta y la observé mover con nerviosismo las manos dentro de su bolso buscando algo; de igual manera batalló para colocar la llave en el cerrojo. Sus dedos se movían con torpeza, mi mirada no la perdía de vista. 

Acomodó el cabello detrás de su oído, o el mohín de sus labios; la misma expresión de cuando la vi en el pasillo del instituto intentando abrir su casillero. 

Era ella misma. 

Era Sakura . 

La chica que había robado mi corazón, de la cual seguía enamorado. 

—Por fin  —soltó. Fue hasta que me di cuenta de que la puerta se había abierto —. Ahora sí,  ya que estás seguro de que estoy bien no tienes por qué seguir sintiéndote responsable por mi salud. 

Sus movimientos reflejaban el nerviosismo al igual que sus palabras. Avancé hacia ella, mis manos se encontraban dentro de mis bolsillos y ella como reflejo retrocedió entrando en el apartamento, siendo acorralada por mi presencia. 

—Sasuke… 

Un paso más hacia delante por mi parte, uno más en retroceso por parte de ella. 

Cerré la puerta tras nosotros quedando solos en la oscuridad. Mis ojos no abandonaron su figura, su expresión sorprendida. Aunque eso no era todo. Un destello pasaba a través de sus ojos, podía adivinar que lo estaba deseando tanto como yo. 

—No hay nadie —aseguré recibiendo un asentimiento lento por su parte. 

Y aunque sabía que lo que iba a hacer no estaba del todo bien porque ella seguía lastimada estaba seguro de que podría regresar el tiempo, volver al momento en que nos quedamos aquella noche antes de que abandonara su cama, antes de que ella casi perdiera la vida y yo terminará en prisión. 

Mis dedos se posaron en los botones de su abrigo y con delicadeza los fui quitando uno a uno, haciendo a un lado aquello que la mantenía caliente, ansiando ser yo quién saciara esa necesidad. 

Quité la bufanda de su cuello, dejando ver su piel blanca invitándome a probarla una vez más. 

—¿Qué estás haciendo? —preguntó como quien se siente indignado. Dio un par de pasos hacia atrás. 

—He intentado alejarme de ti. Pero no puedo —estaba viendo sus ojos de manera firme —. Sigues impregnada en mi piel —Sakura se estremeció ante mis palabras y aunque mi mirada estaba fría y mi rostro serio aún así ella mostraba una expresión adorable. 

Sus ojos me mostraban temor. Si ella se negaba tenía una razón justa para hacerlo, para alejarse de mí y mandarme a la mierda. Y eso pensaba, que quizá me sacaría de su hogar, que tal vez me pediría respuestas a causa de mi humor volátil; pero, en lugar de eso disminuyó la distancia entre nosotros de manera inesperada pasando sus brazos por mi cuello, deshaciendo la expresión inocente. Sin pedir respuestas me halo hacia ella devorando mis labios como nunca lo había hecho antes. 

No entendía qué estaba sucediendo, por qué su actitud era diferente, como si tuviera una necesidad por sentirse amada. 

Y eso iba a hacer, la iba a amar de una manera que ella no conocía. 

Los pasos torpes me parecieron eternos, en donde la ropa de invierno dejó un camino que nos condujo hacia su habitación, su piel ardía, con cada parte expuesta la mía se estremecía. 

Las palabras quedaron de lado, ella no decía nada, solo se perdía entre las caricias que le proporcionaba, me sentía como en un sueño. Haber muerto y ahora estar tan vivo que mi propia cabeza no podía entender cómo era que después de tanto daño ahora estábamos juntos. 

Mis dedos se quedaron en la tela de su prenda superior, sus ojos se clavaron en mi expresión estoica, como si aquello no me estuviera costando.

La hice elevar los brazos cuando tomé el borde de su blusa, arrancando la prenda de su cuerpo. Quedando tan cerca de ella. Mis ojos no se quedaron sobre los suyos, poco a poco descendieron observando sus labios cremosos, la línea de su fina mandíbula, su cuello largo y estilizado, el par de hombros de piel nívea; sus clavícula y el inicio de sus senos debajo del sostén de encaje, y más allá  en donde mis dedos se posaron, en donde el remordimiento me martillaba en la cabeza su perfecto abdomen decorado por una cicatriz profunda. 

El oxígeno de un momento a otro me faltó, mi estómago se revolvió al recordar las imágenes confusas de un pasado que me atormentaba cada vez que quería conciliar el sueño. 

En ese momento mi expresión dejó de ser neutra. El recuerdo de su sangre escurriendo entre mis dedos era tan palpable, aun podía sentir la tibieza de líquido espeso gritando porque poco a poco la vida de la persona que más amaba se extinguía mientras se encontraba recostada en mis brazos. 

Podía palpar la desesperación del calor que avanzaba por mi garganta, desgarrando mis cuerdas bucales, rogando porque ella no me abandonara; ese dolor que se había mantenido oculto en lo más profundo de mis pensamientos volvía a aparecer. 

Mis rodillas colisionaron en aquella habitación. No podía ni siquiera soportar el peso de mi cuerpo. Mis manos se acomodaron en su cadera, deteniendome de no quedar indefenso ante los recuerdos; con el rostro abajo, sin sentirme capaz de ver sus ojos, su mirada falta de brillo, de sueños perdidos y anhelos rotos. 

 En silencio rogué internamente por perdón. 

Que el cielo se apiadara de mí, porque había sido el culpable de todo lo que ella había sufrido, y lo seguía siendo.

Por mi imprudencia. 

Por mi estupidez. 

Por negarme la felicidad a mí mismo y creer que el camino correcto era  la venganza cuando poco a poco no solamente terminaba conmigo, sino con todos los que me rodeaban.

Su mano acarició mi cabello trayendome a la realidad, dejando detrás el escenario cubierto de nieve, las súplicas; sepultando nuevamente los recuerdos. 

Elevé la mirada buscando sus ojos, me sentía inferior. La imagen de Sakura no era como la esperaba, como cada vez que estábamos juntos y el calor de la situación me llevaba a detenerme por el miedo de lastimarla, no había sonrisa en su rostro, solo un par de navajas color esmeralda y una línea en sus labios. 

—Ahora te lamentas —habló. Su voz salía como una ventisca, tan fría que congelaba mis acciones. 

Su tronco se curveo hacia abajo invitándome a ponerme de pie nuevamente, en cuanto nuestros rostros quedaron alineados sus labios volvieron a tomar los míos con desesperación, dejando de lado las palabras porque no tenía sentido en ese momento decir todo lo que estaba hundiéndonos poco a poco. 

Esta vez nos dirigíamos  juntos a lo más profundo de océano. Y sí ella no era quien saliera a flote sería yo quien me encargaría de ayudarla, quien tomaría su mano para poder salir a la superficie y respirar. 

Dejé que mi camiseta saliera de mis brazos y me puse de pie llevándola a ella conmigo hacia su cama, recostado su cuerpo con delicadeza, mirando más allá de lo que mis ojos me permitían ver, buscando escondida detrás de sus pupilas a la niña que me había enseñado a querer vivir.  

La careta de chica mala había desaparecido por unos segundos, y sus mejillas teñidas de rosa me hicieron sonreír. 

—Sigues siendo tú —aseguré con voz profunda, descendiendo a su cuello, disfrutando del aroma de su piel como siempre lo había deseado, como tantas noches soñaba —. Sakura … —hablé siguiendo la curvatura de su hombro, bajando su sostén. 

—No lo digas —sus dedos se enredaron en mi cabello presionando mi rostro, evitando que me detuviera para hablar. 

Siendo partícipe del frenesí en que nos encontrábamos, olvidando su padecimiento. Olvidando todo. 

No me detuve cuando mis labios pasaron sobre su abdomen, besando la cicatriz redimiendo mi culpabilidad, escuchando como dulces sonidos salían de sus labios y su cuerpo se contraía bajo mis dedos. 

Tampoco cuando la barrera de su pureza fue rota, a pesar de sus lágrimas, la forma en que mordía su labio inferior suprimiendo el dolor me incitaba a continuar con aquello, no tenía miedo de lastimarla porque estaba siendo lo más cuidadoso que podía ser, calmando sus sollozos silenciosos con besos cálidos en donde quería demostrar todo el amor que sentía por ella. 

«Te amo». 

«Te amo». 

Se repetía en mi cabeza, pero mis labios eran indignos. 

Abrí los ojos buscando en la oscuridad, me había quedado dormido boca abajo abrazando a Sakura con mi brazo derecho. Descansando por primera vez después de tres años, era como retroceder el tiempo y regresar a aquella noche, el cómo hubiera sido. 

Al fondo una  triste melodía de una armónica se escuchaba no muy lejos, quizá relatando una historia llena de tragedias. 

Mis sentidos se agudizaron cuando me di cuenta de que el lugar junto a mí se encontraba vacío y como si la desesperación regresara a mi corazón me levanté dejando que la sábana se deslizara de la parte superior de mi tronco, buscando con insistencia la figura de Sakura . 

Exhalé aliviado cuando la vi de pie frente a su ventana, cubierta con una manta, con la mano sobre el cristal, observando los copos de nieve caer lentamente volviendo a teñir de blanco la ciudad. 

Coloqué la parte inferior de mi ropa y caminé hacia ella, mis brazos se enredaron en su cintura y mi barbilla descanso en su hombro no sin antes besar su cuello. 

—¿Porque te levantaste? —pregunté con voz profunda fijando mi vista en el descenso de los copos apacibles. 

—No podía dormir —una nota alta de la armónica la hizo dar un respingo. 

—¿Qué es esa música? —el sonido era como si proviniera de fuera, aunque era un tanto imposible. Solo alguien que no estuviera cuerdo se encontraría tocando mientras comenzaba a nevar. 

Sus dedos se desprendieron del cristal y giró  quedando frente a mí, mi mano quedó en su cuello, mi pulgar delineaba su mandíbula, acariciando su suave piel. Había algo dentro de sus ojos, una grito de auxilio. 

—Ahora te irás —aseguró, palabras siendo pronunciadas de manera vacía y dolorosa. 

—Me iré —mis labios bajaron a los suyos por un par de segundos —. Pero solo porque sé que mi madre estará preocupada, tampoco quiero que mi hermano comience una búsqueda. Pero te veré mañana. 

Sonreí elevando una comisura de mis labios, su boca se abrió levemente y un destello de esperanza pasó por sus ojos. 

Besé su frente. Dándole a entender que estaría ahí para protegerla, que no había sido cosa de una noche. 

—Confía en mí. 

El tiempo cura heridas. 

La confianza se pierde con facilidad. 

Pero estaba seguro de que trabajaría duro en ello, en regresar el tiempo, en  demostrar que podía protegerla.

La guíe hasta su cama ayudándole a recostarse, acariciando su cabello. 

—Me quedaré hasta que te duermas necesitas descansar —dije. Sus ojos se cerraron mostrando una expresión aún entristecida, como si fuera una despedida —. No temas, mañana te buscaré. No cometeré el error de dejarte otra vez. 

Asintió relajando su expresión, abrió los ojos, su mirada se fijaba en la mesita de al lado de su cama. 

—¿Está todo bien? —dije intentando ver qué era aquello que ella tanto observaba, dándome cuenta de que la dirección de su mirada iba directo al cajón —. ¿Necesitas algo de aquí? —pregunté extendiendo mi mano, quizá algún medicamento se encontraba en ese lugar. 

Pero antes de que pudiera tocar siquiera el cajón detuvo mi brazo. 

—No. Todo está bien. 

Desistí y continúe acariciando su cabello, hasta que sus ojos se cerraron y las respiraciones pausadas regresaron. 

La noche era fría, la nieve no dejaba de caer. Pero no era una tormenta. 

La suavidad con la que los copos caían me hacía saber que no pasaría de eso. 

Una vez Sakura se quedó dormida coloqué el resto de mi ropa para poder ir a casa. Me encargué de recoger la ropa que había quedado regada por todo el apartamento y la coloqué en la lavandería. El lugar se veía tan tranquilo. 

Antes de salir besé su frente, dejándola descansar. Con la seguridad de que el día de mañana la volvería a ver. 

El frío del exterior no borraba el ardor de mi piel, el calor que se extendía por mi pecho, una sonrisa estaba enmarcada en mi rostro, pero al instante decayó cuando vislumbre el auto de Naruto aparcado.

—No es posible —mascullé acelerando el paso, observando una hoja de papel atorada en el parabrisas. 

No había señalamientos de que estuviera prohibido estacionarse en ese lugar, no entendían por qué había una estúpida multa. 

Llegué al lugar y levanté el limpia parabrisas tomando la hoja entre mis dedos, deshaciendo el doblez con la sensación del papel entre mis dedos congelados. 

Quedando helado ante las palabras plasmadas ahí. Sentí mis ojos temblar y el aire faltarme cuando leí:

—«Estás Hundido hasta el cuello, amigo». 


Alguien aquí les quitó su Lemmon :(

Lo lamento chicas, saben que no soy de las que escriben lemon, pero trato de compensarlo con palabras bonitas y descripciones profundas.

¿Quieren los siguientes capítulos?

Depositen un millón de dólares a mi cuenta bancaria y los subo 👀

Ahahaha no se crean, más al rato vuelvo a actualizar. Ya viene la parte más intensa de la historia 👀🌷

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