Seúl.
Corea era un país... Particular, lleno de vida por la noche, y anuncios en el idioma que por supuesto no comprendían. Pero eso era lo menos que le podía importar a Yuri, no cuando desde su posición en la cama podía ver la silueta de su pareja viendo por la ventana el paisaje del país asiático.
Entre la oscuridad de la habitación y la luz del exterior podía divisar con algo de dificultad la espalda de Otabek, ancha y formada con miles de rasguños que le había hecho, algunos de hace unos días, otros de sólo hace una hora. Sonrió complacido y se acomodó en la cama, las sábanas de seda rozaron su piel desnuda y su nariz se llenó con el aroma a sexo impregnado en las mantas y cuerpo.
— Seúl es preciosa —dijo Yuri acariciando la almohada.
— Sí, lo es —Otabek le miró por sobre el hombro y Yuri se derritió.
La escasa luz destacaba sus rasgos duros y la pequeña sonrisa que poseía en esos momentos, sus ojos brillaban mezclando de forma hermosa el marrón de su mirada con el dorado de la luz, sus cabellos desordenados creaban una imagen más casual de él, imagen que sólo Yuri podía disfrutar.
Estiró su mano como llamándole y sin decir palabras Otabek se acercó sentándose a su lado entrelazando sus dedos, los anillos chocaron. Se sentó lentamente sobre la cama para luego acariciar el rostro del moreno y besar su mejilla.
— Feliz cumpleaños —murmuró Yuri contra su oído sonriendo.
— Gracias.
Otabek lo abrazó por la cintura y besó en los labios, como si fuera la primera vez que lo hacía de forma tímida y delicada apenas rozando sus labios. Pero no necesitaban más que una suave caricia y pocas palabras para saber que sus sentimientos eran tan profundos que jamás lograrían destruilos.
Y allí, bajo la poca iluminación de la ciudad coreana, hicieron el amor como si fuese primera vez.
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