Porque por muy estúpido que pudiera sonar, Yuri le tenía celos a la música. Aquel conjunto de sonidos que había existido mucho antes que él en la vida de su novio Otabek.

Y es que la música podía controlar las emociones del kazajo mucho mejor que él mismo. La felicidad, la tristeza, el enojo y hasta la excitación. Todo, absolutamente todo.

Yuri no entendía como Otabek podía pasarse horas encerrado en su escritorio escuchando música, a veces las mismas bandas de siempre otras, canciones que en su vida había oído. Otabek tenía un repertorio bastante extendido en cuanto a la música, desde música conocida mundialmente hasta música que se extendía, con suerte, por algún país remoto en Latinoamérica.

Pero no todo eran celos hacía los sonidos que muy a su pesar le agradaban, también la amaba porque con ella podía disfrutar los mejores momentos con su kazajo favorito.

Tenía un álbum en su celular con canciones alegres que le recordaba a los momentos más cotidianos que vivía con él, como cuando estaban en la cocina recién levantados y preparaban torpemente el desayuno para terminar comiendo cereal con leche sentados en el piso o cuando se mudaron al departamento y durmieron cerca de un mes con el colchón tirado en mitad de la sala vacía cubriéndose vagamente con una manta añeja.

También tenía un álbum para esos momentos específicos, como cuando fueron a un parque de diversiones y una niña le había dicho que parecían una pareja de príncipes o cuando aún eran amigos y se besaron accidentalmente frente a su abuelo desencadenando así todos los sentimientos que tenían por el otro.

Pero tenía un álbum que había ido creando con el tiempo, aquel que adoraba escuchar cuando estaba a solas con Otabek y no tenían nada que hacer, esa colección de canciones que sabía que calentaba a su pareja y que también lo calentaban a él. Amaba esa música que le cegaba los sentidos sólo dejando la excitación entre ellos.

Yuri le tenía celos a la música, pero también gustaba de ocupar aquellos conjutos de sonidos a su favor para controlar las emociones de Otabek.