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Cerdo.

Era ese peluche ambos niños lo sabían.

Un peluche en forma de cerdo les había llamado la atención y tanto como Yuri, como Otabek lo deseaban. El cerdo descansaba tranquilamente en un estante de alguna Feria Artesanal. Y ambos niños llegaron hasta el puesto con intenciones de comprarse aquel objeto.

Pero claro, el otro se interponía en su meta y eso era algo imperdonable. El abuelo de Yuri llegó a su lado mientras la madre de Otabek se posicionaba junto a su hijo.

— Quiero eso —exigieron ambos niños de siete y diez años. Para luego mirarse de forma acusatoria.

— Deja que el niño lo compre, busca otro —dijieron ambos adultos dulcemente, pero eso sólo infló el ego de ambos infantes que comenzaron a hacer berrinche por el objeto.

Yuri tiraba de la ropa a su abuelo mientras lloriqueaba señalando al niño malo que quería quitarle su peluche, por otro lado Otabek le hacía caritas tiernas a su madre para que no dejara que el otro niño se lo llevase.

Luego de un rato ambos infantes, al ver que sus familiares no cedían comenzaron a acusarse uno al otro. Yuri y Otabek se juraron odio eterno en ese mismo instante y la única forma lógica que hayaron para decidir quién ganaba el premio era por medio el famoso juego del piedra papel o tijera.

Tres rondas.

Tres rondas que ganó Otabek el cual tomó el peluche victorioso y lo abrazó para luego ir a pagarlo con el dinero que su madre le entregó. Yuri hizo un puchero antes de ponerse a llorar por perder el peluche sintiendo su infantil ego quebrarse.

El niño de diez años lo miró sin dejar de abrazar el peluche para luego mirar al cerdo, fruncio el ceño y se acercó al menor.

— Toma —dijo extendiendo el peluche, Yuri dejó de llorar para mirarle impresionado—. En realidad ya no lo quiero, te lo regalo.

— Pero... Tu lo ganaste... —hipeo Yuri intentando negarse a tomarlo por mero orgullo.

— Sí... Pero me voy a sentir mejor si lo tienes tú...

Yuri lo miró de forma desconfiada y se apegó a su abuelo sin querer tomar el peluche aún.

— ¿Lo vas a tomar o no? —preguntó ya hastiado Otabek, provocando que Yuri le arrebatara el cerdo de los brazos y lo abrazara con fuerza.

— Gracias...

Se encogió de hombros y se fue con su madre cabizbajo por perder lo que había ganado, pero con el corazón pleno. Definitivamente ese niño se veía mucho más lindo sonriendo que llorando.

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