Han pasado más de dos meses desde la graduación.

La familia Jones-Miller nos fuimos de vacaciones a una casa preciosa a orillas del mar. Mi abuela también vino, fue fantástico tenerla cerca y poder pasar tanto tiempo con ella.

A Derek y a mí nos vino de maravilla pasar el verano juntos ya que al comienzo de las clases vamos a tener que separarnos.

Cuando fui a su casa y le vi sentado en las escaleras con esa expresión me temí lo peor. O no le habían aceptado, lo que sería malo ya que estaríamos a más de una hora de distancia, o le habían aceptado en una de las universidades lejanas a las que mandó la solicitud, cosa que sería aún peor.

Al final no va a ir a la misma universidad que yo, la Universidad de Seattle, pero sí va a la Universidad de Washington. Sólo nos separan diez minutos en coche pero después de todo lo que hablamos es un palo no poder estar juntos.

No estoy preocupada porque sé que vamos a hablar todos los días y a vernos siempre que podemos, pero le voy a echar mucho de menos, sobre todo porque las dos primeras semanas vamos a estar muy ocupados: entre la mudanza y el inicio de clase no tendremos tiempo para nada más.

A mis hermanos también voy a echarles mucho de menos, aunque sé que van a estar bien cuidados. He vuelto a ver a aquellas chicas de la inauguración, no me las han presentado como sus novias pero sé que algo hay, lo noto en sus miradas.

Ya veremos cómo va todo, espero que salga bien, merecen ser felices.

No tengo tiempo para pensar ahora mismo en nada más, mis hermanos han parado el coche y el cartel de Universidad de Seattle me saluda. Un escalofrío de emoción me recorre.

¡Bienvenida a la vida universitaria!