Los tres hermanos se habían quedado bebiendo a altas horas de la noche en aquella ocasión.

Los tres estaban tan ebrios que se estaban confesando sus más íntimos secretos, esos que ni estando sobrios dirían a la ligera.

El primero en comenzar fue Meliodas, al contar que había una chica que le interesaba. Inmediatamente sus hermanos se burlaron, pues jamás se imaginaron que alguien como él  estuviera enamorado.

Zeldris fue el segundo en tomar la palabra y también contó que había una chica que le gustaba mucho y que por eso había veces en que desaparecía para ir a verla. Sus hermanos mayores se rieron, no porque estuviera enamorado sino porque al momento de confesarlo estaba hecho un tomate.

El último en confesarse fue Estarossa, quien realmente no quería decir nada, pues a diferencia de ellos, él no tenía a nadie a quien amar. Se sentía patético y optó mejor por contar sobre sus encuentros sexuales con dos chicas que pertenecían a otros clanes.

—Una de ellas tiene unas bellas alas blancas y es albina como yo —les decía entusiasmado —Con ella ya lo he hecho muchas veces y me ha dicho que fui el primero en su vida —Meliodas bajó la mirada al escuchar aquello, pero Estarossa no le prestó atención y continuó —La segunda mujer es rubia y pertenece al clan de los vampiros, ella es muy osada. Incluso ha bebido de mi sangre cuando tenemos sexo, a ella le encanta chuparme la polla —la sonrisa de Zeldris desapareció de su rostro y el albino no pudo evitar reírse de ellos pensando que quizás sus expresiones se debían a la envidia, pues de los tres, sólo Estarossa había perdido su castidad.

—No me jodas —dijo Meliodas entre dientes mientras apretaba los puños.

—Eres de lo peor —murmuró Zeldris muy dolido y enfadado.

Estarossa no entendió porqué lo ofendían tan de repente. No sabía porqué era tan malo haberse acostado con ellas, ni siquiera se imaginaba que todo ese coraje era porque él se había estrenado a las mujeres que ellos querían...