El día en que Meliodas los traicionó, Zeldris y Estarossa juraron vengarse. En cuanto supieron sobre la relación de su hermano con aquella diosa, no dudaron ni un segundo en idear un plan para mancillarla.

Los dos hermanos se las arreglaron para capturar a Elizabeth sin que el rubio se percatara. La habían llevado a un lugar lejano donde seguramente Meliodas jamás iría.

Zeldris tenía en mente torturarla hasta que muriera, pero Estarossa quería más que eso. El albino se había enamorado de ella en última instancia y eso había sido un problema para el menor.

—Te dejaré hacerle lo que quieras si me dejas participar también —le dijo Zeldris al mayor.

Estarossa esbozó una sonrisa inquietante, pero aceptó.

—Tú encárgate de su boca mientras yo la hago mía —le sugirió.

El azabache asintió mientras Elizabeth miraba horrorizada lo que ambos iban a hacerle.

—Esto va a gustarte, seguramente te haremos olvidar a Meliodas muy pronto —rio el albino, comenzando a embestirla.

Los hermanos se tardaron más de lo debido con Elizabeth, quien estaba cubierta de sus fluidos por todos lados. La albina había dejado de llorar rogando por su vida y en lugar de eso ahora les gritaba exigiendo por más.

—Mierda, ella es insaciable —vociferó Zeldris algo agotado.

—Por mí no hay problema, no pienso parar hasta saber que la he preñado —dijo mientras seguía montándola duramente.

—Entonces seguramente planeas seguir unos meses aquí con ella —bromeo el menor, quien estaba recibiendo una chupada de la diosa.

—Entonces quedémonos aquí todo ese tiempo, no me importa si ella me deja seco... Yo sólo quiero que ella me dé un hijo...

—Vaya, nunca creí que quisieras ser padre —murmuró Zeldris sorprendido, pues su hermano ni siquiera tenía ni la más mínima idea de cómo cuidar de un bebé.

Los dos hermanos decidieron quedarse en ese lugar con ella, sin saber que Elizabeth ya estaba esperando un hijo de Meliodas...