🎷-I-🎷
1957
La luna reinaba la noche desde lo alto del cielo, iluminando los rincones más oscuros de una New Orleans agitada y ruidosa. El frío aire otoñal rozó la piel de Greta y Anna, haciéndolas estremecer. Desde la entrada del club se lograban escuchar las suaves y aparentemente lejanas melodías del swing.
─¿Estás preparada Greta? ─preguntó Anna mientras peinaba nerviosamente con sus manos enguantadas su cabello corto y negro.
─No lo sé, pero estoy emocionada ─contestó curveando sus finos y rosáceos labios en una sonrisa. Acto seguido, alisó la falda acampanada de su vestido azul celeste, el cual acompañaba con un sombrero del mismo color. La brisa acariciaba de forma gentil su cabello dorado y ondulado.
─Entonces, en marcha ─dijo Anna mirando a su amiga con sus grandes ojos llenos de emoción.
Ambas se aventuraron a ese mundo inexplorado de los clubes nocturnos, del jazz y, en general, de los adultos.
Bajaron la escalera de la entrada para encontrarse con el primer obstáculo que debían superar: un señor de bigote encaracolado, nariz aguileña y anteojos gruesos parado frente a una especie de taquilla.
─Buenas noches, señoritas ─saludó con una voz nasal tan graciosa que Greta tuvo que ahogar una ruidosa carcajada.
El hombre, que rondaba los cincuenta años, observó a la chica con una mirada casi despectiva a través de sus anteojos.
─¿Está bien, señorita? ─preguntó de forma seria.
─Sí, me encuentro bien, gracias ─contestó avergonzada y con sus mejillas ligeramente tintadas de rojo.
Anna abrió su monedero y sacó dos billetes.
─Bienvenidas. Disfruten su velada.
Finalmente atravesaron las puertas y se encontraron en un ambiente totalmente diferente. El interior estaba iluminado por una hermosa, pero polvorienta y vieja araña que colgaba en el centro del lugar y otras luces dispuestas en las paredes. Adornos antiguos y desgastados en rojo y dorado decoraban la estancia. Sus oídos se inundaban de las melodías del piano, la profundidad del contrabajo y el brillo del saxofón, formando esa música que tanto caracterizaba a su ciudad: el jazz. Greta prestó atención a los instrumentos por un segundo. "El piano está ligeramente desafinado", pensó.
Tomaron asiento en una mesa cercana al pequeño escenario. Observaron a las personas que les rodeaban: hombres con trajes medio desteñidos y raídos, fumando tabacos; y sus mujeres, con vestidos baratos repletos innecesariamente de lentejuelas.
─¿Estará bien que estemos aquí? ─susurró Greta a su compañera─. Me siento un poco pequeña justo ahora.
─Solo disfruta la envolvente noche que tienes por delante ─dijo Anna enredando uno de los rizos rubios de su compañera en su dedo índice mientras sonreía.
Ambas pidieron un brandy y solo se dejaron llevar por la música y la noche.
─No puedo creer que nuestros padres nos hayan permitido venir aquí ─dijo Anna riendo mientras sostenía su tercer vaso de brandy. La sobriedad comenzaba a escaparse de su cuerpo─. Tuve que convencer a mi mamá diciéndole que quizás encontraría un hombre rico con el que casarme. Enseguida accedió.
─Y luego tu mamá le dijo a la mía y la idea de encontrar un pretendiente rico la atrapó ─se quejó Greta dando un sorbo de su segundo vaso de brandy.
Un saxofonista comenzó a interpretar una suave y sensual pieza musical, mientras un hombre de saco y sombrero marrón claro subía al pequeño escenario para ocupar el espacio frente al micrófono. El piano y la batería entraron en escena para acompañar la canción. Greta escuchaba atentamente los sonidos instrumentales, intentando descifrar qué pieza de jazz era esa, pues no recordaba haberla escuchado en la radio. Miró hacia su vaso medio vacío, y hasta sus oídos llegó la grave y varonil voz del intérprete. A pesar de ser una voz pesada y con cuerpo, era comparable con un gentil susurro, con una suave y delicada seda. Alzó la vista hacia el cantante, y abrió los ojos con sorpresa al ver que el intérprete era un joven asiático o descendiente.
Ese joven, quizás de unos 20 años, miraba a la audiencia a través de sus ojos rasgados y afilados, que parecían contener sensualidad y peligro a partes iguales; mientras que su cuerpo delgado se balanceaba al compás de la música y sus manos parecían acariciar el micrófono tan seductoramente como su voz acariciaba el sentido musical de los oyentes.
Greta se sintió maravillada con la voz del hombre. Sus ojos se cerraron instintivamente, con el objetivo de escuchar y disfrutar mejor cada una de las notas que formaban la melodía. "Un gran instrumento sin duda alguna", pensó.
─Como si no tuviéramos suficiente con los negros jazzistas, ahora también hay un chino ─dijo de forma despectiva un hombre que ocupaba la mesa de atrás de las chicas.
La chica de los cabellos dorados giró su cabeza con disimulo, y se dio cuenta de que aquel hombre no era el único molesto por la presencia del cantante.
─No sé qué clase de derecho creen que poseen para hablar así de una persona ─espetó Anna en un susurro, fastidiada por los comentarios.
─El racismo es un mal arraigado de nuestra nación ─afirmó Greta, viendo la presentación del joven asiático.
La canción terminó y el chico hizo una reverencia de agradecimiento. Muchas personas del público no aplaudieron, a pesar de que la canción interpretada por el joven había sido, por mucho, la mejor de la noche.
•
•
•
─Se nos fue un poco el tiempo ─dijo Anna agarrándose de su amiga mientras subían las escaleras de la entrada, pues aunque no estaba borracha el brandy le había dejado un ligero mareo.
─Sí. Ya pasan de las diez ─contestó Greta.
─Apresurémonos y tomemos un taxi ─concluyó Anna cuando ya se encontraban en la acera.
Mientras esperaban por el taxi que las llevaría a casa, de un callejón cercano salieron sonidos difusos y voces.
─Greta, vamos a alejarnos ─murmuró Anna jalando la manga del vestido de su amiga.
Greta dirigió su vista hacia el callejón con el ceño fruncido, y lentamente comenzó a caminar hacia el lugar de donde provenían los sonidos.
─¡No! ¡Greta! ¡Nos vamos a meter en problemas! ¡Somos dos señoritas indefensas en la calle a las diez de la noche! ─exclamó en un susurro la pelinegra mientras continuaba agarrando su manga.
─Solo será un segundo. Nada más me voy a asomar a ver qué ocurre ─contestó Greta igualmente entre susurros.
La joven se acercó ignorando los reproches silenciosos de su amiga. Los sonidos comenzaron a tomar sentido en su mente. Por los timbres de las voces debían haber alrededor de dos hombres, y un tercero, la víctima, que en lugar de hablar gruñía del dolor.
─Vuelve a tu continente, fenómeno ─exclamó una de las voces.
Con cuidado, asomó su cabeza por el callejón y ahogó con su mano una exclamación. El joven cantante de ojos rasgados se encontraba en el suelo, y otros dos hombres pateaban su abdomen mientras le insultaban.
─Ustedes son una plaga que han invadido nuestro país ─gritó uno de los agresores limpiándose el sudor.
─Seguro que a tu papá le dará gusto verte así ─dijo el otro con sorna y carcajeó ruidosamente.
Ambos hombres se marcharon del lugar, no sin antes escupir en el suelo cerca de donde se encontraba el joven retorciéndose del dolor.
─Oh, Dios mío ─exclamó Greta cuando pudo recuperarse del shock y de inmediato corrió junto al hombre que yacía en el suelo.
El cantante estaba en un estado deplorable. Sus ropas estaban sucias y su sombrero pisoteado. Los moretones se hacían presente en su rostro, y de su nariz y boca fluía sangre.
─Greta, ¿qué ocurre? ─dijo Anna quien se acercó al ver que su amiga corría hacia el interior del callejón─. Por Dios, ¿qué le ha pasado?
─Al parecer lo atacaron ─contestó la rubia para luego dirigirse al joven─. ¿Puede levantarse? Vamos a llevarlo al hospital. Anna, ayúdame a sostenerlo.
Sin oponer resistencia y apenas consciente, el cantante se apoyó en las dos muchachas para levantarse.
Lentamente y con esfuerzo avanzaron hacia la acera. Caminar con un hombre herido y una joven mareada no era tarea sencilla. Unos diez minutos después se encontraban en un taxi rumbo al hospital más cercano.
─Greta, busca ayuda, yo lo sostengo ─dijo Anna cuando ya estaban en la recepción del hospital.
Pocos minutos después, la joven volvió con una enfermera.
─Mire, lo golpearon de forma salvaje ─dijo Greta cuando llegaron junto al herido.
La enfermera alzó el rostro del hombre para examinar las lesiones. Sus ojos se abrieron al ver la cara del joven.
─Lo siento, el hospital está lleno ─dijo la mujer y viró su espalda para marcharse.
─No. ¡No! Hace un momento no me dijo eso ─protestó Greta.
─Fue una pelea común, todos ellos solo han venido a causar problemas. Con algo de descanso se recuperará ─contestó la mujer con un tono despectivo.
─Mi madre es enfermera aquí. Hoy no está trabajando, pero...
─Por favor. Solo... váyanse ─dijo la enfermera antes de irse.
Las dos jóvenes se miraron con la boca ligeramente abierta.
─¿Pero qué le pasa a la gente ? ─exclamó Anna indignada.
─Tiene que haber alguna manera de que lo atiendan ─agregó Greta.
─Es inútil... No me... Déjenme... ─susurró el joven con esfuerzo.
─No hable, por favor, está muy malherido ─dijo Greta preocupada─. Tengo una idea. Lo llevaremos a mi casa. Mi madre lo atenderá.
Anna asintió y salieron del lugar.
Unos quince minutos bastaron para que el trío llegara a casa de la rubia.
─¡Mamá! ¡Ya llegué! ─gritó Greta apenas hubieron atravesado la puerta.
─Dios santo, criatura, llegas tarde a casa y para colmo, pegando gritos como animal ─una voz femenina grave proveniente de una de las habitaciones se escuchó. Luego apareció una mujer de unos 50 años, de cabellera rubia y estatura baja─. Tu padre está durmiendo y... ¿Qué ha pasado? ¿Quién es este señor?
─Lo atacaron cuando nosotras salíamos. Es uno de los cantantes del club. Por favor, mamá, atiende sus heridas. No quisieron admitirlo en el hospital donde trabajas ─explicó la chica.
─Recuéstenlo aquí en el sofá ─contestó la mujer.
Entre las tres féminas lograron acostar al joven en el mueble.
─Ya entiendo por qué no lo recibieron. Es un chino. En donde yo trabajo no aceptan a su gente ─dijo la mayor.
─¡Mamá! Por favor no uses tales palabras ─llamó la atención Greta.
Anna zarandeó con delicadeza al hombre, quien yacía en el sofá inmóvil y con los ojos cerrados.
─Está inconsciente ─habló Anna.
─De acuerdo. Greta, trae el botiquín ─ordenó la madre.
•
•
•
─Hice lo que pude con lo que tenemos aquí en casa ─dijo la madre de Greta al terminar─. Déjenlo descansar.
─Gracias, mamá.
─Pero mañana en la mañana tiene que irse ─señaló con severidad─. Anna, quédate a dormir en la habitación de Greta. Es muy tarde para que una dama camine sola por la calle.
─Muchas gracias, señora ─dijo Anna con un movimiento de cabeza a modo de agradecimiento.
Las luces de la casa fueron apagadas y cada una se dirigió a su habitación correspondiente.
•
•
•
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro