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XXIII: Quiero contarte una historia

Eife

—No creo que tarde mucho Lis. Vendré hoy mismo. —dijo la joven colgándose del cuello del chico. Lissan asintió, tomándola de la cintura para abrazarle.

—Te esperaré aquí. —sonrió suavemente y dejó un corto beso en sus labios. Un carraspeo les sacó de su mundo, haciéndoles mirar hacia la puerta de la habitación.

—Me haréis vomitar.... Y volveremos por la noche, dejad de ser tan molestos. —dijo Joliven con una mueca de asco y fingiendo un escalofrío. Estaba apoyado en el marco de la habitación viendo a los dos tortolitos. Lissan le fulminó con la mirada mientras la joven se reía. 

—Ya voy, Jo. —dijo dejando un último beso en los labios del de cabello plateado, acariciando su cara. 

Un día después de aquella conversación, Eife y Joliven irían a ver a Merilas al fin. La chica esperaba no haberlo fastidiado todo y que la historia entre los dos chicos se arreglara de una vez por todas, que su destino no fuera el separarse, como había dicho Joliven, ella estaba segura que acabarían bien y podrían tener ese final feliz.

Lissan

¿Estaba nervioso? Mucho.

Ni él creía que fuera a hacer eso, pero sentía que debía hacerlo. Así que ahí estaba de pie, tratando de tomar valor.

Llamó a la puerta de la habitación de la reina Firai con manos sudorosas. Unos pasos se escucharon al otro lado y la puerta se abrió. La mujer le miró algo extrañada pero le cedió la entrada, sentándose ambos en unos sillones que la señora tenía en su cuarto.

—¿A qué se debe tu visita, Lissan? —preguntó Firai con normalidad. Incluso ella había notado al chico aún más pálido de lo usual, como si eso fuera posible. Lissan intentaba aparentar tranquilidad, aunque estaba fallando de forma notoria.

—Yo... Quería hacerle una pregunta, bueno, una propuesta... No, tampoco... Una petición, sí, eso. —sentía que el corazón se le iba a salir por la boca. ¿Realmente era necesario estar tan nervioso? No, no lo era. Pero Lissan siempre había sido tímido y se ponía nervioso en estas situaciones.

—Adelante. —dijo la mujer impasible haciendo un gesto con la mano.

—Me gustaría pedir la mano de su hija. —dijo rápidamente sin que se le entienda bien, luego no se atrevió a mirar a la mujer de vuelta, mirando solo sus manos juntas sobre su regazo. Firai pareció algo sorprendida ante aquella información.

—¿Quieres casarte con Eife? —preguntó para asegurarse de lo que había escuchado. Lissan asintió con algo de miedo.

—Me gustaría... En un futuro, si me da su consentimiento claro. —respondió intentando mostrar seguridad en sus palabras, volviendo a levantar su mirada a ella. El rostro de Firai que estaba serio, se transformó en una pequeña sonrisa y su expresión se calmó, le miraba casi con ternura. 

—Te doy el consentimiento, Lissan. —asintió. El chico sintió que iba a desmayarse ahí mismo, había sido más fácil de lo que pensó. —No pongas esa cara, te conozco desde que eras pequeño y ya sabía de los sentimientos que tenéis el uno por el otro, no sois nada disimulados... —soltó una corta risa haciendo sonrojar al chico. —Así que me alegra que seas tu quien quiera casarse con mi hija, de verdad. Sé que la cuidarás bien, siempre lo has hecho.

—Muchas gracias... —dijo haciendo una corta pero gran reverencia. —Haré todo lo que esté en mi mano para hacerla feliz.

—Estoy segura de ello... En realidad temo más por ti, tendrás que aguantar a Eife para siempre. —bromeó. 

El chico salió de allí y pudo respirar tranquilo y feliz, apoyado en la primera pared que vio, procesando lo ocurrido. Había salido todo mejor de lo esperado. Ahora solo debía contárselo a Eife cuando volviera. No podía esperar por ello.

Joliven

Durante el camino hasta el castillo, el mayor estaba nervioso. Según él lo tenía superado, pero se estaba dando cuenta de que una vez más, solo se engañaba a sí mismo. Era un estúpido. Al menos había aceptado que sí se había acabado enamorando del pequeño pecoso, y también estaba decidido a intentar que le de otra oportunidad, al fin y al cabo no había hecho nada y todo había sido un malentendido, aunque lo más probable es que solo le rechazara de nuevo. Pero tenía que intentarlo una última vez, con todas las cartas sobre la mesa.

Eife no se calló en todo el camino, manteniendo algo distraído a Joliven, aunque a decir verdad el chico no la escuchaba en su mayor parte, ni sabía de qué podía estar hablando para hablar tanto rato seguido. Estaba demasiado ocupado pensando en qué decir, nunca fue bueno con las palabras, temía joderlo todo por ello.

Al llegar a las puertas del castillo, unos guardias les dirigieron hasta donde se encontraba el menor en esos momentos: en la sala del trono. Uno de los guardias llamó a la puerta y se asomó, avisando de que había visita. El laúd estaba sonando con una melodía algo triste, pero dejó de sonar en cuando el guardia abrió más la puerta y dejó pasar a los invitados. 

Como si fuera en cámara lenta, Joliven sintió como los ojos de Merilas se encontraban con los suyos inmediatamente. La tensión que sintió Eife era notoria, parecía que invadió toda la sala y cayó sobre ellos como un balde de agua fría, por suerte, el pelirrojo decidió romper el contacto visual y dirigirse hasta la chica con una sonrisa, le alegraba ver que ya estaba bien, que no estaba inconsciente como la última vez que la vió. Joliven esperó unos pasos más atrás para dar privacidad a los dos ex prometidos, pero no quitaba los ojos de Merilas, no podía ahora que estaba en frente. Le había echado de menos, sí. Incluso parecía más guapo, ¿era eso posible? Lo que sí notó era que su cabello estaba un poco más largo. 

—Me alegra que estés bien. —exclamó Merilas dándole un abrazo, su mirada chocando con la de Joliven una vez más sin poder evitarlo. Sus ojos buscándose instintivamente.

—Quería agradecerte por lo de la boda, y darte el pésame... —dijo una vez se hubieron separado. Intercambiaron algunas palabras más hasta que Merilas volvió a hablar sobre algo que no le dejaba respirar tranquilo, sobre alguien en específico.

—¿Qué hace él aquí? —le preguntó a Eife señalando al mayor con un movimiento de cabeza. Ella carraspeó un poco, en realidad esperaba que Merilas fuera más cordial y no tan brusco con su vasallo. 

—Joliven también quería verte. —respondió con una sonrisa inocente. 

—Me da igual. Yo no quiero verle. —dijo firme y con molestia que no se esforzó por disimular. Joliven no decía nada, solo se mantenía al margen sin mirar al pecoso.

—Necesito que le escuches, yo lo he hecho y me ha explicado lo sucedido. Si de verdad no mereciera estar aquí o hablarte, no lo habría traído, ¿vale? Hazlo por mi, por favor. —dijo Eife con un puchero tratando de convencerle. Merilas se quejó pero acabó cediendo. 

La chica fue hasta la cocina del castillo después de pedirle indicaciones al nuevo rey, y dijo que les esperaría comiendo, que no tengan prisa de solucionar aquello y se tomen su tiempo, que estaría bien siempre y cuando hubiera comida. 

Una vez solos, hubo un silencio largo. A veces el silencio puede ser más ruidoso que cualquier otro sonido, y pesar, y en este caso pesaba mucho, envolviendo como una cuerda alrededor de ellos y sintiéndose asfixiados.

—¿Vas a hablar o te vas a quedar ahí mirándome? —preguntó Merilas de brazos cruzados, su tono de voz era duro. Joliven se relamió los labios, pensando en como empezar. 

—¿Podríamos ir a un lugar más privado? —preguntó el mayor con algo de timidez, no gustándole hablar ahí plantados en medio de la sala. Merilas soltó un quejido y asintió. 

—Sígueme.

Ambos fueron hasta la habitación del menor en silencio. Decidiendo sentarse en el suelo, uno frente al otro, uno apoyado en la cama y el otro en el armario de al lado. Merilas esperó a que Joliven empiece a explicar lo que fuera que tuviera que explicar.

—Antes de nada, te pido que intentes confiar en mi una vez más. —pidió Joliven mirándole a los ojos. La sinceridad en su mirada hizo que Merilas asintiera de forma automática. —Lo que viste aquel día fue un malentendido. 

—Tenía la blusa desabrochada y estabas sobre ella. —comentó el menor aún dolido por la imagen. La tenía grabada en su mente.

—Lo sé, y sé lo que parece, solo deja que te lo explique. —dijo respirando hondo antes de empezar. El menor no dijo nada y calló. Entonces Joliven relató los acontecimientos intentando no dejarse ningún detalle, necesitaba que Merilas confiase en él y contra más detalles sería mejor, tenía que quedarse tranquilo, que supiera toda la verdad antes de, si lo deseaba, rechazarle de nuevo. A medida que Joliven hablaba, Merilas se sentía más estúpido por cada palabra que salía de su boca. Estaba claro que podría no creerle y pensar que solo eran excusas, pero a decir verdad, en el fondo, debía creerle. No solo por su tono sincero o su mirada, sinó porque no había dejado de quererle en todo este tiempo. Joliven había calado hondo en él.

—Yo... —dijo cuando Joliven terminó, escondiendo su rostro entre sus manos sin saber qué decir. —Me siento un completo idiota... —el mayor sonrió complacido al escuchar eso.

—Lo eres. —afirmó intentando relajar un poco el ambiente. Merilas tenía sus ojos brillantes por culpa de las lágrimas que estaban a punto de salir.

—Siento todo lo que te dije, no iba en serio. Siento no haberte dejado hablar. De verdad lo siento. —dijo frotando sus ojos para que no cayeran lágrimas. A Joliven le dolió verle así de nuevo. Se aproximó un poco a él, dejando algo de distancia prudente entre ambos.

—Ya está... Ya pasó. —susurró. —¿Puedo...? —preguntó extendiendo sus brazos. Realmente necesitaba abrazar a su pequeño pelirrojo, reconfortarle, pero no sabía si iba a dejarse. Merilas asintió con rapidez y se dejó abrazar. Una paz que no recordaba invadió su pecho, el de ambos. ¿Cómo se podía sentir tan bien y tan correcto abrazar a alguien? 

—De verdad me arrepiento de todo... No quise hacerte sentir mal. Solo estaba muy dolido y mi inseguridad jugó en contra. —seguía murmurando contra el cuerpo del pelinegro, en realidad era él quien no se merecía al vasallo. Joliven le acariciaba tratando de calmarle. 

—Ya está, ¿si? —dijo alejando al menor y secando algunas lágrimas con sus dedos. Merilas asintió lentamente aún con ojos brillantes. —Acepto tus disculpas y todo eso. No llores más por favor.

—Gracias. —dijo en un hilo de voz, sorbiendo la nariz. —¿Estamos bien?

—Estamos bien. —dijo con seguridad, sonriendo. Vaciló un poco antes de continuar hablando. —Yo... Quiero contarte una historia. Así que ponte cómodo porque igual se hace larga. —dijo Joliven, después de pensarlo mucho, dispuesto a relatar su pasado, a responder por todas las veces que Merilas había intentado que le cuente, dejando al menor adentrarse en su corazón más de lo que ya estaba, porque contarle eso era como confesar su amor. Porque si alguien debía destrozar su corazón o reparar lo quebrado que ya estaba, ese debía ser él.

<<Un pequeño Joliven de seis años caminaba sonriente por el bosque junto a sus padres. Todo parecía ir bien, tan solo una excursión más.

Sí, pese a que sus padres no le habían tratado bien desde su nacimiento, porque había sido un error que ahora tenían que pagar, el pequeño Joliven siempre sonreía. Aunque aguantara los maltratos y abusos producidos por el odio que ambos tenían hacia su hijo, él sonreía. Aunque nunca hubiera sentido una pizca de amor o cariño hacia él, seguía sonriendo. Aunque esa excursión tuviera un final muy diferente al que le habían contado, no dejó de sonreír en todo el camino, tampoco cuando al llegar a la ciudad de al lado, se distrajo persiguiendo unas mariposas y al darse la vuelta no encontró a sus padres. 

Dió vueltas y vueltas por el lugar aún sonriente, seguro sus padres le estaban buscando también, tenían que hacerlo. Pero al caer la noche, su sonrisa se esfumó, y esta no volvería en mucho tiempo, al igual que sus padres, a los cuales jamás volvió a ver. 

Unos hombres le encontraron días después, Joliven hecho un ovillo en un callejón y con mucha hambre, débil. Le dieron cobijo y comida a cambio de otras cosas... Cosas que en ningún momento el pequeño pensó o permitió, no entendía nada. Porqué esos hombres le tocaban de ese modo, porqué le hacían daño cuando le decían que se iba a sentir bien, y no era el mismo tipo de dolor que sus padres le causaban, era algo diferente... Dejó de llorar cuando entendió que con eso no solucionaría nada, dejó de quejarse y simplemente dejó de luchar o forcejear ya que eso parecía divertir más a aquellos monstruos. Tiempo después a sus casi siete años, un día cualquiera, cuando apenas despertó de haber estado inconsciente por culpa de sus abusos, Joliven estaba decidido a intentar acabar con todo. Había visto lo que aquellos hombres hacían y aprendido a como acabar con la vida de animales, lo pondría en práctica con aquellos monstruos mientras dormían y así poder huir. Ese día volvió a sonreír al saber que era libre, mientras la sangre de uno de ellos resbalaba por sus manitas y escurría hasta el suelo, mientras lloraba y pedía clemencia, como él había hecho con ellos en el pasado. Con aquellos hombres, Joliven perdió todo tipo de inocencia y entendió como funcionaba el mundo.

A los siete una señora mayor le cuidó. No le pidió nada a cambio, tan solo estaba feliz de pasar sus últimos momentos junto a un chiquillo, aunque estuviera faltoso de vida o alegría. Joliven se dejó alimentar y cuidar, hasta que aquella anciana murió un año después. Si bien en ese corto periodo de tiempo le había dado más amor que sus propios padres, no lloró ni sintió pena cuando falleció, lo único que pensaba era que ahora tendría que buscar otro modo de seguir viviendo.

Sobre los nueve, se cruzó con unos hombres que también quisieron aprovecharse de él, por suerte Joliven ya sabía como lidiar con ellos... No duraron mucho vivos. Gracias a ellos consiguió su primer arco, lo robó a uno de los hombres porque le gustó, era bonito. Estuvo solo hasta los doce, consiguiendo sobrevivir cazando y robando. 

A los doce encontró a sus dos compañeros que le acompañarían durante más tiempo, hasta los veinte años. De vez en cuando se veía obligado a utilizar su cuerpo o encantos para obtener ciertas cosas y así ayudar a los dos chicos y a él mismo, no le importaba mucho que fuera usado de nuevo. De alguna manera se había acostumbrado a que nadie le acariciara con amor, solo ganas de desquitarse, pero a cambio obtenía subsidios para sobrevivir.

Cometió el fallo de confiar de más en ellos, porque después de todos los años trabajando juntos, fueron los que le traicionaron aquella vez en el castillo de Eife. Lo tuvo que ver venir cuando solían utilizarlo como cebo, eran un par de años mayores que él pero al no querer hacerle nada malo como los anteriores, decidió confiar.

Cuando fue investigado y Firai descubrió todo lo que había hecho, iba a asesinarlo, pues era el destino de la gente como él, sin embargo no contaba con que una curiosa niña de doce años había bajado a los calabozos casi cada día y había entablado conversación con aquel bastardo que era ''sumamente peligroso''. A Eife le sorprendieron sus respuestas y su carisma. También que el chico no suplicara por no ser asesinado, sin embargo lo único que decía era que no podía esperar por estar muerto.

Eife le salvó aquella vez, convirtiéndose así en su vasallo, y haciendo un pacto consigo mismo, defendería a Eife aunque le cueste la vida, pues era suya al fin y al cabo, ella le había dado un motivo para vivir: protegerla. Eso sí, Firai obviamente no se fiaba de aquel descarado vasallo al principio, pero terminó por confiar en él.>>

Cuando acabó el relato, tenía la mirada algo perdida al recordar todo lo que alguna vez dejó en un rincón de su mente, sin embargo, Merilas le miraba con los ojos húmedos. Escuchar como a alguien a quien quería le habían hecho y había pasado por todo aquello... Era cuanto menos doloroso. 

—Si me sigues mirando así, me iré. —avisó Joliven volviendo a su típica expresión de despreocupación, pero sus ojos eran algo brillosos también. Volvió a secar las lágrimas del pecoso y dejó un beso sobre su frente. 

—Lo siento, yo... ¿Por qué me lo cuentas ahora? —preguntó reponiéndose, quería dejar de llorar. Joliven rodó los ojos pero se rió. 

—¿Por qué? —preguntó con esa sonrisita tan suya. —¿No lo entiendes aún?

—¿Entender qué? —no hacía falta que hablara porque la expresión de su rostro dejaba claro que el menor no tenía ni idea de lo que le hablaba.

—Acabo de relatarte a modo de historia uno de los recuerdos más tristes y dolorosos que tengo, eres la única persona que sabe mi historia, y sigues sin entenderlo. —decía aquello con diversión. Merilas sonrió un poco por la exclusividad que Joliven le había brindado, pero seguía confuso. El mayor suspiró rendido. —Estoy enamorado de ti, Merilas. —decidió ser directo. Los ojos de Merilas se abrieron con sorpresa por la repentina confesión.

—¿Lo estás? —a pesar de estar sorprendido, no podía esconder la pequeña sonrisa que se le escapaba. 

—No me hagas repetirlo, bonito. —le despeinó el cabello juguetón. Merilas se lanzó a sus brazos, no queriendo separarse de él nunca. 

—Nunca pensé que echaría de menos que me digas ''bonito''. —rió contra su cuello. Se separó para verle directo a los ojos, esos ojos negros que tanto amaba y le miraban con el mismo amor de siempre. —Vale, debo admitirlo, yo también estoy enamorado de ti, estúpido bastardo. —el mayor no podía sonreír más, y sin hacerse esperar, juntó sus labios en un beso necesitado, lleno de aquellos sentimientos que tenían ocultos pero al fin habían salido a la luz. Sellando el amor que sentían el uno por el otro.

Estuvieron unos minutos besándose, casi como una forma de recuperar el tiempo perdido. Se habían necesitado más de lo que alguno hubiera pensado.

—Deberíamos volver con Eife, la hemos abandonado hace ya un rato. —dijo Merilas, arreglando un poco su ropa pues quizás las manos de Joliven habían sido algo traviesas. 

—Está bien principito... —se paró en seco a pensar para luego poner cara de horror. —Oh no, ya no te puedo llamar así. —el pelirrojo se rió por la expresión dramática de Joliven. —No quedan bien diminutivos con la palabra ''rey''. 

—Puedo seguir siendo un principito para ti. —le dijo con una sonrisa divertida y tierna, encogiéndose de hombros. 

—Gracias, casi me da una crisis de apodos por no saber como llamarte. —respondió riendo. Antes de salir, el pecoso paró para mirarle.

—¿Qué somos? —preguntó después de pensar unos segundos en su relación. Joliven estiró sus labios formando una sonrisa.

—¿Qué quieres que seamos? —preguntó de vuelta. Merilas suspiró.

—No podemos estar juntos en público... —dijo entristecido. Era cierto, era una aberración para la sociedad, sin hablar de la diferencia de clases sociales. —Pero aún así, quiero estar contigo. 

—Un romance oculto y prohibido... Me gusta. —dijo Joliven sonriendo y levantando una ceja. Merilas se rió y asintió complacido. 

—¿T-te puedo llamar novio? —preguntó sonrojado mientras salían de su habitación para buscar a Eife.

—Solo si me llamas sexy también, ''novio sexy''. —respondió sonriendo con satisfacción. Merilas frunció el ceño.

—Te llamaré Joliven entonces. —sentenció cruzando sus brazos. Joliven solo se rió.

—¿Ya te he dicho que estás aún más sexy con el pelo así? —preguntó acariciándolo. Merilas se sonrojó y negó.

—Siempre quise tenerlo más largo, pero mi padre no me dejaba. —se encogió de hombros. 

—Eso es casi como un pecado. —dijo Joliven con la boca abierta, haciendo reír al chico. 

Eife tenía chocolate en la mejilla cuando llegaron a la cocina. La chica les miró con una sonrisa al verlos juntos y sonrientes, al parecer todo había salido bien. Aplaudió e hizo un pequeño baile de celebración caminando hasta ellos, que le miraban negando pero sin poder no sonreír pues ahora mismo estaban muy felices por haber arreglado todo.

Acabaron decidiendo que Merilas volviera al castillo de Eife, porque ahí estaba muy solo y si iba con ellos, podría estar con Joliven más tiempo ya que se habían echado de menos. Así que dejaron al mejor de los caballeros al mando hasta que estuviera de vuelta.


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