XX: No cierres los ojos
Joliven
Se sentía ridículo por estar triste porque Merilas no le hablaba, pero es que tan siquiera le miraba. En cuanto coincidían en alguna habitación por casualidad, el menor le miraba con pena, enfado, decepción o asco, iba alternando, y simplemente se iba de allí con cualquier excusa. Parecía que eran extraños de nuevo. Querían que su ''relación'' fuese secreta, pero Merilas lo hacía demasiado obvio todo, era como si estar en la misma habitación que el pelinegro le asfixiara lentamente hasta morir, y por eso salía rápidamente, llamando la atención de los presentes, pero nadie hacía ningún comentario pues el ambiente ya estaba lo suficiente tenso como para meter el dedo en la llaga.
Sí que había intentado hablarle por los pasillos, claro que intentaba arreglarlo, pero él simplemente le ignoraba y se iba. Había pensado en irrumpir en su habitación sin más para que no tenga escapatoria, pero tampoco quería obligarle a que le escuche. Si tan poco confiaba en él y en su palabra, allá él, porque Joliven ya se estaba cansando de intentarlo, total, lo que fuera que habían empezado tampoco iba a acabar llegando a nada, estaba mal por donde se viera.
Quizás si le odiaba sería más fácil para Merilas el olvidarse de Joliven y vivir su vida como si nunca se hubieran conocido. Quizás eso era lo mejor. Aunque Joliven esperaba al menos algún día poder explicarle al joven príncipe lo que realmente pasó, no quería cargar con algo más que no le pertenecía sobre su espalda. Luego el príncipe ya podría vivir su vida y olvidarse de él si quería, pero necesitaba hacerle saber que le quería.
Eife
La chica obviamente había notado aquel cambio de actitudes, también el hecho de que ahora Joliven estaba casi todo el rato practicando su perfecto tiro o en su habitación a solas. Y Merilas estaba más con ella, o también en su habitación, con su laúd. Realmente todos lo habían notado, era casi imposible no haberlo hecho.
—Cuéntame qué ha ocurrido, te ves mal. —dijo ella mirando hacia el pelirrojo con un puchero. Últimamente estaban más rato juntos pero el chico no contaba prácticamente nada sobre lo que le pasaba, estaba más bien callado.
—Bueno... Es algo largo. —avisó con una mueca. Eife se encogió de hombros con una sonrisa e hizo un gesto para indicarle que hable. Con un largo suspiro, Merilas relató lo que había sucedido entre él y Joliven, excluyendo algunos detalles, porque realmente sí necesitaba desahogarse y esa era la oportunidad perfecta. Explicó que se veían a escondidas y que se besaban, que tenían una especie de relación sin ser realmente una relación, hasta que ocurrió aquello. —... Y fue cuando decidí no volver a hablarle ni escucharle. No quiero saber nada de él. —la rubia meditó todo lo escuchado. Estaba sorprendida, no iba a mentir, pero no le molestaba en absoluto, ella también había estado haciendo cosas que no debería con su mayordomo al fin y al cabo.
—Conozco a Joliven... Y sí, es pícaro, es coqueto, le gusta gustar, y su historial no es muy bueno en realidad; pero jamás haría algo así. Él no es así, ¿sabes? —intentó excusar a su amigo con toda su confianza puesta en él. Ella sabía que Joliven no le rompería el corazón a nadie, él mismo se lo negó aquella vez que Eife se lo propuso. Además, había notado lo cercanos que eran, y Joliven para nada era de fingir que alguien le agradaba.
—Pero la escena estaba muy clara... No hacía falta que me explique nada. No quería escuchar sus estúpidas excusas. —se quejó tragando el nudo en su garganta, no quería seguir llorando por aquel bastardo.
—Sigo pensando que deberías darle la oportunidad de que te explique, estoy segura de que es solo un malentendido.
Realmente Eife esperaba que se arreglaran, hacían una buena pareja si lo pensabas, aunque las personas pensaran lo contrario por tratarse de dos chicos, a la princesa eso no le importaba, nunca nadie le dijo que eso estaba mal, lo escuchó cuando fue más mayor y quedó sorprendida al notar que la mayoría de la gente era así. Además que ambos se veían felices cuando estaban juntos, casi como si brillaran gracias al otro.
Ella también tuvo una pelea con Lissan, pero parecía que esos dos eran más tercos y orgullosos, la pelea que ella tuvo no duró mucho por suerte.
Merilas
Estaba en su cuarto, mirando por la ventana con su mejor amigo, su fiel laúd... Ese que no le traicionaba.
Toda su paz fue interrumpida al escuchar aquel fuerte ruido odioso. Solo lo escuchó una vez pero ya lo odiaba, sabía lo que significaba. Lo más rápido que pudo se puso la armadura que estaba colgada en su cuarto, solo por si acaso, y salió de allí equipado con todo lo necesario. Fue más rápido que la otra vez.
Había algún ataque, lo que no sabía era dónde, aunque realmente no sabía nada. Cruzó miradas con Joliven, que pasaba por ahí con su arco colgado a la espalda. El mayor se le quedó mirando, parecía que iba a decir algo, pero al parecer se arrepintió y pasó de largo, siguiendo su camino. Merilas sacudió la cabeza sacando al chico de su mente y fue donde los demás para informarse de lo que estaba ocurriendo.
Se congeló al escuchar dónde había sido el ataque esta vez: en su castillo. ¿Qué se suponía que eso significaba? ¿Habrían asesinado a alguien ya? ¿Querían derrocar a su padre? Pronto se pusieron en marcha para no perder más tiempo.
—Hey. —la voz de Eife llegó a sus oídos junto a un pequeño apretón en el hombro. —Todo va a estar bien, ¿si? Acabaremos con ellos. —le dio una cálida sonrisa que le calmó un poco. Esperaba que así fuera y lo que había estado entrenando con Joliven en sus tiempos libre funcionara...
Llegaron allí lo más rápido que pudieron, viendo como muchos caballeros luchaban entre ellos y viendo también que ya había cuerpos en el suelo sin vida. Merilas sintió un escalofrío recorrerle la espina dorsal, nunca se acostumbraría a ver gente morir, menos a matarles él mismo, pero ahí estaba, dispuesto a ello con tal de defender su reino.
El pequeño se hizo paso entre la multitud, con Eife a su lado cubriéndole la espalda, por algún motivo habían acabado uno al lado del otro, aunque el nivel de manejo del arma de la rubia no se podía comparar con el de él, Eife era muy buena. Las puertas del castillo estaban abiertas, Merilas se preguntó si su padre estaría allí dentro, no le había visto desde la última vez y tampoco le veía por ahí fuera.
De un momento a otro, Eife había desaparecido, dejando al pelirrojo a solas. Fue entonces cuando pudo divisar a Laenoi, forcejeando con un fornido hombre solo un poco más grande que él. Dio un paso en su dirección, dispuesto a ir a ayudarle cuando sus miradas se cruzaron por un momento, pero entonces escuchó un grito de Eife a su derecha haciéndole girar su cabeza repentinamente. La chica se encontraba en una situación peor que la de su padre. Se quedó quieto en su lugar sin saber qué hacer, intercalando su mirada de uno a otro. Si seguía dudando hacia dónde dirigirse ambos acabarían mal, así que dándole una última mirada de culpabilidad a su padre, fue corriendo hasta su prometida, sacándole al caballero de encima clavándole la espada en la garganta.
—Dios mío. —soltó Eife cayendo inmediatamente al suelo agotada. Merilas se apresuró a levantarla con cuidado, notando que tenía algo de sangre cayendo por el brazo. —Gracias Merilas, me has salvado.
—No es nada... —murmuró él con prisa, dejándola libre cuando ella pareció más estable.
Decidió dirigir su mirada hacia donde se encontraba su padre, haciendo un ruido sordo al dejar caer su espada al suelo de la impresión. El hombre que le había dado la vida, le había criado, ahora estaba en el suelo tirado, rodeado de un pequeño charco de sangre que crecía a cada segundo que pasaba. Merilas corrió hasta él, esquivando el cuerpo del otro hombre también en el suelo y se agachó junto a Laenoi.
Con sus manos temblorosas intentó tocarle el rostro, pero no pudo, solo atinó a secarse algunas lágrimas que habían caído por sus mejillas. ¿De verdad había muerto? ¿Eso era todo? Así de sencillo se había acabado con una vida, con la única familia que tenía... El arrepentimiento llegó de inmediato, podría haber evitado eso, podría haberlo hecho, sin embargo no lo hizo. Cuando le vió forcejeando, le frenó no solo el grito de Eife, sinó el rencor que tenía hacia él, el odio, el recordar todo lo que le hizo, pensó que se lo merecía. Años diciéndole que fuera un hombre fuerte y varonil... Si tanto se lo decía sabría defenderse por su cuenta. Pero ahora al verle ahí, se sentía el ser más miserable del planeta. Era como si él mismo lo hubiera matado.
—Escucha. —esa voz... Se dió la vuelta, viendo a Joliven detrás suyo con una mirada de compasión. Había echado realmente de menos escuchar su voz, demasiado como para poder admitirlo en voz alta. —Tienes que levantarte, si te quedas ahí vas a acabar como él. —estaba serio también. Le tendió la mano y Merilas la tomó sin dudarlo. En cuanto estuvo de pie se lanzó a sus brazos buscando confort, haciendo algo que había necesitado después de tanto tiempo y cerró los ojos con fuerza. Joliven sin dudarlo le correspondió, con algo de alivio al por fin tenerlo de vuelta ahí entre sus brazos, donde parecía pertenecer.
—Y-yo... Él está... —balbuceó Merilas tallando sus ojitos acuosos. Joliven dejó una caricia en sus manchadas mejillas, apartando también algunos mechones de su cara para verle mejor.
—Lo sé. Si no te sientes bien para seguir aquí, mejor escóndete antes de que alguien te haga daño, tengo solo dos ojos, es difícil mantener a todos con vida, ¿sabes? —bromeó un poco al final. Merilas asintió, prefiriendo esconderse en algún lugar antes que seguir en el campo de batalla.
—Iré a un lugar seguro, conozco mi castillo. —aseguró.
—Ve, te cubriré por si a caso.
Eife
Estaba siendo muy herida y quizás descuidada, pero seguía luchando sin descanso. Aún cuanto su vista ya se encontraba algo nublada, y se sentía mareada, pero quería acabar todo eso cuanto antes, así que solo tomaba un gran respiro y continuaba tratando de que sus piernas no flaquearan.
Lissan, su querido Lissan... ¿Dónde demonios estaba? Oh, justo ahí.
El chico estaba luchando contra una mujer, parecía que el de cabello plateado casi la tenía, pero entonces alguien se acercó desde atrás par atacar a Lissan de imprevisto. Eife corrió para salvar al chico, recibiendo aquella estocada en su lugar, directa en su flanco derecho. Lissan se dió la vuelta al notar un peso en su espalda, logrando tomar a Eife entre sus brazos. El hombre quiso volver a atacar pero Kafette se lo impidió apareciendo en el momento justo, acabando con su vida en un segundo.
—Princesa... —susurraba Lissan, agachado con Eife en sus brazos. La castaña también se agachó junto a ellos. Ambos se miraron con notoria preocupación.
—Eife. —habló Kafette esta vez. La rubia sonrió, con sus ojos entrecerrados tratando de enfocarles.
—Chicos... Estoy bien. —dijo en un susurro. Estaba muy cansada... Parecía que al fin podría dormir un rato después de tanta pelea.
—No, Eife. Mírame. —pidió Lissan intentando contener las lágrimas. Apretaba la herida de su torso, viendo como también emanada sangre de su brazo al mismo tiempo. Eife cerraba los ojos sin poder evitarlo. —No cierres los ojos, mantente despierta. Por favor... Lo prometiste.
—Eife, escúchanos. —la castaña apretaba la herida de su brazo, también parecía desesperada. —Ha perdido mucha sangre, se va a desmayar. —informó aún tratando de mantener despierta a la rubia.
Pero Eife cerró los ojos.
Lissan
Habían vencido, pero no se sentía como una victoria.
Esta vez sí había bajas, más de las esperadas por desgracia. Consiguieron salvar a Eife, por el momento respiraba y eso parecía ser suficiente. Tenía los ojos cerrados pero respiraba. Las heridas fueron profundas y al perder mucha sangre simplemente se desmayó. La situación era crítica.
—Lissan, ¿cómo estás? —preguntó Kafette entrando en la habitación de Eife. La princesa estaba tumbada en su cama y Lissan simplemente estaba ahí por si despertaba o algo ocurría, cualquier cosa.
—Mal. —respondió, apretando el agarre de su mano junto a la de Eife, que se encontraba fría. Toda ella estaba fría, sus labios levemente morados y de no ser porque su pecho subía y bajada lentamente... Parecería que estaba muerta. Decir que estaba mal era un eufemismo. No estaba solo mal, sentía como si le hubieran arrancado algo, y dolía... Dolía mucho.
—No quiero que pienses que ha sido tu culpa. —dijo Kafette llegando a su lado, sabiendo perfectamente lo que Lissan estaba pensando, puso su mano en su hombro para intentar reconfortar al chico.
—Es que... Si no hubiera venido a salvarme, no estaría así. —habló. —Se supone que yo soy el encargado de que esté bien, pero ella es la que me ha salvado a mí... Yo debería estar muerto, no ella en este estado.
—No digas esas cosas... —dijo rápidamente la castaña, envolviendo a Lissan en un abrazo que sabía que necesitaba pero no iba a pedir. —Además, no es culpa de nadie. Y tu solo debes servirle, somos sus vasallos los que tenemos que protegerla.
—Pero...
—Shh. —le calló con una pequeña sonrisa. —Todo va a estar bien, ya verás. Tu solo cuídala mucho, ¿bien? —el chico asintió en silencio.
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