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XVIII: No podía dormir

Merilas

Despertar junto a Joliven le gustaba, bueno en realidad le encantaba. Aunque hubiera preferido estar entre sus brazos. Al parecer durante la noche habían dejado de estar pegados, Joliven estaba desparramado durmiendo bocabajo, adorable.

Merilas se desperezó, sentándose en la cama mientras se frotaba los ojitos, seguidamente admiró al chico aún durmiendo. No habían echado las cortinas por la noche así que la luz que entraba por la ventana era suficiente para poder ver toda la habitación, y sin poder evitarlo, ver lo que Joliven no quería que fuera visto. 

El menor fijó su mirada en los hombros y parte de los omóplatos descubiertos de Joliven. Con cuidado y delicadeza, agarró la manta con las puntas de sus dedos y fue bajándola un poco más, tratando de no despertarle. Su corazón estaba acelerado al ir descubriendo su espalda desnuda, y sí, estaba llena de marcas... Paró a medio camino porque Joliven se removió en su sitio, soltando un gruñido perezoso. Merilas mordió su labio inferior, incluso sus manos temblaban, como si estuviera haciendo una travesura cruel. No debería hacer eso realmente, pero tenía curiosidad por ver qué escondía el pelinegro. Un mapa de cicatrices cubría su piel, grandes, pequeñas, profundas, leves, todas diferentes... ¿Era de eso de lo que se avergonzaba? 

Con la mano aún temblorosa, acarició las marcas, con cuidado y suavidad perdido en el tacto de su piel, como si al tocarlo fuera a quebrarse. Fue obligado a parar en seco cuando la mano grande de Joliven tomó su muñeca. El mayor se dio la vuelta, fijando sus ojos negros en los de Merilas, que parecían temblar asustados bajo su mirada. Joliven se reincorporó también, quedando su pecho al descubierto, también lleno de aquellas marcas.

—¿Por qué? —la voz de Joliven salió ronca y grave, pero al mismo tiempo se podía entrever dolor, alertando a Merilas y poniendo sus pelos de punta. Aún no soltaba su muñeca, haciendo presión.

—Y-yo... —estaba en blanco, la mirada fría e intensa más el agarre en su muñeca no le dejaban pensar. —M-me haces daño... —murmuró tragando saliva. Inmediatamente Joliven soltó su agarre, permitiendo a Merilas sobarse la muñeca dolorida, adornada con una pequeña marca roja. El pelinegro se pasó las manos por su rostro suspirando. 

—Lo siento. —dijo sin mirar al pelirrojo. —Lo siento, solo no quería que vieras esto. —se señaló a sí mismo. Ahora su rostro tenía una expresión dolida. —Aunque supongo que ya no importa... —rió amargamente sin levantar el rostro. 

—Hey... Soy yo quien lo siente. —el mayor se veía vulnerable, no lo había visto así y no le gustó. Se acercó un poco más a él, acariciándole la mejilla adornada con una cicatriz con suavidad, sonriéndole con cariño. Joliven acarició la mano del menor poniendo la propia encima y cerrando los ojos ante la caricia. —Está todo bien, no me importa que tengas esas marcas. 

—No solo son marcas... Es todo por lo que he pasado y todo lo que quiero olvidar pero es imposible porque son infinitas. Me recuerdan todo cada vez que las veo. —decía el mayor con los ojos brillosos, recorriendo aquellas que estaban a su vista. —Mi historia grabada en mi...

—¿Recuerdas lo que te dije? —preguntó agarrando con ahora las dos manos su rostro. —No me importa lo que hayas hecho, por lo que hayas pasado, lo que importa es quien eres ahora. Estoy aquí y no me voy a ir. 

Merilas solo quería abrazarle y que olvidara todo por unos momentos, que todo estuviera bien, pero no tenía el poder de hacer eso. Así que simplemente se lanzó a sus brazos intentando reconfortarle un poco al menos. Joliven le correspondió, sintiendo cosas que creía que jamás llegaría a sentir. ¿Eso que corría por su mejilla era una lágrima? La limpió enseguida asustado, decidido a apartar al pelirrojo del abrazo... Pero no pudo, se sentía tan bien el ser reconfortado, sentir el apoyo y calor de alguien más que no podía alejarse ahora.

Merilas fue el que se separó después de un rato, pero no mucho, y se dedicó a dejar pequeños besitos en aquellas marcas sobre su pecho. Intentando que los pedazos de Joliven volvieran a juntarse, porque el chico estaba quebrado desde hacía mucho tiempo, y ya había perdido la esperanza de ser arreglado. Sin embargo, había conocido a Merilas. 

—¿Naciste en Ethanus? —preguntó el menor después de estar un rato abrazados en silencio.

—No. —hizo una pausa pensativo. —Nací en Terdigur. 

—Eso está muy lejos. —le miró sorprendido. Joliven se rio.

—Sí... —ante el silencio de Merilas, Joliven decidió hablar un poco más. —Mis padres eran mendigos, entonces iban de reino en reino buscando lugares en los que cobijarse, y me tocó nacer allí. 

—Wow... ¿Cómo se llaman? —preguntó curioso. Joliven puso una mueca.

—No lo recuerdo la verdad. —respondió. 

—¿Y eso? ¿Murieron cuando eras pequeño o algo así? —algo así... el mayor solo negó con la cabeza. 

—Sinceramente no tengo ni idea qué fue de ellos, y no me importa. Por mi como si se están pudriendo en alguna esquina. —soltó con rabia. Merilas le miró impresionado pero no dijo nada. Notaba que no tenía muchas ganas de hablar de ello, así que solo le dio un besito en la mejilla para reconfortarle. En su voz había dolor.

—Mi madre se llamaba Ghiel. —dijo entonces él. —Murió cuando tenía trece años.

—Lo siento por eso. —el abrazo se apretó más. Merilas suspiró.

—Yo también... Ella siempre me apoyaba y me quería como era. Mi padre nunca estuvo de acuerdo con sus métodos de crianza ni con las cosas que me gustaban. —sintió de pronto ganas de llorar al recordar lo amorosa que era su madre con él.

—El laúd te lo regaló ella, ¿verdad? —el menor asintió en respuesta. —Podrías intentar enseñarme a tocar algo algún día. —propuso Joliven. Merilas se sentó de golpe y le miró incrédulo.

—¿De verdad quieres? —preguntó. Joliven rio al ver su emoción y asintió con ganas.

—Me encantaría. —respondió con una sonrisa tonta.

Eife

Se había convertido en una especie de tradición entre ella y Lissan el darse pequeños besitos al verse, llevaban varios días haciéndolo. Ambos eran tímidos al respecto, más él, pues era Eife quien los empezaba siempre. Y así llevaban días, ignorando lo incorrecto de todo aquello. Aunque tampoco es que hicieran algo más que un simple beso, ninguno se atrevía a ir más allá de aquello.

Lo que no habían hecho era volver a dormir juntos, y Eife estaba dispuesta a cambiar eso hoy mismo. Había decidido que su lugar favorito eran los brazos de su mayordomo, y ahí estaría hoy. 

Tardó un poco en autoconvencerse para salir e ir hasta su habitación, así que cabía la posibilidad de que Lissan ya estuviera dormido, pero no perdía nada por intentarlo. Al salir de su habitación y cerrar con mucho cuidado para no hacer ruido, se giró para ir a la de al lado, la de Lissan, pero paró en seco sus pasos al ver quien estaba ahí. Merilas y Joliven venían riendo por alguna cosa, parecían completamente perdidos en su mundo, hasta que también vieron a Eife.

—¿Qué hacéis? Es tarde. —preguntó ella extrañada pero sobre todo curiosa. 

—Podríamos preguntar lo mismo. —habló Joliven con una sonrisita. —¿De escapada a la habitación de Lis? —movió las cejas de forma insinuadora. Eife se sonrojó y le golpeó.

—Hagamos como que nunca nos vimos. —propuso la chica. 

—Como gustes, princesa. —el pelinegro le despeinó y todos siguieron su camino como si nada.

Eife se quedó un momento meditando mejor la situación. ¿Qué hacían esos dos a estas horas juntos? Vaya, realmente hacía mucho que no hablaba con Joliven, debería ponerse al día en cuando a que tipo de relación tenía con su prometido. No le molestaba ni nada, solo le sorprendía la actitud de Joliven, no lo había visto así de ensimismado riendo con nadie.

Echando todos esos pensamientos de su mente, se posicionó frente a la puerta de Lissan, pensando que quizás tendría que elaborar una excusa para quedarse, pero ninguna le parecía lo suficientemente buena. Con un suspiro llamó a la puerta, con cuidado, dudando mucho si realmente se había escuchado algo. 

Volvió a llamar, algo impaciente. 

Unos pasos se escucharon, lentos y perezosos. Eife se acomodó el pelo y se alisó el pijama, quería recibirle un poco presentable. La puerta se abrió también con lentitud. Lissan tenía los ojos medio cerrados y el pelo suelto caía por sus hombros. Ambos pares de ojos se abrieron. Eife al ver con sorpresa lo sexy que estaba el chico frente a ella, y él al ver a Eife en la puerta.

—¿Eife? —preguntó Lissan, pensando que quizás era alguna especie de sueño, se veía muy confuso.

—La misma. —rió un poco. —¿Te he despertado? Lo siento mucho Lis. 

—Aún no dormía... Casi. —se frotó los ojos con un suspiro. —Pero no importa, estoy para servirte. ¿Qué necesitas? ¿Ocurre algo?

—Ehh... —toda la valentía que reunió para ir ahí se había esfumado al verle. —No podía dormir. —mintió con una pequeña sonrisa tratando de verse inocente. Lissan levantó una ceja inquisitiva. Conocía a la menor, sabía lo que quería.

—Quizás leer algo te ayude. —dijo sabiendo que esa no era la respuesta que esperaba.

—No creo. —respondió rápidamente. —Había pensado en algo más.

—Oh... Entonces si ya habías pensado en algo no me necesitas, ¿no? 

—Ese algo te incluye. —dijo tímida, pero también empujó un poco al chico para entrar en su cuarto. Estaba cansada de jugar a aquel juego que el mayor estaba jugando.

—Y no tengo derecho a oponerme porque solo soy un simple mayordomo. —jugó con aquello ''resignado''. Eife se rió asintiendo.

—Exacto.

—Dime lo que deseas pues. —se colocó frente a Eife, que estaba apoyada en la puerta ya cerrada con una sonrisita asomando por sus labios. 

Eife tiró de él para besarle sin esperar más. No era un beso de buenas noches típico, era algo más. Eife pasó sus brazos por el cuello de Lissan, y él con cuidado la aproximó a su cuerpo, tomándola de la cintura, siempre con delicadeza. La rubia tiró del pelo de la nuca de Lissan, sacándole un gruñido ronco al separarse.

—Wow Lis... —dijo sorprendida. —Eso ha sido muy sexy. —el mayor tenía un notorio sonrojo, que intentó ocultar abrazando a Eife y escondiendo la cara en su el cuello. La chica se rió y le acarició la espalda. —No tengas vergüenza Lis, me gustaría que hicieras ese sonido más veces. Es lo más sexy que has hecho nunca.

—¿Dónde está la dulce e inocente Eife? —preguntó algo asustado a la par que sorprendido por sus palabras, mirándola con los ojos abiertos. Ella se rió. 

—Me temo que nunca estuvo ahí. —respondió aún con la sonrisa en su cara. Luego amenazó al chico con el dedo. —No te atrevas a culpar a Joliven. —Lissan chasqueó la lengua.

—Eso es justo lo que iba a hacer. —se rió también.

Joliven

Desde aquel día donde Merilas fue a su habitación, ambos solían escaparse hacia un lugar recóndito del castillo que Joliven conocía, donde las estrellas podían verse a la perfección por la noche, y después de pasar un rato hablando de cualquier cosa que se les venía a la mente y contemplar el cielo estrellado, iban a dormir juntos si alguno de los dos estaba cansado. De ahí venían al encontrarse a Eife sospechosamente casi frente a la habitación de Lissan. 

—¿Te comió la lengua el gato o que? ¿Debería ponerme celoso de ese gato, principito? —bromeó Joliven camino a la habitación del menor. Merilas le golpeó el brazo sintiéndose ofendido. 

—Eres estúpido. —se quejó. —Sabes que me quedo en blanco cuando me pongo nervioso, no te burles. —tan adorable cuando pretendía estar enfadado. Joliven le acorraló de pronto contra una pared del pasillo y le besó, cambiando la mueca de disgusto del pelirrojo por una sonrisa atontada que no pudo disimular. —Nos pueden ver... Eres un bastardo insensato. 

Joliven siempre se había considerado alguien fuerte y con una dura coraza, pero últimamente al estar cerca de Merilas se sentía vulnerable. Estaba sintiendo cosas nuevas, no sabía como sentirse al respecto, y tenía miedo por primera vez en la vida. No tenía miedo desde que era un niño y le dejaron a su suerte en aquel callejón. Ni siquiera tuvo miedo cuando le atraparon en este castillo y todo apuntaba a que iba a ser asesinado. Y ahora aparecía aquel pequeño chico pecoso, con esa bonita sonrisa sincera, esos ojos brillantes que no le juzgaban y le miraban con cariño, y eso sí le aterraba.



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