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XVI: Nadie tiene que saberlo

Joliven

Él y Merilas llegaron a la habitación del menor, ambos algo nerviosos. 

Joliven sentía que necesitaba dar un paso más con él, ya había tardado lo suficiente, y quizás así ya dejaría de pensar en él, porque realmente esa relación no iba a ningún lado. Por mucho que doliera, la realidad era esa. También porque no entendía lo que le pasaba, nunca se había sentido de ese modo con ninguna persona y el no entenderlo le hacía tener miedo.

—Quédate ahí. —ordenó Joliven señalando la cama de Merilas. El chico obedeció y se sentó en la cama mientras miraba atento todos los movimientos del pelinegro.

Joliven cerró las cortinas para que hubiera menos luz, porque por algún motivo aún no se sentía bien con las marcas en su cuerpo frente a Merilas. Si no se apreciaban no habría nada que interrumpiera el bonito momento que estaban a punto de crear.

—¿Y eso? —preguntó Merilas señalando las cortinas echadas. Joliven se acercó a él sonriendo.

—Para que haya un ambiente más romántico. —se excusó. Al parecer el menor se lo creyó ya que asintió conforme.

Joliven empujó suavemente a Merilas hasta tumbarlo en la cama y colocarse encima de él. Le empezó a besar por el cuello, sabiendo que eso encendía de inmediato al pelirrojo. Pronto ambos empezaron a sentir calor y por supuesto, que las ropas ya no eran necesarias, esta vez Joliven sí que se quitó la camisa que llevaba, dejando su torso bien tonificado al aire. Merilas deseaba verlo y apreciarlo, pero no quería que Joliven se sintiera incómodo de nuevo, así que se conformó con sentirlo con sus manos y su boca. 

Después de un rato, ambos estaban bastante excitados. Joliven vaciló un poco antes de hablar. 

—¿Eres virgen? —preguntó directo. Necesitaba saberlo antes de seguir, aunque ya intuía la respuesta pero siempre debía preguntar. No quería que el pequeño se llevara una mala experiencia y debía prepararlo bien. Merilas sintió como los nervios subían hasta la boca de su estómago.

—Sí... —respondió en un murmuro, pensando que quizás ahora Joliven se iría de la habitación ya que eso sería un problema. —¿Pasa algo? ¿Hay algún problema? —preguntó inseguro, nervioso. Joliven se rio un poco.

—Ninguno. —respondió dándole un corto beso para tranquilizarle. —Solo quiero saber si estás seguro de continuar. No quiero que te arrepientas o algo así. —preguntó acariciando su rostro con ternura. Merilas asintió.

—Sí. Estoy seguro. —respondió. Joliven sonrió feliz.

—Me alegro entonces. —hizo una corta pausa. —Está demás decir que si quieres parar en algún momento lo digas, no quiero forzarte a nada, ¿si? —el menor asintió y le volvió a besar antes de continuar.

Eife

Al fin la joven podía caminar sin ayuda, cosa que le venia genial ahora que no hablaba con Lissan. Simplemente hablaban lo mínimo y justo. 

Seguían así desde que pelearon aquel día. Lissan quería seguir manteniendo las distancias y parecía que no le importaba lo más mínimo la joven, aunque se sentía fatal cuando veía lo triste que estaba. Y Eife era menos disimulada, lo intentaba, pero no conseguía fingir, no podía olvidar lo que sentía por él tan rápido.

Eife se encontraba en su habitación, asomada en el balcón como le gustaba hacer, ahora que podía ponerse en pie pasaba mucho rato ahí. La discusión con Lissan le había quitado las ganas de entrenar y solo quería estar en su cuarto sin ver a nadie.

Los golpes en su puerta hicieron que su estomago se removiera. Esos delicados toques eran de Lissan sin duda. El chico entró, con su rostro serio, que es el único que veía últimamente, y dejó en la mesilla una bandeja con té y unos azucarillos. La rubia le miró extrañada y se acercó a él. Ella no había pedido nada, es más, contra menos viera al mayordomo, mejor. Lissan vio la expresión confusa en el rostro de Eife y contuvo una sonrisa, era tan tierna.

—¿Por qué? —preguntó la rubia señalando el té. Lissan simplemente le había traído té porque sabía que a la joven le gustaba tomarlo a esa hora, pero no quería decírselo, así que se quedó callado un momento pensando en qué decir.

—Toma el té a esta hora. —respondió él volviendo a un vocabulario más formal, dejando claro que debía haber una distancia entre ambos. 

—Usualmente sí, pero ahora no quiero tu estúpido té. —respondió ella mostrándose claramente molesta. —Llévatelo. —ordenó dándole la espalda y cruzándose de brazos. —No vengas aquí a menos que sea algo completamente necesario. —a Lissan le dolieron sus comentarios, pero él se lo había buscado. 

—De acuerdo, princesa. —dijo sin inmutarse. —Mis disculpas... —Eife se giró un poco a mirarle de reojo. ¿Cómo podía ser tan idiota? 

—Vete. —dijo bruscamente. —No quiero respirar el mismo aire que tú. —continuó. Lissan estaba algo sorprendido por aquellas palabras, al igual que dolido. Aunque por otra parte, su plan de que le odiara para que fuera todo más fácil, estaba funcionando, ¿no?... No realmente, porque pese a aparentarlo, Eife no había dejado de sentir lo mismo por él.

—Lo siento. —se disculpó Lissan de nuevo. Eife notó un leve temblor en la voz del chico. Se giró a mirarle sin pensarlo, por acto reflejo. Había mostrado debilidad por un segundo, la coraza se había quebrado un instante, y ella se había dado cuenta. El chico se quedó mirándola con la bandeja en la mano, preguntándose por su repentina mirada en él. —¿Si, mi princesa? —preguntó Lissan para romper aquel silencio incómodo que había surgido. Ella negó, volviendo a su fruncimiento de ceño mostrando su enfado. 

—Deja el té ahí, ahora lo quiero. —pidió la joven. Lissan, aunque sorprendido, hizo lo que le pidió. 

Cuando el mayordomo se disponía a irse, Eife caminó hasta él y le agarró del brazo. Ambos sintieron un cosquilleo en el estómago. Lissan se dio la vuelta quedando frente a ella, algo confuso por su repentino cambio de humor. Ahora la chica le miraba con anhelo, sus ojos brillaban, había echado de menos su tacto. Aún sin soltarle, Eife entrelazó su mano con la de Lissan, y él simplemente se dejó hacer, incapaz de apartarla lejos. 

Como acto reflejo, Eife miró los labios del joven, y él la imitó. Había una tensión que podía palparse en el ambiente. 

Sin esperar más, Eife agarró el cuello de la camisa de Lissan y tiró de él para besarle. Lissan se sorprendió por el repentino beso pero él también lo llevaba esperando desde la ultima vez, así que no tuvo fuerzas para hacer nada al respecto. 

Eife dirigió a Lissan hasta su cama, él apenas miraba por donde iba, solo se dejaba guiar. Hasta que la joven chocó con su cama y cayó en ella con una tímida sonrisa en su rostro. Lissan también sonrió, Eife estaba preciosa con las mejillas sonrosadas. 

El chico se inclinó sobre ella mientras le besaba. Pronto comenzó a repartir besos más allá de sus labios. Pero Lissan se vio en la obligación de parar, pues había llegado a cierto punto.

—Lo siento... —susurró Lissan contra el cuello de Eife. Se dejó caer a un lado suspirando pesadamente. 

—Está bien. —dijo ella entendiendo y notando también lo que había sucedido. El joven acalorado se desabrochó un poco la camisa. Eife le miró de reojo y aguantó la risa. Lissan se dio cuenta de ello.

—No te rías... —dijo sonriendo también. Se reincorporó apoyándose en un brazo, y Eife hizo lo mismo, quedando cara a cara. —Para no querer respirar el mismo aire que yo...

—Oh cállate. —interrumpió Eife sonriendo, Lissan se rio. —Eres un idiota, pero no puedo hacer nada. —hizo una pausa. Su sonrisa se esfumó y fue reemplazada por una línea recta. —Ahora volverá a pasar, ¿verdad? 

—Eife... —murmuró Lissan serio también. Él tampoco quería que volvieran a estar molestos con el otro pero, ¿qué otra cosa podía hacer? —Ya sabes que esto no es correcto. 

—Nadie tiene que saberlo. —respondió rápidamente como si tuviera preparada la respuesta.

—Es arriesgado, Eife. —repitió con ese tono de voz que disgustaba a la rubia.

—Puedo correr el riesgo, Lis. No me importa. —hizo una pausa antes de continuar. —Porque te quiero. —soltó. Ambos corazones se aceleraron. En el fondo, Lissan ya lo sabía pero era distinto escucharlo de sus labios. Eife ya lo había soltado, no tenía más remedio que continuar. —Estoy enamorada de ti desde que tengo memoria... Y tu vas y después de besarme, me dices todo eso y me dejas peor que si acabara de ser derrotada por cien hombres. —explicó con la voz quebrada. Lissan no lo pensó dos veces y tiró de ella con suavidad para abrazarla en su pecho. Ella se acurrucó y cerró los ojos.

—Lo siento... De verdad. —murmuró Lissan procesando aquella declaración que la joven le acababa de hacer como si nada. —Me vi en la obligación de hacerlo. Pensé que si llegabas a odiarme, todo esto de la boda sería más fácil para ti. —confesó. Ella le miró a los ojos, sus ojos azul cielo que brillaban por las lagrimas que amenazaban con salir. 

—Nunca podría odiarte... —respondió ella francamente. Lissan notó como esas palabras atravesaban directamente su corazón y sonrió. La tomó del mentón y la besó de nuevo. 

—¿Ni aunque levantara la espada contra ti? —preguntó alejándose para mirarle a los ojos de nuevo mientras aún tenía la mano en su mentón. Ella soltó una risita. 

—Si alguien debe matarme, me encantaría que tu cara fuera lo ultimo que viera. —respondió dejándose caer en el pecho de Lissan. Él se quedó sin palabras y simplemente le abrazó.

Merilas

El joven se encontraba de lado tumbado en la cama, estaba algo adolorido en la zona baja de la espalda y no había encontrado una mejor y cómoda forma de estar, y Joliven simplemente le miraba con una sonrisa divertida dibujada en su cara.

—Deja de mirarme así, me siento un idiota. —se quejó Merilas tapando con su mano el rostro de Joliven. El mayor agarró su mano y dejó un beso en su palma, provocando un cosquilleo en el pelirrojo. 

—No puedo, estás muy sexy. —dijo Joliven provocando al otro un sonrojo apenas notorio con la poca luz que había en la habitación. Merilas suspiró.

—No sabía que iba a doler tanto después de eso... —se quejó con un pequeño puchero. Joliven se rio.

—Te advertí. —dijo rápidamente tumbándose bocarriba. —Y da gracias a que he sido gentil... Podrías estar peor después de hacerlo dos veces además. —dijo usando su tono pícaro. Merilas rodó los ojos.

—¿Se supone que debería darte las gracias? —preguntó bromeando. Joliven frunció el ceño y volvió a mirarle, reincorporándose.

—Oye... —dijo haciendo una pausa. —¿Vas a usar esto... en mi contra o algo? —preguntó algo preocupado. Merilas se sorprendió y negó.

—No, claro que no. —respondió rápidamente. 

—No se si deberíamos haber hecho esto. No quiero confundirte o haberme aprovechado de ti... —dijo suspirando. Merilas le acarició la mejilla sonriendo.

—Tranquilo... Nada de lo que ha sucedido aquí va a perjudicarte ni a ti ni a mi de ningún modo. ¿Vale? Y no te has aprovechado, te he dado mi consentimiento. Yo también lo deseaba. —respondió intentando que Joliven no se preocupara por ello. 

—Está bien... —respondió pasando un mechón de pelo tras su oreja. —Ya sabes... No quiero meterme en más líos ahora que he conseguido ser alguien decente. —dijo sonriendo. Merilas tenía mucha curiosidad por el pasado de Joliven, pero no había conseguido que le contase nada. Estaba claro que no era de su agrado recordar, y por eso no insistía, pero eso no quitaba el hecho de que ansiaba saber más.

—Puedes confiar en mi. —dijo Merilas con una cálida sonrisa. Joliven asintió con una risita.

—Lo se. —dijo con una pausa recordando algo. —Aunque la ultima vez que alguien me dijo eso, acabé con un puñal clavado en el estomago. —contó riendo. Merilas no sabía si lo decía de verdad o no.

—¿Qué? —preguntó asombrado. Joliven empezó a reír más al ver su cara.

—Mierda. Lo siento. Siempre arruino los momentos. Soy un bocazas. —dijo aún riendo. Merilas aún confuso también reía, la risa del pelinegro era contagiosa. 

—Es parte de tu encanto, no te preocupes. Aunque no entiendo lo gracioso de que alguien te clave un puñal... —dijo dejando de reír poco a poco.

—No tiene gracia, es cierto, pero al final hay que reírse de esas cosas. —respondió Joliven. Ambos dejaron de reír por completo poco a poco. 

—¿Me cuentas la historia del puñal? Por favor... —pidió intentando camelarse al contrario mientras le ponía ojitos de cachorro. Joliven sonrió sin verse afectado por ello.

—Me deberías dar algo a cambio... ¿No crees? —dijo pícaro tomándole del mentón. 

—Te acabo de dar algo, ¿sabes? —respondió Merilas apartando su cara de la mano de Joliven. El mayor se rio. 

—Bueno... —dijo rodando los ojos. —Básicamente fueron los últimos compañeros con los que estuve... Haciendo cosas, cosas como robar y demás, ya sabes. Cuando nos adentramos en este bonito castillo, las cosas se torcieron y para escapar, uno de ellos, el muy cabrón me clavó su puñal para que yo fuera un cebo mientras ellos huían. —relató como quien explica una historia cualquiera. Merilas quedó sorprendido.

—¿De verdad hizo eso? —preguntó casi boquiabierto. Joliven rio y asintió, le parecía adorable lo inocente y puro que era su pequeño. 

—Eso no es nada. —dijo Joliven con emoción, casi parecía que disfrutaba contando ese tipo de relatos. —Cuando era más joven, inexperto e idiota, me vi en la obligación de unirme a gentuza, tenía que sobrevivir, y la mayoría de las veces era un cebo, y ni lo sabía. He de decir que sufrí lo indecible, pero uno se acostumbra a que le apuñalen por la espalda y deja de confiar en los demás.

—¿Y tu familia? ¿Por qué tuviste que unirte a gentuza? —preguntó Merilas asombrado y curioso por la repentina información que el mayor le estaba dando. Joliven sonrió.

—Para el carro principito, eso ya es otra historia. —dijo dejando a Merilas con ganas de saber más. —Tendrás que darme algo más a cambio de esa preciada información. 

—¿De veras? —dijo incrédulo Merilas. Casi le contaba más cosas sobre su infancia, por que poco.

—Oh sí. Y tiene que ser algo bueno, te adelanto que esa historia está llena de traumas y dolor. —comentó con una sonrisa ''orgullosa'' en la cara, lo que perturbó a Merilas.

—Me preocupa que sonrías así mientras dices eso, Joliven. —dijo con el ceño fruncido. Joliven volvió a reír.

—Soy muy dado al drama, no te preocupes bonito. —confesó el mayor. —Aunque sí es cierto que no me quisieron nunca,  y que dolió mucho en su momento, pero eso ya es agua pasada. 

—Vaya... —murmuró Merilas. De repente se sintió mal al haberse quejado de sus problemas frente a él cuando los suyos no han sido ni la mitad de malos que los de Joliven, de eso estaba seguro. Al fin y al cabo era un príncipe.

—Por favor... No me mires así. Lo detesto. —dijo Joliven al ver que Merilas le miraba con pena. —No soy ningún corderito al que vayan a degollar y que tengas que salvar. Me degollaron hace tiempo, y he sobrevivido sin cabeza. —suspiró. —No debería haber dicho nada... Ahora te doy pena. 

—No, no. —intervino Merilas negando. —Es solo que me ha sorprendido... —aclaró. Joliven parecía no confiar en sus palabras. —No te pregunto más por hoy. —dijo sabiendo que aunque lo ocultara, le dolía recordar su pasado.

—Significa que no me vas a dar nada a cambio. Una pena. —bromeó. Merilas rodó los ojos y sonrió.

—Eres un caso perdido, Joliven. —dijo acercándose un poco a él. Joliven se rio.

—Pero te encanta. —dijo acercándose también a Merilas.

—No puedo negarlo...

Ambos se acurrucaron. Sin decir una palabra más, acabaron dormidos.

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