XIV: ¿Sabes que casi me da un infarto?
Merilas
Se sintió aliviado cuando la cena acabó. También estaba agradecido de tener a Kafette a su lado, la chica hablaba mucho y era muy simpática y agradable, así que hizo la cena un poco más amena.
Prácticamente huyó de allí en cuanto tuvo la oportunidad. La castaña le acompañó en su ''huída''. Ambos salieron juntos y se acercaron a la zona de la cocina. Merilas le había preguntado por Joliven y ella suponía que estaría por ahí.
—¿Qué quieres de él? —le preguntó la chica con un claro tono pícaro dejándose entrever. Merilas pensó antes de responder. ¿Sabría Kafette algo sobre lo que habían estado haciendo? Joliven dijo que no lo diría a nadie, pero ellos parecían ser muy cercanos.
—Nada en especial. —respondió encogiéndose de hombros. —No ha aparecido y estoy algo preocupado supongo.
—Que adorable eres, preocupado por Joliven. —le dijo Kafette sonriendo tiernamente, arrugando su nariz en el proceso. Merilas le miró extrañado.
—No entiendo que quieres decir. —dijo sin más. Ella soltó una risita.
—Joliven no suele venir a las cenas. Prefiere cenar solo. —explicó la castaña. Merilas abrió la boca formando una pequeña ''o''.
—Y además esto era una gran cena. —dijo el pelirrojo entendiendo. Ella asintió.
Llegaron a la cocina. Joliven no estaba allí en esos momentos, pero según las cocineras, había ido a por comida y se había ido. Kafette no sabía dónde se encontraba su amigo, no podía ayudar mucho más al muchacho.
—Mañana aparecerá, no te preocupes mucho por él. No se ha ido del castillo. —le dijo la joven a Merilas con una sonrisa acogedora. Él asintió.
—Está bien. —respondió.
—Y yo de ti descansaría, ha sido un día duro. —dijo antes de cerrar la puerta de su cuarto. Merilas le había acompañado a su habitación.
Ahora el joven príncipe tenía un dilema. No sabía si buscarle o, como dijo Kafette, descansar ya, porque sí estaba cansado. Iría a descansar, seguro, pero ella no había estado allí cuando su padre dijo todo aquello sobre Joliven, ella no había visto esa expresión dolida en el rostro del pelinegro. Merilas nunca le había visto tan sombrío e inexpresivo. Seguro que no estaba bien, toda esa careta que siempre llevaba se quebró, pudo verlo.
También pensó en la poca gracia que le haría cruzarse a su padre pululando por ahí, aunque conociéndole, ya estaría en la habitación que le hayan asignado durmiendo. Así que por un lado estaría tranquilo.
Decidió que le vendría bien tomar algo de aire fresco. Siempre había dos guardias en las puertas, uno a cada lado, pero nunca decían nada, simplemente estaban ahí como estatuas. Así que salió sin mucho problema. No había nadie alrededor. Se respiraba un ambiente de paz y armonía que en realidad necesitaba. La única luz que había, era la de la luna y la poca de los farolillos colgados fuera del castillo.
Algo le hizo ir al lugar donde Joliven solía entrenar, quizás la esperanza de encontrarle allí. Al aproximarse, vio la diana en el árbol, con unas cuantas flechas ya clavadas, y como no, todas en el centro. Sonrió al mirarla.
—¿Disfrutando de un paseo a la luz de la luna, principito? —Merilas se giró en dirección a la profunda voz de Joliven. No iba a negar que se había dado un buen susto y que su corazón iba a mil, pero también estaba feliz de haber encontrado al vasallo. Joliven estaba sentado apoyado en la pared del castillo.
—¿Sabes que casi me da un infarto? —respondió Merilas caminando hacia él con una mano en el corazón. Joliven se rió.
—Mis disculpas. —dijo el pelinegro. —¿A caso me buscabas? —preguntó alzando una ceja cuando Merilas llegó frente a él.
—En realidad, sí. —respondió con sinceridad. Joliven sonrió ante la respuesta. El pelirrojo se sentó con las piernas cruzadas frente al mayor.
—¿Qué quieres? —le preguntó. Estaba claro que algo le pasaba al mayor, no actuaba como siempre, le faltaba ''su toque'', aunque se esforzaba por ello.
—Solo quería saber si estabas bien. —dijo mostrando su preocupación. Joliven se reincorporó y le volvió a sonreír ocultando su sorpresa.
—El pequeño príncipe se preocupa por mí. Qué halagador. —dijo él pellizcando con cuidado la mejilla de Merilas. El chico le quitó la mano.
—Claro que me preocupo. —dijo con seriedad, agarrando aún la mano que había apartado. —¿Estás bien?
—Siempre. —respondió restándole importancia. Merilas frunció el ceño, pero Joliven solo seguía sonriendo. —¿Estás tú bien? —preguntó entonces Joliven. Merilas se encogió de hombros.
—Podría estar mejor. —respondió dejando ir un suspiro. Joliven abrió los brazos. El joven le miró con algo de desconfianza.
—Ven, seguro que te sientes mejor después. —dijo el mayor mostrándole una acogedora sonrisa. Merilas no pudo evitar sonreír también y se acomodó entre sus brazos. Sí que se sentía mejor.
—Tenías razón... —murmuró Merilas. Joliven le acariciaba la espalda. —Aunque... Alguien puede vernos. —dijo Merilas. Esa posición no era una común entre un vasallo y el prometido de la princesa.
—Nadie pasa por aquí nunca, sería mucha casualidad y mala suerte. —le dijo Joliven para tranquilizarle. Merilas asintió contra su pecho. Sentía el corazón del más alto, y lo sentía algo acelerado.
—¿Estás nervioso? —preguntó juguetón Merilas. Automáticamente, el corazón de Joliven aceleró más, causando una risa en el pelirrojo.
—¿Yo? Que va. —respondió tan rápido como su corazón se aceleró. —Es que me asfixias ahí encima de mí. —dijo excusándose. Merilas salió de sus brazos para mirarle ofendido, apoyando sus manos en el pecho de este.
—¿Cómo que te asfixio? —preguntó a poca distancia del rostro del contrario. Joliven sonrió.
—Calla y vuelve aquí. —le dijo el pelinegro señalando su pecho. Merilas no le hizo caso y siguió mirándole con el ceño fruncido. Joliven entonces agarró su cara con ambas manos, atrayéndolo a él para besarle. Merilas agarró con puñitos su camisa y continuó con el beso.
—Avísame antes de besarme de repente. —dijo Merilas cuando se separaron, manteniendo una estúpida sonrisa. Joliven elevó una ceja.
—No creo que pueda, no lo pienso, ¿sabes? No lo planeo. Simplemente te miro, me apetece y lo hago. —respondió sin más. —Aunque te puedo decir que ahora voy a besarte por aquí... —dijo bajando su voz, provocando que sea más ronca y un escalofrío recorra a Merilas cuando Joliven decidió acariciar con sus dedos suavemente su cuello, indicando donde iba a besarle. —Así que será mejor que te pongas cómodo.
Merilas no tardó mucho en ponerse a horcajadas sobre Joliven y besarle mientras con sus manos acariciaba su pelo. Joliven dejó su boca para hacer lo que le había dicho. A Merilas le volvían loco los besos en el cuello.
Joliven paró cuando se dio cuenta de que estaba a punto de sobrepasar el límite que él mismo había impuesto. Alejó al menor suavemente, mirando sus brillantes ojos entrecerrados, pero aún así y en la oscuridad de la noche, se apreciaba el color verde esmeralda que poseían. Merilas tenía la boca entreabierta todavía.
—¿Qué sucede? —preguntó el pelirrojo. Joliven sonrió acariciando la mejilla pecosa del chico.
—Dejémoslo aquí por hoy, principito. —respondió. Merilas tomó aire y asintió, él también estaba excitado y no se había dado cuenta hasta que Joliven había decidido parar.
Merilas salió de encima y se sentó a su lado, apoyando también su cuerpo contra la pared del castillo. Ambos estaban en silencio, mirando el paisaje nocturno, el cielo se veía estrellado, y disfrutando de la mutua compañía. No era un silencio incómodo, pero Merilas tenía algo en el pecho, algo que quería decir.
—Oye... —habló rompiendo el silencio de la noche. Joliven hizo un sonido como respuesta. —Quería disculparme sobre lo que te dijo mi padre... —la risa amarga que Joliven soltó le hizo callar.
—¿Sobre qué exactamente? —preguntó mirándole al fin, sus ojos fríos y más oscuros. —¿Sobre la parte en la que me dijo que no me acercara a ti o en la que sacó mis trapos sucios? —el pelirrojo se quedó sin habla, no sabía cómo responder ante eso. Joliven se rio, dejando a Merilas algo desconcertado. —No pongas esa cara, bonito. —dijo dándole un golpe juguetón en el brazo. —Primero, no te preocupes porque no pienso alejarme de ti a no ser que tú me lo pidas. —guiñó un ojo. —Segundo, no tienes que disculparte por tu padre, ¿está bien? Él no lo haría, y estoy seguro de que se quedó con ganas de decirme más cosas. Y por último, mucho me temo que no dijo ninguna mentira... —eso último lo dijo con una expresión más sombría, se notaba que era un tema delicado para él.
—Está bien. —dijo Merilas aún sin saber muy bien cómo gestionar toda la información. Joliven le sonreía. —Pero igualmente lo siento, no parecías estar bien cuando mi padre te dijo aquello. —siguió preocupado e insistiendo en el tema, a ver si conseguía sacarle algo de información. Joliven tomó su mano, acariciando su dorso con el pulgar. Merilas se sorprendió, siempre se sorprendía cuando el mayor mostraba ese tipo de afecto, esas pequeñas cosas que hacían su corazón revolotear en su pecho.
—Siempre estoy bien, principito. No lo dudes. —cambió su semblante alegre por uno algo más serio. —Quien se debe disculpar soy yo. —Merilas frunció el ceño en respuesta.
—¿Tú?
—Sabía lo que iba a suceder si te quedabas a solas con él, y no hice nada para impedirlo... —respondió mirando el césped, parecía realmente arrepentido. Merilas puso su manita encima de la de él. —Lo siento... No va a volver a ponerte la mano encima, te lo prometo. —afirmó con más determinación de lo imaginable, mirándole de nuevo a los ojos y dando un leve apretón al agarre de sus manos.
—No es necesario, Joliven... Él... Él solo me gritó. —mintió Merilas. Eso enfadó un poco al pelinegro, que soltó la mano del contrario.
—¿Por qué le defiendes? —preguntó tratando de no sonar molesto. —Vi tu mejilla. No tienes que mentirme, ¿bien? —cambió su tono a uno más amable de con el que había empezado. Merilas no dijo nada. Joliven acarició la mejilla pecosa del chico y dejó un besito en ella. —Oye... Sé lo que es pasar por eso, si necesitas algo, solo tienes que decírmelo.
—¿Tú? —preguntó Merilas en un hilo de voz. Joliven asintió. —S-si tu quieres hablar también... —el mayor soltó una risita y negó.
—Ni lo sueñes. No me gusta hablar de ello. —dijo Joliven rápidamente. El pelirrojo frunció el ceño. —No me mires así, tengo derecho a permanecer en silencio.
—Como quieras, pero te ayudaría. —respondió Merilas. A él mismo le ayudó hablar con Joliven de lo sucedido, se sintió mejor.
—¿Estás insinuando que tengo algún problema interno? ¿Un trauma sin resolver? —preguntó elevando una ceja burlón. Merilas negó rápidamente riendo.
—Para nada.
—Eso pensaba... —dijo Joliven mirándole de reojo. —Que te quede claro, principito, no te voy a contar nada de mi pasado, no quiero que te compadezcas de mi, y tampoco quiero compartir mi carga. Ya sabes, cada uno sabe la carga que lleva encima por ser quien es, y la mía es demasiado grande para ti. Te aplastaría. —dijo pinchando con el índice su mejilla al acabar. Merilas le miró con preocupación por lo que había dicho. ¿Tan mal lo había pasado? Joliven rodó los ojos. —¿Ves? Me estas mirando diferente y no he dicho nada.
—¿Qué? No, que va. —negó rápidamente Merilas con la voz algo aguda. Joliven se rió.
—Olvida lo que he dicho. Me he abierto demasiado y ahora me siento indefenso. —dijo en tono de broma y con una mueca, aunque lo decía en serio. Merilas sonrió y se acurrucó en él. Joliven algo sorprendido le abrazó, pasando un brazo sobre él.
—Me gusta que me cuentes cosas. —murmuró el pelirrojo jugando con los dedos de la mano libre de Joliven.
—No te gustaría si te contase cosas de verdad. —respondió él. Merilas suspiró.
—También me gusta lo misterioso que eres... Aunque si me contaras alguna cosa tampoco pasaría nada, ¿sabes? —dijo riendo al acabar. Joliven también se rio.
—Deja de intentarlo. —canturreó.
—Está bien, pero que sepas que no me importa tu pasado, ni lo que hiciste ni de dónde vengas... Eso no te define. —sus palabras hicieron callar a Joliven, que sintió algo en el pecho difícil de explicar. No pudo responder.
Ambos se quedaron en silencio, pero era tarde y Merilas bostezó acomodándose automáticamente más en el contrario. El joven estaba cansado por el día de hoy y lo mejor sería no dormirse encima de Joliven en el jardín, sería raro si los encontrasen así. Aunque en cuanto cerró los ojos un instante para descansar los párpados, se durmió.
Joliven
Mierda, fue lo que pensó cuando el pequeño príncipe se le durmió encima. Lo notó por su respiración, y porque le vio los ojos cerrados, eso fue una clara pista. Joliven lo llevaría a su cama y dormirían juntos como si nada, pero no podía llevarlo dormido delante de los guardias, sería raro. Tenía que despertarle, aunque estaba seguro de que acababa de dormirse. Una pena.
Se apartó un poco para mirarle mejor. Era demasiado adorable, demasiado bonito, casi como un ángel, y aún con poca luz, sus pecas se apreciaban a la perfección. Esas pecas... Sus mejillas eran tan similares al cielo nocturno que Joliven se preguntaba si las llegaría a amar y admirar como lo hacía con el cielo, parecía que el chico estaba hecho de estrellas. No pudo evitar acariciar su rostro tampoco, parando tiempo de más en sus labios, sintiéndolos con el pulgar. Le dieron unas horribles ganas de besarle. Sonrió para sí mismo. Se estaba convirtiendo en un maldito cursi por culpa del príncipe.
Decidió darle pequeños besos por el cuello al pelirrojo e ir subiendo hasta llegar a su boca. Así iba a despertarle. Parecía buena idea.
Merilas murmuró algo cuando Joliven subía por su mandíbula. Abrió los ojos algo aturdido y empujó al mayor. Se había asustado por un momento. Joliven le miró sorprendido sosteniéndole.
—Hey, solo soy yo. —le dijo acariciando su pelo tratando de calmarle. Merilas miró alrededor y luego se tranquilizó con una sonrisa al verle a los ojos.
—¿Y por eso debería relajarme? —preguntó con la voz algo apagada aún debido al sueño. Joliven se rio.
—Tienes razón. —respondió guiñándole un ojo. —¿Puedo besarte?
—No me pidas permiso, estúpido. —respondió el menor rodando los ojos.
—Entonces te aviso: voy a besarte. —sonrieron antes de juntar sus labios.
Después de unos cuantos besos y caricias, procedieron a volver a sus respectivas habitaciones.
Era bastante tarde, y los guardias les miraron de reojo algo extrañados, pero no dijeron nada, no era asunto de ellos de todas formas. Así que fueron tranquilamente directos a sus habitaciones.
Cuando el momento de separarse llegó, ambos frenaron y Merilas miró alrededor, asegurándose de que no hubiera nadie.
—Bueno... Hasta mañana. —dijo el menor.
—¿No quieres venir? —preguntó Joliven dejando entrever una extraña timidez en su voz. Merilas se sorprendió por ello, y se ruborizó un poco también.
—Iría encantado... Pero con mi padre por aquí prefiero mantener un poco las distancias. —respondió el pelirrojo con una mueca. Joliven asintió.
—No te preocupes, lo entiendo. —dijo él con una sonrisa. Joliven le tomó la mano, tirando hacia él y le dio un corto beso en la cabeza. Merilas seguía ruborizado y sonrió. —Hasta mañana entonces, principito. —dijo Joliven separándose para dejarle marchar.
—Hasta mañana. —respondió Merilas con una tímida sonrisa que duró hasta llegar a su habitación.
Cada uno fue por su lado. Joliven se dio la vuelta, viendo como Merilas caminaba hacia su habitación. El menor no se giró a mirarle y desapareció por la esquina. Algo dentro de él se decepcionó al ver que el pelirrojo no se giraba también. Quizás él estaba más prendado de Merilas que el menor de Joliven. Se encogió de hombros y siguió su camino. No debería tomarle tanta importancia al fin y al cabo. Se supone que solo sería uno más, pero eso cada vez sonaba más irreal.
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