XIII: Me quedo
Eife
Eife estaba tan asomada en su balcón que parecía que en cualquier momento fuera a caerse.
Su corazón golpeaba con fuerza en su pecho, mordía el interior de su mejilla y movía los dedos apoyados en la barandilla con rapidez. Estaba notoriamente nerviosa, no veía a ninguno de sus amigos aún, y su mente ya estaba temiendo lo peor.
Finalmente y después de que a Eife casi se le sale el corazón del pecho, vio a Kafette, quien parecía agotada. La castaña miró hacia el balcón de su amiga, conociéndola tanto que sabía que iba a estar asomada cuando llegaran. Kafette la saludó sonriente y levantó el pulgar, haciendo entender que todo estaba bien y por lo tanto Eife podía relajarse de una vez por todas.
Aunque ya estaba más relajada siguió asomada, esperando a ver a los demás para quedarse tranquila del todo. Le extrañó ver armaduras que no le eran familiares, deberían ser los hombres del rey Laenoi, lo que significaría que él vendría aquí. Quizás porque es algo tarde y empezaba a anochecer, y también estaban más cerca de su castillo. Será eso.
Eife al fin vio llegar a Lissan. Parecía agotado de igual modo que todos los que iban llegando. La joven deseaba que Lissan subiera al cuarto y le diera un abrazo antes de cambiarse y darse una ducha, así que se alejó del balcón y se sentó en la cama, aún nerviosa.
Alguien llamó a la puerta después de un rato, y se abrió seguidamente sin esperar respuesta alguna. Lissan asomó su cabello plateado y despeinado algo tímido. Eife le sonreía desde la cama.
—Lis. —dijo ella poniéndose en pie yendo hasta él. El chico se apresuró a ir hacia ella por si se hacía daño al caminar. Le agarró de la cintura con suma cautela. No quería tocarla mucho, estaba sucio de sangre, sudor y hasta de barro.
—Me alegro de verte. —dijo Lissan sonriéndole mientras con su índice apartaba un mechón rubio de la cara de Eife, quería verla mejor. Ella simplemente sonreía, perdida en los ojos grises del contrario.
—Estaba preocupada. —dijo acercándose aún más si era posible a él para darle un abrazo. Le daba igual lo sucio que estuviera, necesitaba un abrazo suyo. Pero Lissan la alejó.
—Yo también, de verdad. Pero estoy asqueroso. —dijo él con una mueca. Ella frunció el ceño.
—¿Crees que me importa? —preguntó Eife colocando su mano derecha en el hombro de Lissan, dispuesta a darle el abrazo que tanto ansiaba.
—Parece ser que no... Pero a mi sí. —dijo y se alejó un poco más. —Agh. Ya he ensuciado tu vestido... Lo siento. —dijo suspirando con fastidio. De verdad que a veces Lissan sacaba de quicio a Eife cuando se preocupaba por esas pequeñas cosas sin importancia.
—Oye Lis, me da igual, tengo más. —dijo ella sonriendo.
—Es cierto... Pero tengo que darme una ducha Eife, la necesito. —dijo alejándose todo lo posible sin soltar su mano izquierda, que sin darse cuenta habían entrelazado en algún momento. Ambos lo notaron y un leve sonrojo cubrió sus rostros.
—Está bien... Pero ven luego. —le pidió ella con un pequeño puchero. Él se rio y asintió.
—Claro que sí, tengo que cuidarte por si no lo recuerdas. —dijo soltando su mano y yendo hacia la puerta.
—Por cierto, Lis. —le llamó la joven. Lissan se giró atento. —¿Ha habido alguna baja? —preguntó.
—Creo que dos caballeros. —respondió él. —No les conocía... —continuó con tono sereno. Ella asintió con una mueca.
Merilas
Su padre le había dicho unas cuantas cosas. Al parecer no tener a su hijo por ahí le había afectado ya que no tenía a nadie para insultar ni humillar, así que se estaba quedando a gusto con él después de haberlo hecho con Joliven.
Con la mejilla aún colorada, Merilas y Laenoi siguieron a los demás hasta el castillo de la reina Firai. Lissan se había encargado de hacerle saber al rey que la reina había dicho que se quedaran él y sus hombres por allí esa noche.
El joven príncipe iba unos pasos por detrás de su padre, no quería tenerlo cerca realmente. Haber pasado unos días sin él le había hecho darse cuenta de que no necesitaba a gente como él en su vida. No importaba que fuera de su familia, no importaba que fuera su padre, se decía a sí mismo tratando de no sentirse mala persona. No es necesario querer a los miembros de tu familia, sobre todo si se portan de aquella manera.
Joliven caminaba unos pasos detrás de Merilas. Pese a la oscuridad que comenzaba a cubrir por completo el cielo había visto su mejilla colorada e hinchada, como aquella vez en el bosque, y le dolió en el alma no haber podido ayudarle. Pero Laenoi le había dado donde dolía, había conseguido desequilibrar a Joliven y eso le fastidiaba de sobremanera.
Por otro lado, el pelirrojo pensaba en lo que su padre le había dicho a Joliven. Era cierto que no tenía ni idea de quién era el vasallo en realidad, quién había sido antes de convertirse en lo que es ahora. Solo conocía lo que él quería que conociese, él hablaba, le contaba cosas, pero nunca hablaba de él realmente, y mucho menos de su pasado. A Merilas de repente le dio mucha curiosidad, quería saber más, tanto como si fuera una especie de necesidad vital.
Eife
Habían cenado todos juntos, una cena un tanto incómoda, culpa de los forasteros según Eife. No sonreían y se notaba que no estaban del todo a gusto. Merilas no se había sentado con su padre, es más, se había sentado lo más lejos posible, junto a Kafette. Eife se había sentado junto a su madre y Lissan. Y Joliven no había aparecido para cenar, probablemente habría robado algo de comida de la cocina y estaría en su habitación o en cualquier rincón a solas, o tal vez no, Joliven era impredecible.
Después de cenar, Eife al fin pudo salir de aquella situación rápidamente con la excusa de su pierna y de que tenía que descansar. Gracias a ello también salió Lissan, que acompañaría a la chica hasta sus aposentos.
—¿Había un ambiente incómodo o era yo? —dijo Eife mientras llegaban a su habitación.
—Yo también lo he notado. —coincidió Lissan.
—¿Qué crees que será? —preguntó pensativa. Lissan se encogió de hombros.
—Cualquier cosa. Literalmente, podría haber sido cualquier cosa. —dijo él con un toque de diversión.
Llegaron al cuarto de Eife y ella fue al baño a ponerse el camisón de dormir. Mientras, Lissan se quedó en la habitación de ella. Se acercó al tocador, donde aún reposaba la cinta de cabello que era de él. Eife aún no se la había devuelto, pero sí la había doblado y dejado en una esquina. El chico sonrió mirándola, no le diría nada sobre ello.
Eife salió del baño. Andaba algo coja, pero mucho mejor que al principio, casi ni le dolía. Se apoyó en la pared mirando a Lissan.
—¿Qué hace aquí? —preguntó ella bromeando con una ceja alzada, haciendo ver que no quería que estuviese.
—Oh, ¿quiere que me vaya, princesa? —preguntó él siguiéndole el juego, siempre respondía de inmediato a sus juegos. Ella se hizo la pensativa.
—Puede quedarse si tiene algo que ofrecer, en caso contrario, puede marchar. —contestó Eife haciendo un gesto con la mano.
—Me temo que no tengo nada, solo soy un simple mayordomo. —dijo él apenado, siguiendo con el juego, pero Eife sonrió.
—Entonces tiene mucho que ofrecer, ¿no cree? —dijo la chica acercándose a él. —Ya sabes lo que hacen los mayordomos... Acatan órdenes y complacen. —Lissan intentó esconder su leve sonrojo. Había pillado la indirecta, efectivamente. ¿Cómo no hacerlo? Era más bien una directa que había sido lanzada hacia su cara.
—¿Qué es lo que desea? —preguntó Lissan, visiblemente tímido, no estaba ni seguro de si hacer esa pregunta estaba bien.
Eife llegó hasta él, posó ambas manos en sus hombros, más que nada para no tambalearse y caer, aunque le encantaban las vistas. Lissan, como en un acto reflejo, colocó las suyas en su cintura, aguantándola. Eife miraba los labios del más alto, sin pudor alguno.
Lissan estaba nervioso, quiso desviar sus ojos de los de ella, tan azules como el mar, parecía que si la miraba mucho tiempo le atraparían y se ahogaría en ellos. Y sin quererlo, hizo casi algo peor, se centró en sus labios, gruesos y entreabiertos.
Tenía unas ganas terribles de besarla. No solo en ese momento, siempre que le miraba a los labios. Cada vez que la miraba a ella. Cuando le explicaba matemáticas. Cada vez que ella le abrazaba. Cuando habían entrenado juntos, tan cerca, tan intenso. Cuando Eife aparecía con esa sonrisa y alegría que siempre desprendía. Cuando le decía cualquier cosa y él solo admiraba la forma en que sus labios se movían, era hipnótico.
Tragó saliva. Volvió a sus ojos. No podía mirar a otro lugar, era tarde, Eife le había capturado con esa mirada y su vista fija en los labios de él. Cuando sus miradas se encontraron por fin, ambos sintieron algo diferente, una conexión entre los dos que no habían sentido antes.
—Tengo muchas ganas de besarte... Siempre. —soltó Lissan como si esas palabras hubieran salido sin permiso, como si su pensamientos se hubiera esfumado por los labios en forma de su voz. No tenía expresión, permanecía quieto, aún mirando a Eife. La chica se asombró, no iba a negarlo, pero se sintió inmensamente feliz de escuchar esas palabras.
—¿Y a qué esperas? —preguntó ella sonriendo un poco.
Lissan sonrió y acercó a Eife, pegándola a su cuerpo, prácticamente abrazándola. Eife puso ambas manos en la nuca del chico, debajo de la coleta que llevaba. Lissan al fin se atrevió a hacerlo. La besó. Lento, disfrutando el suave tacto de los labios de ella, justo como había imaginado tantas veces. Eife se tomó la libertad de intensificar el beso, lo necesitaba, lo deseaba. Y se sintió inmensamente feliz cuando fue correspondida de igual forma.
De tanta intensidad, Eife dio un traspié, culpa del tobillo dañado, y la joven cayó encima de Lissan. El beso paró de golpe. Ambos se miraron, estaban sonrojados y estallaron en una carcajada.
—No puedo creerlo. Soy una torpe. —dijo ella aún encima de Lissan riendo. El chico se reía también.
—Es parte de tu encanto. —respondió. Cuando dejaron de reírse, se miraron de nuevo. Dudaban en si repetirlo o dejarlo pasar. Obviamente ambos querían repetirlo, pero sabían que algo no estaba del todo bien en aquello.
—Lis... —dijo Eife, moviéndose de encima de él, quedando sentada en el suelo a su lado. Lissan se sentó también y le prestó atención.
—¿Qué sucede? —preguntó Lissan.
—Nada... —respondió insegura, prefiriendo no hablar de ello. —¿Te quieres quedar? —preguntó en un murmullo. Lissan le miró extrañado.
—¿A pasar la noche? —preguntó para asegurarse. Eife asintió. Lissan lo pensó un segundo. No sería adecuado, sobre todo después de lo ocurrido, pero en realidad sí que quería.
—Si te sientes incómodo después de lo que ha sucedido... Puedo entenderlo. —dijo Eife al ver que el chico no respondía. —Ha sido estúpido, no debimos haberlo hecho. —dijo cerrando los ojos y suspirando. Notó la mano de Lissan en su pierna. Eife abrió los ojos y le miró.
—No ha sido nada estúpido. —dijo él hablando con esa tranquilidad que hacía sentir a Eife bien. —Ha sido algo que los dos queríamos, no pasa nada Eife. —la chica le sonrió algo apenada.
—Pero no te quedas, ¿no? —dijo ella. Lissan se rió.
—Me quedo. —afirmó finalmente. Eife rio y le golpeó la pierna.
—Harías cualquier cosa para llevarme la contraria, ¿verdad? —bromeó. Lissan se rió junto a ella de nuevo.
—No puedo negarlo.
El joven se puso en pie y ayudó a Eife a levantarse. Mientras Lissan iba a por su ropa para dormir, Eife se metió en la cama a su espera.
Ambos estaban nerviosos. No por lo que sucedería, sinó por lo que había sucedido. Los dos deseaban ese beso desde hacía años, y había sido casi como cuando ves un pájaro pasar. Necesitaban más, pero no era el momento, lo tenían bastante claro, debían ser responsables y profesionales.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro