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XII: ¿Promesa? Promesa

Eife

La joven se encontraba tranquila en su cama cuando notó cierto ajetreo en el exterior. Miró a Lissan con el ceño fruncido y él le devolvió el gesto.

—Iré a ver que sucede. No te muevas. —dijo el chico yendo hacia la puerta con rapidez. Eife asintió preocupada.

Las trompetas no tardaron en hacerse sonar. Eso solo significaba una cosa: peligro. Una batalla se aproximaba o ya estaba aquí. 

La joven quería salir de su cama a ver qué sucedía desde su balcón. Así que se levantó con algo de dificultad y fue a la pata coja hasta allí. Vio a algunos guardias preparándose, pero nada cerca del castillo, no al menos desde su habitación. 

La puerta de su habitación se abrió de golpe, asustando a Eife, que tropezó y cayó de culo. Lissan fue rápidamente hasta ella.

—¿Qué hacías de pie? —preguntó ayudándole a levantar. 

—Quería ver lo que sucedía. Ya sabes que soy curiosa. —se excusó la rubia. Lissan la condujo hasta la cama de nuevo. 

—Mucho me temo que tendrás que esperar aquí hoy. —dijo el chico sentándose a su lado con las manos entrelazadas con las suyas. Ella le miró con el ceño fruncido. 

—¿Van a luchar? ¿Hay una batalla? —preguntó con algo de miedo. Él asintió calmado. 

—En el reino, ha venido un ejército de Meluvnia. —respondió con seriedad. —Yo también voy. —comentó. Ella negó.

—No vayas, Lis. —pidió la joven. —Yo también quiero ir. Si tu vas, voy yo. —él negó en cuanto esas palabras salieron de sus labios.

—No puedes ir, apenas puedes aguantar el equilibrio, Eife. Y yo tengo que ir a ayudar, órdenes de arriba. —explicó Lissan. Eife suspiró. 

—Está bien... —accedió porque en realidad, no había nada que pudiera hacer, era cierto que aún cojeaba y si iba solo sería un estorbo. Con su mano acarició la mejilla del chico. —Cuídate, no quiero que te pase nada. —le dijo sonriendo, Lissan sonrió de vuelta. —Y dile a los demás que se cuiden también. No quiero ninguna baja, ¿me oyes? —el chico rió.

—Entendido. —respondió asintiendo. Tomó la mano de Eife que estaba en su rostro y dejó un pequeño beso en el dorso. —Nos vemos. —dijo poniéndose en pie. 

—¿Promesa? —dijo la chica. Lissan le sonrió con ternura.

—Promesa.

Merilas

¿Trompetas? Eso era nuevo, algo importante debía de pasar. En su castillo no sonaban nunca, solo cuando pasaba algo grave. Oh mierda... 

El chico salió de su habitación y vio a algunas personas corretear por aquí y por allá. De repente se sintió mal pensando que debería estar en su castillo por si algo malo sucedía también, sin embargo, no estaba allí. 

No tenía ni idea de lo que debía hacer. Se dirigió al salón principal, dónde pudo divisar a Lissan y fue corriendo hasta él.

—¿Qué está pasando? —preguntó el pelirrojo. Lissan se giró a verle.

—Genial, necesitamos a gente. —dijo él sonriendo. —Hay una batalla en el reino, debemos defenderlo. Póngase una armadura y salga al jardín, le dirán lo que debe hacer... Creo.

Sin más, Lissan siguió su camino. Merilas se quedó allí plantado sin saber de dónde sacar una armadura y alguna espada. También estaba aterrorizado, si no sabía ni pelear con un entrenador, no iba a saber con alguien que de verdad quería hacerle daño, pero iría a demostrarse a sí mismo que sí podía. Esperaba que sus clases le sirvieran un poco de ayuda.

Joliven

Trompetas.

—Joder. —murmuró el chico en una queja, realmente se había asustado. La chica que estaba en su cama soltó una risita.

—Que mala pata, ¿eh? —dijo ella recogiendo el vestido del suelo.

—Sí, mala suerte... No te preocupes preciosa. —le dijo él guiñando un ojo. Joliven se subió el pantalón y cogió su arco. Miró a la chica ya vestida.

—Vámonos. —dijo ella ya sabiendo lo que sucedía. Ambos salieron de la habitación y cada uno se fue por su lado. 

El pelinegro tenía muchas y algún que otro pretendiente. El haberse sentido inseguro con Merilas hizo que piense que quizás algo andaba mal con él, por eso iba a tener sexo con esa chica, pero por suerte había una batalla y pudo salir del aprieto en el que se había encontrado. La chica era guapa y todo, pero era como si le faltara algo... Y eso solo hizo que Joliven se preocupe más pues las pocas ganas que tenía de poseerla no eran normales, nunca le ocurrió. Así que había sido un alivio el molesto ruido de las trompetas.

Joliven se dirigió a la habitación de Kafette y llamó a la puerta.

—¡Un momento! —la chica gritó del otro lado. Estaría poniéndose la armadura.

—Cada segundo es una persona menos, Kafette. —dijo él sonriendo aunque ella no pudiera verle. La puerta se abrió con la castaña seria.

—Eres un idiota. Venga vamos. —dijo ella empezando a caminar. Joliven la siguió.

Merilas

Encontró lo que buscaba gracias a un grupo de criados que muy amablemente le ayudaron. Así que rápidamente se dirigió al jardín. Allí estaba Lissan, junto a Kafette y Joliven. Merilas se dirigió hasta ellos. Los tres le miraron y le saludaron. 

—Vaya, pareces un tipo duro con esa armadura. —comentó Joliven dando un pequeño golpe en ella. Merilas le apartó la mano.

—¿Por qué no llevas una? —preguntó el chico intentando mantener un tono de indiferencia, no quería mostrar que en realidad estaba preocupado por la integridad física del bastardo.

—Cree que no la necesita. —respondió Kafette por él. Merilas le miró extrañado y Joliven solo rodó los ojos.

—Me incomodan, no puedo lanzar con precisión. —se explicó el pelinegro. —Y además suelo estar alejado, atacando desde la distancia. —dijo obvio.

—Tú mismo... —le dijo Merilas esta vez dejando ver que estaba algo preocupado. Quizás no llevar armadura le perjudicaría en algún momento.

Sin perder más tiempo se dirigieron al reino.

Al llegar ahí todo era un caos. Había cuerpos inertes en el suelo y sangre, mucha sangre. Merilas quedó petrificado, nunca había visto algo así. Nunca había estado en un campo de batalla real. Se estaba arrepintiendo de ir allí.

Algunos caballeros y guardias informaban a la gente de a pie que se metieran en sus casa y no salieran. Otros ya estaban luchando contra los enemigos.

Merilas notó que le tiraban de su traje para que caminara. Se giró viendo que era Joliven.

—No te quedes ahí parado. ¿A caso quieres morir? —le dijo el pelinegro con algo de burla. Merilas reaccionó y siguió al grupo.

Un grupo enemigo se acercó a ellos con toda la fuerza y odio que tenían, comenzaron a erguir sus espadas y dar golpes contra ellos.

Merilas se estaba defendiendo con algo de dificultad pero bastante bien en realidad. Casi no la cuenta en algún momento pero esquivó al enemigo con éxito, incluso mató a algunos. Estaba sorprendido consigo mismo, pero en esos momento sentía una especie de adrenalina nunca sentida antes, y realmente no fue tan malo como creyó, podría manejarlo.

Kafette mataba como quien pasea por ahí en un día cualquiera, quizás sí era la mejor como decían, parecía que ni le costase esfuerzo. Lissan hacía cada movimiento con elegancia y parsimonia, parecía que bailaba en el campo de batalla. Merilas quedó fascinado viendo a ambos moverse con esa facilidad, eran unos profesionales.

A quien no divisaba era a Joliven, solo esperaba que estuviera bien.

Mientras miraba a todos lados menos donde tenía que mirar, uno de los enemigos corría hacia él para atacarle con la espalda alzada. Merilas se giró con el ceño fruncido al escuchar pasos apresurarse y no le dio tiempo de protegerse, simplemente puso sus manos frente a su cara. Pero el hombre delante de él cayó. Una flecha le había atravesado el cuello. Merilas asombrado miró hacia el lugar de donde vino aquella flecha y vio al fin a Joliven. Estaba oculto y le saludó con un guiño y una sonrisa. Merilas le sonrió de vuelta y decidió mirar al frente y vigilar, dejar de mirar a los demás. 

Joliven

Joliven había decidido tener como misión salvar a Merilas y de paso matar a algunos idiotas desafortunados que se cruzaran en su camino. Estaba claro que el chico necesitaba ayuda, así que el arquero le vigilaba y le ayudaba todo el tiempo, si no le hubiera defendido en varias ocasiones, tenía claro que el joven príncipe ya estaría muerto, y no quería eso. 

El grupo se movió, por lo que Joliven tuvo que moverse, sin perder de vista a Merilas claro, pero en cambio sí descuidándose a sí mismo.

—¡Cuidado! —escuchó a su espalda. Era Lissan, que justo había lanzado una daga al hombre tras Joliven. 

—Gracias Lis. —dijo Joliven dirigiéndose a él con una sonrisa. Siempre pensó que le dejaría morir si tuviera la oportunidad, al parecer estaba equivocado. 

—No me llames así. —le respondió Lissan sin expresión pasando por su lado, yéndose a defender a los aldeanos. Joliven se rio. Este chico...

Merilas

Los refuerzos llegaron al fin. Eran los hombres del rey del reino de Merilas, y con ellos por supuesto, llegó también el rey Laenoi. 

Merilas reconoció las armaduras rápidamente y se sintió incómodo y un traidor por haberles abandonado de ese modo sin decir nada, pero lo había hecho por su bien. Esos últimos días en el castillo de Eife, con ella y sus amigos, sobre todo con Joliven, habían sido geniales, hacía tiempo que no se sentía feliz en su totalidad.

El chico reconoció a su padre en cuanto el hombre pasó frente a él. Ambos cruzaron miradas. Era el momento de demostrarle que no era un inútil y podía con un desafío como aquel. 

Merilas atacó con toda la rabia que sentía hacia su padre. Joliven a lo lejos notó lo sucedido y sonrió con orgullo. Merilas debía demostrar que era alguien y que podía con todo.

Después de un buen rato, de cansancio, sangre y sudor, habían vencido. Los pocos enemigos que quedaban huyeron, retirándose antes de perder más vidas. 

En cuanto acabó, Merilas se dejó caer en el suelo, estaba agotado. 

—Que poco aguante, principito. —escuchó la voz de Joliven a su lado. Sonrió y se sentó en el suelo. Joliven estaba agachado junto a él.

—Tú no has estado luchando cuerpo a cuerpo, solo lanzabas tus flechitas de aquí para allá. —le dijo el pelirrojo defendiéndose. 

—Si no fuera por mis ''flechitas'', no estarías diciendo esas estupideces, bonito. —respondió Joliven elevando una ceja sabiendo que tenía la razón. Merilas rodó los ojos.

—Bueno, quizá sí tienes un poco de razón en eso. —admitió finalmente.

—Siempre la tengo. —dijo sacándole la lengua. El pelinegro vio que se acercaba el padre del chico. —Viene tu padre, levántate. —le aconsejó en un murmuro. Merilas abrió los ojos y se puso en pie rápidamente. Era mejor que su padre no le viese tirado en el suelo, tenía que demostrar que era fuerte. Laenoi se acercaba a él con pasos decididos, parecía enfadado. Joliven no se alejó ni un poco de Merilas, solo por si acaso.

—¿Quién te has creído? —le dijo claramente enfadado el hombre a su hijo dándole un empujón. Merilas dio algún paso hacia atrás por ello, chocando con Joliven, quien puso sus manos sobre sus hombros como acto reflejo, sosteniéndole. —¿Crees que puedes irte cuando te de la gana? —de repente pareció notar la presencia del chico tras su hijo, que permanecía ahí de pie sin tener nada que ver con el asunto. —¿Y tú quién eres? Vete, esto no te concierne. —Joliven le sonrió. Sabía que tipo de persona era aquel hombre, y no iba a permitir que abusara de nadie mientras él estuviera allí, y menos de su principito.

—Soy un vasallo de la princesa, señor. —respondió educadamente aún con la sonrisa, sin soltar al chico. El hombre le miró fijamente, abriendo los ojos con sorpresa y a su vez odio al reconocerle.

—Aléjate de mi hijo. —exigió Laenoi con tono amenazante. —No le pongas una mano encima. —ordenó agarrando a su hijo del brazo arrancándoselo de las manos a Joliven.

—¿Qué haces? —preguntó Merilas empujando a su padre. Laenoi le agarró del brazo de nuevo a punto de gritarle, pero Joliven se entrometió.

—Odio interrumpir, de verdad, pero no debería tratar así a su hijo, señor. —dijo el pelinegro apareciendo al lado del rey, quien le fulminó con la mirada. Merilas estaba atónito, no sabía que planeaba Joliven pero si seguía así, iban a acabar ambos mal.

—¿Disculpa? —preguntó el rey dejando a su hijo de lado dirigiéndose al más alto. —¿Vas a darme lecciones tú a mí? —dijo dándole con el índice en el pecho. —Sé quien eres... No eres más que un sucio y ruin ladrón. Tu cara estuvo por todos lados hace años, te buscaban para colgarte en la horca, lo que merecías, pero al parecer tuviste un golpe de suerte. —explicó Laenoi escupiendo cada palabra con rabia. —Eso no te exime de todo lo que has hecho. Eres asqueroso.

Joliven frunció el ceño. No iba a negar que aquellas palabras le habían afectado, no le gustaba recordar su pasado y ese hombre acababa de hacerlo sin vacilar, justo en su cara. Merilas miraba confuso la situación, estaba claro que no sabía nada sobre Joliven ni sobre su pasado.

—No vuelvas a acercarte a él. —dijo el hombre mayor para finalizar. 

Laenoi agarró a Merilas del brazo y se lo llevó a otro lado para hablar, más bien para discutir y seguramente darle alguna ''bofetada instructiva''. Mientras, Joliven se había quedado allí de pie. Él solo con sus pensamientos, sus recuerdos del pasado que le atormentaban cada día. Intentaba pensar que era alguien diferente a quién fue, pero en el fondo, era eso, un ladrón, y de los más sucios y miserables.

Eife

La chica estaba que se subía por las paredes de su cuarto. No paraba de cambiar de posición en la cama, pensando, intentando dormir, intentando leer, incluso estudiar, pero nada. Solo podía pensar en si estarían todos bien. Estaban tardando demasiado.

Escuchó barullo por fin. Rápidamente se puso en pie, casi tropezando, agarrándose de la pared para ayudarse a caminar. Se asomó a su balcón y vio a los primeros hombres llegar.

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