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V: Ya hay fecha de boda

Eife

Al día siguiente su madre la citó en el salón. Eife se dirigió allí algo atemorizada, estaba segura de que eran malas noticias, es decir, noticias sobre la boda. Era para lo único que le citaba su madre últimamente.

Firai estaba bastante seria, lo que era normal en ella en realidad. La chica se dejó caer en la silla frente a su madre.

—Hola cariño. —dijo su madre. Ese tono suave es el que efectivamente utilizaba cuando estaba a punto de anunciar algo que a Eife no iba a gustarle. —Ya hay fecha de boda. —soltó directamente con una pequeña sonrisa. A Eife le dio un vuelco el corazón al oír aquellas palabras. 

—¿Tan pronto? ¿Esas cosas no se tienen que planear durante un largo período de tiempo? —preguntó la menor algo agobiada de solo pensar en tener que casarse. 

—Cielo... Aún no te he dicho la fecha, no será la semana que viene. —dijo Firai intentando reconfortarla y fallando en el intento. 

—¿Cuándo es? —preguntó la joven temiendo que fuese dentro de dos semanas.

—En un mes, si todo sale bien. —respondió sonriente. Eife se puso en pie dando un golpe en la mesa con sus manos.

—No, de eso nada. —dijo con firmeza. —Acabo de cumplir los 18, no me puedes casar al mes siguiente mamá. —estaba alterada. Se alejó de la mesa y caminó de arriba a bajo por el lugar. —No. Me niego. Si hace falta huyo de aquí. —dijo muy seriamente. Ante aquel comentario Firai se puso en pie preocupada.

—No puedes huir así como así, querida. —dijo su madre. Eife la miró un poco harta. 

—¡Pero tú no te casaste a los 18! —le dijo apuntándole con el índice. Suerte que una larga mesa las separaba. —Y mucho menos con alguien que ni conocías. ¡Tú y padre estábais enamorados! ¿Por qué yo no puedo vivir así? —preguntó al borde de las lágrimas. 

—Eife... Es lo mejor... —la chica no le dejó acabar.

—No. —dijo sintiendo subir el calor desde su estómago hasta su cabeza. —¿Es lo mejor para el reino? Lo dudo mucho porque si quieren conquistarnos, lo harán. —dijo haciendo una pausa. —Y obviamente no es lo mejor para mí, porque si te importara un poco intentarías hacer algo para que no tenga una vida infeliz, que es lo que voy a tener por tu culpa. —le dijo con la rabia que emanaba de su interior. 

Firai iba a hablar pero Eife tiró al suelo la silla que tenía al lado con fuerza, haciendo que todo el salón retumbe, y se marchó de allí. 

Con lágrimas de rabia e impotencia fue corriendo a su habitación, sin cruzarse a nadie por suerte, pero al entrar en ella dió un portazo, alertando así a Lissan que estaba en la habitación contigua. Eife agarró su espada y dió golpes con ella a una estantería vieja que había mantenido en la habitación para momentos como ese, y la cual estaba ya bastante magullada por los golpes de su espada.

La chica le dio con todas sus fuerzas y con toda la rabia que sentía, y cuando se cansó, se tiró en la cama y le gritó a un cojín mientras pataleaba. Seguidamente lloró. Ella no podía hacer nada al fin y al cabo, solo era la princesa y tenía que obedecer a la reina.

Lissan al otro lado estaba preocupado, se había quedado quieto al escuchar todo. Había escuchado el portazo, los golpes y el grito, y de repente todo había cesado. Decidió salir de su habitación para dirigirse a la de la princesa, a tan solo unos pasos, solo para ver si estaba bien. 

El chico llamó a la puerta, alertando a Eife, quien decidió meterse en la cama y hacerse la dormida, quizás con un poco de suerte le dejarían en paz. 

—¿Eife? —escuchó la voz de Lissan y le dolió no responder, pero no quería ver a nadie. —¿Está bien? —preguntó. 

Finalmente abrió la puerta sin permiso. Eife cerró los ojos para meterse mejor en el papel de una chica dormida. Lissan vio la espada tirada encima de la cama, la cual no era su localización usual. Se acercó un poco más a la cama cerrando la puerta tras de si. 

—He escuchado todo... —confesó el chico de pie a espaldas de Eife. —¿Necesita algo? —preguntó todo lo amable que pudo. Ella finalmente suspiró. 

—Está bien... —dijo al fin. No se dio la vuelta porque seguramente tenía la cara fatal. —¿Puedes... Puedes simplemente abrazarme? Lo necesito. Por favor. —pidió la joven con la voz quebrada. Lissan sintió como sus latidos iban más rápidos por la propuesta. 

—No creo que sea muy adecuado, princesa. —respondió intentando salir de aquella situación. No es que no deseara abrazarle, era más bien que se iba a poner demasiado nervioso y seguramente ella lo iba a notar y no quería que eso pasase, debía mantenerse firme. 

—¿Qué importa eso? —preguntó cansada de las reglas y de lo que se puede o no se puede hacer. —Además, es igual que un abrazo, y ya nos hemos abrazado antes, solo que estaremos tumbados. Has preguntado si necesitaba algo, esta es mi respuesta. —dijo dándose la vuelta. Tenía que hacer contacto visual para convencerle. Necesitaba que Lissan le abrazara.

—De acuerdo... —cedió finalmente sin resistir la mirada de la joven. Lissan sacó la espada de la cama y se sentó en el borde, quitándose los zapatos en el proceso. 

Giró su cabeza para mirar a Eife. Sus ojos azules brillaban más de lo usual, y tenía la nariz y mejillas algo coloradas, era porque había estado llorando, pero estaba preciosa de todos modos. Al meterse entre las sabanas con ella sintió que su corazón iba a explotar. Estaban cada uno en una esquina, fue ella quien se movió hacia él con una sonrisa tímida. Estaba mal, pero ahora que veía con claridad los ojos grises de Lissan, sentía que estaba segura, y que nada malo podría pasarle si estaba con él. Así que se refugió en su pecho. Si ya le encantaba abrazarle, estar tumbada entre su pecho y sus brazos era como un sueño. 

Lissan por su parte estaba intentando, sin mucho éxito, controlar los rápidos latidos de su corazón, que probablemente ya le habrían delatado. Así que se limitó a cerrar los ojos y acariciar la espalda y cabello de la chica entre sus brazos.

—¿Qué ha sucedido? —preguntó él rompiendo el silencio. 

—La boda es el mes que viene. —respondió Eife sonando algo opacada por el cuerpo de Lissan. A él también le dolió que tuviera que casarse tan pronto, pero si ella no podía hacer nada, él menos. 

Lissan apoyó su barbilla en la cabeza de la chica. Ella tenía los ojos cerrados al igual que él. Acabaron quedándose dormidos en esa posición. 

Despertó primero Lissan, algo aturdido al no recordar donde estaba. Se reprendió en su mente el haberse dormido con la princesa. Miró desde la cama la hora en el reloj, sin darse cuenta que al moverse había despertado a Eife también. Ella le miró con el ceño fruncido, aún con cara de dormida. 

—Nos hemos dormido. —comentó la rubia en un suspiro. Lissan se sentó en la cama, mirándola desde arriba, preguntándose cómo era posible tanta belleza en una sola persona. —¿Por qué me miras así? ¿Tengo baba en la cara o algo? —preguntó bromeando, pero ante el silencio del chico puso una mueca de preocupación y se tapó la cara. Lissan se rió.

—No. No tiene nada. —respondió él sonriendo. Eife se vió aliviada. 

—Me habías asustado. —dijo dándole un golpe en el brazo de forma juguetona. 

—Creo que me iré. —dijo él saliendo de la cama. —Tengo cosas que hacer. —Eife se giró en su dirección, apoyándose en un solo brazo.

—Vale. —dijo ella. —Podríamos repetirlo algún día. —le guiñó un ojo. Lissan elevó una ceja disimulando su nerviosismo ante aquella propuesta.

—Pasa demasiado tiempo con Joliven. Ya hasta habla como él. —dijo en tono de broma, aunque en realidad no le gustaba demasiado que pasara tanto tiempo con el pelinegro. 

—¿Celoso? —le preguntó la rubia elevando una ceja. Lissan negó rápidamente.

—Claro que no. —respondió acabando de ponerse los zapatos. —Un placer. Nos vemos, mi princesa. —dijo. En el camino hacia la puerta, vio en el tocador de Eife su cinta de pelo, la que le dejó a la joven el día del baile, al parecer no la ha perdido como él pensaba, simplemente se la había quedado ella. Sonrió satisfecho.

Eife se cambió de ropa a una más cómoda y buscó a Joliven. Había tenido una idea y solo él podría ayudarle. Fue a su habitación, y le encontró tumbado lanzando una manzana roja al aire. Al sobresaltarse por lo rápido que abrió la puerta Eife, la manzana le dio en la cara, a lo que ella se carcajeó apoyándose en el marco.

—¡Oye! —dijo él poniéndose en pie. —Deberías llamar antes de entrar, podría haber estado haciendo... Ya sabes, otras cosas. —dijo él dando un mordisco a la manzana. Eife puso una mueca de asco.

—Lo tendré en cuenta. —dijo ella sonriendo. Miró la manzana un momento. —¿Comes algo a parte de manzanas? —preguntó la rubia. Joliven se rió y rodó los ojos.

—Sí. —respondió simplemente. —¿Qué quieres? 

—Necesito tu ayuda. Es un secreto que no puedes contar a nadie. —dijo ella entrando en la habitación y cerrando. Joliven le miró algo confuso.

—Así que un secreto que no puedo contar a nadie, ¿eh....? —preguntó volviendo a su tono pícaro frecuente. Eife rodó los ojos.

—No es nada de eso, malpensado. —dijo ella apuntándole con el índice. 

—Entonces quieres que te ayude a esconder un cadáver o que me deshaga de alguien. —afirmó con seguridad dando otro mordisco a la manzana. Ella le miró con el ceño fruncido.

—No, tampoco. —dijo ella rápidamente. 

—¿Qué es entonces? —preguntó.

—Necesito que me pase algo para atrasar la boda. —soltó ella. Él le miró sorprendido. 

—¿Algo como qué? 

—Pues... Pues no lo sé. —respondió encogiéndose de hombros. —Una herida grave, quedarme inconsciente, romperme una pierna. Algo. 

—Para el carro, te estás pasando. —dijo él levantando las manos. —Si algo te pasa lo más probable es que atrasen la boda, tiene sentido, pero ¿estás segura? Quiero decir, te va a perjudicar. Te dolerá y puede que no se cure bien la herida o alguna cosa así. Saldrás perdiendo. —le dijo más serio de lo usual. 

—Piensa en algo lo suficientemente grave como para que provoque el atraso de la boda pero no tanto como para que me mate o deje secuelas. —dijo ella. Joliven suspiró.

—No lo veo una buena idea. Además, Lissan me matará. —concluyó con una risita. 

—Oh vamos. Solo confío en ti. —le pidió la rubia.

—No puedo resistirme a esos ojitos... Vale, haré lo que pueda. —dijo él finalmente. Ella sonrió y él le desordenó el cabello. —Por el momento, si alguien pregunta, vamos a entrenar al bosque. —ella asintió.

Por suerte por el camino nadie les preguntó, aunque avisaron a uno de los guardias, por si acaso. 

Estaba oscureciendo ya y ellos caminaban sin rumbo por el bosque. Joliven no tenía claro qué podría hacerle. Una flecha sería demasiado obvia, además de que podría desangrarse o su herida podría infectarse. Empujarla cuesta abajo podía ser demasiado peligroso ya que podría chocar con algo y darse en la cabeza. Era complicado pensar en algo así. 

Ciertamente no era recomendado ir por el bosque con esa poca luz, por eso no hizo falta la ayuda de Joliven para que Eife tuviera un pequeño accidente. 

De repente la chica gritó, alertando a Joliven haciendo que cargara una flecha en su arco en un rápido movimiento. No había nadie. Entonces vio a Eife en el suelo y guardó la flecha de nuevo, colgándose el arco a su espalda. Se agachó a su altura.

—¿Qué ha pasado? —preguntó el pelinegro al no ver bien por la poca luz. Ella jadeaba un poco.

—Algo me ha atrapado la pierna... Y me está rasgando. —respondió la chica intentando sacar la pierna, provocando solo más dolor. 

—No te muevas. —dijo él palpando donde se supone que debería estar la pierna de la chica y enfocando la vista para ver algo. Rápidamente retiró la mano, estaba sangrando. Parecía una raíz espinosa, gruesa y fuerte. —Mierda. ¿Tienes la espada? 

—No. —respondió.

—¿No la has traído? ¿En serio? —preguntó incrédulo. 

—No. No la he traído. —dijo ella molesta. Si movía un poco la pierna, sentía como algo se le clavaba en ella. Pero no era algo, eran diferentes espinas afiladas. —Necesito sacar la pierna, tengo el pie doblado.

—Lo se... Voy a intentar cortarla con una flecha. Ojalá estén lo suficientemente afiladas. —dijo agarrando una de su espalda y empezando a cortar. Eife gimió al sentir como la presión de las espinas incrementaba clavándose en su piel por la presión que Joliven ejercía contra la raíz para lograr cortarla. —Joder... Lo siento.

—Bueno... Es lo que quería, no pasa nada. —dijo ella intentando no quejarse mucho. Estaba agarrada al brazo de su vasallo apretando para aguantar un poco el dolor.

—Y es menos dolor de lo que se me estaba ocurriendo. Así que dentro de lo que cabe, no está tan mal. —dijo él con un toque de diversión continuando con su cometido. 

Estuvieron unos minutos intentando cortarla. Entre que ella no paraba de moverse y quejarse por el dolor, que la raíz era muy dura, que la flecha no estaba precisamente afilada, y que Joliven también se estaba cortando las manos con las espinas, no fue hasta minutos después que pudo sacar su pierna de allí. Y a parte de tener la zona de tobillo llena de sangre, también parecía haberse torcido el tobillo, no podía apoyarlo, quizás estaba roto. Joliven tuvo que traerla de vuelta subida a su espalda.

Cuando volvieron y la luz que había en los farolillos del castillo les alumbró, uno de los guardias se acercó a ellos al ver la pierna de la princesa llena de sangre. Joliven le dijo que no se preocupara, que él mismo la llevaría a la enfermería.

Rápidamente entró la enfermera, una chica joven a la cual Joliven conocía, y detrás de ella un preocupado Lissan. Eife se sorprendió al verle allí. ¿Tan rápido se había enterado?

—Lissan. —dijo Eife al verle llegar. Él se acercó a la joven y puso su mano en el brazo de ella.

—¿Está bien? ¿Qué ha sucedido? —preguntó mirando la sangre de su pierna.

—Una raíz. —respondió Joliven en su lugar. Lissan le miró con el ceño fruncido. 

—Tendrías que haberle vigilado. ¿Dónde estabas cuando ha sucedido? —preguntó Lissan enfadado. No solía enfadarse y sorprendió a todos los presentes. 

—Estaba a su lado, relájate. —dijo Joliven calmando al de cabello plateado. —Estaba oscuro y se atascó con la raíz. Un accidente.

—No deberías haber ido si estaba oscuro. —reprochó Lissan. 

—Yo se lo pedí. —intervino Eife para ayudar a su amigo. Lissan suspiró, no quería enfadarse con ella.

—Deberías haber tenido más cuidado... —dijo calmando su voz, pasando la mano por su cabello. 

—Lo sé, siento haberte preocupado. No pasa nada. —dijo ella sonriéndole. Mientras tanto, Joliven le estaba contando lo sucedido a la enfermera.

Finalmente la enfermera y Eife se quedaron a solas. Al parecer no se había roto el tobillo, pero casi, no podría caminar en una temporada, seguramente corta, y las heridas sanarían, aunque había alguna profunda. Las heridas de la mano de Joliven habían pasado desapercibidas delante de todos, muy ocupados por la princesa, aunque no le preocupaban ya que eran solo rasguños, además había tenido heridas peores.

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