IV: ¿Te gusta alguien?
Eife
Se sentía algo mareada cuando Lissan la despertó al día siguiente.
—Buenos días, princesa. —saludó el chico, hoy sin bandeja en las manos. Aunque Eife no lo había notado porque no se había molestado en abrir los ojos. —¿Conseguiste quitarte la ropa sola? —preguntó con un tono algo atrevido y un toque de burla al que ninguno de los dos estaba acostumbrado. Eife abrió los ojos con sorpresa y confusión.
—¿Qué? —preguntó haciendo memoria de anoche. No se acordaba de todo pero sí de lo suficiente como para avergonzarse. Recordó que se quitó la ropa, y luego se desmaquilló como pudo... Oh. Se quitó la ropa, toda. Rápidamente se tapó con su manta hasta el cuello, aunque igualmente y por suerte ya estaba lo suficientemente tapada, y se puso roja. —Sí, me la pude quitar. Es más, no llevo nada. —respondió finalmente. Ahora fue Lissan el que se sonrojó ligeramente, alejándose un paso de ella.
—V-vaya... Bueno, me alegro de que durmiera cómoda, supongo... —dijo nervioso. Ella le sonrió. —Lo que le venía a decir, a parte de despertarla, era que hoy desayunará con el príncipe Merilas, a solas. —explicó. Eife rechistó.
—Vale. Gracias. —dijo. —Ya puedes irte para que pueda vestirme, a no ser que quieras quedarte a disfrutar del espectáculo. —bromeó.
—Oh, claro. Perdón. —dijo Lissan saliendo. —Hasta luego.
Eife salió de la cama con algo de frío, al fin y al cabo, estaban en febrero. En su cama, además de apreciar la almohada algo manchada de maquillaje, vió una cinta desperdigada. La cogió extrañada ya que no era suya. Al verla con más atención descubrió que era de Lissan. Quizás él se la prestó anoche, se la tendría que devolver... O no.
Merilas
Dolor de cabeza y malestar. Y lo peor de todo, memoria. ¿Por qué habría aceptado tanto vino? Aunque en realidad no fue tanto, era un débil en todos los sentidos. Despertó porque la luz de su ventana le daba directamente en los ojos. Y recordó lo que hizo ayer, sintiéndose estúpido y ridículo, debería de disculparse con Joliven, le buscaría más tarde.
Alguien llamó a la puerta, y al no recibir respuesta se abrió. Una cabellera castaña se asomó tímidamente.
—Hola Merilas. —dijo la amiga de Joliven, Kafette si recordaba bien su nombre.
—Hola. —intentó sonreír.
—Bueno, te comento, tienes que desayunar hoy con Eife, órdenes de los reyes. —le explicó la chica.
—De acuerdo, gracias por avisar. Ahora salgo. —respondió él.
—También he traído unos ropajes limpios, para que estés más cómodo. —siguió ella mostrándolos con una sonrisa. —¿Puedo? —preguntó pidiendo permiso para entrar y dejarlos en el tocador. Él asintió sentándose en la cama y suspirando.
—Gracias de nuevo. —dijo él sonriendo.
—Un placer. Esperaré fuera para guiarte hasta el comedor, no tengas prisa. —hizo una pausa antes de salir. —Bueno, un poco de prisa sí, a Firai no le gusta esperar. —rio un poco. Y ahora sí, se fue por donde había venido.
Eife
Cuando la chica llegó al salón después de darse una ducha rápida, Merilas ya se encontraba allí. No tenía buena cara, aunque ella tampoco en realidad, y estaba apoyando su cabeza en una de sus manos.
—Hola. —saludó ella sentándose a su lado. Él se percató de su presencia y se reincorporó.
—Buenos días. —dijo él perezoso. La comida ya estaba en la mesa. Había demasiada para dos personas.
—Un despertar duro, ¿eh? —dijo ella tomando té. —El mío también. —admitió. Merilas se rió.
—Exactamente. —suspiró el chico comiéndose una de las cosas que había en la mesa.
No hablaron de mucho más a parte de que se sentían algo mal por la fiesta de ayer y que no tenían mucha hambre, pero Eife decidió sacar un tema.
—Oye Merilas... —dijo llamando la atención del pelirrojo. —¿A ti te gusta alguien o...? —el chico le miró algo confuso. Eife se arrepintió de haber hablado pero ahora ya era tarde para retirarlo, así que decidió seguir. —Quiero decir, seguramente yo no te guste porque bueno, básicamente acabamos de conocernos y sería raro, me refiero a si hay alguna persona que te guste de tu castillo o algo así, ya sabes. —se explicó ella. Merilas lo pensó por un momento.
—Bueno, no me gusta nadie especialmente... —respondió. Era cierto, había personas que le atraían pero todavía no había nadie que le hiciera perder la razón.
—Oh. —dijo Eife pensando por un momento en si proseguir y confesar algo. —Uno de los motivos por los que estoy en contra de la boda es ese. —dijo finalmente.
—¿Te gusta alguien? —preguntó él sorprendido. Ella asintió. —Siento que tenga que ser así. Ya se que no es culpa de ninguno pero... Tendríamos que casarnos con quien quisiéramos... —dijo suspirando.
—Lo sé. —dijo apenada desparramándose en la silla. Luego le miró con una sonrisa. —Al menos me caes bien. —dijo dándole un golpecito en el hombro. Él se rió.
Merilas
Cuando acabaron de desayunar cada uno se fue por su lado. Merilas decidió buscar a Joliven, aunque no conocía el castillo y tampoco tenía ni idea de dónde podría ser hallado. Por suerte, se cruzó con Kafette, quién le indicó muy amablemente dónde estaba el pelinegro. Al parecer estaba en el jardín entrenando con su arco.
Al salir al jardín vio a diferentes personas entrenando, y a otras cuidando el jardín. No veía a Joliven por ningún lado. Siguió dando la vuelta al castillo y, en un lugar dónde no había nadie, estaba él. Lanzando flechas contra una diana, dando en el centro. Merilas se le quedó mirando muy concentrado. Podía notar como los músculos del arquero se tensaban bajo su camisa, y empezó a sentir calor... Serán las hormonas.
En un rápido movimiento, Joliven se giró y lanzó una flecha en dirección al chico, haciendo que éste se sobresaltara. La flecha cayó junto a su pie, sin darle obviamente. Joliven le miraba con una sonrisa ladina.
—¡Podías haberme herido! —le gritó el pelirrojo asustado, con su mano en el corazón. Joliven se le acercó para no hablar a gritos, con una sonrisa burlona adornando su cara.
—Has visto mi puntería, si te hubiera querido dar, lo habría hecho, bonito. —le respondió él una vez a su lado. Merilas seguía mirándole algo molesto. —¿Qué hace por aquí el principito? —preguntó despeinando el cabello naranja del menor. Este se apartó.
—Nada, olvídalo. —dijo yéndose, molesto por la actitud de Joliven. El pelinegro rodó los ojos y le frenó, poniéndose delante.
—No te enfades. Vamos, dime qué te pasa. —dijo él. Merilas se lo pensó y cedió. Al parecer no podía resistirse.
—Pues... Solo quería disculparme por mi actitud. —dijo finalmente el chico sin mirarle directamente. Joliven sonrió de lado.
—¿Tu actitud de hoy? Ha sido algo estúpida, tienes razón. Te perdono. —dijo Joliven sabiendo perfectamente que no se refería a la de hoy. Merilas suspiró. Este chico sabía como sacarle de quicio...
—La de ayer. —respondió simplemente. El mayor se rió.
—Ah, sí. Esa actitud. —dijo él. —En el fondo me gustó, más que la de hoy, sin duda. —Merilas no sabía como gestionar la actitud de Joliven, no se lo estaba tomando en serio y le estaba poniendo de los nervios.
—Mira, me voy, esto ha sido una pérdida de tiempo. —dijo rodeando a Joliven para marchar. El pelinegro le miró. —No tendría que haberme disculpado... —caminó lejos murmurando.
—Oh vamos, era una broma. —dijo el mayor. Merilas siguió caminando ignorándole. Joliven hizo una mueca y luego negó. Es solo un chico, pensó, tienes a muchas y muchos más.
Joliven
Estaba junto a Kafette, en la habitación de ella porque siempre estaba más limpia y ordenada que la de él. Kafette se comía una naranja y Joliven una manzana.
—¿Cuál es tu opinión sobre Merilas? ¿Te gusta para la pequeña Eife? —preguntó ella con una sonrisa. Sin dejarle responder, habló. —A mí me gusta. Dejando de lado que a Eife le guste Lissan y esté enfadada por la boda, creo que el chico no es un mal partido, y es muy simpático. ¿No crees? ¿Qué opinas tu? —Joliven se rió, a veces la castaña no paraba de hablar.
—Opino igual. —dijo solamente dando un mordisco a la manzana roja. Kafette pareció decepcionada con su respuesta.
—¿Opino igual? ¡Eso no es una opinión! —dijo dándole un golpe algo fuerte al chico.
—Vale vale, pero no me asesines. —bromeó él. La chica era bastante fuerte y a veces no media su fuerza, y a Joliven le gustaba ser un pesado. —Veamos... Creo que es guapo, sexy, y que en su interior esconde algo que aún no conocemos, quiero decir, es mucho más de lo que muestra. —explicó. Kafette le miró con una ceja elevada.
—¿Sexy? —preguntó confusa. —Es mono, puede que guapo, pero no creo que sea sexy. Es simplemente adorable.
—También. —coincidió él sonriente.
—Vaya... Así que guapo, sexy, adorable, también has dicho algo sobre su interior que no me ha quedado claro... —dijo ella enumerando. —No te lo habrás tirado, ¿verdad? —preguntó ella alarmada. Joliven se puso algo nervioso ante aquel comentario. —Porque ya sabes que yo te apoyo en todo y siempre te doy ánimos con todo ser vivo a quien te quieras tirar, pero Merilas no. No puedes Joliven. —dijo Kafette apuntándole con el índice. Joliven negó con la cabeza.
—Que va... ¿Cómo puedes pensar eso de mí? Claro que no me lo he tirado. —dijo él demasiado obvio. La chica entrecerró sus ojos verdes.
—Pero lo has pensado. —sentenció. Joliven tardó unos segundos en responder.
—No. —mintió con seguridad.
—Oh no, te has parado a pensarlo. —dijo la chica con las manos en la cabeza. —Joliven, no puedes hacerlo. Será el marido de Eife.
—Ya lo sé. ¿Crees que no lo se? —dijo él exasperado. Kafette se levantó de un saltó.
—¡Ajá! Entonces sí que te lo quieres tirar. —dijo satisfecha apuntándole con la naranja en la mano. Joliven rodó los ojos.
—Está bien... Lo admito. —dijo finalmente cruzándose de brazos.
—Lo sabía. —dijo orgullosa. —Aunque no puedes tocarle ni un pelo. —le amenazó.
—¿Por quién me tomas? Tengo autocontrol. —dijo él obvio. Kafette dejó escapar una risa.
—Ambos sabemos que no. —respondió la chica.
—Lo intento. Es difícil. —dijo con un leve puchero. —Aunque mira que bien me sale contigo. —le dijo el chico guiñándole un ojo. Ella se rió falsamente.
—Eso es porque no te dejo, sabes que acabarías sin tu herramienta de trabajo. —dijo ella sonriendo pícara. Joliven se rió.
—Es cierto. —dijo él. —Sabes que si cambias de opinión soy todo tuyo, ¿verdad? —le preguntó seductoramente. —Aunque no solo tuyo... Tendrías que compartirme.
—Soy consciente de ello, gracias. —respondió la castaña siguiéndole el juego de forma más seria.
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