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Extra 2: Joliven

¿Veinte años se consideraba haber vivido mucho? Probablemente no, pero Joliven ya no podía más, menos ahora en su situación. 

Golpeó de nuevo su cabeza contra la pared de piedra del calabozo donde le habían metido y abandonado desde ayer. Claro, fueron considerados y curaron su herida mientras no se encontraba consciente, y le habían dejado algo de comida, pero él aún no había visto a nadie. No es como si fuera algún animal salvaje que se fuera a lanzar sobre la primera persona que pase. Estaba cansado de pelear, de sobrevivir. Había perdido, estaba asumido, ya no lucharía más.

Parecía que la vida le estaba dando la solución perfecta a todo, ni él mismo entendía aún cómo había estado aguantando tantos años vivo. ¿De dónde sacaba las ganas y las fuerzas para seguir? Supongo que siempre se quedaría en duda, no tenía muchas ganas de pensar tampoco.

Giró su cabeza para mirar la bandeja con comida ya en mal estado, no la había tocado... Una manzana roja le hizo poner una media sonrisa en su rostro, amaba esas manzanas. Se estiró perezosamente y la tomó entre sus sucias manos, sin molestarse en limpiarla y probó un bocado. La boca se le hizo agua al instante.

Unos pasitos hicieron que se pusiera alerta en la celda, alejándose de los barrotes y quedando sentado contra la pared más alejada de ellos, pero mirando en esa dirección. Solo esperaba que fueran considerados y dejaran que comiera su rica manzana antes de colgarle en la horca, porque sí, ese se supone era su destino.

La verdad es que esperaba de todo menos a una niña con larga cabellera rubia, claramente asustada, apareciendo en frente, mirando a todos lados antes de fijar su vista en él. Joliven le miró esperando a que dijera o hiciera algo, pero ella solo le miraba de vuelta, cambiando su semblante asustadizo a uno curioso, acercándose poco a poco a los barrotes. 

La niña pegó un salto en el sitio y se tapó la boca para no gritar. El joven sonrió un poco cuando vio que su plan funcionó. Solo hizo un ademán con las manos, como si fuera a moverse, y la pequeña se asustó, pero no se fue.

—¿Qué quieres, rubita? —su voz retumbó en el silencioso lugar, supuso que solo estaba él allí abajo, no había escuchado ningún otro ruido. La niña volvió a aproximarse insegura, pensativa.

—Yo solo... —empezó a hablar bajito, pero en el silencio del calabozo se pudo escuchar claramente. —Agh... No debería haber bajado. —dijo para sí misma antes de darle una última mirada y desaparecer del lugar corriendo.

Joliven rodó los ojos y continuó comiendo aquella pieza de fruta hasta que solo quedó la parte central, levantándose para dejarla en la bandeja y tumbándose en aquella cama que parecía de todo menos cómoda, aunque debía admitir que había dormido en sitios peores, al menos aquí se sentía seguro, sabía que nadie vendría mientras dormía a bueno... Ya sabéis.

El día siguiente le despertó el ruido de una bandeja siendo dejada sin cuidado en el suelo. Joliven abrió los ojos perezosamente, suspirando. Realmente había dormido más que bien ahí sabiendo que nada le pasaría en mitad de la noche. Quizás no se estaba tan mal, incluso le traían el desayuno, no tenía que esforzarse por conseguir comida.

Mientras comía, la niña rubia volvió a aparecer. Se veía prácticamente igual de nerviosa que el día anterior. Esta vez el mayor decidió pasar de ella y continuar comiendo en paz, y si la chiquilla quería observarlo, que lo haga, no le molestaba.

—¿E-es cierto que es una mala persona? —preguntó de pronto su vocecita. Joliven quiso reír. ¿Era mala persona? Depende de para quién.

—¿Parezco una mala persona, rubita? —preguntó de vuelta con una ceja alzada, mirándola. La niña pareció examinarle de arriba abajo antes de negar con la cabeza.

—Pero madre dice que van a hacerte pagar por todo lo que has hecho... —respondió, agarrando en puños su vestidito. 

—Ah eso... —soltó una risita, poniéndose en pie y acercándose un poco más a la pequeña. —Van a matarme. Oh y no puedo esperar por ello. —sonrió apoyándose en la pared lateral, al lado de los barrotes. La rubia le miró sorprendida.

—¿M-matarte? Ellos no harían eso... Son buenos. —murmuró completamente horrorizada. Joliven le miraba con una sonrisa divertida en su rostro.

—Que adorable. —sonrió, parándose frente a ella, agachándose a su altura. Estaba fascinado con su inocencia intacta, típico de una niña de su edad. Una parte de él deseaba haber mantenido la suya por más tiempo, pero no fue posible. —Sí lo hacen, continuamente además. Y yo he robado y matado a gente, por eso me van a matar.

—¿Por qué has hecho eso? —preguntó aún sin quitar la expresión de sorpresa de su cara.

—Para sobrevivir. —respondió volviendo a su posición anterior, apoyado contra el muro. La rubia torció la cabeza a un lado esperando por más explicaciones, pero Joliven no iba a contarle su vida. —La vida fuera de las paredes de este castillo es diferente a lo que piensas, ¿sabes? No hay nada bueno, es por eso que no tengo miedo a morir. 

—Pero... —no parecía estar de acuerdo con aquello, su madre no le había contado nada sobre ese tipo de cosas, no acababa de procesar que en su propio hogar fueran a matar a ese joven. —No quiero que mueras, no te ves como un asesino. 

—¿Cómo te llamas? —preguntó de pronto, plantándose de nuevo frente a ella. La niña retrocedió un poco por el repentino movimiento.

—Eife.

—Bien, Eife, te diré algo. —le sonrió bajo la atenta mirada de la niña. —Sonará mal pero no quiero vivir, no tengo un motivo, no tengo una meta, no tengo algo por lo que vivir. Así que no es necesario que sientas pena por mi. Te aseguró que estaré mucho mejor muerto. —rio, pero la cara de Eife expresaba tristeza en todo su esplendor. 

—P-podemos pensar en algo... —dijo bajito, sin estar segura de nada. Un ruido sonó y Eife miró asustada hacia la puerta. —Volveré, lo arreglaremos juntos. —dijo antes de salir corriendo de allí.

Joliven quedó pensativo después de aquello. 

Estaba claro que esa tal Eife era alguien importante en aquel castillo, y que nunca había conocido la malvad, vivía entre algodones. Esperaba que le colgaran antes de que la niña viniera de nuevo, no le apetecía lidiar con niñas pequeñas llenas de ilusión y esperanzas.

Nada salió como lo había planeado. 

Por algún motivo le tuvieron en aquel calabozo varios días, casi sin dejarle darse duchas, pues tenían que acompañarle para que no escape, y con comida mediocre. Y Eife siguió viniendo, no cada día, pero sí a menudo.

Descubrió que aquella molesta niña era la princesa y que obviamente, tenía prohibido bajar ahí, sin embargo parecía que le había gustado y le visitaba a menudo. No iba a decir que le había tomado cariño pero sí que no era tan molesta después de todo.

Y aunque Joliven le decía todo el rato que dejara de pensar en salvarle, Eife no quería simplemente dejarle morir sin más, menos aún habiéndole conocido, le había gustado el joven, era simpático y gracioso, también era bueno...

Por fin era el día de su muerte, Joliven se sentía como en su cumpleaños, bueno, si aquellos hubieran sido felices, claro. Caminó por el calabozo hasta un lugar sin techo, pero escondido. Vio la horca esperando por él, y divisó a la reina con semblante serio, y a varios caballeros además de los que lo tenían sujeto como si le fuera a dar un arrebato en el último momento y escapar.

Había un silencio sepulcral, solo escuchándose el ruido de las armaduras cuando caminaban, hasta que se escuchó algo más. Unos pasos se aproximaban con velocidad, todos se pararon y se giraron a ver que ocurría.

Nadie esperaba que la pequeña princesa viniera corriendo desde atrás, ganándose todas las miradas del lugar. La furiosa de su madre y la sorprendida a la par que divertida de Joliven.

—¡Eife! ¿Qué demonios haces aquí? —se levantó su madre del asiento donde estaba. —Tienes prohibido bajar al calabozo y lo sabes.

—Vais a asesinar a un chico. —dijo preocupada. Se sorprendió al ver que realmente había una horca y que lo colgarían ahí sin más, sin pensar en que quizás ese chico tenía mucho por dar, mucho por vivir, nadie merecía eso. Le horrorizó más que su propia madre fuera a presenciarlo, al igual que todos los demás, como si fuera un divertido espectáculo.

—Él es un asesino.

—¡Y tu serás una si lo haces! —respondió sintiendo sus ojos llorosos. Se sentía impotente, tenía que hacer algo, no podía dejarle morir ahí. Miró a Joliven, viendo que negó con la cabeza, entristeciendo a la niña. El joven ya había aceptado su muerte, pero ella no lo había hecho, no podría vivir con eso. 

—Eife, cielo, no lo entiendes porque eres muy pequeña, pero es mala persona, ha hecho cosas muy malas. —trató de calmarse la reina, explicando aquello a su hija, pero Eife negó.

—No le conoces. —dijo. —No voy a dejar que lo hagas, mamá. —caminó dispuesta a cortar el paso pese a ser una niña pequeña, haciendo que un guardia real la agarre de los brazos. Eife pateó al aire tratando de zafarse sin conseguirlo.

—Hey rubita, déjalo, mi vida no vale la pena. —le dijo Joliven con una sonrisa forzada. La princesa sintió las lágrimas bajar por sus mejillas mientras negaba y seguía intentando escapar.

—¡No podéis hacerlo! ¡Por favor! —gritó, pero la reina había ordenado que procedan, llevándose a Joliven más lejos. 

—Sacadla de aquí. —ordenó la reina. 

—¡No es un rufián, solo trataba de sobrevivir! ¡Mamá escúchame! —seguía pataleando, consiguiendo darle a uno de los guardias en sus partes haciendo que se retuerza. Eife salió corriendo hasta Joliven, abrazándose a él. Los presentes quedaron sorprendidos, incluido el joven.

—Eife... —su madre se acercó a ella furiosa. No podía creer que estaba abrazando a alguien así. Joliven era uno de los más buscados por todo lo que había hecho, y su hija le estaba defendiendo con demasiada ímpetu... Llegó hasta ellos. —Eife, este chico ha cometido tantos crímenes que ya no llevan la cuenta.

—Lo hacía para sobrevivir. —seguía aferrada al chico, que se encontraba algo incómodo por la situación. Realmente él solo esperaba morirse y ya, pero ahí estaba su pequeña salvadora, luchando más por él que nadie en toda su vida. Y sí, eso le había hecho sentirse cálido... Pero solo un poco.

—¿Cómo lo sabes?

—Yo... —se soltó de Joliven mas no se alejó, mientras secaba sus mejillas y agachaba la cabeza. —He ido a verle estos días y me lo ha contado. —la reina miró a su hija de forma severa, siempre tan desobediente.

—Nunca me haces caso... —suspiró. —La gente como él miente y manipula, te ha dicho esas cosas para ser libre. 

—En realidad... —habló el pelinegro, llamando la atención de los presentes. —Lo que dice la niña es verdad, pero no quiero vivir, no le he contado mentiras, no me serviría de nada realmente. Solo me entretenía mientras esperaba a este día.

—Sí quiere vivir, solo necesita otra oportunidad, él es bueno, puede cambiar. Podemos ayudarle. —dijo con ilusión. La reina estaba tratando de procesar todo, sintiéndose débil ante la gran energía puesta de su hija tratando que no maten a aquel rufián. Lo cierto era que su Eife siempre veía luz en las personas, y si estaba siendo tan insistente sería por algo.

—Bien, tu ganas. —dijo rindiéndose con un suspiro. —No le matéis... Buscaremos algo que hacer con él.

Así es como Joliven empezó su ''reinserción'' en el castillo. 

El chico estaba algo agobiado al principio, le seguían todo el rato para vigilarle, como si fuera un arma letal de matar, pero a parte de eso, le habían dado una habitación y le daban buena comida, además de que le dejaban practicar con su arco tanto como quisiera. Podía hacer lo que le diera la gana siempre y cuando no lo consideraran malo.

Se hizo más cercano a Eife pues la niña le visitaba mucho, trayendo consigo a otra castaña algo mayor que ella, y por si no tuviera suficiente con la rubia, Kafette, su mejorísima amiga según Eife, hablaba aún más, no se callaba nunca. Luego apareció un chico que solo le miraba mal, casi no le dirigía la palabra así que no le disgustó, lo agradeció pues no podría aguantar tres personas iguales.

Una vez hubo ganado la confianza de todos porque bueno, Joliven resultó ser un chico encantador, se convirtió en el vasallo de Eife. Claro, él no sabía que su compañera sería la chica charlatana, también vasalla de la princesa, pero terminó llevándose muy bien con la castañita. 

Ese tal Lis era muy raro, no le hablaba pero le miraba mucho, siempre juzgándole. Y luego cuando estaba con la princesa su rostro enfurruñado y de pocos amigos cambiaba completamente. Era obvio que estaba hasta las patas por la princesa.

A partir del día en que le nombraron vasallo, tuvo que jurar lealtad a la princesa y al reino, jurar que entregaría su vida si Eife estaba en peligro... 

Aunque eso... Eso nunca hizo falta.

~

Holi!

Primero gracias por llegar hasta el final, ni yo misma pensaba que iba a acabar algo :') pero aquí está.

Y segundo, quería agradecer a mis amigxs por apoyarme a lo largo de esta historia, por leer, votar y comentar; y también agradecer a la demás gente que la ha estado leyendo, comentando y votando <3

Cualquier pregunta posible podéis hacerla aquí 😗

Recordar que tengo instagram (@skaulyne) solo subo tonterías sobre la novela jsjsjs

Sin nada más que decir, esto ha llegado a su fin real, hasta otra ;)

~Skaulyne

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