00. first day at camp
TRUENOS Y RELÁMPAGOS ERA LO ÚNICO QUE LA BEBÉ MALIA LOGRABA VER A TRAVÉS DEL VIDRIO, una gran tormenta se había desatado en Nueva York minutos atrás cuando su madre la sacó del departamento y se llevó la limusina sin esperar al chófer. Grace Haywood había dicho que iba a visitar a unos amigos fuera de la ciudad, pero su nerviosismo a la hora de hablar y la prisa por abandonar su hogar le indicaban a Malia que algo más estaba pasando, pero sólo se contentaba con tener a su perrito de peluche llamado Jack entre sus manitos, pues la tormenta empezaba a asustarla y mucho más las grandes figuras aladas que parecían seguirlas tras el auto. Grace observaba ocasionalmente por los espejos y volvía a presionar con fuerza el acelerador del auto.
—Todo estará bien, Malia no te preocupes. —Le acarició el cabello con suavidad—. Verás que pronto todo esto terminará.
—Mami quiero ir a casa —dijo la pequeña, extrañaba sus juguetes y quería dormirse en su propia cama.
—Estaremos allí pronto, Lia.
Condujo otro rato más en medio de la tormenta hasta que pisó el freno con brusquedad y el vehículo se movió un poco antes de detenerse. Por suerte ambas llevaban el cinturón de seguridad o habrían acabado siendo despedidas por el frente. Grace quitó sus cinturones y tomó a su pequeña hija en brazos junto a un bolso que contenía las pertenencias de la niña, y juntas descendieron de la limusina. Malia no era una bebé que se espantaba rápido, a sus tres años parecía no temerle a nada, pero esa noche estaba siendo diferente. No le gustaba esa tormenta, los truenos empezaban a asustarla, y mucho menos el bosque donde su madre había estacionado el auto.
Grace le acunó el rostro contra el pecho antes de que empezara a correr entre el espeso bosque, adentrándose en la gélida penumbra casi a ciegas. Su pequeña oreja pegada al pecho de Grace Haywood oía los latidos acelerados mezclado con el repiqueteo de las joyas que no había logrado quitarse a tiempo; la cadena de oro con un medallón dorado era lo único que atrapaba la atención de Malia, con su mano regordeta intentando atraparlo mientras su madre corría desesperada.
—Estarás bien, Malia —repitió en un susurro, agitada por la corrida.
Detrás de ellas percibieron el sonido gutural de unos gruñidos y ramas quebrándose con fuerza, Malia asomó el rostro sobre el hombro de su madre pero no encontró nada, sólo ramas que caían de los árboles. Alzó la mirada y vio a dos pájaros enormes dirigiéndose hacia donde ellas se encontraban.
—No hay nada por lo que temer, pequeña. —Escuchó una voz más profunda moverse con el viento, revoloteando su cabello castaño como una caricia.
Luego un rayo iluminó el bosque y los pájaros desaparecieron.
Grace se aferró a Malia cuando oyó el estruendo muy cerca de ellas y aceleró el paso, su cálida mano volvió a atrapar el rostro de su hija contra su pecho para que no observara mientras hacía todo lo posible para moverse con el costoso vestido ajustado y con los zapatos doliéndole horrorosamente.
—Mami —sollozó asustada.
—¿Oíste eso? Tu padre nos está cuidando.
—¿Papi?
En lo poco que llevaba con vida, Malia jamás había tenido una figura paterna. Casi que era una nueva palabra para ella.
Grace subió una empinada colina hasta la cima dejando sus tacones enterrados en el lodo por el camino, trató de no tropezar sobre Malia cuando solía resbalarse ante la desesperación, usando la mano libre para amortiguar la caída y luego seguir escalando. Sus hermosas uñas rojas ahora estaban bañadas de mugre. Malia regresó a mirar sobre el hombro de Grace y vio una sombra más oscura y espesa entre los árboles, con unos feroces ojos dorados clavados en ella y de nuevo otro rayo lo hizo desaparecer. Su madre señaló un arco de piedra antiguo, el clima se había llevado algunas porciones de piedra, con unas letras trazadas en lo alto, algo que Malia claramente no entendía, pero su madre aseguraba que era un lugar seguro.
Grace dejó a su hija sobre el suelo y le quitó el abrigo. Había lágrimas en sus ojos.
—Mira, traje tus juguetes, ¿qué te parece si juegas un rato hasta que mami vuelva? —Dejó la mochila de Malia junto a ella y señaló a Jack—. Él te va a cuidar mientras no estoy, ¿sí? —Había prisa en su voz.
—Mami, no. —Estiró sus bracitos para que volviera a alzarla pero Grace no hizo caso, dejó caer unas cuantas lágrimas y luego depositó un fuerte beso en su cabeza, pasando el medallón alrededor de su cuello antes de bajar por la colina con el abrigo de Malia en sus manos.
La vio moverse al lado opuesto agitando el trozo de tela en el aire como si quisiera captar la atención de alguien más y desapareció entre los árboles. Ya no escuchó más truenos.
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JULIAN CLARK enfundó su espada y ajustó la correa del escudo a su antebrazo izquierdo, listo para iniciar la guardia de esa noche. Salió temprano de la cabaña once y ahora sólo le quedaba por esperar a sus compañeros campistas para salir a patrullar. La noche estrellada empezó a transformarse en tormenta por el horizonte, a lo mejor iba a llover alrededor del campamento en esa ocasión por lo que sería un tanto complicado distinguir sonidos más allá de la tormenta.
Quirón caminaba hacia él junto al grupo de campistas restantes.
—Muy bien, jóvenes formen un círculo. —Ordenó como en todas las guardias y los campistas se formaron alrededor de él—. Hoy quiero que la entrada del campamento sea su prioridad, que al menos dos de ustedes permanezcan allá y que el resto se despliegue a sus puestos de siempre, ¿está bien? —Hace unos tres o cuatro días habían llegado un par de semidioses de imprevisto, algunos un tanto dañados, supuso que por eso quería que los campistas siguieran custodiando para que ellos pudieran llegar a salvo si es que volvían a aparecer nuevos.
—¿Quiénes irán a la entrada del campamento? —consultó un hijo de Ares, Jake Miller.
—Julian y Ashton.
Un hijo de Hermes y otro de Atenea.
—De acuerdo. —Aceptó Jules y no tardó en unirse a su compañero.
—Eso es todo. Recuerden lo que han entrenado y regresen a salvo, los veré mañana en el desayuno.
Los campistas terminaron de acomodar sus armaduras y cada quien se desplegó en pareja a sus respectivas posiciones.
—Quirón ha estado extraño toda la mañana, ¿no crees? —comentó Ashton.
—Para mí eso es normal en él. —Jules volvió a dedicarle otra mirada a la tormenta, rayos caían sobre las copas de los árboles y la lluvia se veía muy intensa.
—Sí, tal vez. Sólo que parecía un poco distraído.
A Jules no le importaba la actitud de Quirón, era un centauro un tanto melancólico a veces, pero era una buena persona. Si escondía algo, supuso que era asunto de él. En realidad tampoco le interesaba el cotilleo, era por eso que decidió terminar la conversación de Ashton antes de que este siga comentando al respecto.
—¿Por qué hay que vigilar la entrada hoy? Lo hizo sonar importante cuando es lo que hacemos todos los días. —Siguió Ashton.
—Para ser hijo de tu madre, eres demasiado escéptico.
—No todos los hijos de Atenea son perfectos —susurró.
—Mira, si no quieres quedarte puedes ir con los demás, yo vigilaré. —Ofreció sin sonar tosco—. Después de todo es para lo mismo de siempre, no te olvides de los semidioses que llegaron hace poco, parece ser la temporada para que aparezcan.
—No es eso, —replicó mientras caminaban hacia la colina—, es que me dio curiosidad la actitud de Quirón.
—Es un hombre antiguo, tiene sus momentos. —Restó importancia.
Antes de llegar a la cima escucharon el crujido de las hojas y ramas al quebrarse, lo que hizo que se detuvieran y se pusieran en alerta casi de inmediato. Ashton alistó sus dagas y Julian su espada, listos para recibir un ataque. Ambos aguardaron en silencio y no volvieron a escuchar los ruidos, por lo que se dispusieron a seguir avanzando en total sigilo y con lentitud sin bajar la guardia.
Cuando llegaron a la cima no lograron ver ninguna amenaza cerca, la lluvia había cesado y el bosque parecía estar tranquilo. Julian y Ashton se dirigieron miradas y al instante acordaron dividirse; Jules iría hacia el arco de piedra y Ashton al lado opuesto. Una vez que se dividieron, Jules tomó su rumbo con cautela, entornaba los ojos para poder distinguir figuras en medio de la oscuridad. En cuanto estuvo frente a la entrada del campamento los sonidos regresaron, pero ya no eran los de ramas y hojas, ni siquiera la tormenta, eran unos suaves sollozos los que atrajeron su atención.
—¿Hola? —Se atrevió a preguntar, rodeando el arco de piedra hasta que divisó una pequeña silueta sentada en el suelo—. Ey. —La niña volteó asustada hacia la voz y en seguida sus enormes ojos azules se llenaron de desconfianza— ¿Cómo diablos...? —exclamó más para sí mismo que para ella.
Jules sabía que los semidioses usualmente eran llevados al campamento a temprana edad, tal vez el campista más joven allí tenía nueve o diez, pero nunca en sus años de experiencia había visto que abandonaran a una bebé mestiza así sin más, en medio de la noche y con una gran tormenta. El cuerpo de la niña estaba regado por la lluvia y abrazaba su peluche con fuerza mientras se ponía de pie. No debía de tener más de cuatro años como máximo. En ese momento odió a los dioses más que nunca, ni siquiera ellos tenían límites si se permitían abandonar a sus hijos de esa forma y a esa edad.
Se arrodilló frente a la pequeña y dejó la espada en su cinturón, pues no quería asustarla más de lo que ya estaba, y levantó las manos frente a él mostrándose indefenso.
—Hola, soy Julian. —Sí, tampoco era experto en tratar con los niños—. ¿Cómo llegaste hasta aquí? —Pensó en llamar a Ashton pero de sólo gritar también podría alertarla.
—Mami —dijo la niña después de un rato observándolo y señaló el bosque tras ella. Julian estiró el cuello para ver más allá pero no encontró nada, supuso que la habían dejado hacía rato.
—¿Tu madre te trajo? —Ella asintió.
Advirtió una bolsa junto a la niña y lentamente se puso a estudiarla; había una etiqueta pegada al cierre que rezaba: Malia Haywood, y dentro había ropa para la pequeña y un par de juguetes.
—¿Malia? —La niña alzó su mirada azul de su peluche y asintió—. ¿Tu nombre es Malia? —Volvió a asentir—. ¿Tienes frío, Malia? —Se quitó la chaqueta y envolvió el cuerpecito de la niña con su abrigo.
—¡Oye, Jules! —llamó Ashton y Malia no tardó en saltar a los brazos del rubio.
—Tranquila, es un amigo —le susurró—. ¡Por aquí!
Ashton apareció pocos segundos después.
—Ay, dioses —murmuró en cuanto reparó en la presencia de Malia—. Es una bebé.
—No soy bebé —replicó ella.
—¿Ah, si? ¿Y cuántos años tienes? —consultó él. Malia enseñó con orgullo tres de sus deditos—. Al menos sabe los números.
—Tenemos que avisarle a Quirón, Ashton —anunció Jules—. ¿Qué te parece si tomamos algo calentito para la barriga, Malia?
—Hambre, sí.
—Yo te reemplazaré en la guardia, al fin y al cabo es lo que teníamos que hacer —agregó Ashton.
—Sí, gracias.
Jules tomó las pertenencias de Malia y descendieron la colina hacia el interior del campamento. Aún no cabía en su mente que alguien pudiera abandonar a una pequeña de esa forma, mucho más habiendo cualquier cantidad de monstruos sueltos, porque aún con las protecciones activadas de igual forma se aparecían para cazar a los semidioses. Observó de reojo a Malia y su corazón se llenó de ternura y tristeza, pensando en la variedad de tragedias que le pudieron haber pasado. En cuanto pisó el porche encontró a Quirón sentado en su silla de ruedas junto a la mesa donde suele jugar al Pinacle con el señor D, observaba el cielo estrellado más allá de las barandas.
—Me alegra saber que no tendré que despertarte —dijo para llamar su atención.
Quirón reparó en la presencia de Malia y no tardó en acercarse con su silla.
—Se llama Malia Haywood, la encontré en la entrada del campamento —explicó antes de que preguntara.
—Hola, Malia —saludó amablemente. La niña descendió la mirada hacia el hombre y movió su manito a modo de saludo.
—¿Qué haremos?
—¿No es obvio? Es una mestiza y necesita del campamento.
—Sólo tiene tres años, ¿qué hubiera pasado si no la encontraba? —Quirón soltó un suspiro.
—Sé lo que piensas y lo malo que se ve la situación, pero acaban de confiarnos su protección ahora, Julian. No estará segura en ningún otro lugar y lo sabes.
—No es un lugar adecuado para ella, sólo mira todas las estaciones de entrenamiento y hay armas por doquier. Si los demás la ven...
El centauro sonrió amable, le agradaba la actitud de Julian.
—Estará a salvo, te lo prometo.
Malia miraba con atención de Quirón a Julian cada vez que uno hablaba.
—Su madre la dejó tirada sin nada más que un bolso en medio de la lluvia —replicó, furioso.
—Mami. —Recordó ella de pronto y regresó la vista hacia el bosque.
—Mamá no vendrá hoy, Malia —explicó Quirón—. Ahora nosotros vamos a cuidar de ti, ¿está bien? —Lo observó unos largos segundos como si estuviera procesando la idea.
—Hambre —demandó a Julian, sus grandes ojos color zafiro parecían juzgarlo severamente.
—Te prometí una bebida caliente, ¿verdad?
—Llévala adentro, Julian yo me encargaré de todo lo demás.
Sin agregar más nada, ya que no parecía ser necesario, la llevó hacia el interior de la Casa Grande. Dejó a la niña sobre la cama en la primera habitación que encontró y tiró sus armas al suelo para sentarse junto a ella con comodidad. Malia no dejaba de apretar su perrito de peluche contra ella mientras sus ojos estudiaban la habitación en silencio, terminando en él.
—Quirón traerá comida rica para ti, ¿si? —Procedió a explicar, lo que tampoco parecía ser necesario con una bebé de tres años, pero Malia siempre lo observaba con atención escuchando cada cosa que decía—. Luego podrás dormir tranquila y ya mañana verás a tus nuevos amigos aquí en el campamento. —No pudo evitar revolverle el cabello empapado—. Deberíamos llamar a alguien para que cambie tu ropa. —Sopesó.
Malia negó con la cabeza y gateó hacia él para que volviera a alzarla en brazos.
—Baño no —dijo en un puchero.
—Oh, claro que debes darte un baño también, tienes hojas y tierra, eso no está bien para dormir.
—Bonito.
—No, no es bonito.
Quirón abrió la puerta y, para sorpresa de él, una campista hija de Afrodita lo acompañaba en esa ocasión. Mary no pudo evitar soltar un suave chillido de emoción en cuanto vio a Malia sentada en una de las piernas de Julian mientras éste la convencía de que darse un baño era lo correcto. Y claro que la niña volvió a alterarse con la llegada de la joven.
—Hola, bebé —expresó Mary con ternura y acarició una de las mejillas de Malia—. Está helada —comentó.
—¡No bebé! —chilló la niña y volvió a alzar tres de sus dedos.
—Bien, no eres una bebé, eres una señorita —concedió ella.
—¿Qué haces aquí? —consultó Julian a la pelirroja.
—Quirón quería que alguien lo ayudara con un asunto importante, ahora veo por qué; debo darle una ducha a esa be... niña —aclaró cuando Malia la observó mal—. Y cambiar su ropa para dormir.
—Bueno, Malia es hora de un baño y luego a la cama, ¿si? —Se dejó tomar en brazos por Mary aunque su expresión seguía siendo de desconfianza.
—¿Jul...? —dijo la niña antes de que Mary la sacara de la habitación.
—Te prometo que no me iré de aquí, ¿si? Voy a cuidarte.
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HABÍAN PASADO CASI ONCE MESES DE LA LLEGADA DE MALIA AL CAMPAMENTO y todos allí la adoraban. Exceptuando a los hijos de Ares, que sólo se dedicaban a espantarla. Como era ya habitual, Jules cargó a la niña hacia el almuerzo y la mesa de la cabaña nueve no tardó en alocarse, la mayoría llamaba a Malia para que se acercara y ella no tardaba en retorcerse en los brazos de Julian para que la bajara e ir con ellos. Ella también los adoraba porque siempre le regalaban juguetes nuevos. Un hijo de Hefesto, Logan Newton, le dio a la pequeña una mariposa de metal que sí volaba y hacía volteretas alrededor de ella, Malia aplaudió feliz y luego trató de atrapar la mariposa. Julian sabía que por más que le dieran una docena de juguetes al día, ninguno reemplazaba a su peluche Jack.
Quirón había permitido que Malia se quedara en la cabaña de Hermes después de que la niña no quisiera despegarse de Julian y, lo que no era poco, el pedido de casi todos los campistas para alojar a la niña en sus cabañas. Todos querían cuidar de Malia y eso Julian realmente lo agradecía, porque no podía evitar sentirse como su hermano mayor y los demás lo sabían, estaba dispuesto a tomar responsabilidad por ella.
Sacó la vieja cámara de fotos polaroid y tomó otra fotografía más de tantas, su proyecto era preparar un álbum de fotos para cuando Malia fuera más grande, así al menos tendría algo qué recordar de su infancia que no fuera un abandono prematuro.
Y sobre su ascendencia divina, nada se sabía aún.
—No quiero que crezca —dijo Mary a su lado, también observaba a Malia con orgullo—, pero por otro lado debe hacerlo, ¿no crees?
—Supongo que sí, no podrá ser una bebé por siempre. —Soltó un suspiro
—Por cierto, quiero algunas copias de esas fotos, son hermosas Jules.
—Gracias, Mary. —Sonrió contento—. Te haré las copias en cuanto pueda.
La pelirroja permaneció en silencio unos largos segundos que dedicó a admirar la reciente fotografía.
—Será una buena niña, lo sé —dijo.
—No lo sé, me estoy encargando de enseñarle algunos secretos al estilo de mi cabaña para que se pueda defender cuando no esté cerca —comentó orgulloso—. Los hijos de Hermes sabemos lo que hacemos.
—Ya me puedo imaginar qué secretos, una chica de tu cabaña le dijo a Malia que le quite algunos accesorios valiosos a una de mis chicas. —Él sonrió orgulloso, claro que su pequeña niña iba a aprender de todo—. Sólo no hagas que termine en problemas, ¿está bien? El Señor D se espanta cada vez que está cerca y los hijos de Ares...
—Ya me estoy encargando de eso, no te preocupes. —Jules odiaba que aquellos bastardos hicieran llorar a Malia cada vez que la veían, por eso gran parte de los campistas planearían una pequeña broma para hacerles cerrar el hocico.
—Me gustaría ayudar. —La observó un tanto sorprendido—. ¿Qué? ¿Crees que por ser la hija de mi madre no puedo hacer cosas malas?
—Tú lo has dicho. —Mary le dio un golpe en el brazo—. Lo siento.
—Olvídalo, pero hablo en serio.
—Bien, te mantendré informada. —Aceptó éste.
—Lo que no haré será enseñarle a Malia malos hábitos, Julian. Deberías medirte en ese asunto, ella no es una hija de Hermes.
La mueca divertida abandonó su rostro.
—¿Tú qué sabes? Nadie la ha reclamado y ella aprende rápido y se divierte, es mejor eso antes de que recuerde que su madre la tiró en medio de un bosque, y quién quiera que fuese su padre no la merece —espetó, mordaz—. Yo seré quién se encargue de todo lo que ella necesite.
—Jules...
Malia pareció haberse aburrido de la atención y se encaminó a la mesa principal, donde Quirón y el Señor D intercambiaban algún tipo de información. La niña había trepado fácilmente a la mesa y gateó hacia los hombres, su manito se extendía de camino a la copa del Señor D.
—¡Ay, mierda! —Jules corrió a socorrerla.
Esa era ahora la vida en el campamento mestizo, aunque fuera un poco extraño de reconocer la presencia de Malia había alegrado los ánimos por allí; todos despertaban de buen humor porque querían jugar con ella, muchos otros ansiaban enseñarle todo tipo de cosas para jugarle trucos a los demás, y nadie había visto tan animados a los de la cabaña nueve. Malia era un rayo de sol y le encantaba serlo.
Lo difícil vendría años después, cuando la pequeña Malia tendrá que despedirse de Julian para luego jamás volverlo a ver y desde entonces todo se complicará. Su vida dentro del campamento será distinta, pues al menos la mitad de la gente a la que acostumbraba ver desaparecerá con el paso del tiempo —muchos de ellos muertos y otros teniendo su propia vida fuera de allí—, las órdenes de Quirón la desesperarán y la presencia de un particular semidiós pondrá todo de cabezas por última vez. En algunos años serán Malia y las enseñanzas de Jules contra el mundo, uno que parece querer verla muerta.
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