00.1, the new tree
MALIA ODIABA TENER QUE PATRULLAR POR EL BOSQUE, no le preocupaba lo aterrador que resultaba ser ni cuántos monstruos combatiera durante la noche, por lo general sólo le tocaba patrullar y constatar que las protecciones siguieran intactas, sino que le molestaba volver en medio del amanecer a cambiar turnos con otros mestizos y, en silencio, sortear los cuerpos desperdigados por el suelo dentro de la cabaña de Hermes e intentar no aplastar a nadie hasta llegar a su litera, que por antigüedad había pasado a ser suya un par de años atrás en cuanto Julian falleció. Era toda una labor con los hijos de Hermes dejándole alguna trampa cuando ella menos se lo esperaba, por lo que terminaba tropezando sobre algún campista que empezaba a gritar furioso ante su torpeza, mientras que ellos se destornillaban de la risa. Había rogado a Quirón y al Señor D que les facilitaran más espacio a los mestizos que habitaban la cabaña once, puesto que tanto los hijos de Hermes como los de otros dioses sin cabaña ocupaban ya casi todo el lugar, necesitaban alguna adición para poder albergar a todos y creía que los hijos de Atenea serían de ayuda para agrandar la cabaña. La respuesta no fue complaciente en lo absoluto, puesto que Dioniso le negó la petición y se burló de su idea.
Así que no había más opciones que seguir de la misma forma de siempre.
Por otro lado, tenía la ligera sospecha de que la guardia de esa noche parecía tornarse diferente a todas las demás, no sabía por qué pero presentía que una gran tormenta se avecinaba pese a que el cielo se encontraba despejado y bañado de hermosas estrellas refulgentes a través de las copas de los árboles. Tal vez era más como sentir ese hormigueo en el fondo de la cabeza que gritaba peligro.
—Ya deja esas tonterías —reprochó su compañera de guardia Judie, una hija de Ares, y por ende con un terrible mal genio cuando Malia la distraía de su deber—. Que no va a llover, idiota —replicó cuando la castaña exteriorizó sus preocupaciones.
—Tal vez no sea una tormenta literalmente —aventuró Malia y recibió una mueca tosca por parte de la pelirroja—. Sólo es un mal presentimiento —agregó, ajustando la correa de su armadura.
—Si serás estúpida, te digo que no lloverá y ya, no salgas con esa idiotez. ¿O vas a decirme que has encontrado ya a tu ascendencia divina y descubierto una habilidad tonta sobre predecir el clima? —mofó—. Será mejor que te dediques a hacer tu trabajo y ya deja de molestar. —Judie empuñó su mazo con picos filosos y siguió avanzando en guardia, a la expectativa y preparada para recibir un ataque sorpresa. Según los campistas, Judie deseaba luchar contra un gran monstruo para batir el récord de su cabaña y pasar a ser la "mejor" hija de Ares del campamento, por lo que esa noche se mostraba más tosca de lo habitual cuando ella la distraía.
Sí. Malia Haywood seguía sin ser reconocida por su ascendente divino, y los que sí eran reconocidos y dispuestos en sus respectivas cabañas solían recordarles a los otros los "beneficios" con los que no contaban. Aunque aquellos burlones eran muy pocos, de igual forma existían. La mayoría sabía lo que era vivir sin una identidad propia, sin saber de quién eres hijo en realidad y qué habilidad especial podías aportar para defender al campamento de las presencias no deseadas. Malia era astuta y sabia pero no lo suficiente para ser hija de Atenea, no era buena en la medicina pero sí en el arco, aunque no para ser la hija de Apolo, sabía luchar y varias veces había sido reconocida como buena guerrera, pero no para ser digna descendiente de Ares.
Nunca sería suficiente para ser reconocida. Nunca bastaría para ser la hija de alguien en realidad.
Y a veces podía vivir con ello hasta que le recordaban lo desafortunada que era y lo que debía soportar en la cabaña once. Muchos hijos de Hermes querían quitarle la litera y su puesto como líder de cabaña que había ganado con esfuerzo porque no era nadie, solo llevaba más tiempo que muchos por allí, lo que le dejaba ese mísero beneficio dentro de la cabaña.
Y Judie se esmeraría para recordárselo al igual que los demás.
El viento se agitó en torno a Malia cuando llegaron a la cima de la colina más alta y giró para apreciar momentáneamente el campamento más allá de la pendiente. Todo se veía tan oscuro y silencioso desde allí; la gran U invertida que conformaban las cabañas se encontraban en penumbras en su mayoría, salvo por aquellas que traían antorchas por fuera o la de Artemisa, que brillaba bajo la luz de la luna como si la misma le otorgara un poder especial solo a esa cabaña. Lo que era muy lógico.
Por otro lado no pudo evitar recordar cuando Julian la había encontrado bajo el arco de piedra, lo asustada que se había sentido en su primer día y cómo él se había esmerado por hacerle sentir que estaba en casa.
La joven mestiza sacudió la cabeza y regresó su atención a vigilar, pues no debía perder de vista las sombras que se espesaban a lo lejos y trató de agudizar sus oídos para escuchar las pisadas de sus compañeros o de alguna bestia. Encontró a Judie más allá de un pequeño claro merodeando entre los enormes pinos, su mirada seria se perdía en algún punto en la oscuridad y alzaba con fuerza su escudo de bronce frente a su pecho, como si acabara de detectar una nueva amenaza. Su cabello naranja se movió bruscamente por la segunda ráfaga de viento impertinente y volteó a ver a Malia en una mueca de desconcierto. Ella también lo había notado.
Las ráfagas se sentían como soplidos brutos e imprecisos, como si alguien les estuviera respirando en la cara y se detuviera un largo rato para contener el aliento. Si era una bestia devoradora de campistas, Malia no recordaba a alguna que pudiera controlar el viento de esa forma. Se apresuró a seguirle el paso a Judie y preparó su espada corta en caso de tener que usarla en ese momento, juntas avanzaron por el bosque hasta que escucharon gritos y fuertes gruñidos.
—Eso no está bien —susurró Malia antes de correr veloz hacia el sonido, dejando a Judie muy por detrás.
Los gritos se intensificaron en cuanto ella pudo distinguir de qué dirección provenían, se aseguró de estar lista para cuando llegara a ella lo que sea que se aproximaba a toda velocidad.
Los frondosos arbustos se removieron unos segundos y luego una pequeña figura delgada se abrió paso entre las plantas, corría con dificultad como si se hubiera golpeado la pierna. Era una niña. Tal vez tendría unos seis o siete años. Su rostro pálido era fácil de distinguir entre la penumbra al igual que su largo cabello rubio ceniza. La niña corrió hasta Malia entre jadeos inentendibles.
—¿Qué...?
—¡Tienes que ayudarlos! —chilló la joven y cayó de rodillas al suelo, sollozando incontrolablemente—. ¡Ayúdalos! —Señaló el camino por el que había cruzado.
—¡Judie! —llamó a sus espaldas antes de ir por la niña—. Escúchame, —La sujetó de los hombros y le corrió el cabello rubio del rostro—, tranquila, ¿qué fue lo que pasó?
—¡Annabeth! —Un sátiro no tardó en aparecer en medio de los arbustos.
—Tienes que ayudarlos —pronunció la niña en un hilo de voz, implorando lo mismo una y otra vez sin importarle que el sátiro le jalara del brazo para que siguieran avanzando. Finalmente la cargó sobre su espalda y analizó a Malia unos segundos.
Judie llegó finalmente.
—Llévalos al campamento y pídele a algún hijo de Apolo que le revise la pierna a la niña. —La pelirroja frunció el seño molesta, no le gustaba que le dieran órdenes, estaba acostumbrada a ser quien las daba—. Iré a buscar a los otros —hablo de prisa.
Pues a Malia le dio la impresión de que habían más.
Tomó su espada y corrió a por las personas que la niña pedía que ayudara, topándose más adelante con un chico alto de cabello rubio dorado y ojos azules. En cuanto vio a Malia este la obligó a retroceder protectoramente para confusión de la castaña, la había tomado del antebrazo y la arrastraba por dónde ella había aparecido. En los ojos del joven vio auténtico terror.
—¡Corre!
Malia clavó los talones en el suelo para detenerse.
—Tienes que decirme quién los persigue —demandó, necesitaba saber a qué podría enfrentarse.
—Tú... —jadeó sorprendido a la vez que la sostenía de los hombros, como si de pronto la hubiera reconocido—. Tú... —Un grito lo distrajo de lo que estaba por decir—. Ahí vienen, tenemos que correr —dijo con rapidez—. ¡Thalia! —gritó hacia la oscuridad.
—¿Hay otra chica más? —cuestionó Malia, frenando el paso.
—¡Sí, es una mestiza! —espetó desesperado.
Thalia no aparecía por ninguna parte. Y el viento se embraveció aún más.
—¡Escúchame! —Malia sacó coraje de donde no había antes y obligó al chico a verla a los ojos para que recobrara la compostura—. Tienes que correr hacia el campamento, ¿de acuerdo? La niña y el sátiro estarán allí contigo, yo iré por Thalia. ¿Oíste bien? —El chico la observó desconfiado.
—No, yo iré por Thalia, puede ser peli... —Claro que Malia no iba a recibir órdenes esa noche, así que dejó al chico en donde estaba y siguió avanzando sin rumbo fijo a por la otra mestiza.
Cruzó entre los árboles con el rubio pisándole los talones de forma insistente, supuso que él tampoco acataría órdenes, hasta que llegaron a un claro amplio donde vieron a lo lejos a una joven de cabello negro que avanzaba hacia ellos con prisa; empuñaba una lanza y un escudo colgaba de su cadera, su ropa estaba llena de lodo y manchones verdes por el césped; resultados de alguna pelea.
—¡Thalia! —le gritó a la chica y esta no tardó en verla, sus miradas azules chocaron por unos segundos.
—¡Ahí vienen! —A lo alto Malia distinguió dos figuras aladas que se movían a gran velocidad por entre las copas de los árboles, siguiendo el camino de los semidioses para cazarlos.
Furias.
El rostro de la castaña palideció casi de inmediato. Esa noche le recordaría mucho a su pasado. Pasó saliva con fuerza y esperó a la pelinegra para correr a su lado.
—¡Sube por la colina hasta el arco de piedra! —le indicó a la chica de aspecto punk mientras empuñaba su espada y avanzaba con prisa—. Tus amigos estarán allí.
Y en efecto, allí estaban. Malia alzó la mirada para distinguir a dos figuras en lo alto de la colina; el sátiro sostenía el cuerpo de la pequeña rubia mientras ella forcejeaba para ir por ellos, gritaba los nombres de sus amigos en cuanto el otro joven de cabello dorado no tardó en igualarles el paso a Malia y a Thalia.
Con esfuerzo trataron de acercarse hasta el pie de la colina y se dispusieron a ascender por ella, pero las Furias no tardaron en interrumpirles el camino. Una de ellas había tratado de quitar al chico del camino cuando este le enseñó su arma improvisada -que consistía en un bate de béisbol de metal- pero Thalia se opuso en medio, siendo lanzada de un golpe lejos de las protecciones. Malia sintió auténtico pavor cuando la otra Furia puso los ojos brillantes en ella y le enseñó los afilados colmillos amarillentos, eran realmente espantosas, mientras que sus enormes alas que parecían hechas de cuero se mecían en leves temblores como si estuvieran desesperadas por hacerles daño.
—Oh, vaya —dijo una de las dos Furias—. Me parece que te recuerdo —siseó en dirección a Malia con una sonrisa maligna—. ¿Cómo está tu madre?
—Mejor ahora que voy a cortarte esa lengua —gruñó ella, enseñando la espada. Perdió todo el miedo cuando recordó que eran las que asesinaron a su madre.
No esperó a que los otros dos mestizos se movieran, directamente se lanzó sobre la Furia que habló con la espada en alto, describiendo un círculo en el aire para dirigir la hoja al cuello de aquella criatura. La Furia se movió a tiempo antes de que le cortara la garganta y se alzó en vuelo otra vez, aterrizando detrás de ellos junto a su hermana.
—¡¿Estás loca?! —rugió el chico hacia ella, se posicionaba en medio de las dos mestizas a modo protector como si esa fuera su batalla, pero Malia no tardaba en quitarse lejos de él para atacar.
Thalia hacía lo mismo, aún parecía estar un poco dolida por el golpe que uno de esos monstruos le había propinado, pero estaba igual o más dispuesta que Malia para defender a sus amigos. Estuvieron unos largos minutos evitando que las Furias los hirieran o que se llevaran a alguno de los tres. Malia había logrado clavar el extremo filoso de la espada en el pecho de una de ellas y esta no tardó en desaparecer en una nube de polvo, provocando que la otra Furia soltara un grito ensordecedor. A lo mejor no había sido de ayuda.
Sintió un súbito cosquilleo recorrerle la espalda.
Ese extraño presentimiento otra vez. Malia volteó a inspeccionar la escena. La Furia extendió sus afiladas garras hacia ella pero Thalia la desvió lanzándole el escudo al rostro, la criatura se estremeció algo atontada y sobrevoló en círculo sobre ellos tres.
No.
—¡Váyanse de aquí! —gritó Malia, pidiendo que los mestizos cruzaran al campamento para estar a salvo—. ¡Rápido, corran!
El chico empezó a escalar la colina mientras le pedía a su amiga que lo siguiera.
Malia volvió a sentirlo. El viento se detuvo, el ambiente se volvió pesado y la piel se le erizó junto a su cabello. Volteó hacia Thalia cuando supo que ella era la causante. La vio tirar la lanza al suelo junto al escudo que se convirtió en una pulsera de plata y estiró los brazos hacia los costados dejándose caer de rodillas, su expresión seria y peligrosa hicieron que Malia retrocediera por precaución. Mierda.
—Vete —le advirtió a Malia.
—¡No, espera...! —Intentó detenerla pero todo ocurrió en menos de un segundo.
—¡THALIA! —La pequeña rubia forcejeó con más fuerza.
Los ojos de la pelinegra se tiñeron de un azul eléctrico brillante, de sus dedos brotaron chispas y el bosque se iluminó con la potencia de un poderoso rayo que surcó el cielo y cayó sobre Thalia, que dejó escapar un grito desgarrador cuando recibió el impacto, y el relámpago alcanzó a la Furia antes de que siquiera pudiera arañarla. La explosión despidió a Malia metros atrás y abrió un gran agujero sobre el suelo, justo donde yacía el cuerpo inerte de Thalia.
—¡No! —escuchó a alguien gritar antes de caer presa en la inconsciencia.
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En cuanto sus párpados se abrieron de par en par, un dolor intenso en su cabeza le hizo ver borroso por unos largos segundos; sentía una gran presión en sus sienes como si le hubieran querido aplastar el cráneo horas atrás. Poco a poco fue recordando lo que la había llevado a esa habitación en primer lugar. Vio a la pequeña niña de cabello rubio y al sátiro, después al otro chico y luego recordó a Thalia y el grito que había proferido en el momento en el que el rayo la alcanzó. Malia había sido despedida lejos de allí y asumió que por eso se debía aquel dolor. Sus ojos barrieron la habitación hasta encontrarse con el rostro de Quirón bañado en preocupación y tristeza.
Malia hizo el esfuerzo por sentarse en la cama para hablar con él, notando una larga venda cubriéndole el antebrazo derecho, la piel le ardía levemente bajo la tela por lo que supuso que habría sido a causa de la explosión del rayo.
—Quirón, yo... anoche... había tres semidioses y un sátiro... querían entrar al campamento pero... no... ¿Ellos están bien? —titubeó sin saber por dónde empezar, después de todo parecía tener una docena de preguntas que deseaba saciar—. ¿La chica... Thalia, ella está bien?
—Malia... —repuso el centauro, parecía querer advertir alguna cosa importante.
—Esa chica logró invocar un rayo, Quirón —habló rápidamente—. ¿Cómo es eso posible? ¿Acaso no podían...?
—Malia, respira. —Pidió Quirón cuando la castaña no parecía querer callarse—. Intenta enfocar tu atención a una sola cosa a la vez.
—Quirón, esa chica logró invocar un súper rayo —reiteró con lentitud, esperando que él pudiera entender la prisa por saber cómo había ocurrido.
—Lamento decirte que esa joven Thalia falleció anoche a causa del rayo que tú dices.
—¿Qué? No, no puede ser.
De pronto recordó haber visto el cuerpo inmóvil de la joven en el suelo con su ropa desprendiendo hilos de humo, ni siquiera percibió el movimiento del pecho al respirar porque parecía que ya no lo hacía. Sí, sí era posible que el rayo la matara.
—Pero era una hija de Zeus, ¿no es así? Por eso pudo crear ese rayo.
—Temo que sí, pequeña. Por ese motivo venían al campamento, necesitaba estar al resguardo de los ataques constantes de las criaturas que querían asesinarla por ser hija de Zeus —explicó pacientemente, pronunciando con delicadeza cada palabra para hacerle entender lo grave del hecho—. Dicen que su aroma es más fuerte y que por esa razón atraen a muchos más monstruos que otros mestizos hijos de dioses menores. —Malia asintió.
Dolor. Eso fue lo único que sintió ante la noticia. No había tenido la oportunidad de conocerla, pero le dolía no haber podido salvarla. Era como perder otra vez a alguien a causa de las Furias y, lo que era más, fallar en su deber en la guardia. Después de todo era lo único que podía hacer allí dentro y había errado.
—Pude haberla salvado si sólo me hubiera escuchado —soltó—. Le pedí que corriera con el otro chico para quedar al resguardo en las protecciones, pero fue ella quien nos salvó después de todo.
—No fue tu culpa, Malia.
No sabía si precisamente se inculpaba el hecho, supuso que era otra la persona que debía cargar con la culpa y que seguramente ahora se encontraba ajeno a la situación sentado en su trono.
—¿Y los otros dos semidioses? Había un sátiro con ellos.
—Están bien, la pequeña Annabeth es hija de Atenea y ahora está en su debida cabaña, el sátiro logró traerla a salvo. Y el otro chico, Luke estará en la cabaña once contigo, es hijo de Hermes.
—Bien. —Se deshizo de la manta que la cubría y salió de la cama—. Tengo que...
—No hace falta si no quieres, Malia. Puedes descansar hasta el almuerzo —repuso Quirón.
—No quiero quedarme en la cama otro rato más. —Se colocó los zapatos y tomó sus pertenencias.
—Hay algo más que debes saber de Thalia, Malia. —Detuvo él.
Y ella no le creyó.
No podía ser cierto. Es decir, todo en su mundo era extraño para alguien ordinario que no comprendía la magia, pero incluso para Malia fue un tanto difícil de aceptar lo que Zeus le había hecho a su última hija para honrar su sacrificio. Se apresuró a subir la colina pese al dolor que aún le recorría todo el cuerpo sólo para admirar el hermoso pino que ahora protegía la entrada del campamento. Según Quirón gracias a éste ya no habrían ataques sorpresas durante la caza a la bandera, pero Malia seguía sin poder asimilarlo. Era como una nueva frontera creada por el dios del Olimpo para el campamento.
"Se tomó su tiempo por querer protegernos, pero al menos lo intentó". Pensó ella con cierto ápice de rencor y sarcasmo. Pues de haber habido esa clase de barrera mágica mucho antes, muchos semidioses se habrían salvado.
Para su sorpresa, justo al lado del hermoso y alto pino se encontraba el chico rubio que había acompañado a Thalia la noche anterior, pero ahora vestía la camiseta naranja con el emblema del campamento mestizo. Si no mal recordaba, su nombre era Luke. El rubio estaba de espaldas a Malia, por lo que no podía apreciar su rostro mas sí observar lo decaído que se sentía, mantenía la cabeza gacha y murmuraba algunas palabras para el pino.
—Hola. —Se atrevió a saludar en voz baja, temiendo tomarlo por sorpresa y que este lo tomara a mal tras haber sido interrumpido.
Pero no fue así.
Luke volteó a verla y le dedicó una pequeña sonrisa ladina mientras se limpiaba las lágrimas, no tenía el mejor ánimo de todos y Malia no iba a juzgarlo, de hecho se sentía casi igual que él.
—Hola.
—Sólo pasaba...
—¿A ver el pino? —inquirió, tosco—. Todos ya han pasado para hacer lo mismo. —Sus bellos ojos azules relucieron de rencor, no por ella, sino por algo más tal vez.
Se sintió verdaderamente apenada y avergonzada.
—Lo siento, después de todo era tu amiga y yo estoy siendo una irrespetuosa. No debí interrumpirte.
—No, sólo... olvídalo —soltó un suspiro, se veía realmente cansado. Malia se acercó unos cuantos pasos hasta quedar junto a él—. Es que a todos les sorprende ver un árbol —bufó este.
—Creo que no lo hacen sólo porque es un árbol nuevo, Luke —dijo mientras observaba lo alto que era el pino, era incluso un poco más alto que cualquier árbol en todo el bosque, sospechó que era una forma de hacer que estuviera lo más cerca posible del cielo, junto a su padre. Casi que se oía como un chiste—. Desde que tengo uso de razón nada como esto se ha visto antes, ningún dios ha tenido tal gesto con uno de sus hijos jamás. A los campistas no les importa qué tipo de árbol sea o cómo luzca, sólo quieren apreciar lo que sus padres pueden hacerles a sus descendientes. Misericordia, tal vez. No sé si lo sabes, pero los dioses tienen prohibido contactarse con sus hijos, por lo que al ver lo que Zeus ha hecho por Thalia a lo mejor les hizo pensar que tal vez sí nos tienen en consideración pese a su ausencia —contempló, pensativa—. Habrán sentido esperanza o protección como si les importáramos.
"Aunque habría elegido otra forma de transformar mi cuerpo, no precisamente en un pino. En algo que pudiera usarse como un arma quizá."
Giró a verlo y lo encontró observándola con suma atención y tal vez un poco de asombro.
—Lo lamento, estoy siendo una idiota otra vez. Será mejor que te deje a solas con el árbol.
—No, espera Malia. —Detuvo él—. Es... sólo que no he escuchado a muchos decir esas cosas tan libremente.
—¿Te preocupa que tu ascendente divino te castigue? —Luke no respondió—. Te tengo una primicia: a ellos no les importa, de lo contrario no tendríamos que estar escondiéndonos en un campamento y luchando por nuestras vidas. —Reparó en un detalle que no había considerado antes. Enarcó una ceja antes de decir:—. ¿Sabes mi nombre? —No recordaba haberle dicho cuál era, pero luego supuso que Quirón tal vez se lo había mencionado.
—Sé muchas cosas sobre ti.
🥀.
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