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053


Draco. 𝔪𝔢𝔪𝔢𝔫𝔱𝔬 𝔪𝔬𝔯𝔦.       𝐿&𝒟.


Oscuro, lejano y frío.

¿Qué dolia más que rasparse las rodillas? Perder al amor de tu vida.

La estaba perdiendo poco a poco, y era algo que lo mataba por dentro.

Era su culpa, lo sabía y asumía la responsabilidad. Sin embargo, Draco Malfoy era la persona más terca en el mundo. No la dejaría ir tan fácil...

Trató de moverse, pero las cuerdas sobre sus muñecas se lo impidieron. Emitió un gruñido mientras abría los ojos lentamente y el dolor de costillas se hizo presente, penetrando todos sus sentidos.

Parpadeó para aclarecer su vista y frente a él apareció Harry Potter, sentado sobre una silla.

Draco bufó y echó la cabeza hacia atrás.

— Es de mala educación observar a tus invitados de esa forma, ¿lo sabías?

— ¿Me vas a enseñar modales tú? —se burló Potter.

Draco volvió a fijar en la desagradable cara de Potter.

— Obvio, ¿quién si no? Padre no tienes, madre tampoco y abuelos mucho menos.

El ojiazul tensó la mandíbula, mostrando su obvia molestia.

Al salir de la mansión, el mago oscuro, se dirigió a un pequeño y mugriento bar; allí mismo le metieron algo a la bebida y ahora estaba en casa de Potter, amarrado a una silla. Había tratado de contactar con Emily, aunque estaba, prácticamente drogado.

Su esposa nunca contestó.

Su esposa no estaba.

Se había marchado, y Draco no sabía si esta vez regresaría o no.

¿La quería de vuelta? Joder, sí. Pero sabía que no era lo correcto; igual, Draco nunca le prestaba mucha atención a la razón.

— ¿Sabes? —prosiguió hablando, con una sonrisa burlona adornando su rostro magullado—, estoy muy decepcionado de ti, Potter. Te niegas a usar magia oscura, pero acudes a las drogas. Es increíble.

Harry lo apuntó con su varita.

— Deja de bromear, Malfoy. Te recuerdo que tengo tu vida en mis manos.

— Si me quisieras matar, ya lo hubieras hecho hace mucho.—alzó ambas cejas.

— No sabes las ganas que tengo de matarte —declaró el azabache—, pero primero te haré sufrir.

Draco chasqueó la lengua.

— Tómate tu tiempo.

— Por cierto, ¿dónde está tu esposa?

«Ah, no. Con Emily no».

De viaje con sus amigas.—dijo, como si nada.

— ¿La dejas salir? Estoy impresionado —fue su turno de esbozar una sonrisa—. Creí que no dejabas salir a tus prisioneras.

— Veras, Potter. Mi esposa de prisionera no tiene nada; no suelo follarme y desposar a mis prisioneras y, Emily puede contarte cuantas veces acostumbramos a hacerlo al día.

Era una verdad a medias. En su pequeña luna de miel, la cual duró solamente dos días, ellos lo hacían unas cuantas veces al día.

Por la mañana se tomaban su tiempo, en la tarde un rapidito y por la noche volvian a tomarse su tiempo. Sin embargo, antes de eso, cuando él la había cagado al matar a Blaise y Elliot, Emily no soportaba estar ni a dos metros cerca de él.

— Deberias probarlo, ¿sabes?

— ¿El qué? —frunció el ceño.

— Follar diario, Potter. Te quitaría ese malhumor que tienes.

Hizo caso omiso y en lugar de contestarle, dijo:

— Me sorprende que aún no la hayas matado.

Draco rodó la lengua por el interior de su mejilla, sintiendo una furia abrazadora.

— No tendría por qué hacerlo.—curvó los labios hacia abajo, disimulando su molestia.

— Tú y yo sabemos que sí.

— La verdad es que no.—le mostró una sonrisa.

La verdad era que estaba jodidamente cansado y quería una siesta de 24 horas, por lo menos, y con su esposa a su lado, pero no todo lo que uno quiere se puede, ¿no?

Si tan solo tuviera su varita...

— Me he estado preguntando por meses qué es lo que le has visto, Malfoy. Poniendo de lado que tiene un leve parecido con Rowle, pero Emily parecía tan inocente e ingenua, y entonces entendi porque la elegiste a ella. Para manipularla, ¿no?

El jodido hijo de puta sabía cómo golpear al rubio sin tocarlo. El interior de Draco se retorció y algo se quebró dentro de él.

Si tan solo tuviera su varita, Potter estaría suplicando por su vida y no abriendo su gran bocota para molestarlo.

— Te recomiendo que te quedes callado.

— ¿La manipulaste también para llevártela a la cama?

«No, no, no. Tal vez en otras cosas, pero en algo así nunca».

Pregunto porque...

Antes de Que el cuatro ojos pudiera proseguir, Draco se abalanzó contra él, aún sentado, con las manos y pies atados.

No soportaría que nadie hablara así de Emily, nadie.

— Una jodida palabras más, Potter, y te colgaré los intestinos sobre el Big Ben.—amenazó tajante.

— Lástima que eres tú el que está atado y no yo.—se encogió de hombros.

— Y lo estoy porque sabes que soy mucho más poderoso y peligroso que tú.

— No tengo pensado soportar tus idioteces, Draco.

— No lo hagas, entonces.

Harry levantó su varita y apuntó a Draco. Acto seguido, el rubio sintió un dolor punzante y poco tiempo después sus ojos se cerraron lentamente, descendiendo otra vez en aquella oscuridad tan fría que se abrazaba a su mente y cuerpo.

Se había desmayado nuevamente y cuánto odiaba hacerlo.


Estaba corriendo, no tenía idea del por qué lo hacía, pero sus pasos eran rápidos y algo torpes. Las hojas secas bajo sus zapatos crujiendo cuando él las pisaba, su corazón latiendo con intensidad y su cabeza palpitando de dolor.

«¿Eso que estaba sobre sus manos era sudor? ¿Lo que sentía sobre su pecho se debía al miedo? ¿Estaba sintiendo miedo?».

Pum, pum, pum... los latidos de su corazón.

Giró la cabeza sobre su hombro, observando la mujer que lo estaba persiguiendo.

Su pelo era largo y de un color negro, su tez blanca, pero no lo suficiente para considerarla pálida. Sus labios esbozando una sonrisa maliciosa y su cuerpo cubierto por un vestido blanco y largo.

— ¡Emily, no! —gritó Draco.

Cayó de bruces sobre el suelo cuando su pie se enredó en una rama suelta. Trató de incorporarse lo más rápido posible, pero su cuerpo no reaccionaba.

Dejó salir un alarido lleno de angustia y fue entonces cuando pudo ponerse en pie.

Se giró abruptamente para ver a Emily parada a un metro de él, con la cabeza gacha y sus hombros temblando. No podía ver su rostro debido a la capa de cabello negro que lo ocultaba.

— ¿Mily? —pronunció con lentitud.

Tendió la mano hacia al frente, tratando de alcanzar a su esposa y estrecharla sobre su pecho, pero le fue imposible.

Su mano fue expulsada y un dolor punzante recorrió la punta de sus dedos hasta su muñeca.

Joder, no sabía lo que estaba pasando. Si era un sueño, una ilusión o estaba sucediendo de verdad.

Su pecho subía y bajaba con rapidez, el desespero abriéndose paso por todo su cuerpo, provocando que todo su sistema se alertara.

— Emily —la volvió a llamar—. ¿Qué es esto?

— Haz que pare —pidió la mujer, sollozando en silencio—. ¡Haz que pare! ¡Haz que pare!

— ¿Hacer que se detenga qué? —inquirió.

La mujer tapó sus oídos con ambas manos y dejó salir un grito ensordecedor mientras se doblaba por la cintura.

Era la imagen más terrorífica que Draco jamás haya presenciado.

La mestiza cayó sobre el suelo, llevó sus piernas hasta su pecho y cubrió su rostro, balaceándose de lado a lado.

El ministro trató de sobrepasar aquella barrera protectora que había en medio de ellos dos, pero cada vez que lo intentaba, ésta lo impulsaba con mayor fuerza que la vez anterior.

— ¡¿Emily, qué quieres que se detenga?! ¿Qué tengo que hacer? —casi gritaba, desesperado y temeroso.

No, ese no era un sueño o alguna ilusión, era una pesadilla; la cosa era que, Draco aún no sabía, si era la suya o la de Emily.

Buscó en sus bolsillos la varita de saúco y cuando la encontró, apuntó al escudo protector invisible; conjurando varios hechizos, Draco rezó para que ésta desapareciera.

«Por favor», casi gritaba. «Por favor, déjenme llegar hasta ella».

La luz de su varita golpeaba con fuerza el escudo protector. Sin embargo, estos se deshacían sin permitirle traspasar.

La frustración del hombre crecía con cada segundo al ver a su esposa sobre el suelo, temblando, sollozando y gritando.

— ¡Emily! —gritó, mientras golpeaba la barrera con los puños, aunque le doliera—. ¿Qué hago? Dime qué hacer, por favor.

Ella seguía balanceándose de lado a lado, lloriqueando con fuerza y pidiendo a gritos que se detuviera.

Draco cayó sobre sus rodillas sin poder evitarlo, golpeando el escudo. Y entonces suplicó a quienquiera que lo estuviera escuchando y pudiera ayudarlo.

— ¡Por favor, por favor! —suplicó, con la voz rota—. ¡Por favor!

No podía verla de esa manera, le rompía el corazón en miles de pedazos. El dolor que sentía al mirarla de así, lo asfixiaba.

En un cerrar y abrir de ojos, la barrera parecio desaparecer completamente y el camino quedó libre para él.

Draco casi corrió hacia su esposa, se sentó junto a ella y la envolvió en un abrazo protector mientras besaba la coronilla de su cabeza.

— Estoy aquí, Mily. No dejaré que nada malo te pase.

Su corazón se calmó, la ansiedad bajo y el alivio llegó a su cuerpo.

La mujer dijo algo que no se le entendió muy bien, aferró las manos a la camisa de Draco y la arrugó en sus puños.

— Tengo que hacerlo, lo siento.

— ¿Huh?

— No hay nada que hacer, Draco. Tengo que hacerlo.

— ¿De qué hablas?

— Tengo que matarte, lo tengo que hacer.

— Em, está bien —acarició su cabello. No sabía si estaba divagando—. Está bien.

— Tengo que matarte —volvió a repetir—. Tengo que matarte, lo tengo que hacer, Draco. Te mataré.

— Está bien.

Ella se aparto lentamente de él, mirándolo a la cara.

— Tengo que matarte tal como lo hiciste tú conmigo, Draco.—dijo y esbozó una sonrisa.

Draco la dejó como si su piel le quemara y se distanció de ella con rapidez; el rostro de Emily se había convertido en el de Arabella, su ex prometida.

Su corazón bombeó con rapidez y el sudor se apoderó de su nuca.

— ¿Qué carajo?

La mujer esbozó una sonrisa de oreja a oreja, los labios pintados de un color rojizo; tal como él la recordaba.

Delgada, pero con las curvas suficientes para volver loco a cualquier hombre. Ni baja ni alta, de una estatura mediana; cabello negro, cayéndole como cascada y sus uñas siempre largas, pintadas también de rojo.

Esa era la mujer a la que había amado, en carne y hueso.

— Todo se paga en esta vida, ¿no crees?

La mujer miró al cielo y tendió los brazos a sus costados, la varita de saúco en su mano izquierda.

El aire rugió con tanta intensidad que las hojas sobre el suelo se alzaron del suelo, al igual que el polvo.

El cielo se tiñó de gris y un rayo hizo temblar el suelo. Entonces, Hermione Granger, apareció junto a Arabella Rowle; atrapada en sus brazos.

Draco observaba todo desde un punto fijo, sin saber qué hacer, qué decir o cómo reaccionar.

La mujer colocó la varita sobre la superficie dorada de la garganta de Granger y miró a Draco con los ojos inyectados de sangre.

— ¡No lo hagas! —exclamó Draco—. Arabella, no lo hagas.

Ella ladeó la cabeza, haciendo un puchero con sus labios regordetes.

— ¿Por qué no, mon amour? —pronunció aquel sobrenombre con tal naturaleza, tal como lo hacía cuando estaban juntos.

— ¡Sabes por qué! —espetó—. ¡Si lo haces, estare jodido, Arabella!

— ¿Y qué tiene eso de malo? —desafió.

— ¡Joder! —gruñó, dejando caer los brazos con fuerza a sus costados—. ¡No lo hagas!

— Lo siento, mon amour.

Fue lo ultimo que dijo antes de pronunciar con gran claridad: «Avada Kedavra».

La cabeza de Granger cayó de lado, al no tener la fuerza para sostenerla y sus ojos perdieron toda luz y vida.

Un dolor, nunca antes sentido, traspaso todos sus sentidos y su cuerpo; como si miles de dagas en fuego estuvieran atravesando su alma.

Cuando por fin pudo abrir los ojos, Draco creyó que su corazón se le había salido por la boca, pues latía desbocado y con gran agresividad.

Había sudor frío sobre su nuca, frente y manos. Las muñecas le ardían y las sentía mojadas, probablemente por la sangre.

Necesitaba salir lo antes posible de aquí y asegurarse que Granger aún siguiera viva.

Aún seguía en aquel lugar mugroso y feo al que Harry Potter lo había llevado; sus pies y manos atadas a la silla y el lugar en penumbras, pero lo que le llamó la atención fue ver a Emily y Ophelia atadas —al igual que él— a otras dos sillas.

Emily tenía el ceño fruncido y los ojos derrochando preocupación. Trató de inclinarse un poco hacia él, pero las ataduras se lo impidieron.

— ¿E-estás bien?

Él asintió, tratando de remojar sus labios sin éxito; su boca estaba seca.

— Tuve una...pesadilla.

Dejó caer la cabeza hacia atrás e inspiró con profundidad contando hasta tres; lo sostuvo y después dejó salir la respiración lentamente por la boca.

Cuando su respiración volvió a estar estable, Draco volvió a mirar a las dos mujeres que lo estaban observando con preocupación.

— ¿Qué están haciendo aquí? —Draco frunció el ceño.

— ¡Estabas llamando a Emily!

— ¡Pero creí que haría un plan antes de aparecer aquí como si nada! —bufó y frunció los labios.

— Pues déjame decirte que Emily no tenía ni idea que la estabas llamando —dijo Ophelia—. La marca le estaba escociendo y casi le salía sangre, y ella ni en cuenta.

— ¡Estoy aquí! —habló Emily, haciéndose notar.

— ¿Dónde está Pansy? —inquirió el rubio.

Las dos mujeres compartieron una mirada.

— Bueno... Pansy ha tomado un camino diferente al de nosotros.—dijo Emily.

— ¡Pansy está con Potter! —explicó Ophelia.

— No me jodan.—gruñó él.

Con cada hora, aquella habitación en la que se encontraban, se oscurecía más. Draco agradeció que las persianas estuviesen abiertas, para poder ver el cielo y las estrellas; por lo menos eso le daba paz.

Ophelia dormitaba tranquilamente, como si sus manos y pies no estuvieran atados y ella sentada en una silla incómoda.

En cambio, Emily seguía despierta al igual que él.

Draco comenzó a moverse aún estando en la silla. Se le dificultó poder acercarse a Emily y el ruido que hacía probablemente despertaría a cualquier persona, menos a Ophelia que seguía durmiendo profundamente.

Cuando estuvo lo suficientemente cerca de su esposa, él giró la cabeza en su dirección y le preguntó:

— ¿Cómo estás?

— Algo incómoda —trató de bromear—. No me imagino como te sentirás tú si llevas más tiempo que yo aquí.

— No tanto —trató de encoger un hombro—. Estoy aquí desde ayer.

— Es mucho más tiempo del que llevo yo.

— Sí, puede ser.—suspiró.

— L-lo siento. Yo no soy muy buena en todo esto y si Ophelia no se fijará en mi marca, probablemente seguirías aquí solo.

— No te preocupes. Es mi culpa por no decirte para que sirve.

— Creí que solo era para diferenciar a los mortifagos de las personas comunes.—reconoció.

— Claramente, aunque tiene otras funciones más.

— Me he dado cuenta ya.

Él se aclaró la garganta.

— Te he echado de menos —confesó—. He tenido un sueño raro y... tú estabas presente, agonizando. No tienes idea de cómo me sentí al verte así y no poder hacer nada.

Él observó como Emily se mordía el labio, demasiado nerviosa como para decirle algo coherente y no divagar en el intento.

— Yo también te he extrañado —dijo al final—. Lo siento por todo.

— ¿P-por qué —tragó— no me has matado si tuviste la oportunidad de hacerlo?

Draco lo sabía hace meses. Lo supo desde el primer momento en el que su padre se enfermó, después cuando Harry apareció en el funeral y ella lo saludó como si nada, pero su confirmación fue al ver como Feyre enfermaba sin razón alguna.

Sabía que su esposa tenía tiempo planeando matarlo, sabía que su amor había disminuido y aunque le dolía, no podía hacer nada para evitarlo.

El matar, para Draco, a veces se convertía en una necesidad; sentía sed por la sangre y era inevitable.

También sabía que ella no se merecía eso, que estaría mejor al aceptar irse con Elliot y empezar una vida nueva en otro continente, sin saber nada sobre Draco. Sin embargo, las personas se volvían jodidamente egoístas al estar enamorados, por eso lo había matado y también a Blaise. Mataría a cualquier persona que se le acercara a Emily con malas intenciones.

Ella parpadeó varias veces, sopesando sus posibles respuestas y, aún procesando la pregunta de Draco.

— Y-yo —tartamudeó y giró a verlo—. ¿Como es que lo sabes todo? ¿Estás usando Legeremancia conmigo?

Él negó con la cabeza.

— Tu Oclumancia ha mejorado un montón, Em.

— ¿Entonces?

— Supongo que soy muy observador. Esa es mi maldición, saberlo todo sin querer hacerlo.

Ella resopló y dejó caer la cabeza hacia atrás.

— No sé, supongo que aún te quiero más de lo que me imagino.—respondió a su pregunta.

Ella nunca le decía que lo amaba sin que él se lo pidiera; siempre era un: «te quiero, me preocupo por ti, me importas» y nunca un: «te amo».

— Quiero besarte.—dijo por fin.

Ella volvió a dirigir su mirada hacia él.

— Hazlo.

— Es muy difícil estando en esta posición.

— Busca la forma de hacerlo.

Él esbozó una pequeña sonrisa y se inclinó lo más que podía.

No estaban para besarse, reconciliarse y ser románticos, debido a las circunstancias en las que estaban, pero Draco anhelaba sentir los suaves labios de su esposa sobre los suyos.

— Acércate tú también.

Ella se inclinó también, tratando de llegar a sus labios.

Cuando lo lograron, Draco dejó salir un suspiró de satisfacción en su boca.

La verdad es que, era un adicto a los labios de su esposa.

Draco volvió a inclinarse una vez más, atrapando los labios de Emily en un beso algo profundo.

Necesitaba saber que estaba allí y que no era un sueño; que tenía la posibilidad de besarla y que ella tenía las mismas ganas que él.

Solo quería besarla y hacerla sentir el amor que él tenía por ella; eso era suficiente.

— Bueno, qué linda fue esa demostración de amor —aquella voz llegó desde el umbral de la puerta y segundos después, la luz se prendió—. Lo feo es saber que todo es fingido.

Si tan solo tuviera su varita...la sangre de Potter ya estaría derramada.

Los dos fijaron su vista sobre el cuatro ojos, Ron Weasley, Pansy Parkinson y Lily Goldstein, mientras que Ophelia se despertaba abruptamente.

— ¿Qué pasó? —preguntó Ophelia.

— Potter, aún es muy temprano para tu teatrito, vuelve más tarde.—replicó Draco, con molestia.

— Malfoy, lamento informarte que desde ahora en adelante estás bajo mi techo y aquí no tienes ni voz ni voto —declaró y fijó su vista hacia Emily—. ¿Emily, besarte con la persona que quieres matar?

— ¡Fue un error! —exclamó ella.

— ¿El querer matarlo, besarlo o casarte con él?

— ¡El error fue confiar en ti, Harry!

— No —replicó—. El único error aquí es creer que Draco Malfoy cambiará por ti. Siempre será la misma mierda y no le importará ni en lo más mínimo tu opinión.

— Potter, si tuviera la oportunidad, te metería la varita en el culo.—escupió Ophelia.

— Tú también me decepcionas, Ophelia. Éste hombre —señaló a Draco— ha matado a tu prometido, ¿y tú le sigues fiel?

— Pansy, desátanos.—ordenó Draco.

— No sigo tus órdenes desde hace mucho, Draco.—replicó la pelinegra.

— ¡Lily! —chilló Emily, tratando de moverse—. ¡Haz algo, por Dios!

La rubia frunció los labios y retrocedió un paso.

«Esto. Debe. Ser. Una. Jodida. Broma».

— ¿Qué quieres, Potter? —cuestionó Draco.

— Venganza, Malfoy. Quiero venganza y la tendré.

— Suelta a Emily y Ophelia, ellas no tienen nada que ver en esto.

Harry negó lentamente con la cabeza.

— No, en realidad, Emily tiene mucho que ver en esto.

— Si le tocas un pelo, no sé cómo haré, pero te juro que tu muerte será lenta y agonizante. Te torturare hasta tu último aliento. ¡Suéltalas, joder! —gritó.

Estaba cansando de ver cómo Potter tenía la posibilidad de jugar con él y no podía hacer una mierda. Le podía arrancar la cabeza con tan solo una mano por la rabia que sentía en su sistema. Estaba jodidamente colérico.

Potter hizo caso omiso a la palabrería de Draco, se acercó a la mujer Malfoy y desató sus manos. El alivio recorrió el cuerpo de Draco al pensar que la dejaría ir.

Le desató también los pies y después la cogió del brazo con una fuerza que no le gustó para nada al ministro de magia.

Harry giró el cuerpo de Emily, como si de una marioneta de tratara, y colocó su espalda sobre su pecho. Entonces envolvió su cuello con el brazo y comenzó a retroceder lentamente.

— Déjennos a solas.—ordenó.

— Harry, ¿qué harás? —interfirió Ronald—. Por favor, piensa bien las cosas.

— Lárgate, Ron.

Pansy cogió a su novia de la mano y la sacó de allí mientras que Weasley las seguía.

Cuando la puerta se cerró, Potter esbozó una sonrisa maliciosa, y Draco juró que nunca antes lo había visto así; sus ojos estaban oscuros y dilatados.

Las fosas nasales del azabache se ensancharon antes de hablar.

— Lamentablemente no sé, aún, quién o qué es tu horrocrux, Draco, pero pronto lo sabré y te mataré. Por ahora, solo me queda una forma de vengarme.

La silla rechinó cuando Draco trato de levantarse y romperle la cara al hombre frente a él, pero las ataduras eran demasiadas fuertes, probablemente porque también contenían magia y sin una varita era imposible hacer algo.

— ¡No la toques, carajo! —espetó—. ¡Aleja tus asquerosas manos de mi esposa!

No seas tan celoso, Malfoy. Yo tampoco lo fui cuando violaste a mi mejor amiga.

La risa que dejó salir Draco fue completamente sarcástica y burlona.

— ¿Violar a Granger? —lo miró con incredulidad—. Joder, a Granger le encantaba tanto como la follaba que me vendía información de la Orden.

— ¡Mientes! —gritó y una vena apareció sobre su garganta, palpitando.

Ophelia a su lado, pegó un brinco, al igual que Emily. La expresión de su esposa derrochaba temor y desespero. Podía jurar como su pequeño cuerpo temblaba de miedo.

— ¿Estás seguro? —lo desafió—. ¿Entonces quién fue el que mató a Kingsley en una crisis nerviosa?

El rostro de Potter era de completa incredulidad combinado con asco y rencor.

— ¿Quién dio la orden de que nadie usara magia oscura en la batalla? —prosiguió Draco—. ¿Quién fue el que fue en busca de los horrocruxes de Voldemort? —rió—. Joder, Potter. Siempre estuve un paso por delante de ustedes. ¿Ahora te queda claro que Granger era, además de una sangre sucia, una traidora?

— ¡Eso lo puede saber cualquiera!

Draco se inclinó lo más que pudo para hablar con claridad.

— Pero nadie más que ustedes sabe que estabas dispuesto a vender a Ginny a los mortifagos para que ella fuera su informante. Prácticamente, querías hacer lo mismo que yo, pero no pudiste.

La cara del cuatro ojos palideció por completo, parecía que estaba a punto de vomitar.

— Querías que Ginny vendiera su cuerpo para conseguir información, pero Ron se negó y ambos se pelearon —prosiguió hablando—. La pelea duró meses, ¿no es así?

Él no respondió, simplemente volvió a retroceder con Emily.

— Granger les decía cada miércoles a las cinco en punto de la tarde que saldría a buscar comida, ¿no? —curvó los labios hacia abajo—. En realidad venía a mi casa para pasar un rato y después informarme sobre lo que hacían. Obviamente, ella les decía cosas sobre nosotros, pero eran cosas tontas que ya se sabían.

La cólera aumentó en picada cuando él no respondía y simplemente retrocedía como tonto. Entonces Draco exclamó:

— ¡Suelta a mi esposa, Potter, o te juro que te cortare en pedazos a ti y a toda tu jodida y tonta gente!

— ¿Quieres que suelte a tu esposa sabiendo que es capaz de traicionarte? —habló por fin—. ¿Sabes que ella nos daba información para el periódico «El que dice la verdad»?

Draco no se inmutó aunque eso no lo sabía; nunca se le había pasado por la mente que Emily los ayudaba a escribir ese tonto periódico.

— Son errores que todos cometemos, ¿no crees? —respondió indiferente.

— ¿Sabes algo? No te creo ni una palabra sobre lo que has dicho —escupió—. Eres un ser tan despreciable y capaz de todo. A lo mejor has usado veritaserum en Hermione cuando la tuviste presa.

— No me importa si no me crees, Potter. Tengo pruebas de que todo lo que digo es verdad, aunque me importa poco mostrártelas —soltó y agregó una vez más—: Suelta a Emily.

Estaba harto de no poder hacer nada.

Potter rió y y bajo su mano al vientre de Emily, acariciandolo lentamente.

Emily dejó salir un sollozo roto y luchó contra él.

— Por favor, Harry. Por favor, no lo hagas.—le suplicó.

Draco trató de romper la silla con su peso, de moverse o desatarse, pero todo fue en vano. Tuvo que soportar ver a Harry acariciar el vientre de Emily mientras dejaba besos cortos sobre su mejilla y oreja, y ella lloraba.

— ¿Has podido quedar embarazada, Emily? —le preguntó como si se tratara de su amante.

Ella sollozó con fuerza, las lágrimas corriendo libremente sobre su rostro demacrado.

— Harry, tú no eres así. Por favor, te lo suplico, no me hagas esto.

— Tú no sabes como soy.

— Suéltame, por favor.

Ophelia también sollozó y desvió la mirada.

— Harry, suéltala —gritó Draco, derrotado—. Tengo a Hermione, no está muerta.

Harry se detuvo en seco y dirigió su mirada al ministro.

— ¿Cómo sé que dices la verdad? —cuestionó—. He visto la cabeza de Hermione colgando de tus asquerosos dedos.

— ¡Todo fue una ilusión! —confesó—. ¡Está viva!

— Draco, no...—susurró Ophelia.

— Cállate —espetó Draco—. Te llevaré hasta ella, lo juro.

— No confio en ti.

— No te pido que lo hagas. Puedes venir con quien quieras, tenerme atado y lo que quieras. Lo único que te pido es que sueltes a Emily y a Ophelia, que las dejes ir.

— ¿Dónde la tienes? —enarcó una ceja.

— En una cabaña que tengo en Witches Wood.

El hombre cogió una profunda bocanada y dejó ir a Emily.

— Dame la dirección, iré solo y cuando la tenga conmigo dejaré ir a Ophelia y a Emily, y después te mataré.

— Hay hechizos creados por mi que nadie más conoce y son difíciles de hacer. Debo ir contigo, quieras o no.

— Ellas se quedan aquí —señaló a las dos mujeres— custodiadas.

Dejó salir un suspiró de alivio.

— Cómo tú digas, pero cuando tengas a Granger las dejarás ir.

— Y a ti te mataré.

Él asintió con la cabeza, sin mirar a Emily.

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