047
Emily. 𝔫𝔬𝔩𝔦 𝔪𝔢 𝔱𝔞𝔫𝔤𝔢𝔯𝔢. 𝐿&𝒟.
Al despertar y ver la carta abierta, lo peor inundó su mente. Los peores pensamientos y sensaciones la embargaron.
Todo estaba, probablemente, jodido.
Entró al baño y abrió el grifo, pero antes de meterse a bañar le echó un vistazo al espejo de cuerpo completo que se hallaba en un rincón.
Sobre su trasero quedaron grabadas las grandes manos de Draco, tornándose de un color púrpura y rojo. Su cuello marcadas con los labios de Draco y sus dedos.
Draco siempre cumplía con sus promesas. Prometió que la marcaría y así lo hizo. Su esencia quedó grabada en cada rincón de su cuerpo, dejando en claro que estuvieron juntos por varias horas, explorando sus cuerpos y llevándose al clímax.
Se metió bajo el chorro de agua y se dejó llevar por varias horas, hasta que se sintió un poco más calmada.
Al salir se vistió y arregló el cabello.
Cuando la mandaron a llamar, las peores imágenes llegaron a su mente.
«¿Draco la mataría? ¿La torturaría primero? ¿Este era el fin?».
Se mordió las uñas mientras bajaba la escalinata custodiada de dos mortifagos, los cuales le doblaban en altura y músculos.
El único sonido presenta era el de sus pasos y sus respiraciones, nada más que eso.
El mármol liso y pulido, brillante. El sol filtrándose en la mansión.
Su corazón martilleaba con fuerza y miedo.
Sus manos empapadas en sudor frío.
El dolor que se adueñaba de sus piernas no le ayudaba mucho en el sentido del caminar, pues le dolía con cada paso que daba. Sin embargo, ya había tomado dos pociones para aliviarse un poco.
Después de enterarse —o sospechar— que Draco había leído la carta que iba dirigida a Harry Potter su frecuencia cardíaca había aumentado exageradamente mucho.
Estaba paranoica, no sabía ni que excusa podía darle a Draco. Lo único bueno era que no había mencionado el nombre de Potter en aquella carta.
Giraron a la izquierda, y Emily al ver la gran puerta frente a ella, se detuvo en seco.
— ¿Qué hacemos aquí? —preguntó extrañada, ya que nunca había entrado en la sala de reuniones sin Draco.
— La señorita Ophelia Rockwold ha solicitado una audiencia con el señor Malfoy, pero como no se encuentra, usted deberá tomar su lugar.
Emily se trono los dedos con nerviosismo. No quería entrar y ver la cara de Ophelia, se sentía demasiado apenada.
— ¿No puede esperar a que Draco llegue?
El mortifago negó con la cabeza.
— No, señorita.
— ¿Es obligatorio que yo entré?
— Así es, señorita. Como la nueva señora oscura, su deber es apoyar al señor Malfoy cuando no esté disponible.
Ella se mordió el labio, pensativa. El mortifago tenía razón, pero no se sentía capaz de entrar.
Cogió una gran bocanada de aire y abrió la puerta de par en par, subiendo los pocos escalones hacia la tarima y sentandose sobre el trono de Draco.
Cuando Ophelia alzó la mirada, y Emily miró las lágrimas que corrían sobre sus mejillas y sus ojos rojos, el corazón se le partió a la mitad.
— ¿E-Emily?
El aire quedó atascado en sus pulmones y no pudo articular palabra alguna. El aspecto de su amiga, era extremadamente malo.
— ¡Emily, por favor! —suplicó con las lágrimas derramándose por sus mejillas y la voz completamente rota—. ¡Por favor, por favor! ¡Dile a Draco que lo dejé ir!
Ophelia estaba arrodillada, suplicando a los pies de Emily.
— ¡Emily, conoces a Elliot! —dijo—. ¡Lo conoces, por favor! ¡Por favor, haz algo!
Emily se armó de valor, se aclaró la garganta y enderezó la espalda.
— Ophelia, yo no puedo hacer nada.
— ¡Si puedes! —exclamó—. ¡Draco esta a tus pies!
— Draco es el ministro y señor oscuro de éste pueblo —dijo—. No puedo influir en sus decisiones. Si Draco ordena la ejecución de Elliot, así se hará.
— ¡No, no, no! —gritó ella, lloriqueando aún más—. ¡No pueden hacer esto! ¡No a él! ¡Por favor, Emily, por favor!
— Ophelia, vuelve a tu casa. No tienes por qué suplicar por la vida de alguien que no tiene... —suspiró, buscando las palabras adecuadas—. Elliot no haría esto por ti.
Ella se puso en pie, limpiando las lágrimas sobre sus mejillas.
— Eres como una muñeca —dijo—, tan fácil de manipular. Dicen que eres la nueva señora oscura, pero veo que no puedes tomar una decisión propia. ¡Una decisión que salvaría la vida de alguien que te tiene un gran aprecio!
— ¡Elliot trató de matarme!
— ¡Elliot daría la vida por ti, Emily! —exclamó.
Tragó con dureza y limpió sus palmas sobre la tela de su falda.
— Te mandaremos la ubicación y hora de la ejecución de Avery, Ophelia.
— ¡No, Emily! —gritó.
No espero a nada más, con un simple ademán de cabeza ordenó a los mortifagos que se llevaran a Ophelia de allí.
Con el labio temblándole, al igual que las manos, salió del lugar; buscando la biblioteca para encerrarse allí y poder calmarse.
Se pasó las manos por el cabello y abrió algunos botones de su camisa, se sentía afisxiada; el aire parecía no llegar a sus pulmones. Esto era demasiado para ella.
Caminó de arriba hacia abajo, tratando de calmarse, de coger aire. Sin embargo, todo fue en vano.
Con cada minuto que pasaba, su respiración se volvía más espesa, imposible de llegar a sus pulmones.
La puerta de la biblioteca se abrió, y ella pegó un respingo; llevándose la mano al pecho, giró para encontrarse con un mortifago.
— La están esperando para almorzar, señorita.
— Gracias, voy enseguida.
— La esperaré afuera para que pueda escoltarla.—dicho eso, él salió.
♱
Sus manos estaban temblando con fuerza mientras llevaba la cuchara a su boca y tomaba un sorbo de su sopa, sintiendo la mirada curiosa de su madre y Feyre sobre ella.
No había ayudado en nada ver a Ophelia en ese estado y saber que no podía hacer nada para ayudar a su amiga.
Sabía que todo lo que hacía Ophelia, Elliot nunca lo apreciaría, porque su corazón no le pertenecía...
Le pertenecía a ella, a Emily.
— Emily, ¿estás bien?
Al escuchar la voz de su madre, pegó un brinquito.
— Sí, sí. ¿Por qué no lo estaría? Draco está bien, sobrevivió. Él y yo estamos bien. Todo está fantástico, excelente.
Mentiras y divagaciones.
No había visto a Draco en todo el día, no sabía dónde podía encontrarse, y eso aumentaba aún más sus nervios.
— Estás temblando.—señaló.
— Hace frío.
— No es cierto.—dijo Feyre.
La mujer observó el rostro de su hija. Sus viajaron al cuello de Emily; frunció los labios y negó con la cabeza. Entonces cogió su mano y le dio un apretón.
— Emily, no es necesario quedarnos aquí —dijo después de dejar salir un pesado suspiró—. No solo hablo de nosotras dos, también hablo de ti.
— ¿Qué estás insinuando?
— Esas marcas...sobre tu cuello —susurró—. No está bien, nada está bien.
Ella se llevó inconscientemente, la mano libre, a su cuello.
— ¿Qué?
— Es un sadico —susurró otra vez—. Mira como te dejó. Solo un sadico hace cosas así.
— Mamá —cerró los ojos—, si yo... No debes meterte en esto, por favor. Deja de meterte en mi vida privada, en mi vida...sexual.
— Emily, si te esta obligando a hacer algo, solo debes decirlo y te sacaré de aquí ya.
— No me está obligando a nada. Deja de insinuar cosas así.
— ¡Pero mira todo lo que te hace! —se exaltó, pero después volvió a bajar la voz—. ¡Eso se considera maltrato!
— Todo es consensuado.
La mujer frunció el ceño y colocó una mano dramática sobre el pecho.
— ¿Qué dices...?
Emily no pudo responder, pues la puerta se abrió de par en par y Draco entró al lugar.
Una gran sonrisa adornaba su rostro pálido, mientras caminaba con gran gracia y confianza hacia Emily.
Las manos de Emily temblaron aún más, al igual que sus piernas. Si no estuviera sentada, probablemente se caería.
— Hola, Amanda, Feyre.
Se acercó al puesto de Emily, se inclinó y la cogió de la nuca para después pegar sus labios a los de ella.
Emily le devolvió el beso, pero el terror no disminuyó en su interior.
— Por Merlin santo.—murmuró Amanda.
— ¿Hmm? —Draco se apartó de Emily y giró para ver a Amanda, con una ceja enarcada y una sonrisa burlona sobre sus labios—. ¿Usted nunca ha besado a su esposo?
La mujer le sostuvo la mirada, pero no le respondió.
— No se haga la santa, dudo que Emily y Feyre fueran un milagro.
— Draco.—presionó Emily.
Él devolvió su atención a Emily, dejando un corto beso sobre sus labios, le dijo:
— ¿No quedamos ayer en hablar sobre algunas cosas, amor?
— Sí.
— He reservado una mesa para nosotros dos esta noche —tendió la mano hacia ella— y te he traído algunos regalos.
— ¿R-regalos?
— Todos te esperan en nuestra alcoba.
— ¿Nuestra?
Emily se sentía muy, muy confundida. Su cabeza parecía no procesar las palabras salientes de los labios de Draco.
No sabía qué decir o cómo reaccionar.
«¿No había abierto él la carta? ¿Qué estaba pasando?»
— Claro, Emily. Vivimos en una misma casa, ¿por qué no compartir habitación?
— Lo hacemos. Compartimos una habitación.
— Pero tus cosas y las mías están en diferentes cuartos. Desde ahora en adelante todo estará junto. ¿Bien?
— Sí, está bien.
Entrelazó sus dedos con los de Draco y se puso en pie. Antes de salir del lugar, ella se despidió de Feyre y Amanda. Entonces echó a andar.
Draco no se mostraba colérico, enojado o algo parecido. Era todo lo contrario. Parecía estar muy contento.
Subieron al tercer piso, hacia la habitación de Draco, pues como él había dicho que ahora compartirían habitación oficialmente.
Él abrió la puerta y permitió que ella pasara primero.
Al adentrarse, Emily se encontró con tres mujeres y tres rack organizadores frente a ellas. Cada uno con diferente ropa —nueva—.
Emily sonrío de oreja a oreja.
— ¿Todo es para mi?
— Todo —respondió él—. Escoge algo para vestir esta noche.
— ¿Quieres ayudarme? —le preguntó juguetona.
— Oh, Em. Claro que lo haré.—le guiño un ojo gris como la plata y se sentó sobre el borde de la cama.
Entonces Emily se acercó y cogió varios atuendos, para después meterse al baño y comenzar a vestirse.
El miedo comenzó a disminuir al igual que los nervios. A lo mejor, Draco no abrió la carta, a lo mejor ella la dejó así y no lo recordó. O quizás alguna ráfaga de viento entró por la ventana y abrió la carta.
A lo mejor...
Tras estar vestida con un vestido rojo corto que se ajustaba a las pocas curvas de su cuerpo y dejaba ver un tanto de sus pechos, Emily salió de la habitación y camino hacia Draco.
— ¿Qué tal?
— Hmm —él pareció pensarlo—, muy largo para mi gusto.
— ¿Y hay otro más corto, mi señor ministro?
— No, lamentablemente —hizo un mohín de disgusto—. Deberías ir en lencería.
— ¿No se molestaría que alguien volteara a verme?
— Tenga por seguro que no se atreverían ni a verla a los ojos, mi princesa oscura, o les cortaría la garganta.
Emily solo rodó los ojos con diversión y volvió a meterse al baño para vestir el segundo atuendo, el cual constaba de una falda negra con una larga abertura y una camisa con un gran escote.
Cuando salió, él negó con la cabeza varías veces.
— Muy formal.
El tercer atuendo era un vestido color verde, los tirantes caían sobre sus brazos y una abertura del lado izquierdo.
— Muy de fiesta.
— ¡Tú los compraste!
— Vamos, habrá otro adecuado.
El cuarto vestido le llegaba a unos diez centímetros de los tobillos, era ajustado, de color negro y con escote.
Salió, esta vez sin ganas de seducir. Se acercó a él y colocó las manos sobre sus caderas.
— Me gusta este —le dijo— y creo que me lo llevaré.
— Perfecto entonces.
♱
Era de noche ya cuando Emily y Draco salieron cogidos de la mano. El frío viento golpeaba contra la piel de la mestiza y provocaba que se erizara por causa de eso.
La mano de Draco presionada contra la suya, enviaba olas eléctricas atraves de todo su cuerpo y su estómago se sentía revuelto.
Siempre había tenido ese aspecto en ella.
No le había mencionado sobre la visita de Ophelia, pues esperaba a llegar al restaurante para que empezaran a hablar.
Ella alzó un tanto la cara —pues Draco le sacaba dos cabezas de altura— y observó el rostro de su amado.
Sombrío, serio.
Vestia una larga gabardina la cual se ondeaba debido al aire.
Al llegar al exterior de la mansión, Draco abrió la puerta de una automóvil color negro y le indicó que se adentrara.
Era la primera vez que se subía a uno, y eso despertó la curiosidad en ella.
Durante el trayecto, ninguno de los dos abrió la boca para decir algo. No obstante, sus piernas se tocaban y Draco aún sostenía la mano de Emily.
La mestiza miraba por la ventana las calles de Londres, las personas que reían y otras que se mantenían calladas caminando solitariamente.
El cielo nublado, casi a oscuras.
El automóvil giró a la izquierda y unos kilómetros más giró a la derecha.
Su estómago estaba a punto de revolverse y ella a vomitar.
Así que agradeció cuando el automóvil se detuvo frente a un restaurante y la puerta se abrió, revelando a un mortifago.
Ambos salieron, sosteniendo de su mano y entraron en el interior del restaurante.
Éste, estaba completamente solitario. Ni una alma se encontraba sentada o caminando.
— ¿Dónde están todos?
— He reservado el lugar para nosotros dos.
Ella frunció el ceño, su pecho bajando y subiendo.
— ¿Cómo?
— Así, Emily —dijo mientras apartaba una silla y la invitaba a sentarse—. Quería que estuviéramos los dos solos.
— Oh, está bien.
Ella tomó asiento y esperó a que Draco hiciera lo mismo.
Minutos después una persona vestida con traje llegó hacia ellos. Draco comenzó a ordenar de todo un poco, pero lo primero fue una botella de vino, que se conocía por su precio tan elevado.
— No me permites beber, ¿te acuerdas?
— No lo digas como si fuera algo malo, Em. Lo hago por tu propio bien. Además, hoy estamos festejando.
— ¿El qué?
— El que hemos dado un gran paso en nuestra relación.
— ¿Y cuál es ese gran paso? —inquirió.
— El tomar la decisión de hablar y no solucionar las cosas con sexo —al decir eso, sus ojos viajaron a su cuello y senos, donde se alojaban las marcas hechas por él—. Me encantas.
— ¿Mucho?
— No tienes idea cuánto. No tengo palabras para describir lo mucho que me encantas y qué cosas sería capaz de hacer por ti.
Los ojos del ministro parecían penetrar a Emily, mirar bajo su piel y todos sus oscuros deseos —y secretos—.
Un escalofrío traspasó su cuerpo y ella remojó sus labios con su lengua, cosa que llamó su atención.
No dejaron de mirarse ni cuando el mesero regresó con la botella de vino y les sirvió dos copas. Le dieron un trago al mismo tiempo y después Draco se inclinó sobre la mesa para besar sus labios.
— ¿Quieres que empecemos ahora a hablar o después de la cena?
— Ahora.
— ¿Empiezas tú o yo?
— Yo quiero hablarte sobre algo que pasó hoy.
— Te escucho.
— Ophelia vino.
— ¿A qué?
— A pedir que dejemos ir a Elliot.
— Pobre —dijo—. ¿Y qué dijiste?
— Que le mandaríamos la ubicación y hora de su ejecución.
Una sonrisa traviesa cruzó sus labios y se reacomodó sobre el asiento.
— Joder... cuando hablas así...
Ella sonrió.
— ¿Te gusta?
— Cada día te pareces más a mi.
— No creo que exista otro ser tan malvado como tú.
— En eso tienes razón, Emily. Nadie es tan sadico como yo.
— ¿Ni Voldemort?
— Nadie.
— Puedes comenzar a hablar cuando quieras.
Él ladeó la cabeza y movió su copa de vino.
— ¿Qué tipo de amistad tienes con Blaise y cuando empezó?
Ella enderezó la espalda y trató de no desviar la mirada.
— Oh, cuando me fui de la mansión.
— ¿Sí?
Ella asintió.
— Fueron a verme —mintió a medias—. Él, Ophelia, Pansy y Lily.
— ¿Ajá?
— Y Blaise... —se aclaró la garganta y corrigió—. Zabini habló más de que costumbre. Así que fue fácil entablar una amistad con él.
— ¿Qué tipo de amistad? —arqueó una ceja sin dejar de mover su copa.
— Solo existe un tipo de amistad, Draco.
— Te equivocas, Emily. Existen varios tipos de amistad.
— No sé que quieres insinuar.
— No estoy insinuando nada, simplemente menciono que, también tenías una amistad con Avery, y consistía en besarse y tener sexo.
— Con Zabini es diferente.—dijo, y era verdad.
— Hmm... ¿Nada de sexo y besos?
— Nada.
— ¿Nunca?
— Nunca.
— Emily, ante los ojos de las personas siempre fuimos dos amantes los cuales se deseaban, pero tú y yo sabemos que fuimos y somos más que eso. ¿Cierto?
— Sí.
— ¿Estás conmigo en cuerpo, alma y espíritu? ¿Hasta la muerte?
— Lo estoy —aseguró y colocó la mano sobre la suya—. No lo dudes.
— Entonces, ¿Zabini te ha dicho algo sobre Luna Lovegood?
— ¿Algo en especifico?
— ¿Si la está viendo o algo parecido?
— Absolutamente nada. Solo me menciono que tenían una relación y que quería pedirle matrimonio, pero no se pudo.
— Bien.
— ¿Qué harás con Elliot?
— Lo matare, Emily.
— ¿No lo perdonarás?
— No.
El mesero volvió a regresar, esta vez con dos platos que contenían spagetti. Los situó frente a ellos y, después con una reverencia, se marchó.
— Come.
Ella puso los ojos en blanco y se llevó el tenedor a la boca dando un bocado.
Draco imito sus acciones mientras que Emily se limpiaba la comisura de la boca.
Emily cruzó las piernas y después de darle un trago al vino, le preguntó:
— ¿Tienes un horrocrux?
La mano de Draco se detuvo a medio camino hacia su boca. Dejó el tenedor y bebió un trago.
De repente el ambiente se tensó a su alrededor.
Él apretó la mandíbula y cogió una bocanada de aire.
— ¿Cómo lo sabes?
— Eso no importa.
— Sí importa.
— No ahora.—elevó ambas cejas.
— Bien —asintió y frunció los labios—. Sí, tengo un horrocrux.
— ¿No pensabas decírmelo?
— No es importante.
— Claro que lo es. Es importante para mi.
Él cogió el puente de su nariz y resopló.
— ¿Por qué es importante?
— Porque has ocultado un fragmento de tu alma en algo.—le respondió con obviedad.
— ¿Qué quieres saber sobre eso?
— ¿Por qué lo hiciste?
— Porque tengo varias personas detrás de mi queriendo matarme. ¿No es obvio?
— ¿Por eso accediste tan rápido a hacerme un pacto de sangre, Draco? ¿Por qué sabías que no te iba a pasar nada?
— Porque quería que te sintieras más segura, para que confiaras plenamente en mi y volvieras.
— ¡Pero fue una mentira, Draco!
— No lo fue, porque no hice nada.
— ¿Me dirás que nunca has visto con otros ojos a Rose cuando entraba medio desnuda a tu cuarto? ¿Que ninguna de esas vez sentiste el impulso de estar en su interior y sentir como se apretaba a tu alrededor? —arqueó una ceja—. ¿Nunca quisiste darle placer como me lo das a mi?
Él rodó la lengua en el interior de su mejilla y desvió la mirada.
El corazón de Emily se aceleró y quedó boquiabierta.
— ¿Eso es un sí? —su voz salió aguda.
— Nunca hice nada con ella. Nunca le toque la mano o me atreví a mirarla a los ojos. Nunca me acerqué tanto como para saber qué colonia llevaba o conocer su aroma natural.
— ¿Pero te la querías echar?
— No.
— ¿Sentiste el impulso de hacerlo?
— Una vez.
— ¿Una vez? —exclamó.
— Estaba enojado y no quería hacerlo por placer.
— ¿Y ahora por qué estabas enojado?
— ¡Porque llegaste a la mansión para ver a Elliot y después te fuiste con él a su departamento!
— ¿El día que te ate las manos?
— Sí, ese jodido dia, Emily.
Ella dejó salir una risa seca.
— ¿La follaste?
— No.
— ¿La tocaste siquiera con la yema de tu dedo?
— No, no lo hice.
— Júralo por la persona que más quieres en la vida.
— La persona que más quiero en la vida esta frente a mi. ¿Quieres que lo jure por ti?
— Júralo por Arabella.
Él elevó las cejas, la sorpresa brillando en sus ojos.
— L-lo juro.
— Tartamudeaste.
— Juro por Arabella que nunca llegué a tocar a Rose o hacerle algo sexual.
Eso la tranquilizó. Abandonó su postura de rabia y se sentó floja sobre el asiento.
— Bien.
— No estoy planeando pelear hoy.
— No follaremos esta noche, estoy muy adolorida.
— No estaba insinuando eso, Em. Tal vez podríamos ir a ver las estrellas desde un lugar o quedarnos en cama mientras leemos algo.
— Está bien —tendió la mano hacia él—. Hay que hacer las pases.
Él se levantó y la cogió de la mano para acercarla más a él.
— Hay que abrazarnos.
— ¿Abrazarnos?
— Nunca nos hemos abrazado.
Una sonrisa tiró de los labios de Emily, pero se abstuvo de hacerlo.
Draco tenía razón, habían hecho varias cosas, hasta besarse, pero nunca se habían dado un abrazo.
Así que Emily rodeó la cintura de Draco y él hizo lo mismo. Colocó la cabeza sobre su pecho e inhaló profundamente mientras él dejaba un beso sobre su cabeza.
Olía al amor de su vida.
Cuando Draco se apartó de ella, colocó una rodilla sobre el suelo y sacó de su abrigo una pequeña caja de afelpada color negro, su corazón comenzó a latir a mil por hora.
Cuando la abrió y dejó ver el gran anillo, su corazón se detuvo en seco.
Llevó la mano a su boca y sus ojos se anegaron en lágrimas.
Al instante, la melodía suave de un violín comenzó a llenar el lugar.
— Mi corazón te adora, Emily, y mis sentidos están completamente enamorados de ti. Déjame tener toda una vida junto a ti, no me importa en qué forma, ni dónde ni cómo, pero que sea junto a ti. Se mi esposa y permíteme adorarte hasta que me convierta en polvo.
Ella asintió varias veces con la cabeza, hasta que Draco deslizó el anillo sobre su dedo anular. Al levantarse, él la cogió entre sus brazos para abrazarla y después juntaron sus labios en un largo beso.
Las lágrimas caían sobre su rostro, pero esta vez era por alegria, no por tristeza.
Pero, la música se detuvo, Draco retrocedió, chasqueó los dedos y dos hombres aparecieron frente a ellos, de rodillas; con la boca cubierta por algo que no les permitía hablar y los ojos derrochando terror.
Emily tambien retrocedió, varios pasos y el aire abandonó sus pulmones al comprobar que era Elliot Avery y Blaise Zabini.
— ¿Q-qué está pasando?
Él chasqueó la lengua y se situó detrás de los dos hombres.
— Estábamos sincerándonos, ¿te acuerdas?
Ella asintió lentamente.
— Es parte de eso, Em —colocó la mano sobre su barbilla y achicó los ojos—. La última pregunta es: ¿a quién de los dos iba dirigida esa carta?
— A-a ninguno.
— ¿Era para Elliot? ¿Antes o después de visitarlo en las mazmorras y dejar abierta su celda? ¿O para Blaise?
«Lo sabía. Él lo sabía, pero no todo».
Draco se acercó a Emily, colocó la mano sobre la parte trasera de su cabeza y cogió un puñado de su cabello con fuerza.
— Amor, solo nos estamos sincerando para poder contraer matrimonio y seguir con nuestras vidas. Dime ahora la verdad para poder matarlos y así dejen de intervenir en nuestra jodida vida.
— A ninguno, Draco —insistió—. A ninguno de ellos iba dirigida esa carta.
— ¿Entonces para quién era, Em?
Una lágrima cayó de su ojo y se deslizó por su mejilla.
— ¿No quieres hablar? ¿Se los tengo que preguntar a ellos?
Al ver que no respondía, el ministro se apartó de ella y se acercó a los dos hombres.
— ¿Quién de los dos se está follando a mi mujer? —preguntó y sacó de su abrigo un pergamino—. ¿A quién mierda iba dirigida esta carta?
Elliot no alzó la cabeza ni para ver el pergamino ni a Draco, en cambio Blaise, su mirada viajó de Emily a Draco.
— Joder, ¿tan controlados los tiene Emily? —rió sarcásticamente y volteó a verla—. Admiro el poder que tienes sobre cada hombre que se cruza en tu vida, pero lamento decirte que eres solo mía.
Emily se quedó completamente sin habla. Los ojos de Draco se tornaron de un color oscuro, el poder que emanaba de él, le provocaba dolor de cabeza. Retrocedió hasta que su espalda golpeó la pared.
— Soy solo tuya, Draco —pronunció con lentitud—. Por eso, no tienes que hacerles daño a ninguno de los dos.
— ¿Por qué no, Emily? ¡Si te están follando a mi jodida espalda!
Mientras Draco estaba concentrado en ella, Blaise a su espalda comenzó a articular con los labios en dirección a Emily: «Di que la carta iba dirigida a mi, Emily. No hay problema alguno. Entra en mi departamento y busca un frasco con mis recuerdos; míralos todos».
— ¡No es cierto!
— ¿Entonces para quién escribiste esa carta?
— ¡A Pansy! —mintió—. Quedamos en vernos y no pude llegar.
— ¡Mentirosa! —exclamó y la señaló con el dedo—. Eres una jodida mentirosa.
— Draco...—lo llamó Blaise con voz baja.
— ¿Sí, Zabini?
— La carta iba dirigida a mi.—mintió.
— ¡No es cierto! —exclamó Emily.
— ¡Emily, cállate! —replicó Blaise.
— Te escucho, Blaise. Habla.
— Traté de tener una aventura con Emily —prosiguió—. Le envié una carta invitándola a mi departamento, con la intención de llevármela a la cama, pero Emily no pudo llegar.
El ministro giró a verla.
— ¿Es cierto?
Blaise le suplicó con los ojos.
— Sí —aceptó—. Es cierto.
El rubio volvió a situarse a la espalda de Zabini, se inclinó un poco y conjuró un cuchillo. Cuchillo muggle. Entonces colocó la filosa cuchilla sobre la base de la garganta del moreno y la deslizó lentamente.
Emily vio como la piel de Zabini se abría lentamente y le daba paso a la sangre. Sus ojos se anegaron de lágrimas y cayeron sobre su rostro. No gritó y no se movió.
Sus ojos quedaron abiertos y sus labios en una larga línea. La sangre brotando con agresividad y cayendo sobre su ropa.
Draco levantó su varita y murmuró algo, entonces la cabeza del moreno rebotó sobre el suelo.
— Mira lo que me haces, Emily —escupió Draco—. ¡Me vuelves loco!
Dicho eso, se acercó al segundo hombre, Elliot Avery. Para ese entonces, él ya tenía la cabeza alzada, sus ojos rojos de rabia.
— Mátame, maldito hijo de puta.
— No te iba a pedir permiso, Elliot.—se burló.
Lo cogió del cuello y lo alzó sobre el aire, metió la mano dentro de la cavidad abdominal de Elliot y comenzó a sacar sus órganos. Uno por uno, dejándolos caer al suelo.
El hombre dejó salir un grito desgarrador y se sacudió con fuerza.
Por último, Draco dejó caer el cuerpo sobre el suelo, y con su mano empapada de sangre lo apuntó.
— Avada Kedavra.
Lo mató.
Había matado a dos personas en el lapso de veinte minutos, sin siquiera parpadear o pensarlo por dos veces.
Lo hizo y no le importó en lo más mínimo.
Su seudónimo cobró sentido... El príncipe de la oscuridad.
Cuando giró a ver a Emily, ya no era el príncipe de la oscuridad, era Draco.
Una lágrima se deslizó por el rostro del hombre mientras Emily se abrazaba a sus piernas y su cabeza descansaba sobre sus rodillas, evitando ver la matanza a sangre fría de Draco.
El anillo... a un lado sobre el suelo.
— Emily.
La sangre recorría todo el restaurante, llegar a los pies de Emily.
— Emily...—insistió él.
Cuando ella alzó la cara, el terror en sus ojos quedó visible.
— Nunca te conocí, Draco.
— No, sí lo hiciste —trató de acercarse a ella, pero Emily puso la mano en alto—. Sí me conociste. Me conoces mejor que nadie.
— Aléjate de mi, por favor.—pidió con la voz rota
Se tambaleó al ponerse en pie, pero al recuperarse, cerró los ojos y desapareció.
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