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043

 
Emily. 𝔪𝔬𝔯𝔦𝔬𝔯 𝔦𝔫𝔳𝔦𝔠𝔱𝔲𝔰. 𝐿&𝒟.


Era unos de esos días, donde la mañana parecía tarde y la tarde parecía noche.

El cielo nublado avisaba una llovizna fuerte y, probablemente, una tormenta de rayos. Los dementores volaban sobre el cielo, provocando que el tiempo se sintiera más frío que de costumbre.

El invierno se acercaba, sí, pero los dementores lo hacían sentir peor.

Emily despegó la mirada de la ventana y decidió visitar la biblioteca de la mansión.

Cogió un gran abrigo para protegerse del gélido viento y calzo unas simples zapatillas. Entonces se dirigió hacia la gran biblioteca.

Los pasillos se mantenían silenciosos, quietos y solitarios. Nadie había salido, todos permanecían en sus habitaciones.

Incluso Draco, el cual no había ido a visitar a Emily a su habitación, tampoco le dio alguna señal de vida.

Se mantuvo callado, sin dirigirle la palabra, tal como lo había dicho la noche de su pelea.

¿Fue estúpida la razón por la cual discutieron? Sin duda alguna. Emily ni siquiera tenía pensado en tener un bebé, por eso trataba de cuidarse lo mejor posible; cuando se les pasaba y no usaban protección, ella bebía una pócima anticonceptiva hecha por Phia a la mañana siguiente.

Sin embargo, le aterraba la idea que Draco tuviera que seguir las reglas de la competencia y embarazar a Rose. Le revolvía el estómago verlo sostener un bebé que no era de ella, que no habían concebido juntos.

Le dolía, esa era la verdad. Y le daba miedo pensar que, algún día, Draco se aburriría de ella y la abandonaría.

Le daba pavor pensar en esas cosas. Por eso actuaba, a veces, como loca.

Se frotó los brazos en cuanto la gran puerta de la biblioteca —ancha y alta, de un color oscuro y detalles finos sobre ella— se abrieron.

Se adentró en la calidez del lugar; el fuego de la chimenea crepitando en una esquina, las gotas de lluvia cayendo sobre el gran ventanal al fondo y, el maravilloso y dulce aroma a libros viejos.

Inspiró hondo, una y otra vez, hasta que sintió que ya tuvo suficiente de ese olor.

Caminó hacia los estantes de aquel lugar, buscando algún libro que hablara sobre las pociones y cómo llevarlas a cabo.

Estaba segura que, si ella asistiese a Hogwarts, sería una excelente alumna en pociones. Se atrevería a decir que sería la mejor.

Adoraba buscar los ingredientes, prepararlos y revolverlos todos, para después tener hecha una pócima. El aroma a éxito, la emoción del momento, la llenaban de mera euforia.

Vió una cabellera negra alrededor de los estantes y se extrañó por ello. No sabía que había alguien que ayudaba a encontrar libros.

Recelosa, se acercó al hombre de gran estatura y toqueteó su hombro.

— Disculpe, ¿me podría ayudar a buscar algún libro sobre pociones?

El hombre vestido de negro, giró lentamente en dirección hacia Emily, y su corazón se detuvo por un momento; después dio un brinco y no pudo evitar que sus ojos se abrieran con sorpresa.

— ¿Pócimas, señorita Cresswell? —Severus Snape enarcó una ceja negra como la misma noche—. ¿Qué tipo de pociones busca, exactamente?

Tuvo que levantar la cabeza un tanto para verlo fijamente a la cara. Sus ojos eran del negro más oscuro y profundo que jamás había presenciado, era más alto de cerca y tenía una aura a su alrededor que inspiraba miedo.

Dubitativa y, con el terror creciendo en su interior, Emily rascó la punta de su nariz y carraspeó.

— Buenas o malas —balbuceó —. Algún libro que, bueno, hable sobre todas las pociones del mundo. No importa. Que hable sobre pociones tanto buenas como malas. En realidad, no importa. Yo lo buscaré por mi cuenta.

El rostro del antes mencionado se contrajo, en algo que, probablemente era una sonrisa para nada amistosa; más bien parecía que le dolía el estómago.

— ¿Buenas o malas? —inquirió—. ¿Acaso piensa envenenar a alguien de esta casa?

— No, no, no —negó varias veces con la cabeza, sintiéndose cada vez más nerviosa—. Para nada, señor. Para nada.

— Qué lastima —expresó, con un tono lento y pausado. Entonces levantó la mano e hizo un ademán—. Sígame. No estoy seguro que exista, aún, algún libro que hable de pociones oscuras y no oscuras.

— No quiero molestarlo.

— No es molestia.

Emily siguió de cerca y cuidadosamente a Snape, quien caminaba con lentitud —y al parecer aburrimiento—. Se adentraron en la profundidad de la biblioteca, subieron unas escaleras en forma de caracol y llegaron al segundo piso. Volvieron a caminar hasta el fondo, giraron hacia la izquierda y entonces él se detuvo en seco.

Snape observó los títulos de los lomos gastados y acarició cada uno con la yema de su largo dedo índice. Tarareó —aunque parecía más un gruñido— y sacó dos libros anchos y desgastados. Los colocó sobre las manos de Emily y los señaló.

— Es lo que tenemos.

— Gracias, seguro me servirán.

— Ni siquiera ha leído los títulos.

— No es necesario, confio en usted.

— ¿Confia en mi? —su tono era burlón, aunque seguía hablando con lentitud—. No le recomiendo que confíe en personas desconocidas.

Emily frunció los labios e hincho el pecho.

— Tiene razón.

— ¿Tengo razón? Pensé que tenía opinión propia.

— Discúlpeme.

Emily se apresuró a bajar las escaleras y no tropezar en el camino. Pegó los libros a su pecho y cogió la manija de la puerta, entonces tropezó con alguien.

— Madre.—dijo a modo de saludo.

— Emily.

Emily le sonrió levemente a su madre, esperando que ella copiara el gesto.

— Emily, te recuerdo que no estamos cómodas bajo el techo de esta casa —dijo su madre con tono duro—. Ya que te has ofrecido a arreglarlo, espero que te des prisa con ello.

Apretó las manos alrededor de los libros y asintió, sintiendo como su corazón se encogía.

— Sí, tienes razón. Yo lo arreglaré, solo necesito tiempo.

La mujer dio unos golpecitos con su dedo sobre su propia muñeca.

— El tiempo corre.

Emily resopló y emprendió sus pasos sin volver a decir palabra alguna. Antes de llegar a su habitación, dio unos golpes con su varita sobre los libros, y estos desaparecieron por completo —claramente, aparecieron en su cuarto—. Ya los leería después.

No entendía el repentino odio de su madre hacia ella. «¿Eral real? ¿En serio la odiaba?».

Estaba consciente de las cosas malas que había hecho, como permitirle a Draco que durmiera en la casa de sus padres, volver hasta el amanecer, pero ¿su mamá la odiaba por todo eso?

Se dirigió hacia el tercer piso de la mansión, hacia la habitación de Draco.

Quería, a lo mejor, acostarse a su lado y saber que él estaba con ella.

Antes de entrar, cogió una bocanada de aire, porque estaba segura que Draco estaría molesto.

Levantó el puño y lo acercó a la puerta de Draco. Entonces ésta se abrió...

— Emily, buen día.—saludó Rose con una gran sonrisa.

Efectivamente, la mujer iba saliendo de la habitación de Draco. Afortunadamente, iba vestida.

Emily ni siquiera miró en su dirección.

— Te recomiendo que no entres ahora. Nuestro hombre está tomando una ducha.

Aquel seudónimo fue lo que hizo que cualquier partícula de razón en la cabeza de Emily explotara.

— ¿Nuestro hombre?

— Sí —su sonrisa se ensanchó aún más—. Nuestro hombre.

— Estás completamente equivocada, Rose. Ese no es tu hombre, es solo mío.

— Bueno —mordió su labio inferior—, eso cambió anoche.

Antes de que pudiera responder, la mujer emprendió sus pasos y se esfumó.

Y Emily quería llorar, pero no de tristeza, sino por impotencia.

Su corazón latía con intensidad, su pie se movía de arriba a abajo y su mandíbula estaba apretada.

Cerró los ojos y trató de respirar. No obstante, el aire parecía no llegar a sus pulmones.

Las ganas de pasar tiempo con Draco se esfumaron, no le importaba nada; no podía pensar en nada.

Se sentía abrumada y muy exasperada. Lo último que quería era entrar y tener otra pelea con Draco; estaba segura que ésta última no les haría para nada bien.

No tenía idea si Rose decía la verdad o era una cruel mentira, pero Emily no pudo dejar de pensar sobre eso en todo el camino de vuelta a su habitación.

Horas después de estar en el jacuzzi alrededor de espumas, una copa de vino tinto y el libro que hablaba sobre pócimas frente a ella, Emily decidió salir.

Colocó una toalla alrededor de su cuerpo y le dio un último trago a su copa.

Entonces comenzó a arreglarse, un poco de maquillaje, lencería y un vestido el cual se ajustaba perfectamente al cuerpo de Emily y sus pocas curvas con las que contaba.

Prendió unas cuantas velas y apagó la luz.

Era lo único que necesitaba.

Antes de salir, le entrego a Phia una pócima color verdosa y le dió las instrucciones.

Cerró la puerta de su habitación, frotó sus palmas sobre el vestido y se enderezó.

El cielo se podía apreciar por las ventanas de los pasillos: oscuro, con unas cuantas nubes y estrellas sobre el, alumbrando los jardines y las calles.

Con cada paso que daba, se acercaba más al cuarto de Draco Malfoy, su príncipe y ministro oscuro.

Su vestido negro, tal cual la noche, tenía una abertura en la pierna derecha, dejando ver su muslo cubierto por una tela —que se transparentaba—  y un  tirante que se ajustaba a su bragas y en el borde de aquella media.

La puerta frente a ella era alta y ancha, de un color oscuro.

Se arregló el cabello y se detuvo en seco.

Los dos mortifagos custodiándola, hicieron una profunda reverencia, mostrando el respeto que le tenían.

Mi señora.—pronunciaron ambos al unísono.

— ¿Podrían abrirme la puerta, por favor?

— El señor ministro nos ha dado órdenes estrictas de no dejar a nadie pasar.

Ella arqueó la ceja.

— Y yo les estoy dando la orden de abrirme la puerta.

— No podemos, en serio.

— ¿No les ha dicho su señor oscuro que obedecieran cada orden dada por mi? —cuestionó.

— S-sí.

— ¿Entonces qué esperan? Ábranme la puerta o lo haré yo, y luego pediré que los despidan a ambos.

Los mortifagos se dieron una larga mirada, para después abrir la puerta del dormitorio.

Emily entró sin pensárselo dos veces, porque si lo pensaba, era probable que no entrara.

Agradeció al ver que Draco no se encontraba en sus aposentos. El plan iba tal como lo había planeado.

Se dispuso a buscar entre sus cosas: cajones y closet, en la cama y sobre las repisas.

Cuando encontró lo que estaba buscando con intensidad, dejó salir un chillido de emoción y lo cogió.

La máscara de mortifago que Draco usaba.

Dejó el pergamino —perfumado— sobre su escritorio y volvió a salir.

Se dirigió con rapidez hacia su habitación y al entrar, cerró la puerta.

Prendió la luz solo para ver el cuerpo de Rose levitando sobre el aire, gracias a unas ataduras invisibles.

Tenía los ojos desorbitados, los labios entreabiertos y el cabello completamente despeinado.

— ¿Qué carajos vas a hacer? —espetó la mujer, con lentitud.

Emily curvó los labios hacia abajo y sacó la varita, jugueteando con ella.

Al parecer la pócima que hizo Emily y que le dio Phia para que estuviera algo débil, ya perdía su efecto.

— ¿Crees que te permitiré que juegues conmigo y con mi familia como si nada, Rose?

— ¿Y tú crees que le tengo miedo a una mestiza tonta? No me hagas reír, nunca serás capaz de matar ni a una mosca.

— Entonces debo informarte que ya he matado.

La expresión de Rose cambió por completo.

— ¿Qué piensas hacerme?

— Solo demostrarte qué puesto tienes —volvió a apagar las luces—. Y ahora, mantente callada hasta que yo te lo ordene.

— ¡No voy a seguir ninguna estúpida regla dicha por ti, maldita mestiza! —escupió con odio.

Emily asintió aunque ella no podía verla; elevó la varita y pronunció un simple hechizo para mantenerla callada.

Si Draco dejaba a lado su orgullo y venía en busca de Emily, todo saldria conforme su plan.

Los nervios crecían con cada minuto más y más, pero trataba de mantenerse lo más calmada posible.

Por eso había recurrido al alcohol.

La adrenalina corría por sus venas, provocando que su estómago se revolviera.

«Está bien, Emily. Está bien», se repitió.

Camino del baño a su habitación y de su habitación al baño, nerviosa. Perfumándose, retocando su maquillaje y asegurándose que todo estuviera en orden.

Se puso la máscara sobre rostro y, raramente, ésta se ajustó perfectamente a su rostro; como si fuera hecha para ella.

Probablemente tenía un hechizo para ello, Emily no pensó mucho en eso.

Se quitó la máscara y la dejó sobre la superficie del escritorio. Entonces después de varios minutos, la puerta se abrió abruptamente.

No pudo ver la expresión de Draco, dada la oscuridad. Sin embargo, su silueta era de un hombre alterado y nervioso.

Caminó entre la oscuridad hacia Emily, y cogió su rostro con ambas manos.

— ¿Estás bien? —inquirió—. ¿Todo está bien?

Emily asintió levemente con la cabeza.

— He visto a Rose salir de tu habitación esta mañana —mencionó— y no estoy contenta con eso.

Él dejó salir un resoplido.

— No hice nada —aseguró—. Rose suele colarse por mi habitación.

Ella colocó la mano sobre el pecho del hombre, acariciandolo lentamente.

— Creo que es hora de mostrarme qué tan fiel me eres.

— ¿No te lo he demostrado ya?

Con la varita, Emily conjuró una silla de madera y acto seguido, instó a Draco sentarse sobre ella.

Ella se sentó a horcajadas sobre Draco, el vestido subiéndole un tanto y sus piernas quedando al descubierto.

Meció la cadera una vez, ganándose un gemido por parte de Draco.

Los ojos del ministro se detuvieron de repente al llegar a la piel que iba desde su pecho hasta su cuello.

Un músculo tembló en su mandíbula. El color de sus ojos se intensificó. Por una fracción de segundo, pareció letal.

Ahora sabía por qué las personas le temían, por qué se reverenciaban ante él.

Draco colocó las manos sobre las caderas de Emily y detuvo sus movimientos.

— Hace unas noches te mostrabas muy deseoso.—dijo, de repente sintiéndose menos valiente.

— Hace unas noches, la mujer a la que amo, no se mostraba tan indecisa con respecto a sus sentimientos. Tampoco me había pedido tan desesperadamente cambiar.

Draco abandono la cadera de Emily y la cogió por el cuello, cubriendo su pulso con su mano fría.

El corazón de Emily se aceleró un tanto, un temblor cubrió su cuerpo y ella mordió su labio inferior instintivamente.

Él movió la mano que tenía en su cuello para jugar con su pulso frenético, deslizando los dedos con suavidad sobre el arrebatado pum-pum-pum y haciéndolo latir más rápido.

— Creo que esto te excita.

— ¿Y a ti? —tragó con fuerza—. ¿A ti te excita?

— Ajá —murmuró. Sus ojos examinando el rostro y el cuello de Emily con atención—. A mi me excita cualquier cosa que venga de ti, Em.

Se inclinó un tanto, colocó las manos sobre el cuello del hombre y atrapó sus labios.

Succionó y lo mordisqueó lentamente su labio inferior mientras movía las caderas en círculos.

Se perdieron en ellos mismos, respiraron el mismo aire y sudaron al mismo tiempo.

— Entonces —dijo mientras se ponía en pie, colocaba la máscara de mortifago sobre su rostro y se posicionaba a la espalda de Draco— quiero saber qué tanto te excitará esto.

Provocó que las velas brillaran con más intensidad, haciendo que la silueta completa, la cara de terror y las ataduras, quedaran visibles ante sus ojos.

Sintió como Draco tragaba con dificultad al ver a Rose frente a él de esa manera.

— ¿Esto te demuestra cuánto te amo, Draco?

— ¿La matarás, por fin, Em?

— Creo que primero debemos hacerle saber a quién le perteneces, ¿no?

Emily deslizó un poco la máscara, asi dejando al descubierto sus labios. Se acercó al cuello de Draco y lamió la base de su garganta.

— ¿No crees que debemos mostrarle como me follas a mi?

— ¿Quieres que te folle frente a ella?

Rose, desde su posición, negó con la cabeza y tiró de las ataduras con fuerza.

— Sí —reconoció Emily—. Quiero que mire como me adoras con tus labios y tus manos, Draco. Quiero que sepa cuánto me amas.

— Déjame adorarte entonces. Permite que ella observe como me arrodillo ante ti para llevarte al cielo, siendo yo un demonio.

Un escalofrío traspasó el cuerpo de Emily al escuchar las palabras de Draco con aquel tono bajo e hipnótico.

Él se puso en pie, retiró la máscara del rostro de Emily, y atrapó sus labios en un beso hambriento.

Su lengua entró en la boca de ella, jugueteó un rato y rozó su lengua con la de ella.

— ¿Puedo? —preguntó él mientras enganchaba los dedos sobre los tirantes de Emily.

Cuando ella asintió, Draco deslizó el vestido levemente por su cuerpo, dejándola en tan solo la lencería.

Los ojos de él viajaron por todo su cuerpo, admirando como le quedaba aquel sostenedor negro de encaje y las bragas.

La posicionó frente a Rose y él se colocó a la espalda de Emily, posando una mano sobre su estómago y besando lentamente su cuello.

— Te amo, Emily —dijo, mientras sus ojos miraban hacia Rose Avery—. Te amo solo a ti.

Emily sintió como Draco colaba la mano por sus bragas y toqueteaba la humedad que emanaba de ella. La frotó por todo su intimidad y después sus dedos se posicionaron sobre su clitoris, moviéndolo en pequeños círculos mientras daba pequeños mordiscos sobre la piel de su hombro.

Emily dejó descansar su cabeza sobre el pecho de Draco, disfrutando la exquisita fricción de sus dedos contra su manojo de nervios.

La mujer frente a ellos miraba la escena con los ojos desorbitados, tratando de desatarse.

Draco movió su varita, realizando un hechizo no verbal. Entonces Rose se contrajo y dejó salir un chillido.

— ¿Qué estás haciendo? —murmuró Emily con la voz entrecortada.

— La estoy torturando por querer quitarte lo que es tuyo.

Introdujo un dedo en el interior de Emily y frotó su punto más dulce, ganándose varios gemidos de la chica.

Curiosamente, Rose Avery, no había dejado salir ninguna sola lágrima. Los veía, sí, y con mucha atención. Sin embargo, su expresión era de perplejidad y odio puro.

Draco dejó besos húmedos desde su mandíbula hasta su hombro, y mordisqueó levemente su piel.

— ¿A mi mestiza le gusta como mi dedo la está follando? —preguntó, su aliento golpeando el cuello de Emily.

— Sí, mi ministro. Me gusta mucho.—respondió con voz deseosa.

— ¿Y a ti, Rose? —dirigió sus ojos hacia su esposa—. ¿Estás disfrutando ver como le doy placer a Emily mientras tú sólo puedes ver?

Ella negó con la cabeza, los ojos encendidos en rabia y odio.

— Lástima —chasqueó la lengua—. Tendrás que ver cómo introduzco mi pene en ella y la hago llegar al clímax.

Sacó la mano de las bragas de Emily y acarició su vientre con su mano, humedeciendo su piel con su humedad.

Colocó ambas manos sobre su cadera y la hizo girar.

— Mi faceta favorita tuya es esta.—pronunció, mirándola directamente a los ojos.

— ¿Por qué?

— Porque así como tú te excitas cuando mato por ti, así me excito yo.

La encaminó hasta la cama, donde la dejó caer y él se arrodilló sobre el suelo. Con ayuda de sus dos manos, le abrió las piernas y acercó su rostro a su intimidad.

Emily no sintió como le quitaba las bragas. Sin embargo, las hizo a un lado y un latido después, Draco colocó los labios sobre su clitoris. Le dio una larga lamida, para después pegar los labios y succionar.

Una electricidad pasó por todo el cuerpo de Emily y tembló sobre el colchón.

Sentía los ojos de Rose sobre ellos como dos dagas filosas y calientes mientras que Draco la lamia y bebía todo de Emily.

La lengua de él, entró en la profundidad de Emily, penetrandola con pequeñas y lentas estocadas.

Sus manos se aferraron a la lisa sábana que permanecía debajo de ella y arqueó la espalda.

Draco era muy bueno en todo lo que hacía, pero su lengua era maravillosa.

Un gemido salió de sus labios mientras que su mano viajaba por todo su estómago y se centraba sobre el manojo de nervios que era su clitoris. Lo giró una y otra vez.

Draco se distanció un poco solo para escupir sobre su entrada y con tres dedos frotar la humedad por toda su intimidad.

— Eres tan sucia —murmuró él— cuando se trata de estar conmigo, Em.

Gimió en respuesta, sintiendo como los dedos de Draco le proporcionaban placer.

— ¿Verdad, Rose? —le preguntó a la segunda chica de la habitación, pero ésta ni siquiera podía responderle—. No tienes idea de cómo me monta y me lleva hasta la locura.

Los dedos de Draco agregaron más presión y aumentaron la velocidad. Ahora, los gemidos de Emily, brotaban sin control, llenando toda la habitación.

Él inclinó el rostro y lamió el costado de su muslo lentamente, eso envió escalofríos por todo su cuerpo.

— No le has agradecido a Rose por las esposas que nos ha comprado, Emily —introdujo un dedo en ella sin avisar, con fuerza y agresividad—. No seas malagradecida y agradécele.

La mestiza no podía articular palabra alguna, estaba demasiado extasiada como para seguirle el juego. Él agregó otro dedo cuando ella no respondió y comenzó a bombearlos.

— ¿No le agradecerás por ayudarnos a experimentar más en el sexo? —chasqueó la lengua—. Tengo que enseñarte modales.

Dicho eso, él se sentó sobre la cama e instó a Emily a sentarse en su regazo boca abajo.

Una sonrisa demoníaca apareció sobre su rostro, con sus ojos brillando con gran intensidad. Puso la varita en alto y conjuro un objeto. Justo aquel objeto blanco que él le había regalado meses antes.

Igual, sin quitarle las bragas, Draco hizo a un lado la tela e hizo que el objeto se elevara por los aires.

— Odio hacerte esto, amor, pero cuando alguien te regala algo para disfrutar tu sexualidad con tu pareja, se le agradece y tú no lo has hecho con Rose.

Levantó la mano y golpeó con fuerza la piel del trasero de Emily.

Ella pegó un brinquito y mordió su labio inferior.

La piel le ardió y enseguida se puso rojiza mientras él se preparaba nuevamente para golpear su trasero.

Por el rabillo de ojo miro hacía Rose, quien los miraba boquiabierta con los ojos desorbitados.

Escuchó cómo algo vibraba a su espalda, entonces un espasmo le recorrió el cuerpo entero cuando aquel objeto se acercó a su intimitad.

No pudo evitar dejar salir un grito. La mano de Draco golpeando su trasero y aquel objeto brindándole olas de placer excesivas.

— Mira a la tonta Rose, y agradécele.—le murmuró.

Ella lo hizo; giró la cabeza y dijo con voz deseosa:

— Gracias por el regalo, Rose. Lo usare con mucho gusto.

Cuando su visión se nublo por las lágrimas que le provocaban el placer, Draco detuvo las palmadas y aquel vibrador.

Sentía las piernas gelatinosas cuando él la ayudo a ponerse en pie. Colocó las manos sobre sus hombros para poder sostenerse.

Cuando logró estar de pie sin ayuda de nadie, Draco se sentó sobre una silla de madera y desabrochó su pantalón.

— Adelante, mi sucia mestiza. Termina con ella mientras me montas.

Sus bragas se mojaron aún más —si era posible— y esperó a que Draco estuviera al desnudo para acercarse a él. Se inclinó un poco y escupió sobre la base de su pene, entonces colocó la mano sobre el y comenzó a bajarla lentamente.

Sus movimientos eran despacios y cuidadosos, porque le encantaba como él la miraba fijamente y de sus labios salían jadeos.

Por un momento, olvido a la segunda mujer que se encontraba en la habitación viéndolos. Olvido todo a su alrededor, solo eran él y ella, dándose placer mutuamente.

Volvió a colocarse la máscara sobre el rostro; la adrenalina tomando control completo sobre ella, su cabeza y su cuerpo.

El deseo, el sentimiento de sentirse deseada, la hacía sentir poderosa.

Se remojó los labios, hizo a un lado su braga y le dio l espalda mientras se sentaba a horcajadas sobre él. Cogió el pene de Draco con la mano y lo alineó con su entrada.

Y así mientras bajaba lentamente por él, Draco cogió su mano la cual sostenía la varita y le susurró al oído.

— Tortúrala un poco, Em —la instó—. Siente el deseo de hacerlo, siente la necesidad de hacerle daño y tortúrala.

Rose al escuchar eso, negó energéticamente con la cabeza y, por primera vez, dejó que las lágrimas brotaran de sus ojos.

Sin embargo, no les importó. A ninguno de los dos le importó.

Mientras él seguía sosteniendo su mano, Emily pronunció con claridad:

Crucio.

No sintió nada cuando Rose gritó, trató de patalear y lloriqueó, cuando su cuerpo se encogió y tiró de las ataduras con desesperó.

En lugar de eso, sintió poder, excitacion y orgullo.

Su pecho subió y bajo con profundidad, su intimidad se mojó aún más mientras recibía a Draco en su interior, hasta el fondo.

No le prestó atención al dolor de su entrepierna y ni al ardor el cual se proporcionaba el grande miembro de Draco.

Lo disfrutó, todo. Completamente todo.

Cuando tomó a Draco por completo y su gemido llamó su atención, Emily aumentó un poco la velocidad y subió y bajo una vez más.

Draco la sostuvo de las caderas y empujó dentro de ella, encajando perfectamente; su pene deslizandose con facilidad debido a la humedad.

Su pene entraba y salía de ella con facilidad, quedando visible ante los ojos de Rose gracias a la posición.

Siempre se sentía bien montar al ministro, pero se sentía aun mejor hacerlo frente a Rose Avery y saber que ella nunca pudo hacerlo.

— Qué lindo coño —le murmuró al oído mientras llevaba los dedos a su clitoris—, siempre follandome tan bien.

Emily movió las caderas en círculos sobre el pene de Draco, sintiendo cómo su punta golpeaba aquel punto que la hacía volver loca.

Él llevó su dedo al pezon de Emily, rodeándolo lentamente mientras le lamía el costado del cuello. Un cosquilleó se plantó en el abdomen bajo de Emily, sintiendo una electricidad pasar por todo su cuerpo.

— Mátala ahora, amor.

Pero Emily quería que primero Draco se corriera y ella lo viera. Así que comenzó a bajar y a subir con rapidez; el sonido de sus pieles chocando y llenando aquellas cuatro paredes.

Meció las caderas de atrás para adelante, escuchando los gemidos de Draco en su oido, sintiendo su cálido aliento sobre el cuello.

— Draco, se siente tan bien tenerte en mi interior.—gimió.

— Te llenare hasta el borde —respondió él—, te haré perder la consciencia del placer, Em.

Ella se apretó alrededor de él, los espasmos atravesando su cuerpo y, los gemidos, imposible de aguantar.

Echó la cabeza hacia atrás mientras temblaba sobre las piernas de Draco, y él aumentó la velocidad del dedo que tenía sobre el manojo de nervios de Emily, su clitoris.

Su humedeció aún más, se contrajo sobre él y le fue imposible volver a moverse. Sin embargo, el hombre tomó todo el control.

Comenzó a follarla desde abajo, con fuerza y sin compasión.

Estrellas aparecieron en su vista mientras de sus ojos brotaban pequeñas lágrimas.

El orgasmo de Draco Malfoy llegó segundos después, dejando salir un gemido ronco y cogiendo el seno de Emily con fuerza.

Emily sintió el semen de Draco caer dentro de ella y llenarla hasta el borde, tal como él lo había prometido.

— Me excita tanto verte tan desquiciada por mi —le murmuró y mordió la piel de su hombro—. Saber que, al igual que yo, tú también matas por mi.

Emily abrió los ojos después de varios segundos, el orgasmo aún se sentía por todo su cuerpo.

Miró a Rose, la chica la cual parecía estar más muerta que viva. El labio de la mujer se curvó en una sonrisa malévola y dijo con voz ronca:

— Siempre serás una puta mestiza, Emily.

— Mátala.—insistió Draco acariciando su vientre.

— Y tú nunca serás nada, Rose.

— ¿Los muertos pueden llegar a ser algo? —negó con la cabeza.

No podía creer lo cínica que ella podía llegar a ser.

— ¿No suplicaras por tu vida?

— Prefiero morir que tener que suplicarte a ti.

— Mátala ya, Emily.—espetó Draco.

Dicho y hecho, sin refutar ni esperar nada, Emily puso la varita en alto y pronunció aquella maldicion imperdonable «Avada Kedavra», robándole el último aliento.

Una luz verde chorreante, salió de la varita de Emily y golpeó el pecho de Rose Avery, matándola.

Sus ojos quedaron abiertos, sus labios fruncidos en una línea recta.

Estaba muerta.

Por fin estaba muerta.

Y ella la había matado, Emily Cresswell.

— Bien hecho, mi princesa oscura.





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Primero que nada, una disculpa si el cap no cumplió con sus expectativas, en serio es un tema algo fuerte y serio el cual no me gustaría tratar sin sensibilidad.

En otros temas, si quieren unirse al grupo de L&D para charlar un poco, mándenme un dm al ig (badMalfoy7) y les mando el link <3

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