033
Emily. 𝔰𝔞𝔫𝔤𝔲𝔦𝔰 𝔣𝔬𝔢𝔡𝔲𝔰. 𝐿&𝒟.
Su madre le decía que era obligatorio pasar por algo tan doloroso como el corazón roto, que era parte de crecer y que en algunos años, Emily se olvidaría de él.
Emily pensaba que se pasaría toda la vida lamentándose, porque para ser sinceros: a Emily le dolía más lo tonta e ingenua que podía llegar a ser que la perdida en sí.
El día estaba caluroso, cosa que era rara en Londres, más en Wiltshire y alrededor de la mansión Malfoy. Emily siempre se preguntaba si él había puesto algún hechizo alrededor de esta para que tuviera un ambiente nostálgico, misterioso y oscuro.
Cómo nunca antes, la mansión estaba cargada de magia antigua, poderosa y muy oscura. Costaba respirar y la cabeza de Emily no tardó mucho en dolerle.
Sus pisadas hacían eco por toda la mansión al tocar el piso pulido. Agradeció a Merlin que, Narcissa Malfoy, no estuviera por allí merodeando.
Cada retrato que estaba puesto sobre las blancas paredes de la casa, le devolvían la mirada a Emily y cuchicheaban cuando ella pasaba por su lado.
A lo lejos, se escuchaban algunos gritos que cada vez se acercaban y se podían escuchar más claro.
— Te lo dije una vez y te lo volveré a repetir, Rose: ¡No derrumbaré esa habitación!
No quería hacerlo, pero como siempre, su curiosidad fue más grande que todo. Se quedó estática en su lugar, jugando con la correa de su bolso que colgaba de su hombro.
— ¿Pero por qué? —el chillido rebotó en las paredes e hizo eco.
— ¡Hay muchas habitaciones más en toda la maldita mansión! —replicó él, sonando jodidamente furioso—. ¡Escoge otra!
— ¡Pero a mi me gusta esa!
— Escoge otra.—repitió.
— ¡Esa es perfecta para los bebés, Draco!
«¿Bebés?», la palabra se repitió una y otra vez en la cabeza de Emily. Sintió una opresión sobre el pecho y la respiración quedó estacada en su garganta.
Trato de esconderse lo más antes posible antes de que ellos llegaran hasta ella, pero no fue lo suficientemente rápida, pues Draco dejó de hablar al instante en que la vio.
— Emily.—dijo a modo de saludo.
Estaba nuevamente frente a ella, con una simple camisa negra y pantalones de un color gris; sus hombros luciendo como de costumbre, anchos, al igual que sus jodidas caderas.
Bajo la mirada lentamente hasta que llegó un poco más abajo de su cadera y se remojó los labios. Se podía notar su...
Cogió una bocanada de aire e inclinó un poco la cabeza.
— Señor ministro —dijo, y se dirigió hacia Rose—. Rose.
— Hmm.—fue la respuesta que le dio Rose.
— ¿Qué haces aquí?
— Vine a visitar a Elliot.—respondió con la barbilla en alto.
Era mentira, bueno media mentira. Estaba allí para ver a Pansy y a Elliot, a ambos. «¿Pero por qué no jugar un poco con él y hacerlo creer que estaba allí solo para ver al mago ojiverde?»
— Hmm —tarareó—. A Elliot.
— Sí, a Elliot, y me tengo que ir ya —y antes de girar sobre sus talones, agregó—: Felicidades.
— ¿Por qué? —el ceño del hombre pálido se frunció un tanto, con la confusión clara sobre su rostro.
— Por los bebés que están esperando.—dicho eso, la mestiza emprendió sus pasos y fueron más rápidos de lo que ella planeó.
Entró con rapidez a la sala de juntas y cerró la puerta tras su espalda. Elliot, mirándola de hito en hito, levantó una mano y arqueó la ceja.
— ¿Estás bien? —preguntó—. Parece que estás huyendo de algún fantasma.
— Draco —logró hablar, sin aire—. Él. Y-yo me lo encontré allá afuera.
El hombre se rascó la nuca y frunció el ceño.
— Ah... es que es su mansión, creo.
— ¡No te burles de mi! —lo señaló con un dedo acusador—. Sé que es su mansión, pero Pansy me aseguró que no lo vería.
— Hablando de Pansy —apuntó—, ella no podrá venir a la reunión de hoy.
— ¿Por qué?
Se encogió de hombros, restándole importancia.
— No me dio muchos detalles, solamente mencionó que su padre la mataría y colgaría sus sesos sobre el Big Ben si no aparecería hoy en su casa.
— ¿Elliot?
— ¿Sí, Emma?
Movió el pie en círculos, claramente incómoda y con el corazón en pedacitos por la conversación que había escuchado en el pasillo. El labio le tembló aunque ella trató de impedirlo.
— ¿Emily?
— Yo... quiero un amigo, ¿sí? —meneó la cabeza para darle más énfasis.
— Oh, Emily.—Avery se aproximó hasta ella, envolviéndola en un abrazo cálido.
Emily recostó la cabeza sobre su pecho y recibió el abrazo con gratitud. Necesitaba un hombro donde llorar, un hombro cuyo dueño la quería y la entendía.
No faltó mucho para que Emily le diera la bienvenida a las lágrimas que, ahora, caían libremente sobre sus mejillas sonrosadas. El cuerpo le temblaba cada que un sollozo abandonaba sus labios.
Elliot avanzó sin dejar de abrazar a Emily, se sentó sobre una pequeña tarima y la ayudó a sentarse sobre él a horcajadas.
— ¿Por qué no seguí con el plan que teníamos? —se lamentó—. ¿Por qué tuve que ser tan tonta?
Con una caricia en la espalda, Elliot le respondió:
— Lamentablemente no podemos elegir de quiénes nos enamoramos, Emily. Lamentablemente nuestro corazón no obedece a la lógica.
— ¿Lógica?
— La lógica... Cuando tu cabeza te dice quién es el indicado para ti, pero tu corazón se niega y se enamora de la persona menos pensada e indicada.
— Arruine tu camisa.—fue la respuesta que le dio ella cuando se separó y vio lo mojada que había quedado la tela que cubría el cuerpo de Elliot.
— No pasa nada.—le aseguró con una pequeña sonrisa.
Ella se quedó mirando sus lindos ojos y de repente, aquella sensación de paz y seguridad la embargó. Como siempre pasaba cuando estaba con él.
Meció la cadera con lentitud, ganándose un jadeó de Elliot.
— Emily...
— Shhh.—chistó, colocando las manos sobre los hombros de Elliot y meciendo las caderas una vez más.
Emily siguió moviéndose sobre Elliot, sintiendo cómo cada vez, su miembro se ponía duro debajo de ella y rozaba contra su clitoris, haciendo una fricción exquisita.
De los labios del ojiverde salían pequeños jadeos que sonaban celestiales para los oídos de Emily, instándola a seguir más y más.
Buscó sus labios con desesperó y los atrapó con los suyos, uniéndolos una vez más después de tanto tiempo.
— Emily —repitió el muchacho separándose—. No lo hagas, no otra vez.
— Elliot, por favor.
— No vuelvas a usarme para olvidarte de él, por favor.
Pero ella lo ignoró; atrapó sus labios una vez más y profundizó el beso sin dejar de mecer las caderas en círculos.
Aferró las manos a la camisa de Elliot y empezó a abrir los primeros botones. Se separó y pegó los labios a su cuello, bajando cada vez más y más.
Hasta que la puerta sonó, avisando que alguien había entrado. Se escuchó un gruñido y ambos se separaron, girando la cabeza en dirección a la puerta.
— Avery.
— Draco.
Emily se bajó de las piernas de Elliot y arregló su vestido con rapidez.
— Estos tipos de conducta no son permitidos aquí. ¿Sabías?
El príncipe oscuro se negó a mirar a la mestiza, la cual tenía fija su atención sobre él.
— Nop.
— Lárgate.
— ¿Huh?
— Quiero que te largues.
— ¿Y crees que dejaré a Emily sola contigo?
— Es una orden.
— Emily, ¿quieres quedarte con él?
— No.
El rubio puso en alto su varita, entonces Elliot antes de que Draco, realizará el hechizo, conjuró un escudo protector sobre Emily y él.
La maldición rebotó contra el escudo, y Draco frunció el ceño.
— No permitiré que vuelvas a usar la maldición Imperius contra mi, Draco.
— ¿Osas desafiar a tu amo, Avery? —su ceja rubia se arqueó, adoptando la expresión de un hombre muerto y vacio por dentro, listo para destruir el mundo completo.
La mano de Elliot se aferró a la mano de Emily, dándole un pequeño apretón y tirando lentamente de ella.
El hombro de Emily rozó el pecho de Draco cuando pasó por su lado. El hombre se inclinó haciendo una reverencia con una sonrisa burlona plasmada en su rostro. Entonces dijo con voz ronca y profunda.
— Huye de tu destino, Emily. Ambos sabemos que eres mía desde el momento en que probé tus labios.—declaró.
Y sus palabras estaban cargadas de mera verdad, porque desde aquel día que él se inclinó a rozar sus labios, Emily se había vuelto de él. Era suya, le pertenecía y era algo que ella no podía negar.
Fue como si sus labios tuviesen algún tipo de droga o hechizo: toda aquella que probara los labios del príncipe oscuro estaría condenada a amarlo de una manera obsesiva.
Tal vez su negativa a besarla nunca fue por una promesa, tal vez era por el simple hecho que sus labios estaban malditos.
Había una lazo invisible que tiraba de Emily hacia Draco, que, a veces era inevitable ignorar y resistirse a el.
Los labios de Draco estaban malditos...o bendecidos. Depende de la manera en que lo vieras.
La sonrisa llena de maldad de Draco se quedó con ella por las siguientes horas. Incluso cuando Elliot la sacó de allí y la llevó a su departamento, incluso cuando la obligó a comer y trataba de entablar una conversación con ella. No podía dejar de pensar en él, era inevitable; sus ojos que parecían negros y la magia oscura que emanaba de él, envolviéndola y seduciéndola.
♱
Después de unas largas horas con Emily aún tirada sobre el sofá y viendo hacia la nada, Elliot decidió levantarse y servirles algo. Dejó el vaso sobre la pequeña mesa del centro y chasqueó los dedos frente a ella.
— ¿Sigues aquí?
Emily meneó la cabeza, saliendo del trance en el que estaba.
— Sí. ¿Qué pasa?
— Te invito —señaló el vaso sobre la mesa— a tomar.
Emily cogió en su mano y lo acercó a su nariz para olisquearlo: Whisky de Fuego. Se encogió de hombros para después darle un largo trago, como si fuese agua pura. Hizo una mueca al sentir como el líquido le quemaba la garganta y bufó.
— Te lo quise advertir.
Ella hizo un ademán con la mano para restarle importancia. Después volvió a servirse más Whisky de Fuego. Necesitaba algo que le adormeciera todos los sentimientos y apagara su mente por un momento.
Adicta. Adicta. Adicta. Ella era adicta a él.
— Sabes —empezó a hablar después de tres tragos—, no es por ofender, pero no sé qué le vio Draco a tu hermana.
— Ambos sabemos que él no la eligió —le recordó—. Deja de atormentar tu mente con eso.
— ¡Es que no entiendo! —explotó—. ¿Por qué? ¿Por qué? Creí que me...quería.
— Draco no hace nada sin tener algún motivo para hacerlo —trató de asegurarle—. No le des mas vuelta al tema, Emily.
Esta vez, Emily cogió la botella y le dio largos tragos sin parar. Se puso en pie y se sentó junto a Elliot, acostando la cabeza sobre su hombro.
— ¿Por qué permitiste que lo escogiera a él? —inquirió—. ¿Por qué no me suplicaste que te eligiera a ti? ¿Por qué no me prohibiste que no me acercara a él?
Él puso un dedo en alto.
— Cuando nos conocimos te dije que nadie era tu dueño. ¿Recuerdas?
— Sí.
Se encogió de hombros.— Por eso no te dije nada, Emma. Tú tienes el derecho de elegir con quién estar y a quién querer.
— ¿Tú estarías conmigo después de elegirlo a él? —preguntó, alzando la cabeza para verlo.
— Sí, pero sólo hasta saber que te has olvidado completamente de Draco.
Emily asintió levemente y le dio otro trago a la botella.
— Ophelia te tiene mucho aprecio, ¿lo sabes?
— Y yo le tengo aprecio a ella, pero simplemente —hizo un mohín y suspiró— no conectamos, Emily.
— ¿Por qué?
— Ella es silenciosa, callada y distante. Y yo soy hiperactivo, hablador y activo en varias cosas. Cuando yo quería platicar o hacer algo, ella quería dormir.
— ¿Entonces cómo es que empezaron a acostarse si eran tan distintos?
— Todo empezó en una fiesta. No me acuerdo qué estábamos festejando y por qué me habían invitado, pues normalmente no lo hacen. Estábamos borrachos y nos acostamos por primera vez, al amanecer lo hicimos otra vez y se volvió una rutina hacerlo.
— Hasta que ella se enamoró...
— Todo fue claro desde el principio. No mezclaríamos sentimientos porque no éramos compatibles.
— Ophelia es linda.—mencionó.
— Es muy linda —coincidió él—, pero mi corazón no sigue a la lógica.
— ¿Qué quiere tu corazón?
— A una persona que la conozco hace poco, pero me gusta tanto que hace reventar mi corazón y mis sentidos.—trazó círculos sobre su costado.
— Rose está embarazada.—soltó de la nada.
Elliot frunció el ceño.
— ¿Qué?
— Los escuche hablar sobre una habitación y unos bebés.
Sentía el corazón martillarle nuevamente con fuerza y sus manos llenarse de sudor. Se incorporó sobre el asiento, bebió nuevamente de la botella y hundió la cara entre sus manos mientras que sus pies se movían de arriba a abajo con nerviosismo.
— Eso es, realmente y verdaderamente, imposible.
— ¡¿Imposible?! —espetó—. ¿Qué? ¿Acaso Rose es infértil?
— No, pero ellos dos no han tenido relaciones sexuales. Todos en la mansión lo sabemos.—se encogió de hombros.
— ¡Pues obviamente ya se acostaron si ella está embarazada! ¿No crees? ¡Tuvieron sexo!
— Emily —colocó la mano sobre su hombro—, te aseguro que ellos dos no han tenido contacto sexual. Draco a duras penas le habla.
— ¡Pues hoy le estaba hablando!
Gritando en realidad, pero ella no lo comentó.
— Tonterías —se levantó y le arrebató la botella de la mano—. Fue un error darte de beber. Iré a dormir y tú dormirás también. Ya conoces el camino.
— ¡No me dejes sola!
Él se inclinó y dejó un corto beso sobre sus labios.
— Buenas noches, Emma.
Y así se fue y la dejó sola. La única luz provenía de la cocina y el único sonido era del fuego de la chimenea.
Sus pies aún repiqueteaban sobre el suelo y sentía el estómago revuelto. Giró la cabeza en dirección al reloj y vio que ya era demasiado tarde para salir y regresar a su casa. Además, ni sabía aparecerse y no quería volver a subir al Autobús Noctámbulo.
Se acostó sobre el asiento y se frotó la cara varias veces.
— ¿Phia? —susurró.
Un latido después, la pequeña elfina apareció ante ella. Hizo una reverencia y le sonrió.
— Phia está a sus órdenes, ama Emily.
— ¿Tú puedes llevarme a algún lugar?
— Phia transportará a la ama Emily a cualquier lugar que quiera.
Fue lo único que necesitó para ponerse de pie y coger la mano de su elfina. Le susurró el destino y eso bastó para que Phia la transpotara hasta aquel lugar.
Después de unos minutos, Emily tocó el suelo junto a Phia. A unos metros se podía ver una puerta de ébano fino y dos personas altas apostadas junto a esta.
— Una última cosa que te pediré, Phia.—murmuró.
— Phia hará cualquier cosa para la ama Emily.
— Pero antes necesito saber si es a mi a quien obedeces y no a otras personas.
Con una reverencia, la elfina le juro su lealtad hacia ella. Entonces la mestiza se inclinó y le susurró al oído las órdenes precisas que quería que la elfina llevara a cabo.
Con un chasquido, Phia volvió a desaparecer, dejando a Emily en la oscuridad y el silencio que reinaba en aquel vestíbulo.
Con pasos seguros y la espalda erguida se acercó a los dos individuos que cuidaban la puerta del ministro de magia.
— Déjenme entrar.—exigió con voz autoritaria.
— No le es permitido a nadie la entrada a la habitación.
— A mi sí.—aseguró.
Y así, como la primera noche, el mortifago se acercó a su compañero y le susurró algo al oído para después asentir en su dirección y hacerse a un lado.
Deja vu.
Con seguridad, abrió la puerta y se adentró en la alcoba. La calidez le envolvió el cuerpo gracias al fuego de la chimenea y la familiaridad de aquella habitación la envolvió como un abrazo.
— ¡Rose, te he dicho mil veces que no vuelvas a entrar a mi hab...! —las palabras de Dravo quedaron silenciadas una vez que miró hacia Emily.
Su corazón dejó de latir por algunos segundos cuando lo vio inclinado sobre el ajedrez mágico, jugando consigo mismo.
Él dejó de prestarle atención a su juego y frotó ambas manos sobre el pantalón de chándal que llevaba, el torso desnudó y su cabello revuelto, como nunca antes. Pronunciadas ojeras adornaban la piel pálida de su rostro.
— ¿Por qué a tu esposa no le es permitido entrar a tu habitación? —le preguntó.
— Ella tiene su propia habitación.—tragó duro.
— ¿Me extrañas?
Un paso hacia adelante.
— Como no tienes una jodida idea.
— ¿Y seguirías haciendo todo por mi?
Otro paso más.
— Todo.
— No todo.—lo corrigió.
Él negó con la cabeza.
— Eso...no puedo por ahora.
Emily sacó la varita y pronunció un simple hechizo. Las manos de Draco quedaron atadas sobre su cabeza con cuerdas invisibles que, de alguna u otra manera, lo privaban de poder moverlas o usarlas.
— Emily...—dijo con voz gutural y movió las manos con desesperación—. ¿Qué estás haciendo?
— Castigándote.—respondió una vez que llegó hasta él.
Draco dejó salir una pequeña risa que poco a poco se fue apagando.
— No juegues.
— ¿Por qué no? —frunció el ceño—. Estoy aburrida.
Un jadeó brotó de sus labios cuando Emily palmeó su longitud sobre los pantalones.
— ¿Acaso Avery no te poseyó bien? —se burló—. ¿Es por eso qué estás aquí?
Otro jadeó cuando Emily tiró de sus pantalones y dejó su miembro a la vista. Ella se sorprendió cuando vio que él ya estaba duro y listo para ella; su miembro rebotó y golpeó el ombligo del hombre. Su punta rosácea y una vena pronunciada a un costado.
— Hmm, pero mira esto.—remojó sus labios y frotó su punta con el pulgar, sintiendo su pre-semen humedecerle la yema del dedo.
— Joder, no hagas eso.—gimió y sacudió las caderas.
— ¿Por qué estás erecto, Draco? —cuestionó con un falso puchero y volvió a rozarle la punta.
— Joder, porque te vi.
— ¿Y con eso te basta para excitarte a tal grado?
— Sí —gruñó, arrugó la nariz y abrió la boca para dejar salir un exquisito gemido—. Estoy jodidamente obsesionado contigo, mestiza.
— Te encantaría follarme, ¿no es así?
— Te poseería hasta la locura —reconoció—. Desátame y lo haré.
— ¿No lo haces con tu esposa?
Él giró la cabeza y escupió sobre el suelo.
— No lo haría ni aunque me pagaran.
Deslizó la mano hasta la base de su pene y comenzó a frotarlo lentamente de arriba a abajo, apretándolo lo suficiente para darle placer. Las caderas de Draco se sacudieron una vez más cuando Emily acercó la cara a la suya y dejó un beso húmedo sobre la comisura de su boca.
— Desátame y permíteme hacerte mía una vez más.—susurró.
— ¿A quién le eres fiel, Draco? —preguntó, aumentando el movimiento de su mano—. ¿A quién le pertenece tu lealtad?
Se distanció un poco para inclinarse y escupir sobre el pene de Draco. Le dio una mirada con la ceja arqueada y entonces sacó la lengua y le rozó la vena.
— ¿Hmm? —insistió, chupando su punta.
— A ti —respondió con voz deseosa. Cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás, dejando salir una maldición—. A ti, por siempre y para siempre. Soy devoto a ti.
— ¿Solo a mi? —presionó, ahora metiendose su pene a la boca y bajando poco a poco.
Él sacudió las caderas e intentó meterse más profundamente en su boca, pero Emily lo detuvo con una mano sobre su estómago.
Subió y bajó unas cuantas veces, para después abandonar su pene y limpiarse la boca con el dorso de la mano.
— ¿Solo me eres fiel a mi? —cuestionó nuevamente con la boca a centímetros de sus labios.
— Solo a ti.—prometió él sin dejar de ver los labios de Emily.
Él se inclinó un poco, tratando de alcanzar sus labios, pero las ataduras se lo impidieron.
— Em, por favor.
Emily meneó la cabeza, burlona.
— ¿El ministro de magia rogándole a una mestiza?
— Te rogaría toda la jodida vida, pero permíteme hacerlo.
— ¿Qué quieres?
— Besarte.
— Acércate, entonces.
Él trató de hacerlo, pero una vez más, las ataduras se lo impidieron. Resopló y achicó los ojos en su dirección.
— No me jodas.
— Justamente a eso vengo.
— Entonces hazlo. Móntame y jodeme.
— Es justo lo que haré.—declaró, se acercó a él y posó la mano sobre su nuca para poder unir sus labios en un beso hambriento y agresivo.
Sus lenguas se encontraron a mitad de camino, jugando, rozándose y probándose nuevamente; disfrutando y llenando el vacío. Mordidas y lamidas agresivas se daban uno al otro, aumentando el calor y la excitacion entre ellos.
Estaban jodidos.
Emily se separó para abrir el cierre de su vestido y deslizarlo por su cuerpo hasta que quedó tendido sobre el suelo.
— Ponme el condón.—mencionó él, señalando el cajon con la cabeza.
Ella obedeció. Buscó entre los cajones y cuando encontró el pequeño sobre gris, volvió a acercarse a él. Lo abrió con la boca y se lo colocó con rapidez. Entonces ella se quitó las bragas, montó a horcajadas sobre él, alineó el pene erecto y duro de Draco con su entrada y empezó a bajar por él con lentitud.
Draco maldijo una y otra vez cada que Emily se enterraba más en él y le daba la bienvenida en su cálida humedad.
Ella gimió cuando sintió nuevamente, después de tanto, la dureza de Draco entrar en su interior, la punta que tocaba justo el punto exacto para llevarla a la locura y la vena palpitante.
Se mordió el labio y empezó a menear las caderas de atrás hacia adelante, sintiendo como el pene de él se movía en su interior y llegaba a lugares imaginables.
La pieza del rompecabezas encajó nuevamente.
Sus caderas moviéndose en un vaivén constantemente. De atrás hacia adelante, de arriba hacia abajo y en círculos; una y otra vez hasta que sus cuerpos se llenaron de sudor, la habitación se llenó de sus gemidos y jadeós, y Draco echo la cabeza hacia atrás maldiciendo y repitiendo cuánto anhelaba sentirla.
— Amor —su voz baja y ronca—, haría quemar este mundo por ti.
— Hazlo —desafió con un jadeó—. Quiero verte hacerlo.
Emily pegó los labios a su cuello, lamiendo, mordisqueando y chupando su piel mientras sus cuerpos se unían en sincronía y se daban placer mutuo.
— ¿La has follado, Draco?
— No, Em. No lo hice.
— ¿Lo harías?
— Nunca, Em.
— ¿Me prefieres a mi o a ella?
— A ti, Emily Cresswell. Solo a ti.
— ¿Entonces qué tal si le digo a todo el mundo que no han consumado el matrimonio y así queda anulado?
— Hazlo.—gruñó.
— ¿Y qué tal si me haces un jodido Pacto de Sangre?
— Desátame y lo haré.
Emily mordió su labio inferior mientras se deslizaba hacia arriba y hacia abajo. Se inclinó un poco y cogió la varita, haciendo un hechizo para desatar las manos de Draco.
Una vez que él estuvo libre de las ataduras, cogió su propia varita y conjuro un cuchillo con mango negro y filoso.
Draco posó el cuchillo sobre la palma de su mano e hizo un corte profundo, después cogió la mano de Emily e hizo lo mismo. Acto seguido, ambos unieron sus manos mirándose a los ojos, sin dejar de mover las caderas.
— Promissio, iuratio, sanguis.—pronunció el mago oscuro una y otra vez.
Emily cogió una bocanada de aire, llenando sus pulmones. Movió las caderas en círculos y se inclinó para dejar un casto beso sobre los labios de Draco.
«¿Qué había hecho?».
— Nunca, Emily, nunca te haré daño intencionalmente.
De sus palmas ensangrentadas brotaron dos relucientes gotas de sangre que se juntaron y se mezclaron para convertirse en una sola. Alrededor de la gota empezó a aparecer una forma metálica que se volvió cada vez más definida e intrincada, así volviéndose un pequeño vial metálico con una gema roja en el centro de éste.
Emily y Draco quedaron embelesados al ver el proceso del Pacto de Sangre.
Cuando separaron sus manos, Draco no esperó para acostarla sobre la cama y cernirse sobre ella. Sus manos ensangrentadas recorrían el cuerpo de Emily, llenándola de sangre, manchándola por todas partes: sus muslos, su cintura, sus pechos y su cuello.
Draco empujó una vez hacia ella y entró por completo en su interior, ganándose un gemido de Emily. Salió y entró nuevamente, llevando su pierna sobre su cadera para tener más acceso.
— ¿Te gusta sentirme tan dentro, Emily? —preguntó con los labios rozándole la oreja.
— Más.
Él llevó la mano ensangrentada entre sus piernas, frotando el clitoris de Emily de lado a lado y en círculos, manchándola también ahí de sangre.
Ella se acercó a él, posó la mano sobre su mejilla y mordió su labio inferior con fuerza, tirando de el y después uniendo sus labios.
— Miénteme, Emily. Hazlo.—pidió y salió de ella para penetrarla nuevamente con más fuerza.
Sus estocadas hacían eco entre las cuatro paredes, sus gemidos no cesaban y no les importaba. Estaban en algún jodido paraíso lejos de todos y todo.
— Te amo, Draco. Te amo.
— Sígueme mintiendo.
— Te amo.
— Joder —gruñó y mordió la piel de su barbilla levemente—. Pídeme misericordia, pídeme el mundo entero. Hazlo. Pide que mate por ti, oblígame a hacerlo.
— ¿Mataras por mi?
— Y también viviré.
— Por favor, Draco.
Draco salió de ella, la cogió por la cadera y la giró para que quedara sobre sus rodillas y sus manos. Dejó un casto beso sobre su columna, el cual fue bajando cada vez más hasta su cadera baja.
Él levantó la mano y golpeó su trasero con furia, hasta dejar una marca de su mano completa y sus dedos. Entonces volvió a alinearse con su entrada y entrar en ella en una sola estocada. El cuerpo de Emily se balanceó hacia adelante por la fuerza proporcionada y dejó salir un gritó ahogado.
Se sentía bien, maravilloso, tenerlo en su interior; sentir la sangre recorrer su cuerpo y escuchar su voz ronca contra su oreja.
— ¿Sabes qué quería hacer cuando te vi sobre él esta tarde? —cuestionó, inclinándose sobre ella y llevando la mano nuevamente a su clitoris.
— ¿Qué?
— Montarte sobre una mesa y follarte frente a él. Mostrarle que nadie, nunca, te poseerá como lo hago yo.
— Nadie, nunca.—repitió ella.
— Elliot nunca te follara como yo, Emily. Hazte la jodida idea.—declaró y elevó la mano pra cogerla del cabello y tirar de ella.
La espalda de Emily chocó contra el torso de Draco, giró un poco la cabeza y unió sus labios una vez más.
— No quiero que nadie me folle como lo haces tú, mi señor ministro y príncipe oscuro.
Minutos después, un espasmo recorrió el cuerpo de Emily haciéndola temblar. Su corazón se aceleró cuando sintió una electricidad bajarle por la columna y el placer golpeándola como una ola agresiva del mar abierto. Cayó sobre su pecho, rendida, cansada y satisfecha, mientras Draco perseguía su propio orgasmo.
Una estocada. Dos. Tres. Cuatro.
Emily lloriqueó por el placer. No podía aguantar más.
— Draco —gimió—. Por favor, ya.
Él hizo caso omiso, pues tenían su palabra de seguridad; siguió penetrandola, saliendo y entrando en ella, hasta que el placer lo alcanzó y lo hizo correrse.
Los dos quedaron rendidos sobre la cama con la respiración acelerada y el corazón retumbandoles con fuerza.
Él llevó la mano a la cara de Emily y le quitó un mechón de cabello que caía sobre su rostro. Entonces se acercó y dejó un beso sobre su frente.
— Bésame.—le pidió, y él se acercó para besarle los labios—. No, bésame más abajo.
— Móntame la cara, entonces.
— Pero...
Él la interrumpió.
— Hazlo.
Colocó las piernas a los lados de su cara y descendió un poco, hasta que sintió la lengua de Draco sobre su intimidad frotándose de arriba a abajo.
Draco colocó ambas manos sobre los muslos de Emily y la obligó a bajar un poco más, para tenerla más cerca y así poder disfrutarla mejor.
Las lamidas de Draco eran largas y profundas. Sus labios succionaron el clitoris de Emily y enterró la lengua en su interior.
La mujer se restregó multiples veces sobre la lengua de Draco hasta que sintió el placer llenarla una vez más.
♱
Horas después, ambos estaban jugueteando sobre la cama. Emily acostada sobre su costado, soltando quejidos de dolor mientras él mantenía la varita sobre sus costillas y pronunciaba en voz muy baja un hechizo.
— Auch, Draco. Más despacio.
— Stigmata —pronunció una última vez y retiró la varita de su piel—. Está listo.
Emily se puso en pie y se aproximó al espejo más cerca que había en la alcoba de Draco. Ahí, en el costado de su costilla, había un tatuaje en tinta negra: La constelación de Draco, en forma de dragón y sus respectivas estrellas. Era un tatuaje pequeño, pero era precioso.
— Me encanta.—reconoció, sonriendo.
— Sonríe otra vez.—le pidió él.
Emily giró a verlo y le sonrió, una sonrisa abierta, sin restricciones.
— Eres... eres exquisita.
Ella se acercó a él y unió sus labios mientras caminaban y se acercaban nuevamente a la cama, echándose sobre ella y perdiendose juntos.
— Eres mía, Emily. ¿Lo sabes? —le susurró mientras la envolvía en sus brazos.
— Lo sé —respondió y suspiró—. Y tú eres mío.
— Sí, lo soy.
Fue la segunda noche que compartieron juntos. Emily durmió sobre el pecho de Draco y escuchó cada uno de sus latidos mientras él escuchaba la profunda respiración de Emily y se sentía en completa paz junto a ella.
No estaban hechos para estar juntos, pero ambos eran unos testarudos.
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