019
Emily. 𝔩𝔞𝔠𝔯𝔦𝔪𝔬𝔰𝔞. 𝐿&𝒟.
«Acuéstese junto a mi, y quédese toda la noche a mi lado».
Las palabras de Draco aún rondaban por la mente de Emily. Sus ojos adormilados, su sonrisa torcida y su voz lenta y pesada, no la había dejado en paz en toda la noche; por ende soñó con él.
Su reflejo en el espejo le mostraba unos círculos negros por debajo de sus ojos y el cabello castaño completamente desordenado.
Phia, la elfina, ladeó la cabeza y junto las manos en su regazo.
— Phia le recomiende a la Srta. Emily vestir de negro.
— ¿Draco ha dado esa orden? —preguntó, girando la cabeza en dirección a la elfina.
No tenía ganas de lidiar con Draco y sus órdenes de vestimenta. En realidad, no tenía ganas de lidiar con nada que tuviera que ver con Draco.
Estaba cansada del juego que tenían.
«— ¿Por qué no me besas? Le había preguntado ella.
— Porque es algo íntimo. Le respondió él».
«íntimo». Bufó.
Ella le había permitido hacer cosas íntimas de verdad. Y él no podía darle ni un beso.
Sabía que no le podía exigir nada, que no estaba en posición de exigirle cosas y explicaciones. Pero eso no significaba que ella no podía sentirse mal, porque lo estaba haciendo.
«Tonta», le gritó una vocesita en su mente.
— El amo Malfoy no ha dado ninguna orden.—aseguró la elfina, inclinando un poco la cabeza
Emily giró sobre su cuerpo y se quedó viendo a la pequeña elfina.
— ¿Entonces cuál es la razón por la que debería vestirme de negro?
Le gustaba vestirse de negro, pero no del diario. Solía pensar que era un color para el luto, hasta que vio a Draco vestir de negro todos los días.
— Phia solo le puede decir a la Srta. Emily que las demás también vestirán de negro.
Las alarmas se activaron en su interior. Algo le decía que algo andaba mal, muy mal.
Ella solamente asintió cuando la elfina sacó un vestido negro como la noche líquida y mangas largas.
Minutos después, Emily estaba sentada nuevamente frente el espejo; con el vestido puesto, el cabello recogido en un pequeño moño y un poco de maquillaje sobre la piel pálida de su rostro.
Se estaba retorciendo los dedos mientras Phia terminaba los últimos detalles. Su estómago daba un vuelco con cada minuto que pasaba y ella seguía encerrada en su habitación sin saber qué era lo que pasaba en el exterior de la mansión.
«¿Había muerto alguién? ¿Draco? ¿Elliot? ¿Alguna de las chicas, sus familiares?».
El bilis le quemó la garganta con cada pensamiento que se acumulaba dentro de su mente. Cada respiración parecía que le cortaba los pulmones como dagas filosas; las palmas de sus manos estaban empapadas en una fina capa de sudor frío.
— ¿Dónde debo dirigirme? —preguntó con la voz ronca, después de que su elfina le anunció que estaba lista.
— Al comedor, Srta Emily.
Se puso en pie, y la fina y fría tela del vestido le acarició las piernas.
Con cada peldaño que bajaba, Emily giraba la cabeza en diferentes direcciones, esperando ver o escuchar algo que le diera una pista sobre qué estaba pasando.
Cuando por fin estuvo en la planta baja de la mansión, y no escuchó ningún sonido raro, ni vio nada, Emily se permitió respirar con tranquilidad.
Dirigió sus pasos hacia el comedor y cogió el asiento cerca de Lily y Ophelia.
Al igual que ella, como Phia le había dicho, todas estaban vestidas de negro. De la cabeza hasta los pies. Todas se mostraban calladas y nerviosas... esperando algo.
Sus ojos, inconscientemente, se dirigieron hacia Rose, quien ya la estaba mirando con una ceja enarcada.
«¿Qué me estás viendo, zorra?», parecía decir.
Emily achicó los ojos y después de un rato desvió la mirada.
— ¿Alguién sabe qué está pasando? —preguntó Emily a las dos chicas que se encontraban cerca.
Las dos negaron con la cabeza.
— Nadie sabe nada.
— Un mortifago llegó por la mañana a mi habitación—mencionó Ophelia, con la voz ronca—, solo para decirme que me vista de negro.
— ¿Murió alguién?
Lily se torció cada uno de los dedos y tragó duro.
— ¡Dioses! —musitó—. ¡Oh, santo Merlin!
— ¿Qué?
— ¿Y si...Draco murió?
— Ya lo hubiéramos sabido.
— No sé qué haya pasado... —comenzó a hablar Ophelia—. Pero sea lo que sea, es algo malo.
Esa mañana ninguno de los Malfoy apareció en el desayuno, tampoco Severus Snape. Las chicas desayunaron solas, completamente en silencio y sumidas en sus pensamientos.
Después de unos largos minutos, cuando las chicas terminaron de desayunar, un mortifago con la máscara puesta entró en el lugar y, sin decir palabra alguna, se acercó a una de las chicas. Caleana.
La cogió fuertemente del brazo, sin darle explicaciones, y la sacó del comedor.
Las veintisiete chicas que quedaban en el comedor, se pusieron en pie y siguieron al mortifago que ya estaba cerca a la puerta. Seguía cogiendo a Caleana con fuerza del brazo mientras la chica lloraba y exigía respuestas.
Otro mortifago se acercó a ellas y les pidió, con un tono brusco, que salieran de la mansión.
Los murmullos comenzaron a escucharse, y la amiga de Caleana, Mia, comenzó a lloriquear mientras se dirigían al exterior.
Rose rozó su brazo cuando pasó por su lado y se inclinó para susurrarle al oído:
— Zorra.
Emily estuvo a punto de detenerla y pegarle un puñetazo en la cara, pero Lily le cogió la mano y le dio un ligero apretón.
Era la primera vez, en seis semanas, que Emily salía fuera de la mansión.
Allí, sobre el otro lado de la calle, había como una tarima. Sobre ella, Draco Malfoy, estaba al frente junto a Snape. Ambos se hablaban al oído.
Del lado derecho de la tarima habían veintisiete sillas continuas, todas negras. Y del lado izquierdo sólo habían dos. Una ya estaba ocupada por Narcissa Malfoy, cuya mirada era tan fría como la nieve.
La calle estaba atestada tanto de mortifagos como civiles. Personas que se mostraban nerviosas y murmuraban para ellos mismos; pidiendo respuestas.
El mortifago que las había escoltado hasta el exterior, les indicó, con el mismo tono que había usado antes, que se sentarán y se mantuvieran calladas.
Sin rechistar ni preguntar, todas cogieron un asiento y se mantuvieron calladas. Expectantes y atentas.
Emily buscó con la mirada a Caleana, tratando de saber dónde se encontraba y por qué la habían sacado de esa manera de la mansión. Hasta que apareció.
La habían cambiado de ropa. Remplazaron el hermoso vestido negro que caía como una cascada, por unos pantalones de color marrón y una camisa blanca, sencilla y demasiado grande para ella.
Tenía las manos esposadas, y un mortifago mantenía su cabeza gacha; obligándola a caminar frente al estrado, frente a Draco, y ponerse de rodillas.
Emily no podía ver la cara de Draco desde su posición, solo su espalda ancha cubierta por una tela más negra que la misma noche. Pero pudo notar cuando el hombre de cabello platino y sangre fría, bajo la cabeza en dirección a Calaena.
Toda la gente comenzaron a empujarse unos a otros, tratando de ganar el mejor lugar para ver el espectáculo.
Decían odiarlo... pero ellos eran los primeros en reverenciarse ante él.
Fue lo primero que hicieron cuando Draco levantó nuevamente la cabeza y dirigió la atención hacia ellos. Cada persona, de avanzada edad, jóvenes y niños, hicieron una profunda reverencia ante su nuevo señor oscuro, ante Draco Malfoy su próximo ministro y príncipe oscuro.
El poder que emergía del príncipe de la oscuridad, era mera magia oscura. Oscura y malvada.
Se podía oler, se podía tocar con la yema de los dedos, cogerla y hasta conservarla.
Con lentitud y una elegancia inmortal, el príncipe oscuro, alzó la varita de saúco a la altura de su cuello y la colocó sobre su piel pálida.
Su voz salió grave y ronca cuando habló, y se hizo escuchar por cada rincón y esquina de Wiltshire.
— Caleana Galanthyus —pronunció lentamente, arrastrando cada palabra—, eres culpable de simpatizar con los rebeldes y darles información sobre lo qué pasa en el interior de la mansión Malfoy. ¿Últimas palabras?
«¿Rebeldes?». Nada encajaba dentro de la cabeza de Emily. «¿Caleana estaba vinculada con Harry Potter?»
— ¡Nunca, nunca —comenzó a hablar entre lágrimas y sollozos— haría algo así! —bajó la cabeza, casi besándole los zapatos a Malfoy, y volvió a hablar—. ¡Es mentira! ¡Perdóneme, por favor! ¡Por favor!
— ¿Estás pidiendo misericordia, salvación, benevolencia?
— ¡S-sí! —gimió y sollozó con fuerza—. ¡Por favor! ¡Haré cualquier cosa! ¡Trabajaré para usted por el resto de mi vida!
Chasqueó la lengua, y cuando Caleana se lanzó para besarle los zapatos, Draco Malfoy dio unos pasos hacia atrás alejándose.
— Monta una iglesia con esa fe —inclinó su pecho un poco y metió las manos en los bolsillos de sus pantalones—. Soy la Muerte, Caleana Galanthyus. Disfruto matar, y escuchar a las personas suplicarme algo que no les daré.
En ese hombre que estaba burlándose de aquella chica, no quedaba nada, ni un atisbó de lo que Emily había conocido, o creyó llegar a conocer.
— ¡Y-yo soy fiel a usted, mi lord! —juró.
— ¿Qué le ofrecieron a cambio de información?
El mago oscuro hizo un gesto con la mano derecha, y un mortifago levantó su varita y la señaló. A continuación, un latigazo invisible brotó de la varita del individuo y golpeó la espalda de la chica. La mujer se retorció sobre el suelo y chilló con toda su fuerza.
El sonido perforó los oídos de Emily, perforó su corazón y su piel. Se encogió sobre su lugar y cerró los ojos con fuerza. No podía aguantarlo. No podía.
— Este es el castigo que reciben los traidores —vociferó Snape en su típico tono—. Cualquiera que se atreva en establecer vínculos con alguno de los rebeldes. Cualquiera que se atreva a traicionar a su mago oscuro, recibirá el mismo castigo, público.
La mujer, Caleana, recibió otro latigazo sobre la espalda y cayó sobre su pecho; recibiendo cada uno de esos latigazos. Sus sollozos se hacían cada vez más fuertes, los chillidos y los gemidos de dolor crecían y aumentaban.
Emily empuñó las manos, abrió los ojos y gritó:
— ¡Basta!
Sintió una mano sobre su hombro, y giró solo para ver a un mortifago que trataba de mantenerla en su lugar y le daba una mirada mortífera.
Pero Emily chilló y volvió a gritar.
— ¡Basta! ¡Basta! —su voz era menos que un murmulló entre toda esa gente que gritaba y vociferaba su larga y verdadera fidelidad a su mago oscuro.
Trató de moverse, de patalear para poder llegar a Draco, para poder siquiera llamar su atención. Todo fue en vano.
— ¡Draco! —gritó—. ¡Draco, basta!
Él giró la cabeza sobre su hombro, para poder mirarla solo por unos segundos, antes de volver a fijar la mirada sobre la chica que lloraba y pedía misericordia.
La tela que cubría el cuerpo de Caleana, se mojó con su propia sangre y sudor.
Emily se puso en pie, dispuesta a correr hacia Draco y detenerlo, pero eso solo llevó a que el mortifago que estaba situado a su espalda, la cogiera y la cargara. Comenzó a caminar con ella en sus brazos, mientras Emily gritaba y pataleaba con fuerza. El hombre bajo los peldaños del estrado y se dirigió hacia la mansión.
Lo último que escuchó antes de que la puerta se cerrará, fue la voz clara y firme de Draco, pronunciando una de las maldiciones.
La maldición asesina, Avada Kedavra.
El mortifago siguió arrastrando a Emily hasta el segundo piso de la mansión, donde la dejó dentro de su habitación y cerró la puerta al salir.
Las lágrimas corrían libremente sobre el rostro maquillado de Emily, la mascarilla de pestañas se corrio por sus mejillas y manchó toda su cara.
«Él le había puesto las manos encima. Él la había tocado, la había lamido, y todo eso con gran delicadeza. Todo con esas mismas manos que arrebataba la vida a las personas y con esa lengua que pronunciaba maldiciones imperdonables. Y ella se había dejado».
La culpa cayó sobre sus hombros como un peso muerto. El dolor llenó su pecho y las lágrimas aumentaron.
Se quitó el estúpido vestido que cubría su desnudez y lo echó a un rincón de la habitación. Llegó hasta la ventana y cerró la cortina, dejando la habitación en completa penumbra.
«Él mataba. Él asesinaba, quitaba vidas, a sangre fría; sin importarle, sin siquiera parpadear. Él no tenía un corazón latiendo en su pecho, no conocía la misericordia. Estaba hecho mierda por dentro. Y Emily lo sabía. Lo sabía desde un principio y aun así se dejó llevar».
Los pensamientos recorrían su mente con fuerza, destruyendo cualquier cordura. Ella se adentró en su cama, llevó la manta hasta su cabeza y se hizo un ovillo entre sus sábanas.
Quería salir. Quería huir. Quería llorar, hacerse pedazos, y que él... Que él estuviera ahí, sosteniéndola y limpiando sus lágrimas.
Ella era peor que él.
Emily también era un monstruo.
El sueño la ganó después de que sus pensamientos la destruyeran.
♱
Solo despertó cuando sintió una presencia rondar por la oscuridad de su habitación. Se permitió salir de las sábanas y ver quién andaba por ahí.
Horas antes, Phia había aparecido con una bandeja llena de comida. Emily la rechazó y le pidió a la elfina abandonar su habitación y no volver.
No se atrevió a pedirle una pócima para el dolor que martilleaba su cabeza con fuerza. Tampoco para el asco que embargaba su cuerpo y la hacía sentir arcadas.
Había salido de la calidez de su cama solo para vestirse con un camisón y volver a adentrarse en las sábanas que adornaban su cama.
Observó como la persona cogia asiento sobre una butaca y cruzaba las piernas.
— Temenos tiempo sin hablar, ¿cierto?
— La única vez que hablamos nos interrumpieron.—le recordó.
— La única vez que hablamos me dijo, con gran certeza, que no quería estar aquí. Sin embargo, sigue estando aquí. Y aunque me trato de convencer cada día que no tiene de malo, no lo puedo lograr del todo.
Emily frunció los labios en una línea recta. Sus ojos no abandonaron el pálido rostro de la única mujer mayor que quedaba en la línea de los Malfoy.
— Digamos que su hijo tiene una seria obsesión conmigo.—dijo.
Sentía la garganta seca y su voz salía ronca por los gritos.
— Digamos que, si le sigue siguiendo el juego, y sigue compartiendo cama por unas cuantas horas con Draco por la noche, mi hijo la seguirá reteniendo y aumentará dicha obsesión por usted.
Trató de no ruborizarse por las palabras de Narcissa Malfoy, cuya barbilla estaba en alto y sus hombros echados para atrás.
Sopesó cada una de las palabras que estaban a punto de salir de su boca.
— ¿Qué más puedo hacer si su hijo me persigue y le prohíbe a otros hombres que me hablen?
Una pizca de sorpresa atravesó los ojos de la mujer pálida.
— ¿Está enterada de que su hijo sabe hasta cuándo voy al baño? ¿Que si voy a la cocina, él aparece segundos después? —arqueó una ceja, aunque se sentía muy cansada hasta para eso—. No voy a negar que sí, me he metido con él, le he seguido cada uno de sus juegos sucios, pero yo no se lo pedi.
— Tampoco se lo negó.
— ¿Qué quiere?
Narcissa se puso de pie y colocó ambas manos sobre sus caderas. Para su edad, seguía siendo una mujer muy hermosa.
— No es buena para Draco. Eso lo ha demostrado el día de hoy, montando un show frente a tantas personas y poniendo en ridiculo a mi hijo. ¿No pudo quedarse callada y dejar de jugar a la heroina? ¿No pudo mantener esa boca en silencio y no actuar como si tuviera algún poder sobre mi hijo y sus decisiones?
— ¿Y permitir que su hijo torture a una chica? —ladeó la cabeza, profundizó su entrecejo y chasqueó la lengua—. ¿Qué los convirtió en personas tan frívolas y maldadosas?
— Los monstruos no nacen, son creados.
— Inspirador.—se burló ella, usando el tono de voz más frío que pudo.
— Si usted es tan buena, entonces le recomiendo que deje esta mansión lo antes posible. No aguantaría ni un minuto siendo la esposa de Draco, le corrompería hasta el último pedazo de alma.—dicho eso, retomó sus pasos y salió de la habitación de Emily.
Emily se frotó los ojos con el índice y el pulgar. Entonces se dejó caer sobre las almohadas que aún conservaban su calor.
No sabía cómo no se puso a temblar ante la presencia de la mujer, cómo pudo sostenerle la mirada y no estallar en sollozos temerosos.
Estaba dispuesta a salir de la cama, darse una ducha y después llamar a Phia para que le trajera algo de tomar, pero sus planes se vieron interrumpidos cuando la ventana rechinó y una silueta oscura se asomó.
Ambos se fruncieron el ceño.
— Dios, que insufrible está Narcissa.
— ¿Qué haces aquí? —le preguntó Emily al fin.
— ¿Necesito un motivo para visitarte?
Ella humedeció sus labios y palmeó la cama a su lado. Elliot con total gracia se acercó, se quitó la chaqueta de cuero negra, los zapatos y se tiró al lado de Emily.
— ¿Estás bien? —le preguntó una vez que llegó a su lado.
El calor de Elliot envolvió a Emily como una fina sábana de seda. Ella se acurrucó a su lado, tratando de robarle todo el calor posible.
— Sí, algo.
— Cuéntame.
— Ya lo sabes todo, seguramente.
— Sí, estoy enterado de algo, pero quiero escucharte a ti contándolo.
Emily dejó salir un suspiró largo, mientras que Elliot envolvía su hombro con un brazo. Comenzó a contarle todo los sucesos del día; como sus emociones se juntaron y terminó explotando, pidiendole piedad a Draco por la vida de Caleana.
Elliot escuchó todo, sin interrumpirla en ningún momento.
Después ella lo miró y le suplicó con la mirada.
— ¿Hice mal?
— No —él exhaló—. Si sentiste que debías hacerlo, entonces no hiciste mal, Emma.
No sabía cuando había empezado a llorar, pero Emily sorbió por la nariz y rió.
— Ya te dije que no me llames Emma.
— ¿Por qué?
— Porque no me llamo así.
— Pero tienes cara de Emma.
Ella negó con la cabeza y comenzó a jugar con sus manos.
— ¿Escuchaste todo lo que dijo Narcissa?
— Sí, he estado todo ese tiempo fuera de tu ventana, esperando a que se marchará.
— Lo estoy intentando.—le dijo.
— Solo no mezcles sentimientos, Emma.
Ella asintió levemente.
— ¿Tú estás bien?
Elliot pareció pensarlo antes de darle una respuesta. Al final dijo:
— Estoy llevándola.
Emily acercó las manos a los hombros de Elliot y dejó una leve caricia mientras él se acercaba lentamente a sus labios.
— ¿Puedo? —preguntó. Y Emily asintio.
Entonces sus labios se encontraron a mitad de camino. Sus respiraciones se mezclaron y sus pensamientos se fundieron y se concentraron en ese beso, en sus lenguas juntas y la textura de sus labios.
— Hazme olvidar.—le pidió, tratando de abrir los botones de su camisa.
— No tengo preservativo.—mencionó entre besos.
— No me importa.
Él se separó solo para mirarla a los ojos.
— ¿Estás segura?
— Sí.
Entonces Elliot la ayudó a deshacerse de su camisa, y después la ayudó a deshacerse de la suya. Sus manos serpentearon por el cuerpo de Emily, por sus curvas —no tan definidas— y sus muslos gruesos.
Comenzó a deslizar el pantalón de Emily por sus piernas, para después tirarlo a un rincón de la habitación.
Ella aferró las manos a los jeans de Elliot y tiró de ellos sin lograr nada. Él dejó salir una risa ronca y la ayudó a quitárselos.
Cuando sólo la fina tela de su ropa interior los privaba de sentirse, se separaron a tomar aire y a mirarse nuevamente a los ojos. A perderse en ellos.
Los ojos de Elliot brillaban con intensidad, su cabello castaño le caía sobre la frente.
Era un hombre tan apuesto...
— Emma, no es necesario hacerlo si no quieres.
— Quiero hacerlo.—aseguró.
— Puedo volver otro día.
— ¿Y si no hay otro día?
— No digas eso —acarició el costado de su cara—. Tendremos muchos días para poder intentarlo.
— Quiero ahora —exigió—. Quiero olvidarme de todo. Ayúdame.
Él dejó un casto beso sobre los labios de Emily, y asintió. Entonces enganchó los dedos en la tela de Emily, y comenzó a deslizarla por sus piernas lentamente, hasta que ella estuvo desnuda.
Alzó dos dedos y acarició los labios de Emily con ellos. Una petición silenciosa que Emily entendió y acató a los pocos segundos; ella separó los labios y permitió que sus dedos entraran en su cavidad bucal.
Él descendió aquellos dedos lentamente y los colocó directamente sobre el haz de nervios que era el clitoris de Emily.
Con caricias lentas y superficiales frotó su clitoris para después bajar lentamente e introducirlos en su interior. Emily jadeó al sentirlo en su interior y buscó sus labios para ahogar cualquier sonido.
Una, dos y tres veces, los dedos de Elliot entraron y salieron de su interior mientras que su pulgar frotaba su clitoris con firmeza.
Los pensamientos de Emily se nublaron por completo; se permitió disfrutar cada segundo que pasaba, cada caricia que le proporcionaba.
— Hazlo.—pidió Emily.
Él rozó su nariz sobre la mejilla de la chica y ronroneó—: ¿Estás urgida por sentirme dentro de ti?
— Sí —reconoció—. Hazlo.
Elliot sacó los dedos del interior de Emily, y llevó ambas manos a su bóxer para quitárselo y tirarlo por algún lado de la habitación.
— Colócalo dentro de ti.
— No sé cómo hacerlo.
— Tómalo en tu mano —le dijo, y ella obedeció. Comenzó a serpentear la mano por el torso de Elliot para después coger su pene—. Ahora frotalo por tu abertura —le murmuró al oído con la voz ronca y cargada de placer— de arriba a abajo.
Volvió a obedecer. Posó su punta sobre su abertura y comenzó a moverlo de arriba a abajo con lentitud mortífera. Otro jadeó brotó de sus labios.
— Ahora colócalo en tu interior.
Y así lo hizo. Emily colocó el pene de Elliot en su entranada, y él empujó las caderas para introducirse.
Ambos gimieron, y sus respiraciones se aceleraron.
Él se apoyó sobre sus codos para no dejarse caer sobre Emily, y aplastarla.
— Lo haré lento, ¿sí? —avisó y empezó a moverse.
Se deslizó lentamente hasta que sólo la punta quedó en su interior, y después entró nuevamente. Repitió el proceso por tres veces hasta que tomó un ritmo lento, pero firme y fuerte.
Meció sus caderas contra las de Emily, la embistió y disfrutó la sensación.
Ella colocó las manos sobre sus hombros y las piernas alrededor de su cintura. Cerró los ojos y se concentró en ese vaivén que se habían convertido.
— Oh, Emily —gimió mientras que ella le arañaba la piel de sus hombros—. Te sientes tan malditamente bien.
Sus embestidas aumentaron de velocidad haciendo a Emily gemir y sentirse en el mismo cielo.
Sus jadeos hacían eco por la habitación cuando se besaban para ahogarlos en sus bocas.
♱
Seguían agitados cuando Emily acarició el pecho de Elliot y suspiró.
— ¿Por qué no has venido a verme antes?
— Te he dicho que estaría fuera por unas semanas, Emma —le recordó—. Volví cuando Rose tuvo el desmayos. Quise buscarte, pero no te pude encontrar.
— ¿Por qué Potter no los mató ese día?
— Estaba dispuesto a hacerlo, créeme —suspiró—. Nos tendió la trampa solo para acabar con nosotros.
— Aún no puedo entender como es que cayeron en su trampa.
Era la verdad, Emily no podía entender como unos hombres tan inteligentes y fríos pudieron caer en esa trampa estúpida.
— Estoy seguro que lo tenía planeado hace semanas —dijo Elliot y acarició el cabello de Emily—. Lo siento por no venir antes, ¿sí? Es que estuve todo este tiempo pensando en qué hacer, cómo atacarlos, devolverles el golpe.
— Lo entiendo... ¿Descubriste algo?
Negó con la cabeza.
— Nada. El viejo no quería hablar.
— ¿No les dijo nada?
— Por más que intentamos hacerlo hablar, se negaba a hacerlo. Lo torturamos por horas.
El corazón de Emily dio un vuelco y su respiración quedó atascada en su garganta.
— ¿H-había gente conocida entre las personas que mandó Potter?
— No les pudimos ver el rostro hasta que los matamos, Emily. Fue un completo dolor de cabeza.—resopló.
— ¿Los mataron? —se incorporó en la cama y vio directamente a Elliot—. ¿A todos?
— Solo dejamos a Seamus Finnigan para que les diera un mensaje.
— ¿Los mataste tú?
— Joder —él rió—. No a todos. No soy tan bueno.
— ¿Y al señor? —las palabras salían a trompicones de los labios de Emily—. ¿Fuiste tú quién lo torturó?
Él frunció levemente el ceño.
— Yo y Theodore lo hicimos.
— Largo.—exclamó y se puso rápidamente en pie, envolviendo su cuerpo en una sábana.
— ¿Qué? —preguntó Elliot y también se puso en pie, cubriendo su desnudez con su bóxer que yacía sobre el suelo.
— ¡Dijiste que tu trabajo era otro! —su respiración se aceleró al grado de empezar a hiperventilar.
— Y lo es, Emily, pero necesitaba actuar si no quería que nos mataran a todos.
— ¿Y lo haces como si fuera normal? —rió—. Acabas de decirlo como si fuera la cosa más normal de este mundo.
— Para nosotros eso es normal.
— ¡Para mi no!
— Emily —gruñó y dio un paso hacia ella—, no lo hago siempre. No es mi trabajo hacerlo. Cada mortifago tiene su propio trabajo, pero ese día todos necesitábamos defendernos.
— Vete.— dijo, sin siquiera mirarlo.
— Por favor, Emily.—suplicó.
— No quiero hablarte ahora, Elliot —cogió una gran bocana de aire—. Lárgate y no me vuelvas a hablar.
— Déjame ayudarte a limpiar por lo menos.
— No necesito tu ayuda.
Emily solo vio cuando Elliot negó con la cabeza y se acercó a su mesa de noche para dejar algo sobre ella. Después se vistió, se acercó al ventanal, lo abrió y levantó una mano para que minutos después una escoba apareciera flotando sobre el aire. Al salir, cerró la ventana y se perdió sobre el cielo.
Tal vez estaba exagerando, pero Emily no se sentía con ganas de seguir empatizando con asesinos, con Elliot y con Draco.
Necesitaba mantener la cabeza fría para no perderse a sí misma, para seguir siendo la persona que era antes de entrar a la mansión.
Se frotó la cara con las manos y llamó a Phia.
Se escuchó un chasquido, y la elfina de nariz puntiaguda y orejas largas apareció ante ella, haciendo una pequeña reverencia.
— Phia está a sus órdenes, Srta. Emily.
— Cambia las sábanas —señaló—. Y tráeme una pócima anticonceptiva.
No quería ver la sábana con sus propios ojos y verificar si había o no una mancha de sangre sobre ella. Tampoco quería quedar embarazada de un mortifago asesino.
— ¿Phia se pregunta si la Srta. Emily necesita algo más?
Ella se puso en pie, aún cubriendo su desnudez. Su sangre hervía en cólera.
— No quiero que le digas a nadie, Phia —espetó y achicó los ojos—. Es una orden, no una petición. Si me estás sirviendo a mi, entonces seguirás mis órdenes y sólo mías.
Ella volvió a hacer una reverencia, aunque más profunda y exagerada.
— Como usted diga.
—
Perdón por la tardanza. Espero y les guste.
Déjenme saber sus opiniones.
Un gran besote. Buenas noches <3
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