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016

Draco. 𝔭𝔲𝔤𝔫𝔞𝔯𝔢. 𝐿&𝒟.

No podía sacar a Emily de su mente ni siquiera cuando la tenía en frente llena de sudor y quejándose con esa boca sucia.

La trenza se le pegaba al cuello y varios cabellos a la frente. Se quejaba en voz alta y maldecía a cada rato. Lo maldecía a él.

Pero a Draco no le importaba, él disfrutaba verla sufrir y quejarse.

Esbozó una pequeña sonrisa maliciosa desde su lugar y bebió de la taza de té.

Ella se dejó caer dramáticamente al suelo y resopló.

— ¡No puedo más! —reconoció y se llevó la mano al pecho—. Detente.

— Solo llevas —fijo la mirada en el reloj que adornaba su muñeca y después volvió a fijarla en Emily— treinta minutos.

— Es mucho para mi pobre cuerpo.— se puso de pie, con las manos sobre las rodillas y respirando con irregularidad.

— Si no haces los ejercicios de respiración seguirás cansándote tanto.

— ¿Sabes algo? —frunció el ceño y se enderezó para poder señalarlo con un dedo acusador, pero antes de que Emily pudiera abrir la boca, un mortifago se acercó a Draco.

— ¿Podemos hablar? —le susurró Theodore.

— Ajá —respondió sin ganas y se puso de pie, llevando a Theodore a un lugar más privado, lejos de los ojos de Emily—. ¿Qué?

— Te necesitamos en Rithford.

— ¿Por qué?

Theodore se acercó aún más a Draco. Un mechón castaño cayéndole sobre el ceño fruncido.

— Parece que Potter ha estado allí.

Draco no lo pensó dos veces, le hizo una seña a un mortifago para que llevará a Emily de vuelta a la mansión.

Cogió a Theodore del brazo y, en un abrir y cerrar de ojos, los dos hombres estaban apareciendo en el pueblo de Rithford, al sur de Inglaterra.

Draco levantó la mirada al cielo nublado. El clima se sentía húmedo y frío.

Así era Rithford. Una ciudad nostálgica.

Se quitó una mota de polvo inexistente de su hombro y se irguió en su completa estatura.

— ¿Por dónde empezamos? — preguntó mientras movía la varita y aparecía la máscara de mortifago sobre la palma de su mano.

— Por aquí.— respondió Theodore señalando en una dirección.

Con un gesto lleno de gracia y elegancia, Draco se colocó la máscara sobre su rostro, ocultándolo por completo a excepción de sus ojos grises que brillaban con una frialdad distante y peligrosa.

Echaron a andar sobre las calles de Rithford. Las personas hacían reverencias cuando Draco pasaba cerca de ellas. Algunos trataban de pasar desapercibidos y ocultaban sus rostros tras las capuchas negras que portaban.

Le tenían miedo... Sabían que debían temerle. Porque Draco Malfoy no tenía compasión cuando portaba la máscara de mortifago.

Peligroso, frío, distante y sadico, así era como lo conocían.

Giraron a la izquierda y llegaron a un local viejo, casi en ruinas.

— ¿Qué hacemos aquí?

— Aquí están los demás mortifagos —informó Theo con calma letal—. Hay un mago dentro que se está negando a hablar. Las personas han dicho que vieron a Potter entrar en este local y hospedarse por varios días.

Con un asentimiento de cabeza, los dos se adentraron en la oscuridad y suciedad del local.

La madera rechinó bajo sus pies, el olor a humedad se filtró por sus narices.

Draco observó el lugar. Observó a dos de sus mortifagos alrededor de un mago de edad avanzada que estaba sobre sus rodillas, con la cabeza gacha y las dos muñecas amarradas.

— ¿Nombre? —cuestionó Draco al viejo mago.

— Mi nombre no es importante.— respondió sin atreverse a mirarlo.

— ¿No querrá un nombre sobre su tumba, viejo?

— No.

Se encogió de hombros restándole importancia al asunto.

«Si el viejo no quería dar su nombre, no tenía problema con eso».

— Entonces dígame, ¿qué es lo que hacía Potter aquí?

— Se lo he dicho ya a sus secuaces. Harry Potter no ha estado aquí.

Chasqueó la lengua en un gesto burlón. Giró alrededor del mago y después se inclinó para verle mejor el rostro.

Varias arrugas adornaban el rostro del mago, su cabello era de un blanco que le recordaba a la nieve. No le era conocido su rostro, nunca lo había visto.

— ¿Sabe quién soy?

Entonces el mago levantó la mirada y lo vio al rostro enmascarado. No había expresiones de miedo o sorpresa en ese viejo rostro.

— Es imposible no reconocerlo aunque use esa fea máscara —se burló—. Esos ojos fríos y muertos están en todos los periódicos.

— Entonces sabrá que no tengo compasión ni de las personas viejas entrometidas y sin respeto.

— Mi vida no es importante.

— En algo estamos de acuerdo —empuñó su varita—. ¿Va a hablar o lo tendré que obligar?

— Le he dicho todo lo que sé.

— ¿Y qué es eso?

— Que todos ustedes se pudrirán cuando Harry Potter vuelva.—desvío la mirada y escupió sobre el suelo, cerca de los zapatos de Draco.

La sangre rugió en el interior de Draco.

— Bien.—fue lo único que respondió antes de poner en alto su puño y golpearlo en la cara con fuerza.

El individuo dejó salir una risa ronca mostrando sus dientes llenos de sangre.

— ¿Qué diría su padre sobre esto, lord Malfoy? —preguntó con sorna—. ¿Qué diría el hombre, obsesionado con la pureza de sangre, que su heredero usa puñetazos como los muggles?

Draco apretó la varita en su mano hasta que la madre.

— Si lo encuentra en el infierno, pregúnteselo.

Esta vez, el príncipe oscuro, puso en alto la varita de saúco y pronunció con gran claridad 'Crucio'.

El mago cayó sobre el suelo sucio y se retorció. Sin embargo, no gritó. Sus mejillas brillaron con lágrimas y su labio tembló con fuerza.

Draco sabía bien el dolor que causaba aquella maldición. Sabía de las cicatrices que dejaba, no sobre el cuerpo, sino sobre el alma; en el interior.

— ¿Qué hacia Harry Potter en este sucio local?

— ¡Harry Potter los matará a todos!

— Respuesta equivocado.— dijo para volver a maldecirlo.

La maldición Cruciatus salía como una melodía de los labios de Draco. Disfrutaba tanto cuando pronunciaba aquellas palabras. Cuando sus oponentes se retorcían sobre el suelo y pedían misericordia.

— Voy a preguntarle una última vez, y espero que esta vez sea sensato y me dé las respuestas que le pido; de lo contrario volveré a usar la maldición Cruciatus en usted hasta la locura.

Con lágrimas en los ojos, el hombre lo miró a los ojos y negó con la cabeza. Negó varias veces.

Curvó los labios hacía abajo, y con un gesto de cabeza le indicó a sus dos mortifagos seguir torturando al viejo.

Seguía negándose a hablar, a darles una respuesta sensata. Draco podría asegurar que el viejo disfrutaba de la maldición Cruciatus, si no fueran por los gritos y las lágrimas que caían sobre ese rostro arrugado.

Después de un rato, el viejo seguia sobre el suelo hecho un ovilló. Blaise Zabini y Elliot Avery se quitaron las máscaras de los rostros y se acercaron a Draco.

La furia creció aún más en Draco cuando vio a Elliot. Quería torturarlo mientras le ordenaba —nuevamente— que se alejará de Emily. Que ella era de suya.

— ¿Qué haremos con el viejo? —preguntó el moreno, con el ceño levemente fruncido.

— Se niega a hablar.—mencionó Elliot.

Rodó la lengua sobre el interior de su mejilla y resopló.

— Síganlo torturando un rato más y después mátenlo. Si no quiere hablar, no permitiré que siga ayudando a Potter.

Los dos hombres asintieron.

— ¿Quién les ha dado la información sobre el viejo?

— Una bruja, igual de avanzada edad.—respondió Elliot.

— ¿Y comprobaron que dijo la verdad?

— Usamos el Veritaserum.

— ¿Qué fue lo que dijo?

— Dijo que hace unas semanas Harry Potter rondaba por el pueblo, hasta que se hospedó en este local.

— ¿Por qué no lo supimos antes?

Elliot se encogió de hombros, y Blaise negó.

— Blaise, eres el responsable de cuidar los pueblos alrededor de Londres. El responsable de saber quién y cuándo entra alguien a la ciudad. ¿Por qué no lo sabías?

El moreno dejó caer la cabeza hacia abajo.

Draco sabía que era mucho pedirle a Blaise estar al pendiente de todo eso, estar al pendiente de Potter, pues Luna Lovegood, su amante, al parecer estaba con Harry Potter planeando la destruccion de los mortifagos. Pero fue Zabini el que pidió ese puesto hace años.

— Mi mamá ha estado enferma.

— Sigan torturando al viejo.— ordenó.

Entonces se escuchó un pequeño estruendo y una luz cegadora penetro el lugar.

Los cuatro hombres levantaron la varita, listos para cualquier ataque. Listos para cualquier cosa o persona. No obstante, eso no ayudó demasíado cuando un gas sin aroma se filtró en el lugar y los cuatro cayeron sobre sus rodillas al suelo.


Emily. 𝔤𝔞𝔲𝔡𝔦𝔲𝔪. 𝐿&𝒟.

Emily tenía los nervios de punta, aun cuando el mortifago que la acompañó de vuelta a la mansión le aseguró por milésima vez que todo estaba bien y que no tenía de que temer.

Se estaba retorciendo los dedos cuando la mandaron a llamar al primer piso de la mansión, exactamente al salón de té.

Con el corazón acelerado, Emily bajó por la escalinata y entró al salón de té que se encontraba completamente cambiado.

Habían más luces de lo normal, y las mesas de té y los sillones cómodos y largos habían desaparecido. Ahora solo habían grandes espejos y unos pequeños asientos frente a estos.

Las chicas estaban chillando en un sonido que parecía de alegria pura. Lily se acercó a ella y la cogió del brazo.

— ¿Sabias sobre esto? —le preguntó con una sonrisa reluciente.

— ¿Sobre qué?

— Hoy nos entrevistarán a todas para la revista Corazón de Brujas.

Negó con la cabeza.

— No, no sabía.—respondió, y al instante se sintió más tranquila.

«Si las iban a entrevistar, entonces no había ningún problema, ¿no? Todo estaba bien, y tal vez Draco se había ido a un prostibulo».

Apareció una bruja alta con cabello negro corto y un abrigo de piel largo. Observó el rostro de todas, entonces esbozó una sonrisa.

— Madame Aelin —se presentó ante ellas—. Para mi es un placer conocerlas y ayudarlas a que esta noche se luzcan.

Otras brujas se acercaron a las chicas, indicándoles dónde sentarse exactamente y en qué postura.

Emily se vio al espejo frente a ella; los moretones habían desaparecido de su cara junto a las ojeras que siempre estaban adornando la piel debajo de sus ojos. Tenía un leve brillo en los ojos y las mejillas sonrojadas. Se veía bien.

Una mujer le abrió el cabello y comenzó a cepillarselo mientras que otra le cortaba las uñas de las manos y probaba diferentes esmaltes en ellas.

Emily cerró los ojos y se inclinó más sobre el asiento, relajándose por completo.

Una melodía comenzó a sonar en el fondo del lugar, portándole más alegria al ambiente. Entonces ella se permitió esbozar una pequeña sonrisa.

— ¿Pelo recogido o suelto? —preguntó una de las tantas brujas.

— No sé —respondió con lentitud—. Como quieran.

Sintió algo frío y refrescante sobre el rostro, luego un olor a pepinillos llenó sus fosas nasales.

El lugar estaba llenó de risas, alegria, diversión. Y Emily también se sentía de esa manera, aunque no mostraba mucho.

Estaba bien. Ella estaba bien.

«Draco Malfoy se había arrodillado ante ella, y Elliot Avery la visitaba todas las noches. ¿Qué más podría pedir?»

Después de un rato sintió un toqueteó en el hombro y abrió los ojos.

— ¿Sí?

— Está lista, señorita.—le informó la primera bruja.

Ella se enderezó sobre el asiento y vio su reflejo en el espejo.

Se desconocía. Tenía el cabello recogido y algunos rulos le caían sobre el rostro. Los ojos pintados con Kohl, la hacían ver más atrevida y agraciada. Sus labios de un color rojo y las mejillas en un tono ligeramente rosado y las uñas de sus manos también estaban pintadas de un color rojo.

La bruja a su espalda le dio un giró al asiento y le pidió que la acompañara al fondo del salón. Ella, obediente, se puso en pie y la siguió.

Había una gran hilera llena de ropa, vestidos y zapatos. La bruja se acercó a uno de color negro y se lo entregó.

— El Sr. Malfoy nos ha pedido que luzca este vestido hoy.

Ella asintió, lo cogió y entró a la puerta continua del lugar. Comenzó a quitarse la ropa anterior y vestirse con el vestido de seda negro. Le quedaba un poco flojo, pero al parecer el vestido iba así. Tenía una abertura del lado derecho. Y... ella suspiró al verse de esa manera, vestida y maquillada así.

Cuando salió, la misma bruja le entregó unos tacones negros. Entonces la llevaron a una habitación de gran tamaño, decorada con cosas negras y verdes.

En el centro habían dos asientos y una mesa en el medio de ellos. Y al fondo, del lado derecho, una gran hilera de asientos mientras que al fondo del lado izquierda habían sólo veintiocho asientos, para ellas; para las chicas de la mansión. Algunos ya estaban ocupados, otros estaban aún vacíos. Emily emprendió sus pasos y cogió el último asiento.

Dos chicas giraron a verla y levantaron la mano saludándola: Mía y Caleana.

Ella les devolvió el saludó.

— Te ves espléndida, Emily.

Sintió un bochorno al escuchar el cumplido de Caleana. Odiaba los cumplidos, no se sentía cómoda con ellos.

— No más que tú, Caleana.— se obligó a responder y rezó para que dejaran de mirarla y hablarle.

Después de unos minutos las demás chicas empezaron a llegar. Ophelia y Lily cogieron asiento junto a ella antes que Narcissa entrará en el lugar.

— Buenas noches —dijo, y todas le respondieron—. Esta noche serán entrevistadas para la revista Corazón de Bruja. No es necesario mentir, simplemente respondan las preguntas con sinceridad y amabilidad. Si no se sienten cómodas con alguna pregunta, no den respuestas.—les sonrió y se dirigió a la hilera de asientos de la izquierda.

Pasando los minutos, el lugar se llenó de brujas y magos; todos vestidos con sus mejores galas y sonrisas. Se sentaron y entonces... apareció Rita Skeeter, vestida completamente de negro y una pluma volando cerca de su cabeza.

— Buenas noches a todos —saludó y cogió asiento en el centro de la habitación—. Esta noche estaremos haciendo lo que todos esperaban: ¡entrevistar a las chicas de la mansión Malfoy!

Se escucharon aplausos en todo el lugar y entonces un silencio.

— Empecemos.

La primera en ser entrevistada fue Caleana, que se levantó con elegancia y se dirigió hacia Rita Skeeter. Ambas se estrecharon la mano y entonces volvieron a sentarse.

— Caleana —canturreó Rita—. ¿Qué edad tienes?

— Veintidós.

— ¿Y estás feliz de estar aquí?

La chica asintió con una sonrisa adornando su rostro.

— Es como un cuento de hadas.

— Hmm —tarareó Rita y esbozó una sonrisa malévola—. ¿Tienes mucho contacto con nuestro señor?

Caleana colocó una mano sobre su pierna y parpadeó varias veces.

Emily le quería romper la cara.

— El necesario —respondió con inocencia falsa—. Él es un hombre de pocas palabras, y yo le entiendo. Creo que por eso interactúa tanto conmigo.

— ¿Y se puede saber de qué hablan?

— ¡Ay, Rita! —se tapó la boca con una mano mientras reía—. Son secretos, pero creo que a nuestro señor no le importará si les cuento algo.

— ¡Cuéntanos!

Ella se miró las uñas con aburrimiento y después suspiró.

— Hablamos sobre poesía —dijo—. Hablamos sobre la vida, el futuro y compartimos algunos secretos.

— ¿Y podemos saber los secretos?

— Si quieres que Draco nos torture aquí mismo.—bromeó.

Emily se sorprendió al escucharla hablar con tal ligereza de él. Su corazón dio un vuelco y sus manos comenzaron a sudar.

«Tonta. Tonta. Tonta y estúpida Emily».

La segunda en pasar fue una chica que hablaba menos que Emily. Era la más seria de la mansión, incluso más que Ophelia.

Las preguntas fueron las mismas, aunque la chica se limitó a dar respuestas cortas y frías.

Emily se estaba congelando mientras escuchaba los relatos de las chicas, y también se sentía una estúpida cada que alguién mencionaba «qué tan cercanas eran a él».

Los párpados comenzaron a pesarle y, ella quiso tener algo de comer para concentrarse en el sabor de la comida y no en el tono de voz de las chicas.

Ophelia se levantó y se dirigió hasta Rita.

— ¿Ophelia, es así?

— Correcto.

— Cuéntanos sobre tu estadía en la mansión.

— Es muy agradable.

— ¿Has hecho amigas?

— Algunas —dijo y sus ojos se dirigieron a Lily y Emily—. Otras son muy odiosas para querer establecer una amistad con ellas.

Rita rió y la miró a través de sus pestañas; una mirada felina.

— ¿Dime, Ophelia, alguna vez se han peleado las chicas de la mansión?

Ella arqueó una ceja.

— No, las reglas son estrictas, y no pelear es una de ellas. Todas nos respetamos.

Se escuchó una risa burlona proveniente de Rose.

— ¿Y Draco? ¿Interactuas mucho con él?

— Malfoy y yo nos conocemos de hace mucho —encogió un hombro y se relamió los labios—. Cuando hablamos lo hacemos como personas que se conocen y tuvieron una pequeña amistad.

— ¿Y romanticismo?

— Eso es privado, Rita.

— Estamos aquí para eso, Ophelia. Para hablar sobre su cercanía con Draco.

— No tengo mucho que decir. Él es un hombre frío y distante, no le gusta mucho el afecto en público y odia hablar mucho.

Después de Ophelia, la siguiente fue Rose.

Emily se enderezó, lista para escuchar la mierda saliendo de los labios viperinos de esa mujer.

— Rose Avery, un gusto conocerte por fin.

— Lo mismo digo.

— El mundo mágico apuesta que serás la próxima señora Malfoy.

— Hay que dejar esa decisión en manos de nuestro próximo ministro.

— ¿Eres cercana a él? Sabemos que tu hermano trabaja con él, y que sus familias son cercanas.

— El señor Malfoy y yo siempre hemos sido muy unidos. Nos conocemos hace mucho, nuestras familias son muy cercanas —sonrió—. Y de alguna u otra manera, siempre tuve una conexión personal con Malfoy.

— Interesante. ¿Crees que cometió un error a traer a treinta y seis, ahora veintiocho chicas, aquí para escoger esposa?

— Él no comete errores. Así que mi respuesta es no.

— ¿Pero si ustedes se conocen y tienen una conexión, por qué no te eligió a ti como esposa?

— Tendrá sus razones.

— ¿Qué tan cercanos son?

— Pues... de vez en cuando tenemos nuestros encuentros...muy cercanos.

La gente rió y el sonido llenó el lugar.

— ¿Se han besado?

— Es irresistible no querer besarlo.

— ¿Eso es un sí?

— Claro que sí —dirigió una mirada llena de odio hacia Emily, y después achicó los ojos—. Hasta me pegaron como a una muggle por hacerlo.

— ¿Cómo? ¿Una de las chicas te pegaron por besar a Draco?

— Sí —chilló—. Una chica bajita de cabello negro, nada agraciada, se enteró que él me besó, y se puso como loca. ¡Vino a buscarme para pegarme! —mintió descaradamente.

Emily hizo rechinar los dientes. Quería pegarle otra vez. Quería arrancarle esa sonrisa arrogante.

— Gracias por tus respuestas, Rose.

Ella asintió y se puso de pie. Entonces llamaron a Emily.

Cuando se sentó y miró a la bruja de cabello rubio frente a ella, aún la furia rugía en su interior.

— Emily Cresswell —ronroneó—. La mestiza que le dio vuelta al mundo mágico.

— Algo así.— respondió ella.

— Entonces, Emily, ¿valió la pena entrar en la mansión? ¿Draco te presta mucha atención?

Tragó duro y sopesó su respuesta.

— Me presta toda la atención del mundo.—confesó.

— ¿Te atreverías a decir que eres su favorita?

— Sin dudarlo dos veces.

Estaba siendo una perra arrogante, pero no le importaba. Todas lo habían sido. Todas habían respondido igual.

— Ya veo por qué le gustas. Eres igual de arrogante que él.

— Cuando pasas con una persona tanto tiempo, se te pegan sus modales.

— En eso tienes razón. ¿Hubo beso?

— ¿Es obligatorio responder?

— No si no quieres —sonrió—. Emily, sabemos que tú y otra chica más son las únicas mestizas de la mansión, ¿cómo te sientes con eso?

— No es algo que me avergüence. Si al Sr. Malfoy no le importa, a ustedes tampoco les debería importar.

Observó como Rita se movía incómoda sobre su asiento. Volvió a esbozar una sonrisa, pero ésta fue una llena de incomodidad.

— Toda la razón —dijo—. Fue un gusto hablar contigo.

Sin despedirse, Emily se puso en pie y salió del lugar. No quería estar otro minuto allí, tampoco escuchar los relatos de las chicas.

Quería vomitar y quitarse el estúpido vestido de encima.

Corrió hasta su habitación, se encerró en ella y comenzó a desvestirse. Se vistió con lo primero que encontró y se entró al baño.

La cajetilla de cigarrillos temblaba en sus manos mientras ella trataba de abrirla y coger un cigarro.

Cuando por fin lo logró, le prendió fuego y se deslizó hasta el suelo frío.

Le dio tantas caladas como pudo. Hasta que se sintió más relajada, más suelta y el cuarto de baño giró a su alrededor.

Entonces se preguntó, «¿escogía él los vestidos para todas las chicas? ¿Las trataba igual que a ella? ¿En cuántos coños había estado su lengua?».

Echó la cabeza para atrás mientras llevaba el cigarro a sus muslos y lo colocaba levemente sobre su piel. Sintió un ardor, después un alivio le recorrió el cuerpo entero.

Antes de levantarse y tirar el cigarro, bajo la mirada y vio la nueva herida sobre el interior de sus muslos: roja, en carne viva.

Dormía plácidamente en su cama, con las almohadas a su alrededor y la calidez envolviéndole el cuerpo cuando sintió la boca seca.

Maldijo varias veces en camino a la cocina y cuando sintió una ráfaga de viento golpearle la cara.

Llevó el vaso de agua a sus labios y le dio un gran trago, para después dejarlo nuevamente sobre la barra de granito y dirigirse a la calidez de su cama.

Sentía el cuerpo pesado, aún estaba somnolienta.

Cuando apoyó el pie sobre el primer peldaño de la escalera, escuchó un pequeño estruendo y un sonido sordo como cuando cae algo al suelo.

Dio un brinquito y buscó su varita, pero no la llevaba. Nunca llevaba su varita cuando iba a la cocina a beber algo.

Volvió a maldecir entredientes, dispuesta a correr a su habitación. Pero entonces escuchó un quejido, una voz varonil y un gritó ahogado.

Con el corazón desbocado, bajó el pie de la escalera y se dirigió hacia ese sonido que venía de la entrada de la mansión.

Con cada paso que daba, su corazón se aceleraba aún más y sus manos se mojaban en sudor frío.

Cuando llegó a la puerta, vio que no había nadie ahí. Entonces escuchó otro golpe y giró la cabeza.

Con pasos rápidos se acercó al despachó de Draco, y lo vio sobre el suelo; con la ropa en pedazos y la cara ensangrentada y golpeada.

Dejó salir un chillido y se arrodilló junto a él.

— ¿Qué pasó?

Él gruñó.— Ayúdame.

— ¿Cómo?

— Levántame.

No estaba segura si podía aguantar su peso, pero lo intentó. Lo cogió de los brazos y lo ayudó a ponerse en pie. Él se impulsó hacia arriba y logró mantenerse en pie mientras entraban en su despacho. Le dio un puntapié a la puerta y la cerró.

Entonces Draco se dejó caer sobre el asiento más cercano a él, con un gruñido. El despacho estaba en penumbras, a excepción de la escasa luz que les proporcionaba la luz sobre el cielo.

— ¿Qué pasó? —repitió.

— Potter.—respondió con la voz ahogada.

Ella sacudió la cabeza, saliendo del trance que la envolvía y se acercó a él.

— Dame tu varita.

— ¿Para qué?

— Para ayudarte.

— No se lo tomes a mal —colocó una mano sobre su estómago y gimió de dolor—, pero no confío en sus habilidades de sanadora.

— Tendrá que hacerlo.—presionó.

Con otro gemido, Draco alzó la cadera para permitirle a Emily sacar la varita de su bolsillo trasero.

— ¿Usted no tiene varita?

Ella negó.

— ¿Sabe qué es peligroso andar a estas horas sin varita?

— Fui por un vaso de agua.—dijo ella mientras se mordía el labio inferior y le levantaba la camisa blanca ensangrentada.

— Hmm —trató de tararear, pero se escuchó más como otro gemido de dolor—. Traviesa.

Arrogante.—replicó.

Emily tenia algunos —pocos— conocimientos sobre cómo curar a una persona. Su madre le había enseñado lo importante cuando ella era pequeña, y aunque nunca curó más que un pequeño raspón de rodilla, esperaba que sus hechizos lo pudieran ayudar a él.

La herida no era profunda, sin embargo, seguía sangrando y tenía un aspecto terrible. Al igual que Draco, que estaba más pálido que de costumbre y tenía varios golpes sobre la cara.

— Trataré de sanarte esta herida —informó con voz queda—. Las otras son muy superficiales, así que no necesitan tanta atención como esta.

Él asintió.

Cuando vio la varita de saúco, los recuerdos la inundaron. Sin embargo, ella trató de alejarlos. Los mandó al interior de su cabeza y se concentró en curarlo.

Poniendo la varita a una distancia prudente comenzó a murmurar los hechizos que su madre le había enseñado. Cada uno de ellos pronunciados con la mayor claridad posible. Hasta que vio como su piel se volvía a unir y la sangre cesaba.

Agradeció al cielo. A Merlin, a Salazar, a todos los dioses.

Cuando lo miró a la cara, se dio cuenta que él ya la estaba viendo directamente. Estaba viendo hacia su labio inferior que seguía entre sus dientes.

Ella se aclaró la garganta y se puso de pie.

— He hecho lo que pude —explicó con la voz ronca—. Encenderé la luz para que pueda echarle un vistazo.

— No, no la enciendas.

— ¿Por qué?

— Me duele la cabeza —admitió, humedeciendo sus labios secos y rotos—. Sé que ya hizo mucho por mi, pero le pido que me acompañe hasta habitación, por favor.

Ella asintió y volvió a acercarse a él. Echó uno de sus brazos sobre su hombro y lo impulsó hacia arriba.

Comenzaron a caminar sobre la fría y oscura mansión. Subieron lentamente cada peldaño hasta llegar al tercer piso y entrar en su habitación.

Esa vez, él prendió la luz. Y Emily pudo ver qué tan mal se veía Draco. El labio cortado con sangre seca sobre el. El ojo hinchado moreteado, varios rasguños sobre la cara, sangre seca sobre la piel pálida de sus manos y sobre la camisa blanca.

— Gracias —dijo y se acercó a ella—. Me salvó la vida.

— Es algo que todos harían.

— No todos.—corrigió.

Su respiración se mezclaba. El olor de Draco —a sangre seca, sudor y suciedad— llegó hasta su nariz, y a ella no le importó, inspiró hondo.

Ella se puso de puntitas, dispuesta a probar sus labios. Dispuesta a fundirse en su boca, a perder la cabeza con él.

Draco acarició con su nariz la nariz de Emily. Inspiró hondo, cerró los ojos y se inclinó para dejar solo un pequeño beso sobre su mejilla.

— Mañana la recompensaré.— fue lo único que le dijo.

Ella, sintiendo la vergüenza crecer en su interior y las mejillas ardiendole, se separó y volvió a su habitación.

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