009
Emily. 𝔱𝔢𝔫𝔢𝔟𝔯𝔦𝔰. 𝐿&𝒟.
— Gadea Davies — se presentó la mujer de cabello rubio y estatura media—. Las artes oscuras son numerosas, variadas, cambiantes e ilimitadas. Combatirlas es como luchar contra un monstruo de muchas cabezas al que cada vez que se le corta una, le nace otra aún más feroz e inteligente que la anterior. Están combatiendo algo versátil, mudable e indestructible. Así deben ser ustedes a la hora de batirse en duelo
La mano de Emily empuñó la varita por debajo del pupitre. Tenía unos cinco minutos en clase, y ya quería salir y subir nuevamente a su habitación.
Los ojos de la mujer se paseaban por cada chica que se encontraba en aquel salón mientras apuntaba cosas.
— Hace años atrás, las artes oscuras eran consideradas como corrupción por quiénes la utilizaban. Ahora, gracias a nuestro antiguo señor Voldemort, y a nuestro príncipe de la oscuridad, Malfoy, las artes oscuras se consideran importantes en el día a día de cualquier mago y bruja; es por ello que estoy aquí, para enseñarles a poner en práctica sus habilidades y crecer como brujas.
«Príncipe de la oscuridad.» estuvo a punto de bufar.
Emily se frotó un ojo mientras bostezaba, sintiéndose completamente cansada, dado que la noche anterior no había logrado pegar un ojo en toda la noche. Su mente le jugó mal y comenzó a rememorar todas las cosas malas que habían pasado desde la última guerra mágica; las muertes de sus seres queridos, la desesperación dado la incertidumbre, el temor y el terror que les causaba hasta la mínima cosa.
— Pero no nos adelantemos — sonrió a todas las presentes —. El día de hoy aprenderemos a hacer una poción oscura. La poción de la desesperación.
— ¿Para qué sirven las pociones oscuras? — preguntó una bruja de cabello azabache, mordiendo la pluma.
— Las pociones oscuras, son aquellos brebajes que tienen el fin de dañar, matar o degradar a otra persona, sea física o mental, por un fin oscuro.
— ¿Y esa poción en especifico? ¿Para qué sirve?
— Es una poción la cual no se puede tocar, desvanecer, transfigurar, o encantar, y la única forma de eliminarla es bebiéndola. Pero, al hacerlo, esta no solo te deshidrata garrafalmente, sino que provoca ardor, además de hacer ver a la personas imágenes terribles que le hacen gritar su propia muerte.
— Interesante.— musitó la antes mencionada, escribiendo todo sobre el pergamino.
Minutos después, las treinta y seis chicas tenían un caldero frente a ellas y un libro sobre pociones. Habían hecho grupo de dos personas y estaban siguiendo las instrucciones que estaban escritas sobre el papel de aquel libro.
Emily se abstenía a participar, simplemente asentía a las instrucciones de Lily, y obedecía. Pero sinceramente, si en algún futuro ella tendría que hacer una poción de la desesperación por si sola, no sería capaz.
Con su varita comenzó a revolver la poción hasta que ésta cogio un color cristalino y desprendía un olor poco peculiar, el cual llenó todo el lugar.
No era muy fuerte, sin embargo, a Emily le picaba la nariz debido al olor, y al parecer no era a la única que le daba picazón.
Se pasó el dorso de la mano varias veces por la nariz y dio un pequeño estornudo.
— Joder.— masculló en voz baja.
Cuando todas anunciaron que tenían su pócima ya lista, Gadea aplaudió y se acercó a cada una de ellas; ladeando la cabeza y asintiendo en ocasiones.
— Bueno, es hora de ponerlas a prueba, ¿no? — sonrió nuevamente.
Hasta ahora, Emily había atribuido la sonrisa de aquella mujer como una amistosa, emocionada tal vez, pero ahora era diferente; sus ojos brillaban con intensidad y con hambre cada vez que hablaba sobre las artes oscuras y, claro, cada que las ponía en práctica.
Chasqueó los dedos y segundos después aparecieron, exactamente, treinta y seis hombres. Todos vestidos con prendas sucias, rotas y algunas malolientes.
El corazón de Emily pegó un brinco al ver aquella escena. Al tener treinta y seis hombres delante de ella, junto a treinta y seis mortifagos a sus espaldas, reteniéndolos.
Tenían la cabeza gacha, el rostro sucio y las manos esposadas a sus espaldas. Parecían estar en un trance.
— Muggles.— informó Gadea sin dejar de sonreír. Se acercó a ellos y levantando su varita les echó un hechizo, el cual los hizo volver a la realidad.
De inmediato los hombres levantaron la cabeza. Ahora tenían una expresión temerosa, sus ojos derrochaban ansiedad y desesperación. A algunos les temblaba la barbilla y a otros les temblaba el cuerpo completo.
— Para comprobar si han hecho un buen trabajo, debemos tener a los muggles espabilados y presentes, ¿no? — se burló—. Por favor, que el primer grupo dé un paso al frente y haga beber al muggle su pócima. Si este se resiste, deberá usar un hechizo para obligarlo a ceder.
— Lily, vamonos.— musitó Emily, temerosa.
— No podemos.
— Sí podemos. Vamos, por favor.— rogó.
— Emily, cállate.
— Lily, esto es malo. Hay que irnos.
— No, no me iré, Emily.
— ¡Esto es completamente injusto!
— Srta. Cresswell — Gadea captó su atención—. ¿Tiene algo qué decir a la clase?
— Sí.— alzó la barbilla, sin dejarse intimidar.
— Estaríamos felices de escucharla.
— Pienso que esto es completamente innecesario.
— ¿El qué? — arqueó una ceja, retándola a continuar.
— Recrear una pócima oscura para después probarla en gente, cuando es obvio que, podemos comprobar su funcionalidad en otras cosas.
—No sabía que era una experta en pócimas, Srta. Cresswell, pero por favor, ilumíneme. ¿Exactamente en qué podemos comprobar la funcionalidad de la poción?
¿Sabía? No, no tenía ni idea cómo podrían comprobarlo sin tener que usar a otros seres humanos, pero tampoco estaba dispuesta a dar su brazo a torcer. No tenía conocimiento, no sabía y era una completa ignorante, pues no había asistido a Hogwarts, y lo poco que sabía lo había aprendido de sus padres.
— No sé, debe haber otra cosa que puedan usar.
— No, no la hay — le sonrió —. Y agradecería que se quede callada cuando no aporte nada bueno, pues no veo que nos haya ayudado en algo y para demostrarle eso, ¿por qué no da usted un paso al frente y pone a prueba su pócima?
— No es mi turno de hacerlo.— replicó.
— Qué bueno que yo soy la profesora y puedo cambiar las reglas, ¿cierto? — chasqueó la lengua y ladeó un poco la cabeza —. Por favor, Srta. Cresswell, dé un paso al frente con su pócima y verifiquemos si ha hecho bien su trabajo.
— Me niego a hacerlo.
— Lástima, pues tendrá que hacerlo.
Sintió la mano de Lily posarse sobre su espalda baja e instándola a caminar hasta adelante. Al principio se negó, pero cuando vio que no tenía opción, no pudo hacer nada más.
Las manos le temblaban con la pócima, su corazón estaba acelerado y sentía una una capa fría de sudor sobre la frente.
— Dale la pócima.— ordenó.
Emily miro al hombre delante de ella, cuyos ojos estaban anegados en lágrimas y su labio inferior temblaba con agresividad. El hombre negó varias veces con la cabeza, en una petición silenciosa.
— Por favor.— musitó Emily.
— ¡Por Salazar! — exclamó la mujer —. Oblígalo a hacerlo o de lo contrario te obligaré yo a ti.
Emily volvió a acercar el frasco de pócima hacia la boca del muggle, pero él no colaboraba. Se negaba y desviaba la mirada cada vez que sentía el frío del vidrio sobre sus labios.
Lo último que escuchó antes de caer en un trance, fue el siseó de una maldición usada contra ella.
Su mente desconectó de su cuerpo y sus manos reaccionaban por sí solas. Se sentía como si estuviese flotando y toda preocupación y pensamiento desaparecieron de su mente.
Acercó nuevamente el frasco a la boca del muggle mientras que con la otra mano apuntaba hacia él y conjuraba otro hechizo de inmovilidad, para así permitirle mayor facilidad al verter el contenido en la boca del muggle.
El muggle comenzó a gritar y a patalear. Comenzó a lloriquear y a sollozar con fuerza y agresividad mientras uno de los mortifagos lo soltaba y él caía al suelo.
Cuando Gadea dejó de ejercer presión sobre su varita y dejó salir a Emily del hechizo; dejó salir una gran bocanada de aire y se llevó la mano al pecho.
Fijó la vista sobre el hombre que yacía sobre el suelo, lloriqueando como un niño pequeño y balbuceando cosas sin sentido.
— Bueno, felicidades — palmeó el hombro de Emily —. Su pócima ha sido todo un éxito.
Las lágrimas picaron en sus ojos, empuñó las manos y salió del salón sin ver atrás.
Sus pasos hacían eco sobre todo el vestíbulo mientras se aproximaba a la primera puerta en su camino.
Colocó la mano sobre el frío pomo y lo giró, abriendo la puerta y entrando.
Era una pequeña oficina. Tenía un asiento de cuero, una mesa larga y un ambiente pesado, llenó de magia negra.
Le importó poco, pues se desplomó sobre el asiento más cercano a ella y cerró los ojos tratando de calmarse y estabilizar su respiración.
Hizo largas y profundas respiraciones, hasta que se sintió calmada y volvió a ponerse en pie. Sus ojos viajaron por todo el lugar y unos retratos captaron su atención.
Se acercó sigilosamente y pasó las yemas de los dedos sobre el marco, para poder voltearlo y echarle un vistazo.
«Claro, la oficina de Malfoy.»
Sintió una pizca de culpa por estar en un lugar tan privado e íntimo, pero no duró mucho.
«¿Por qué tendría que respetar su privacidad cuando él se colaba por su habitación sin siquiera tocar la puerta?»
Se encogió de hombros y acercó más la cara para observar las fotos en movimiento.
La primera era de un Draco con el rostro más joven y los ojos brillosos. Tenía una sonrisa plasmada en su cara y estaba junto a tres personas. Una mujer de cabello negro muy corto, ojos grandes de color verde y nariz respingada, muy guapa. Habían otros dos hombres junto a él. Uno de tez morena y ojos oscuros y el otro de tez blanca, con ojos claros, aunque no se admiraba muy bien el color. No podían tener más de catorce años, pues se veían muy jóvenes y muy alegres.
El siguiente retrato mostraba a un Draco más mayor, una Narcissa mucho más joven, otra mujer de cabello rizado negro y ojos hundidos y un hombre rubio con cabello largo. Lucius Malfoy. Era una foto familiar, así parecía. Todos tenían el semblante serio y la mirada altiva. El menor de los Malfoy estaba sentado y sus padres estaban a su lado junto a esa mujer de cabello negro, todos viendo al frente, esperando por la foto.
«¿Tenía novia? ¿Alguna vez se enamoró?» Con eso en mente y, la culpa creciendo en su interior, se dispuso a buscar más cosas sobre Draco.
Abrió los cajones, buscando algo más. Fotos o algo que le diera más pistas sobre quién era Draco Malfoy detrás de esa máscara fría.
Cuando escuchó la manija girar y la puerta rechinar, se dejó caer rápidamente sobre el sillón y cubrió su cara con las manos, dejando salir pequeños chillidos de sus labios rojizos.
— ¿Cresswell?
Al escuchar su apellido salir de aquellos labios, levantó la cabeza y se encontró con Malfoy.
Su ceño estaba pronfudizado, fruncido, al igual que sus labios y en sus ojos había una chispa de curiosidad.
— Oh, lo siento.— se disculpó y se limpió los ojos, aunque no había nada que limpiar.
— ¿Qué haces aquí?
— ¿Está prohibido el paso?
— Sí.
— Lo lamento. Yo solo buscaba un lugar a donde ir, me sentí muy abrumada en la clase de hoy, me hicieron cometer cosas en contra de mi voluntad y yo... yo me sentí muy mal — se puso en pie y dejó caer las manos a sus costados de manera dramática —. Yo no sabía que era su oficina, pues no entraría si fuese así. Le pido disculpas.
Draco frunció el ceño aún más, pues nunca había escuchado hablar tanto a Emily. Lo único que él no sabía era que, Emily hablaba tanto solo cuando mentía y se sentía atrapada.
— Está bien — repuso —. Yo no he dicho nada.
— Sí, lo sé, pero yo-
Draco levantó la mano, prohibiéndole seguir hablando.
— Emily — dijo. Y su nombre se escuchó celestial cuando abandonó los labios rojizos de Draco —. No he pedido explicaciones.
Ella asintió y emprendió sus pasos.— Nos vemos.— dicho eso, salió.
Al ver el gran reloj de oro que adornaba una de las paredes del vestíbulo, se dio cuenta que era hora de la comida y se dispuso a ir.
En el comedor ya se encontraban todas las chicas, algunas ya habían empezado a comer, otras comían mientras charlaban.
Emily se acercó a su asiento de siempre y se dejó caer.
— ¿Dónde te metiste? — preguntó Lily.
— Necesitaba aire fresco.
— Estás exagerando las cosas, Emily.
— ¿Lo estoy haciendo? — preguntó con sarcasmo, a la vez que le daba un mordisco a la carne.
— Y mucho. No es para tanto, Emily. Solo tenías que darle la pócima al muggle.
— Lo habrías hecho tú, entonces.
— Lo hubiese hecho, pero te lo pidieron a ti.
— ¿Por qué actúas así?
— ¡Porque las cosas han cambiado!
— Nada ha cambiado — espetó en voz baja —. Te desconozco, Lily. Esas personas, esos muggles, cuentan con los mismos derechos que nosotras.
— Pero al fin y al cabo son solo eso... muggles.
— Son personas. Como tú, como yo, como cada chica que se encuentra aquí. No estoy exagerando las cosas, tú les estás quitando importancia. Y no por eso tengo que cambiar mi forma de pensar, porque no lo haré.
— Necesitas una poción para los nervios.— fue lo único que dijo antes que la puerta se abriera y Draco entrará al lugar con pasos firmes.
El comedor quedó en completo silencio ante la presencia de Draco, el cual cogió asiento a la cabecera del comedor y sin mirar, ni saludar a nadie, se sirvió carne y patatas.
— Buenas tardes, Draco.— saludó su madre desde su lugar.
— Buenas tardes, madre.
El oro de sus anillos brillaba con intensidad, atenuando el plata de la vajilla.
Minutos después, un elfo entró al lugar y le entregó un periódico a Narcissa.
Los ojos de la mujer se paseaban por cada línea, leyendo el periódico con atención. De un momento a otro, levantó la cabeza y dejó El Profeta abruptamente sobre la mesa. Se puso en pie, dirigió una fría mirada a su hijo y negó con la cabeza.
— Esto es el colmo, Draco Lucius.— dicho eso, la mujer pálida salió del comedor sin mirar atrás.
Emily esperó unos segundos antes de levantarse e ir por el periódico. Volvió a su lugar y se dispuso a leer.
En la primera plana no había ninguna cosa que le pareciera grave a Emily. Solo algunas nuevas tiendas en el callejón Diagon. Siguió pasando las paginas de El Profeta, hasta que algo llamó su atención.
Una foto en movimiento ocupaba mitad de la página y el encabezado decía, 'Mestizos muertos por robo'.
Siguió leyendo, cada palabra, cada sílaba, buscando por un nombre conocido.
El Profeta.
El día de ayer tres mestizos han muerto a manos de nuestro príncipe de la oscuridad, Draco Malfoy.
Al parecer los tres mestizos fueron encontrados robando comida de una casa de Sangres Pura.
Antes de morir pidieron piedad y rogaron por su vida, pues aseguraban tener una familia que mantener. Sin embargo no les sirvió de mucho.
Los mestizos son reconocidos como:
Adam Jones, de 24 años.
David Williams, de 23 años.
Y Thomas Cattermole, de 25 años.
Emily parpadeó, se frotó los ojos y volvió a releer los nombres; negándose a creerlo.
Cuando volvió a leer el nombre de Thomas, dejó el periódico sobre la mesa, se levantó y se marchó.
Sus pasos eran rápidos, torpes. Las lágrimas corrían sobre sus mejillas y su corazón dolía más con cada segundo.
Cuando salió al jardín, se dejó caer sobre el pasto y se permitió sollozar en silencio.
Sollozó por la muerte del que era su amado. Sollozó por la muerte de aquellos tres chicos que luchaban por mantener a sus familias a flote. Lloró, pataleó y sollozó.
Sentía un gran peso sobre el pecho, se sentía asfixiada, sin aire, ahogada; como si estuviese en el fondo del mar sin poder salir.
— ¿Y ahora por qué llora, Srta. Cresswell?
Se puso de pie y giró sobre sus talones, viendo con odio y rencor a aquel hombre alto, rubio de tez pálida y sin corazón.
— ¡Eres un monstruo! — gritó —. ¡Un enfermo!
— ¿Eso me tiene que afectar? — se burló.
— Sí, porque un día pagará todo el dolor que ha causado.
— Poco me importa — se encogió de hombros —. A usted tampoco le debería importar, ya que me odia tanto.
— ¡Ha matado a gente inocente!
— ¿Inocente? — repitió con burla —. ¿Las personas que roban son inocentes?
— Tienen una familia.
— Que trabajen. Cada día hay más negocios en nuestro mundo, ¿por qué no piden trabajo?
— ¡Le han robado a personas sin necesidad! — exclamó, sintiendo un ardor recorrer su garganta.
— Les he dado la oportunidad de salir adelante, pero ellos han decidido robar, Emily. ¿Tanto te cuesta aceptar que eran unos criminales?
— ¡Déjeme ir! ¡Déjeme volver a casa!
— No.— curvó los labios hacia abajo.
— ¿Qué pinto yo aquí?
— Es placentero tenerla aquí.
— ¿Por qué? — se limpió una lágrima que se desplazaba por su mejilla —. ¡Déjenos ir!
— ¿Por qué habla en plural?
— ¿Qué quiere de mi? — cuestionó—. ¿Qué puedo hacer para que me deje ir?
— Es simple, acuéstese conmigo.— soltó, como si nada; relajado.
Abrió los ojos con sorpresa, sus labios se entreabrieron y dejó salir un sonido de sorpresa.
— He estado perdiendo el tiempo con usted. Cerré toda una calle solo para encontrarla y he estado reteniendo a otras treinta y cinco chicas solo para ver si tenía un atisbo de oportunidad con usted. He estado dispuesto a contraer matrimonio con usted, porque me atrae de una manera obsesiva, tanto que haría todo por hacerla mía, así fuera solo por una noche.
»Y si observa bien, tengo a otras chicas esperando por mi, y yo solo le he puesto atención a usted. He tratado de hacerla sentir cómoda y lo único que he recibido a cambio fue odio, rencor y groserias de su parte. Simplemente le pido una noche y es libre de irse, para así yo poder contraer matrimonio con alguna de esas chicas.
— ¡Es un cerdo! — gritó —. ¡Un egoista y un enfermo!
— ¿Pero acepta o no? — dejó salir una risita cínica —. Ya veo, eres de las que se quieren casar antes de perder la virginidad, ¿no? — puso los ojos en blanco con fastidio —. Si es así, dígamelo y lo resolveremos juntos, así todos ganamos. Usted pierde su virginidad y yo asciendo al puesto de ministro.
Emily se acercó a él, levantó la mano derecha y golpeó la mejilla del rubio con fuerza.
La mirada que le devolvió era de odio puro. Odio y rencor. Se humedeció los labios y se llevó la mano a la área adolorida.
— Pronto me rogarás por un maldito orgasmo, Emily Cresswell.
— Jódase, príncipe de la oscuridad.— hizo una exagerada reverencia y antes de marchar, vio la media sonrisa que se asomó sobre el rostro de Draco.
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