008
Emily. 𝔬𝔡𝔦𝔲𝔪. 𝐿&𝒟.
Phia aparecía, le pedía que bajara y después desaparecía nuevamente. Emily le había pedido múltiples veces a Phia que se quedará con ella, porque estaba muy aburrida y no tenía planeado bajar, pero la elfina solamente se reía nerviosamente como acostumbraba hacerlo y, con un chasquido de dedos, desaparecía. Ni siquiera se tomaba la molestia de responderle, y Emily maldijo mil veces a Draco por eso.
Dos golpes en su puerta la hicieron sobresaltarse y salir de la nube en la que estaba.
— Abierto.— dijo, totalmente nerviosa.
Sus manos ya estaban empezando a sudar y su corazón martillaba con fuerza dentro de su caja torácica.
Cuando la puerta se abrió y pudo ver a su amiga Lily en el umbral, no supo si sintió alivio o decepción.
— Hola — saludó y le sonrió —. No te he visto en todo el día y quise ver cómo estás.
— Estoy bien. ¿Qué tal tú?
Ella cerró la puerta tras su espalda y se dejó caer sobre la cama de Emily.
— Muy bien — suspiró y se recostó sobre su espalda —. Es decir, muy, muy bien. Draco ha estado en el desayuno con nosotras, también en el almuerzo.
— Oh, eso está bien, ¿eh?
— No habla mucho, es muy serio — se encogió de hombros mientras cogia un mechón de su cabello y lo envolvía con su dedo —. Pero supongo que está bien porque no me quitó los ojos de encima en todo el día.
— Ah... mira, eso es bueno.
— Más que bueno, ¡es excelente! No ha mostrado interés en ninguna chica más que en mi, y Narcissa también lo ha notado, pues me lo ha dicho.
— Te lo mereces.
— Lo sé, ¿cierto? — giró para estar sobre su pecho y colocar las manos bajo su mentón —. ¿Me veré guapa junto a él?
— Muy guapa.— aseguró Emily.
— Hoy le hemos escrito a nuestros padres — informó mientras buscaba algo en el bolsillo de su pantalón —. Y pensé que tú también querrás escribirle a los tuyos.
Le tendió un pergamino y con su varita conjuró tinta fresca.
— Gracias, Lily.
Chasqueó la lengua.— No es nada.
Cogió el pergamino y mojó la pluma en la tinta para después disponerse a escribirle una corta carta a sus padres.
— ¿A quién debo entregársela?
— A Ursula.
— ¿Quién es ella?
— La mujer de cabello rojo.
— Bien.— la dejó doblada sobre la mesita auxiliar y dejó salir un largo suspiró.
— Mily, no seas tan dura contigo misma.
— ¿De qué hablas?
— Todas sabemos la razón por la cual estás encerrada en tu habitación, desde ayer.
— ¿Ah, sí?
— No te servirá de nada discutir con Draco, ganarte un castigo y después hacer el berrinche de quedarte más tiempo en tu habitación. Además, necesitas comer...— recalcó las últimas palabras.
— Phia me ha traído las comidas a la habitación.— informó.
— Y Phia le ha informado a Draco en medio del almuerzo que no has tocado ninguna de las comidas que te trajo.— arqueó una ceja acusadora.
— Mira que tengo — cambió el rumbo del tema, inclinándose y cogiendo el libro que yacía sobre la mesa auxiliar —. ¿Qué te parece si leemos un poco?
— Hemos leido Orgullo y Prejuicio diez veces — dijo y le quitó el libro de las manos —. Y no evites el tema.
— No hay razón para evitarlo.— dijo, luciendo totalmente inocente mientras ponía ambas manos en alto.
— ¿Entonces por qué lo evitas?
— No lo hago. Simplemente no quiero hablar de ello. ¿Podemos, o me obligarás a hablar sobre el tema?
— No — su tono bajo —. No lo haré. Lo siento.
— Bien, gracias.
— ¿No te gusta Draco ni un poquito? — inquirió.
— No.
— ¿Ni poquitititio?
— No, Lily. Es una persona arrogante, muy egocéntrica y malvada.
— ¿Y eso qué tiene de malo? — meneó las cejas de arriba a abajo —. Si es arrogante es porque sabe que está buenísimo, y si es malvado es por algo. Nadie es malvado sin una razón.
— Eso no justifica sus actos.
— Ay, pues yo no sé, pero a mi me encanta tal cual es. Es apuesto, alto, con hombros anchos y unos ojos de muerte.
— Y mata a gente inocente...
— Y seguro tiene un gran pene.
— ¡Lily, por Merlin!
— ¿Qué? — humedeció sus labios.
— ¡Por Merlin! — exclamó —. Respeta su privacidad.
— ¿Cuál privacidad, Emily? Estoy seguro que él habla sobre nuestros pechos con... No sé, ojalá no sea con Snape.— dijo y ambas rieron.
— Eso sería turbio.
— Y nada agradable.— coincidió.
— Pero igual, no deberías hablar sobre el tamaño de su coso con tal ligereza.
— ¿Sabes qué? — preguntó y se puso en pie —. No quiero que me contagies de tu amarga actitud, así que me voy.
Se quedó boquiabierta tras las palabras de su amiga. Observó como la rubia salía de su habitación y pegaba un portazo al cerrar la puerta.
♱
El cielo oscureció al pasar las horas. Ahora la habitación se sentía un poco fría y el silencio era abrumador.
Acomodó las almohadas alrededor de su cama después de tomar una ducha y vestir una pijama.
Aunque hacia un poco de frío, eso no evitó que Emily se vistiera con unos pantalones cortos de algodón y una playera de tirantes.
Vio el reflejo de su figura en el espejo de cuerpo completo que se situaba en el rincón de su habitación y subió las manos a sus curvas mientras ladeaba la cabeza.
Era cierto lo que Rose Avery había dicho sobre ella en el desayuno. No era una chica muy agraciada que digamos, no era ni la mitad de bonita de lo que eran todas las chicas que se hospedaban en la mansión.
Su cuerpo no tenía las curvas más definidas, tampoco los pechos más grandes y bonitos; tenía unas piernas regordetas y las estrías adornaban la piel de sus muslos. Y algunas que otras cicatrices eran visibles en el interior de sus piernas.
Era una chica sencilla, con cabello negro, ojos castaños y un cuerpo común y corriente.
La puerta de su habitación se abrió sin previo aviso, haciendo que Emily se sobresaltará por segunda vez en la noche. Giró la cabeza abruptamente y se encontró con un hombre alto de cabello color arcilla y ojos verdes, casi oscuros; algunos círculos negros se posicionaban bajo sus ojos, dándole un aire de misterio.
El hombre ladeó la cabeza hacia la izquierda y entrecerró los ojos mientras una sonrisa se asomaba en su rostro y asentía con la cabeza.
— Hola.— soltó como si nada.
— ¿Quién eres?
El pánico se activó en Emily, e instintivamente, dio dos pasos hacia atrás mientras cruzaba los brazos sobre su pecho, tratando de ocultar sus pezones los cuales estaban erectos por el frío aire que se colaba por la ventana aún abierta.
— Soy Elliot, ¿y tú? — se sentó sobre el borde de la cama y llevó las manos a sus piernas.
— Emily — dijo —. Emily Cresswell.
— Hmm — tarareó, cerró los ojos y cabeceó —. Emily Cresswell, una de las tantas prisioneras de Draco Malfoy. Sin embargo, la más importante.
— ¿De qué hablas?
— Te vi en El Profeta.
— Ah...
«Cierto. Ahora era famosa por el artículo que había salido en El Profeta.»
— ¿No tienes frío? — preguntó y señaló las piernas desnudas de Emily.
Ella bajó la vista a sus piernas y después volvió a alzarla.
— Un poco.
— Yo lo siento. Me confundí de puerta.
— ¿Adónde querías ir?
— Mi hermana también se está alojando en esta mansión y, ya que estoy aquí, aprovechaba para saludarla y desearle una linda muerte.
— ¿Disculpa?
— No te disculpes, tú no la matarás.
Hablaba a trompicones, parecía estar borracho por los ojos adormilados y la sonrisa perezosa.
— ¿Y quién lo hará?
Se encogió solo de un hombro.— Tal vez Malfoy lo hará.— dijo y soltó una pequeña risa para después pasarse los dedos por los labios.
— Entiendo...
— No lo haces.
— No, no lo hago.— admitió. Se debatió en devolverle la sonrisa.
— ¿Sabes? No miraré a tus — señaló hacia su pecho —, dos amigas. Puedes bajar los brazos.
— Solo soy precavida.
— ¿E incomodarte por ser precavida? Es obvio que estás incómoda, Emily.
— Bueno, tal vez no lo estuviera, si no tuviera que lidiar con un desconocido, borracho, a medianoche.
— ¿Cómo sabes que estoy borracho?
— Se te nota.
— ¡Oh, joder! — soltó —. Mi mamá me matará.
— ¿Lo hará?
— Oh, sí, créeme. Esa mujer odia verme borracho.
— Permíteme — Emily cogió su varita y se acercó a él —. ¿Puedo?
— ¿Me matarás? — arqueó la ceja izquierda.
— No.
— ¿Entonces?
— Solo te ayudaré a disimular el olor.
— Entonces adelante.
Estaban cerca, muy cerca. Peligrosamente cerca. Emily podía percibir el olor a perfume, alcohol y algo más; un olor poco común.
Murmuró un hechizo y al instante el olor a alcohol y ese algo más, desapareció de la ropa del hombre, cuyo nombre era Elliot
— Listo.
Él llevó la nariz a la tela que cubría su brazo y olió.
— ¿Tú tomas?
— No... — se lo pensó por un minuto y después dio un pequeño asentimiento —. Solía hacerlo.
— ¿Y por qué dejaste de hacerlo?
— No teníamos los recursos suficientes para... sobrevivir, y deje de hacerlo por eso — resopló —. Porque ya teníamos demasiadas deudas y problemas para tener que lidiar con uno más.
— Entonces festejemos.
— No hay nada que festejar.
— Si lo hay. Mírate — la cogió de los hombros y giró la cabeza a ambos lados —, estás en la habitación de una mansión que esta evaluada en varios billones de galeones.
— ¿Y eso qué?
— Malfoy no se quedará pobre si tú le robas todos los vinos que tiene, o el whisky de fuego, o cada licor que tenga en su alacena.
— Oh...
— Y tiene varios licores.
— ¿En serio?
— Ni te imaginas, Emily. Licores de todo el mundo...
— Yo... — meneó la cabeza —. No creo que sea lo correcto.
— ¿Por qué?
— Simplemente no quiero volver a... Bueno, ya sabes.
— Oh, bueno. Si ese es el caso, entonces no hay problema.— soltó sus hombros.
— Pero... — humedeció sus labios —, ¿tú fumas?
— Específica fumar... porque hay varios tipos de cigarrillos.
— Cigarros normales.
— Claro que fumo — dijo, sonrió y palmeó su bolsillo —. ¿Quieres fumar?
— Sí. ¿Y podrías dejarme algunos?
— Claro que sí, Emily.— envolvió sus hombros con un brazo suyo y la llevó hasta la ventanilla, en donde ambos se sentaron sobre el suelo.
Emily observó como Elliot sacaba una cajetilla, sacaba un cigarrillo de su interior y le prendía fuego con la punta de su varita, para después ofrecerle uno a ella, el cual ella aceptó sin rechistar y con alegría.
Tras prenderle fuego, Emily inhaló con profundidad y sintió como el sabor del cigarro se colaba por sus papilas gustativas y penetraba sus pulmones.
La cabeza le dio vueltas, pues era el primer cigarrillo que probaba en meses.
— Se siente bien.— dijo y recostó la cabeza sobre la pared.
— Deberías probar otro tipo de cigarrillos.
— ¿Cómo cuáles?
— Unos que tienen una función que... — suspiró—, te transportan a otro mundo.
— ¿Y tienes?
Asintió.— Al terminar estos, te enseñaré los otros.
«¿Por qué estaba sentada junto a un desconocido? ¿Y por qué se sentía cómoda junto a ese desconocido? Ni siquiera conocía su apellido, no sabía qué edad tenía y por qué seguía junto a ella.»
— ¿Quién es tu hermana?
— Seguro la conoces, pues tiene el don de ser una persona muy molesta.
— ¿Quién es? — insistió.
— Rose Avery.
— Ah... ya.
Debió reconocerlo desde el primer momento en que lo vio, pero Emily estaba tan sumida en sus pensamientos, tan molesta consigo misma, que no lo notó.
Tenía los mismos ojos que Rose Avery, la misma nariz larga y respingada y el mismo color de piel; se parecían mucho. Emily podía apostar que eran mellizos o algo por el estilo. Lo único que no tenían en común los dos hermanos era que, Rose era una persona odiosa y Elliot era una persona agradable.
— ¿La conoces?
— Sí, y en efecto, tiene el don de ser una odiosa.
Él rió, divertido.
— Lo tiene.
Conjuró un cenicero con su varita y apagó el cigarro en este, haciendo que Emily copiará sus movimientos. Ella cruzó las piernas y giró en su dirección.
— ¿Me enseñarás los otros cigarrillos? — sonrió.
— Sí. Dame un momento — alzó un poco su cuerpo y metió la mano en su bolsillo trasero, para después sacar un solo cigarro. Estaba envuelto en un papel blanco y ni siquiera tenía filtro —. Los muggles acostumbran a fumarlo.— informó.
— Ya veo.— ladeó la cabeza y Elliot se lo tendió.
Escucharon un estruendo en el pasillo y entonces se quedaron estáticos. Mirándose a la cara y con las manos extendidas.
— ¡Elliot! — espetó el segundo hombre, abriendo la puerta y entrando al cuarto hecho una furia—. ¿Qué haces aquí?
— Ah, hola, Malfoy. Estaba buscando la habitación de Rose, pero me encontré con algo mejor.— lo señaló con el cigarro.
Draco se acercó a él y le quitó el cigarrillo de la mano.
— Vete.— espetó. Su mandíbula estaba tensa y una vena le palpitaba.
— Pero hombre, le estoy enseñando a Emily a fumar.
— Emily no fuma.
— Pues no la conoces.
— Lárgate.— repitió.
— ¿Emily, quieres que me largué? — le preguntó.
Emily negó con la cabeza.— No.
— No lo repetiré nuevamente, Elliot.
Elliot cerró los ojos por un minuto y frunció los labios.— Emily no quiere.
— No me hagas obligarte, Elliot.— empuñó su varita con fuerza.
— No te temo.— Elliot se puso con rapidez de pie.
— Deberías.
Emily veía la escena desde su lugar, aún con las piernas cruzadas y la boca entreabierta. Tanteó el suelo con las manos hasta dar con la cajetilla de cigarros y guardarla entre sus piernas.
— Como te atre-
Malfoy lo interrumpió. Levantó su varita y pronunció con claridad y firmeza—: Imperius.
Elliot cabeceó y parpadeó lentamente, como si estuviese en un trance. Se puso rígido y segundos después, con una leve inclinación de cabeza, salió de la habitación.
Emily quedó estática en su lugar, con la boca entreabierta y las manos temblándole. Era la primera vez que presenciaba a una persona usando una de las maldiciones imperdonables, y lo que más le asusto fue la forma en la que Draco la empleó; sin pestañear, sin inmutarse. Simplemente lo apuntó y lo maldijo, como si fuese un muñeco.
— T-tú — tartamudeó al tiempo que se ponía en pie —. ¡Estás enfermo!
— Me encargaré de ti mañana.— dicho eso, salió de la habitación con la espalda recta y la barbilla en alto.
Sus manos aún temblaban con agresividad. Tenía el corazón en la garganta y la habitación le daba vueltas. Sentía el cuerpo frío, las manos y los pies. Llegó hasta el borde de su cama y se sentó sobre esta, enterrando la cara entre sus manos y sintiendo las lágrimas rodar por sus mejillas.
«No quería estar ahí. No quería estar en esta mansión junto a él. Quería regresar a casa, a su habitación y a su rutina diaria.»
Entró al baño con rapidez, se inclinó sobre el lavamanos y vomitó. Su estómago dio un vuelco, sintió otra arcada y volvió a vomitar hasta que sintió un ardor.
Se dejó caer sobre el suelo, temblando de pies a cabezas y sintiéndose cada vez más mareada.
«Él era un monstruo, ¿y lo peor? Ella, aunque trataba de negarlo, se sentía atraída por él.»
Con los ojos cerrados, buscó su varita y murmuró un hechizo para después acercarla a la piel interior de sus muslos y colocar la punta justo ahí.
Sintió un escozor sobre la piel, un ardor y un estremecimiento que pasó por todo su cuerpo.
Dejó salir un chillido y apartó la varita de su pierna. Bajo un poco la cabeza y vio la nueva herida que adornaba su piel.
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