006
Emily. 𝔩𝔦𝔫𝔤𝔢𝔯𝔦𝔢. 𝐿&𝒟.
A pesar de que durmió plácidamente, como nunca en su vida, le dolía la cabeza y aún le pesaban los ojos. Parpadeó varias veces, tratando de acostumbrarse a la luz del sol.
Pasó las palmas de su mano sobre la fina sabana bajo su cuerpo. Era 100% de hilo, estaba seguro de eso. Y del hilo más caro.
No pensó que Malfoy tendría a sus prisioneras tan bien acomodadas. La habitación era enorme. Una cama king size en el medio, con dosel y dos mesas auxiliares a su lado. Cuarto de baño, completo. Un closet gigante, con ropa nueva. Sí, ropa nueva.
Tenía a su disposición a una elfina, la cual le había dicho que todas las chicas tenían ropa nueva, por eso mismo no necesitaban su ropa vieja. Pero lo que le aceleró el corazón fue el dato que, toda la ropa que había en ese closet, fue elegida por Draco Malfoy. Especialmente para ella.
— ¿También lo hizo con las demás? — preguntó Emily, con curiosidad.
— No — confesó la elfina, torciéndose los dedos y sonriendo con nerviosismo —. Phia tiene entendido que el Sr. Malfoy lo ha hecho especialmente para usted.
— Hmm, ya veo.— se puso de pie y se acercó al tocador.
Era de un color blanco, pero no tan blanco. Era como un beige muy claro y era suave. Muy, muy suave.
— Phia le arreglará el baño.
Emily agradeció a la elfina. Aunque no estaba acostumbrada a tener tanta atención, comodidad y lujos, no rechistó ante ello. No hoy, por lo menos; porque tenía un dolor de cabeza horrible, y el corazón lo sentía encogido por los sucesos de ayer. Además, tenía pensado en recibir tal atención solo por el día de hoy, mañana le pediría amablemente a la linda elfina que dejará de perseguirla por todos lados, preguntándole por sus necesidades.
Su única necesidad era regresar a casa.
Se había enterado que Thomas tenía novia y tal vez pensaba en casarse con ella. Además, Draco Malfoy había planeado una emboscada para ella, bueno, no era tanto como una emboscada, ¿o sí?
Abrió cada cajón del closet y observó las cosas que tenía en su interior. Maquillaje, ropa de dormir y... lencería. Lencería que ella nunca había usado en su vida.
La furia rugió en su interior y la sangre subió con rapidez a sus mejillas. Cogió una de color esmeralda y le echó un vistazo.
«Joder.» pensó.
Era una linda lencería de encaje, muy sexy, pero no la usaría.
La dejó nuevamente en el interior del cajón y lo cerró con fuerzas, para después adentrarse al cuarto de baño y pedirle a Phia que abandone el lugar para tener más privacidad.
Cuando el chorro de agua bajó por su cuerpo, sus pensamientos no cesaron. Odiaba a Malfoy. Odiaba a su padre por permitirle venir a esta maldita mansión y odiaba a Thomas Cattermole por no amarla como ella lo amaba. Odiaba a todas las personas a su alrededor.
El día de ayer, no tuvo tiempo de despedirse de nadie, aunque igual, no tenía de quien despedirse. Al llegar a la mansión tampoco la presentaron con las demás chicas; simplemente le enseñaron su nueva habitación y se marcharon. No tuvo más interacción con el nuevo ministro, y tampoco le interesaba en tenerla. Estaba dispuesta a romper todas las reglas para que la dejaran regresar a su hogar.
Salió de la ducha y se vistió con algo sencillo y feo. Aunque le fue difícil encontrar algo feo y sencillo. Al parecer, Malfoy tenía un gusto exquisito en la moda.
«¿Qué debía hacer ahora? ¿Bajar, sentarse a desayunar y actuar con normalidad? Quería encontrarse con Lily, pero al mismo tiempo no quería verla a la cara.»
Resopló para sí misma, empuñó las manos y comenzó a bajar por la gran escalinata de la mansión Malfoy.
De un chasquido, la elfina, apareció a su lado; sonriéndole con nerviosismo.
— ¿Bajará a desayunar?
— Sí.— respondió a secas. No quería ser maleducada y ruda con la elfina, pero no tenía humor para ser amable
«¿Podía entregarle un calcetín y dejarla libre? No lo sabía, pero lo intentaría solo por molestar a Malfoy.»
La elfina la siguió hasta el comedor, en donde se encontraban las treinta y cinco chicas. Todas estaban mirando hacia ella. Algunas tenían la expresión furiosa, otras la veían boquiabiertas. Lily era una de ellas.
Pero poco tiempo después, soltó un gran chillido que, seguramente, se había escuchado en toda la mansión y hasta la otra esquina de la calle. Corrió hacia ella y la envolvió en un gran abrazo.
— ¡Estás aquí! — chilló nuevamente y la cogió de la muñeca, llevándola hasta el comedor en donde cogieron asiento.
— Sí — entornó los ojos —. En contra de mi voluntad, pero aquí estoy.
— ¡Ya verás que te encantará! — sonrió de oreja a oreja, y Emily no podía comprender cómo estaba tan feliz —. Te presentaré — dijo y se hizo a un lado —. Ella es Ophelia. Ophelia, ella es Emily.
— Hola, Emily — la chica le dedicó una sonrisa, parecia genuina —. Lily me ha contado mucho sobre ti.
— ¿Ah, sí?
«Dios, necesitaba cambiar ese humor de perros»
— Sí — reiteró la chica —. Me ha contado muchas anécdotas suyas.
— Ah... excelente.
— ¡Emily, estás en El Profeta!
— ¿Huh?
Paseó nerviosa los ojos sobre el lugar. Las únicas que hablaban era ella y Lily, las demás las miraban estáticas y algunas desayunaban, fingiendo demencia, aunque todas estaban atentas a ellas. Ninguna se molestó en presentarse. Y a ella no le interesaba presentarse, pues dudaba que pudiera memorizar los nombres de treinta y cinco chicas.
Lily dejó sobre la mesa un periódico. El Profeta.
Emily lo cogió con curiosidad y le echó un rápido vistazo.
Claro, estaba en primera plana.
Era una fotografía suya con Draco Malfoy en frente mientras charlaban. Debemos recalcar que charlar va entre comillas.
El Profeta.
¿La mestiza le ha robado el corazón a nuestro próximo ministro?
Eso no lo sabemos por ahora, pero algo que sí podemos asegurar es que, sí ha llamado su atención y mucho, pues el día de ayer, Draco Malfoy ha cerrado una calle completa y ha reunido a todos los magos y brujas, solamente para buscarla a ella.
Algo muy romántico viniendo del frío mago oscuro.
Emily Cresswell es una chica de veinte años, de sangre mestiza; su padre es fabricante de varitas y su madre ama de casa. Al parecer, la chica cautivó al mago oscuro, pues a pesar de tener treinta y cinco chicas a su disponibilidad, él decidió ir por ella.
Ahora mismo se encuentra en la mansión Malfoy, junto a otras treinta y cinco chicas.
¿Será ella la elegida? ¿Será ella la personas que ayudará a Draco Malfoy a ascender al puesto de ministro de magia?
Cerró el periódico y lo dejó sobre la mesa.
— Son estupideces.
— ¡No, claro que no! — espetó Lily —. Nosotras no lo hemos visto todavía y por ti cerró una calle completa y te buscó entre todas las familias de magos. Y hay que recalcar que no son pocos magos, son muchísimos.
— Debemos preguntarnos por qué le llamó tanto la atención.— Emily giró la cabeza para fijarse en la chica que estaba sentada frente a ella. Era una chica preciosa, de cabello largo y castaño, ojos grandes y azules —. No es muy agraciada que digamos. Es muy común y corriente, ¿no? — se burló.
Dos chicas que estaban posicionadas a su lado, se rieron con ella.
— Ojos cafés, cabello negro, ¿quién no tiene esas características? Mi perro las tiene.
Su día empeoró por esas palabras. Frunció el ceño y desvió la mirada. No tenía planeado pelear, pues no tenía razón para hacerlo. No quería estar en ese lugar, tampoco quería convertirse en la esposa de Draco Malfoy. No tenían que preocuparse por ella, porque Emily no era una amenaza para ellas.
Cuando la chica volvió a abrir la boca para decir algo más, unos pasos hicieron eco por todo el comedor seguido de una voz baja, elegante y firme.
— Buenos días.
Emily giró hacia la derecha, justo donde se encontraba una mujer un poco más alta que ella; con el cabello de dos colores, blanco y negro, recogidos en un pequeño moño. Calzaba tacones, una falda que le llegaba un poco más arriba del tobillo y una camisa negra. Transmitía seguridad y era muy elegante.
Narcissa Malfoy Black.
La mujer les sonrió a todas y se acercó a la mesa, donde cogió asiento.
— ¿Esperaban por mi? — dejó salir una risita —. Qué amables, pero desayunemos ya.
Todas asintieron, sin decir ninguna palabra más mientras se disponían a desayunar.
— Veo que ya conocieron a su nueva compañera.
Todas volvieron a asentir en sincronía.
— Pero igual me tomaré la molestia de darles algunos datos sobre ella, ¿bien?
Y volvieron a asentir.
— Señoritas, les pido amablemente que me respondan con palabras.
— Sí, Cissy.— dijeron todas al unísono.
«Bueno, ¿pero estas eran robots?»
La mujer les dedicó una sonrisa corta y se dirigió a Emily.— ¿Me permites presentarte, cariño?
Dudo en qué contestar y se debatió en responder con palabras o simplemente asentir.
— Sí, por favor.
— Emily Cresswell, su nueva compañera, viene de una familia de sangre mestiza, pero no por ello deben hacerla de menos. Ya saben que aquí todas son valorizadas por su inteligencia y comportamiento — arqueó una ceja —. Tiene veinte años y, aunque no debía estar aquí, porque ya tenemos a todas las chicas necesarias, ha llamado la atención de mi hijo y deben darle el respeto merecido.
— Bienvenida, Emily.— dijeron, nuevamente, al unísono.
Un bochorno le recorrió el cuerpo y se movió incómoda en su asiento.
Agradeció, obligándose a sonreír.
♱
La pesadilla no terminó hasta la cena.
Al terminar de desayunar se dirigieron a un pequeño salón, en donde una señora de mediana edad le enseñaban múltiples cosas, como por ejemplo: la historia de la magia, hechizos, magia oscura y más cosas.
Tenía entendido que, todos los días cambiaban de 'asignatura'. El día de hoy les había tocado aprender a cómo sentarse, comer y hablar... Ajá, gran estupidez.
Lily le contó a Emily que, la mayoría de las chicas no tuvieron la suerte de estudiar en Hogwarts, por eso les enseñaban lo esencial aquí. Y Emily lo entendía, pues ella tampoco tuvo la suerte de estudiar en Hogwarts, tampoco Lily.
Después les dieron el día libre. Podían hacer cualquier cosa, menos abandonar la mansión. Algunas tomaban otras clases, tocar piano, violín y cosas así. Otras se disponían a leer, otras a ver la televisión muggle y algunas a escuchar música.
Lily, Ophelia y Emily, decidieron quedarse en el salón de té a leer un poco; aunque Emily no había leído nada, pues escuchaba los cuchicheos de las chicas que hablaban sobre ella. La miraban, la señalaban sin una pizca de vergüenza y se reían, en su cara. No a su espalda, lo hacían justo en su nariz sin disimulo.
En ningún momento Malfoy se apareció. Ni a desearles un buen día, o las buenas tardes o las buenas noches. O las malas noches, dias y tardes. Nada.
Al entrar en su habitación, la elfina volvió a aparecer.
— Phia le desea unas buenas noches, Srta. Cresswell. ¿Phia quiere saber si necesita algo? Phia le puede preparar la ducha o traerle algo de la cocina.
Se frotó los ojos, manchándose con el maquillaje oscuro que yacía sobre sus pestañas.
— Emily quiere una pócima para el dolor de cabeza — pidió y añadió —. Por favor.
— Phia le traerá a la Srta. Emily una pócima.— dicho eso, chasqueó los dedos y se esfumó.
Emily abrió el closet ante ella y comenzó a buscar en los cajones ropa para dormir. Un camisón grande y unos pantalones. La camisa era de un color verde y los pantalones de un color rojo. No combinaba, pero Emily nunca combinaba su pijama, al fin y al cabo solo era para dormir.
Se acercó a la cama y comenzó a arreglar las almohadas a los lados, como acostumbraba dormir. Su madre se burlaba y decía que era mejor comprarle una cuna, pues prácticamente parecía eso con las almohadas a su alrededor.
Y algo que agradeció era que, tenía exactamente cuatro almohadas, para hacerse su cuna.
Se sentó sobre la pequeña silla frente al tocador y comenzó a quitarse el maquillaje de los ojos y la cara. Se sentía exhausta, aunque no había hecho mucho. Tenía algunas tareas pendientes las cuales no tenía pensado en hacerlas hoy.
Abrió el cajón, el cual pertenecía a la lencería y volvió a echarles un vistazo.
«¿Por qué le había comprado lencería tan sensual? ¿Acaso lo hizo con la intención de poder verla en ella? ¿Acaso lo hizo con el pensamiento de...?»
Sacudió la cabeza, intentado apartar esos pensamientos, pues lo odiaba y no iba a usar aquella lencería. Tenía la certeza que no era para ella, sino para él. Prácticamente Draco se había comprado lencería para si mismo. Pero eso no quitaba el hecho que Emily se sentía tentada a usarla... para si misma.
Cogió un conjunto en color rojo vino, como la sangre. La parte inferior era casi diminuta, con unos hilos alrededor que, iban ceñidos a la cintura y algunos que, obviamente iban sujetos a sus muslos; el sujetador era completamente de encaje y dejaba poco a la imaginación.
El color y la tela eran sensuales. Todo era muy sensual.
Se sobresaltó al escuchar la puesta abrirse y cerrarse. Giró rápidamente para ver de quién se trataba, pues dudaba que se trataba de la elfina, ya que esta aparecía en su habitación con un simple chasquido de dedos.
Su corazón se aceleró al ver a Malfoy con una camisa negra, con los primeros botones desabotonados, un pantalón negro con el cinturón abierto y una pócima de color púrpura en su mano izquierda. Sus ojos viajaron por la pócima, después subieron por sus brazos que quedaban al descubierto tras remangarse la camisa y dejaba a la vista aquella marca que tanto había escuchado hablar de ella. Era de un color negro, muy, muy negro. Tenía una calavera y una serpiente parecía salir de su boca.
Se le hizo agua la boca y reprimió el deseo de humedecer sus labios. Se maldijo mentalmente; no debía pensar en cosas inapropiadas. No con él.
Estaba erguido en su altura total. El semblante serio y los labios enrojecidos. Los ojos adormilados y sujetaba el frasco de la pócima con fuerza, haciendo resplandecer los anillos que estaban ceñidos sobre sus largos y pálidos dedos.
— Phia me ha dicho que ha requerido una pócima para el dolor de cabeza.— dijo, después de unos largos minutos mientras dejaba la pócima sobre una de las mesitas auxiliares.
Su tono de voz era frío, distante, pero firme y sensual.
— Sí.— fue lo único que pudo responder.
— ¿Sabrá la razón de su dolor de cabeza?
Ella negó.— No.
— Bien. Si persiste y el dolor aumenta, entonces le recomiendo que vaya a ver al medimago de la mansión.
No sabía por qué se esmeraba en hacerla sentir cómoda, y no le agradeció por eso.
— De acuerdo.
Vio como los ojos del hombre que tenía frente a ella viajaban por toda su cara y después bajaban a sus hombros — su clavículas para ser exactos —. Un latido después, sus ojos descendieron aún más y se fijó en la fina lencería roja que Emily aún sujetaba entre sus largos dedos.
Emily al caer en cuenta, se dio la vuelta y los guardó en el cajón. Sintió como la sangre comenzaba a subir a su rostro, tiñéndolo de un color carmesí y sus mejillas se calentaba por la vergüenza que sentía en ese momento.
Cerró los ojos y frunció los labios, para después armarse de valor y volverse a mirar al hombre.
— ¿Necesita algo? — le preguntó, a la defensiva.
— No — respondió él, pasandose la mano por el cabello y desordenadolo un poco —. Solo quería ver como se encuentra.
— Pues ya lo ha visto — replicó —. Puede marcharse.
— ¿Por qué está tan a la defensiva?
— Porque me tiene aquí en contra de mi voluntad.
— Estoy tratando de hacerla sentir cómoda y a gusto.
— Para eso está mi casa.
— No lo niego. Sin embargo, me atrevo a decir que aquí estará más cómoda.
— Lo dudo.
— Pues no lo dude.
— No me diga que hacer.
El hombre bufó y cerró los ojos por un largo segundo.
— Bien, discúlpeme.
— No quiero hacerlo.
— Pero debe.
— Lárguese de mi habitación.
— Le pediré lo mismo que me ha pedido usted, no me diga que hacer.— replicó.
Puso los ojos en blanco, con fastidio.
— ¿Cuál fue la necesidad de encerrarme en esta jaula de oro?
— ¿Jaula de oro? — saboreó sus palabras, como si fuesen un manjar —. Me gusta como suena eso. Estoy de acuerdo con usted.
— No ha respondido mi pregunta.
Curvó los labios hacia abajo y se encogió de hombros.
— No debo darle respuestas, ni explicaciones.
— Entonces lárguese y déjeme sola.
Giró un poco el cuerpo, pero antes de emprender sus pasos, esbozó una pequeña sonrisa, traviesa y maliciosa.
— Tengo la certeza que se va a ver exquisita en esa lencería, aunque me gusta más la de color negro.
— ¡He dicho que se largue!
— Pero su pijama no me gusta — ladeó la cabeza —. No le he comprado conjuntos de pijama para que los use de una forma tan desordenada.
— ¡Merlin! — resopló, disimulando su pena —. Es usted un maleducado.
— Al igual que usted — declaró —. Necesita aprender modales, Srta. Cresswell.
— ¿Ah, sí? — lo desafió con la mirada.
— Sí, y tengo pensado dominarla. No debe hablarle así a su ministro de magia.
— Tengo entendido que usted aún no es el ministro de magia.
— No, pero lo seré muy pronto. Y además, sigo siendo su lord, señor, mago oscuro, como quiera llamarlo.— hizo un movimiento con la mano, con total elegancia.
— ¿Por qué tanta seguridad, mi lord? — se burló, con voz suave y una ceja enarcada.
Una media sonrisa apareció en su rostro mientras que sus ojos se oscurecían.
— Porque usted me ayudará a ascender a ese puesto.
— Bájese de esa nube, porque no tengo pensado en contraer matrimonio con usted.— replicó.
— Eso dice por ahora.
— ¡Largo! — exclamó.
— Buenas noches, Emily.— dicho eso, abandonó la habitación de la chica.
«Su nombre entre sus labios, con esa voz...»
Meneó la cabeza, negándose a seguir pensando en Draco.
Se acercó a la mesita auxiliar, destapó el frasco y lo olió. No sabía mucho acerca de pócimas, pero su madre le había enseñado lo necesario. Tras comprobar que era la pócima para la jaqueca y no un veneno, bebió de el.
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