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005


Emily.                  𝔮𝔲𝔞𝔢𝔯𝔢𝔯𝔢.                         𝐿&𝒟.



— ¡Ese hombre piensa acabar con todos nosotros! — opinó su madre mientras dejaba dramáticamente el periódico sobre la mesa —. Léelo.

Atticus cogió el pedazo de periódico que le entregaba Amanda. Le dio una sacudida para después posicionarlo frente a su cara.

Emily aprovechó y se colocó tras la espalda de su padre, leyendo lo que decía El Profeta.

Una fotografía en movimiento ocupaba la primera plana. No se veía nada más que la espalda de aquel mago con hombros anchos; en su mano izquierda tenía la varita y de esta salían chispas verdes.

El Profeta.

Familia de magos traidores a la sangre mueren a manos del mago oscuro, Draco Malfoy.

Nuestro próximo ministro nos informa que hace unos meses han estado investigando a la familia Wittermore, dado que se han reportado varías visitas al mundo muggle. Al parecer la familia Wittermore contaba con negocios muggles.

Era lo único que decía. No daban más razones, tampoco informaban qué tipo de negocios tenían.

Un escalofrío le recorrió el cuerpo, pues justo el día de ayer había estado cara a cara frente a ese hombre, y no podía negar que su belleza la había cautivado a tal grado que toda la noche pensó en él.

Se sintió mal por tener pensamientos sobre él. Acerca de lo apuesto, elegante y varonil que era, incluso sobre las cosas sucias que le dejaría hacerle.

Sacudió la cabeza, intentando eliminar aquellos pensamientos mientras tomaba asiento y se disponía a almorzar.

— Era obvio, ¿no?

— ¿Obvio, Atticus? — la mujer se exaltó —. ¡Quiere matarlos a todos por cualquier cosa!

El hombre curvó los labios hacia abajo y se encogió de hombros.— Cariño, si se saben las reglas, ¿para qué las rompen? Se nos ha dicho hace años que no podemos entrar al mundo muggle para hacer negocios.

— ¡Es injustos, Atticus! Algunos mestizos no corren con la misma suerte que nosotros.

— Mamá tiene razón...— habló Emily —. Es injusto.

— ¿Tú desobedecerías mis órdenes, Emily?

— Es diferente, Atticus.

— Las personas que no siguen las normas están obligados a sufrir las consecuencias.— concluyó, dándoles una mirada fría.

Ambas asintieron, sin ganas de replicar.

Después de almorzar, Emily calzó sus zapatos y salió al exterior en busca de su hermana, Feyre.

Al salir sintió el fresco aire soplando a su alrededor y erizándole la piel. Sus pasos eran largos y rápidos, tratando de llegar a las tutorías de su hermana lo más pronto posible.

Hacia años Lord Voldemort había decidido adueñarse de varias zonas de Londres, tal como lo habían hecho varios años atrás con Hogsmeade y el callejón Diagon. Ahora, eran zonas en donde vivían los magos y las brujas, ningún muggle caminaba por allí.

Claro, eso paso antes de matar a casi toda la Órden de Fenix; porque él no estaba dispuesto a hablar con los muggles encargados, y la Órden, tenía lazos con el encargado del mundo muggle.

Al llegar al edificio alto y de pintura blanca, vio a Feyre con su mochila sobre el hombro y su pie repiqueteando sobre el suelo.

— ¿Nos vamos? — preguntó Feyre, con la ceja enarcada.

— ¿Estás molesta?

— Tengo hambre.

— Te compraré algo por el camino.

Saludaron a unos conocidos y emprendieron sus pasos hasta llegar a un pequeño local que vendía comida.

— ¿Qué vas a querer?

Feyre se puso de puntillas, tratando de ver el menú que estaba colocado en una pared alta.

— Un sándwich.

Tras pedir y pagar el sándwich, salieron del local y se sentaron sobre unas sillas. Feyre dejó su sándwich sobre la mesa y comenzó a quitarle el jamón.

— No entiendo por qué le quitas el jamón.

— Porque no me gusta.

— Pero si vas a comer sándwich, se supone que lo hagas con todo y el jamón porque es parte del sándwich.

— Pero no me gusta.

— Bien, Feyre.— concluyó.

— El nuevo ministro es guapo.

— ¿Te parece guapo?

— Sí, es lindo.

— Puede que sea guapo, pero lindo no.

Paseó los ojos por todo el lugar, encontrándose con las gemelas y la Sra. Cattermole a unos metros de ellas.

— Me caen mal esas niñas.— dijo Feyre, con la boca llena.

— ¿Por qué?

— Siempre están juntas y no quieren amigas.

— Es que son gemelas.

— Eso no justifica sus acciones.— se encogió de hombros.

Emily se recostó aún más sobre su asiento y masajeó su sien. Le dolía, porque a decir verdad, no pudo dormir mucho la noche anterior.

Al escuchar algunos pasos y el bufido proveniente de Feyre, abrió los ojos y vio a la Sra y las gemelas Cattermole acercándose a ellas.

— ¡Emily! — chilló la Sra. Cattermole.

— Hola.

— No esperaba verlas por acá. ¿Cómo están?

Las tres mujeres se sentaron junto a ellas, viéndolas con una gran sonrisa sobre la cara.

— Bien, gracias. ¿Qué tal ustedes?

— Buscando algunas telas.

— ¿Tienen algún evento? — inquirió, aunque sabía que no era posible, dado que no pertenecían a los sangre pura.

— No, algo mucho mejor.

— ¡Thomas nos ha mandado para buscarle algunas telas para su novia! — confesó una de las gemelas, sonriente.

Emily sintió su corazón achicarse y soltó un pequeño 'oh', completamente desanimada.

— ¡Ianthe! — regañó su madre, para después esbozar una sonrisa.

— ¿Y saben quién es su novia?

— No, Thomas no quiere decirnos aún quién es, pero pronto lo sabremos.

— Sra. Cattermole — Feyre se aclaró la garganta, llamando su atención —. ¿Puede prepararme una tarta de zarzamora?

— ¿Tarta de zarzamora?

— Sí.

Era demasiado tarde para regañar a Feyre, ya lo había dicho.

Para su edad, Feyre era una chica muy inteligente. Todo lo opuesto a Emily; habladora, atrevida y muy curiosa.

— Hablaré con su madre sobre eso.

— ¿Por qué? — frunció el ceño —. Si yo le digo que quiero una tarta de zarzamora es porque la quiero y porque mi mamá la pagará.

— Feyre, por favor.

— Feyre tiene razón, Emily. Le prepararé la tarta y se la llevaré mañana.

Un estruendo las hizo callar y sobresaltarse sobre las sillas. Con la mano sobre el pecho, Emily buscó de dónde provenía aquel gran ruido.

Algunas personas comenzaron a gritar y a salir de sus locales, completamente escandalizados.

Cuatro sombras como nubes espesas aparecieron sobre el cielo, para después tomar lugar sobre la tierra con sus máscaras de mortifagos y sus trajes negros.

— ¡Todos reúnanse! — vociferó uno de ellos, con la punta de su varita sobre su cuello —. ¡Ahora!

Emily cogió a Feyre de la muñeca, aferrándose a ella con fuerza y poniéndose en pie; acercó a su hermana a su cuerpo y la envolvió con los brazos. Se quedó estática, sin saber qué hacer.

Las Cattermole se cogieron de las manos y echaron a andar, al igual que varias personas a su alrededor mientras que otras se quedaban quietos, con la expresión horrorizada y el cuerpo temblando.

«¿Qué estaba pasando?»

Aquellos mortifagos entraron en los locales, sacando a rastras a las pocas personas que habían dentro. Los gritos crecieron aún más, llenado todo el lugar.

Entraron a casas, sacando a las familias y obligándolos a quedarse estáticos sobre un lugar en especifico.

Cerró los ojos, rogándole a algunos de los tantos magos que la hicieran invisible.

— ¿Qué está pasando, Emily? — preguntó Feyre, con un hilo de voz.

— No sé.— admitió.

— ¡Hey! — pegó un brinquito, asustada —. Ustedes dos, muévanse.

Emily negó con la cabeza, como si eso pudiera salvarla. El hombre se acercó con grandes zancadas y la cogió del brazo, ejerciendo fuerza sobre éste y tirando de ambas.

Minutos después, casi todo el pueblo mágico estaba reunido en un punto específico. Cada vez llegaban más personas. Emily estiró el cuello, buscando a sus padres que no se encontraban por ningún lugar. Por lo menos, no ante su campo de visión.

Los mortifagos hicieron una fila, con la mirada al frente y los brazos a sus costados. Sin mostrar ninguna reacción.

Dos personas vestidas de negro, altas y con la máscara sobre su rostro aparecieron en medio de aquellos mortifagos.

— Inclínense ante su próximo ministro.— exclamó una voz.

Entonces toda la gente comenzó a reverenciarse mientras la figura de Draco Malfoy daba cortos pasos hacia adelante; con la espalda recta y la mirada al frente. A unos pasos atrás, estaba Severus Snape, siguiendo de cerca los pasos del antes mencionado.

— Todas las mujeres de cabello negro y ojos cafés, solteras, que den un paso al frente.

— Emily — musitó Feyre —. Tú tienes el cabello negro.

— Cállate, Feyre.

Algunas mujeres con las características especificadas, comenzaron a dar un paso temeroso al frente. Emily se quedó en su lugar, aferrándose al pequeño cuerpo de Feyre.

El hombre de pelo rubio platino y anchos hombros comenzó a acercarse a aquellas mujeres, observando su rostro y en algunas ocasiones frunciendo el ceño y negando con la cabeza; entonces los mortifagos les pedían volver a su lugar.

— Emily, te está buscando a ti.

Hizo caso omiso; sintiéndose cada vez peor. El lugar comenzó a girar a su alrededor y el cuerpo empezó a temblarle. Tenía las piernas débiles y en cualquier momento desfallecería en medio de toda esa gente.

El próximo ministro se acercó a uno de sus secuaces y le susurró algunas palabras al oído. El hombre asintió brevemente y dio un paso al frente.

— Todas las mujeres de cabello negro y ojos cafés, casadas o comprometidas, den un paso al frente.

Un escalofrío le paso por todo el cuerpo al escuchar eso. «¿Había sucedido algo? ¿Esa mujer que tanto se esmeraba Draco Malfoy en buscar había hecho algo malo?»

A continuación, mujeres casadas y comprometidas dieron un paso al frente. Todas se veían dubitativas y temerosas. Algunas temblabas, otras no disimulaban la emoción que sentían por ser buscadas por uno de los magos más poderoso en estos tiempos.

Malfoy volvió a repetir lo anterior; se acercaba a las mujeres, les observaba el rostro y después negaba con la cabeza.

«La. Estaba. Buscando. A. Ella.» Ese pensamiento no salía de su cabeza

Emily maldijo por lo bajo, cogió nuevamente la muñeca de Feyre, y tiró de ella, abriéndose disimuladamente el paso entre tanta gente.

Con la cabeza gacha, comenzó a caminar y a empujar a la gente a su paso.

Al llegar a mitad de la calle, se pegó con una pared transparente. Habían cerrado la calle completamente. Habían sortilegios por todo el lugar para evitar que las personas huyan.

— ¡Hey, tú! — se quedó quieta, casi sin respirar. El hombre dio algunos pasos hacia ella y volvió a hablar —: ¡Vuelve a tu lugar!

— Me siento mal — mintió —. Necesito ir a mi casa.

— Nadie se moverá de este lugar sin tener la autorización de nuestro ministro.

— Me siento mal — repitió —. Déjeme ir.

El hombre la cogió de la barbilla y la obligó a mirarlo. Emily palmeó su mano.

— No me toque.— advirtió.

Sin embargo, el mortifago esbozó una sonrisa maliciosa y la cogió del brazo, tirando de ella.

— Tú eres la mujer que está buscando nuestro señor.

— ¡No! ¡No es cierto!

— ¡Emily! — gritó Feyre.

— Cállese.— espetó el hombre mientras tiraba de ambas.

Las llevó nuevamente al lugar anterior, pero ahora estaban en medio de toda la gente y frente a Draco Malfoy.

Emily sintió su fría y pesada mirada sobre ella, pero se negó a verlo a los ojos.

Malfoy se aclaró la garganta, llamando su atención.

— Debe mirar a su señor.— habló una voz fría. Snape. Severus Snape

No lo hizo, no obedeció. Siguió manteniendo la cabeza gacha mientras sentía sus manos empaparse de sudor frío.

Malfoy colocó una mano fría sobre su barbilla y la obligó a mirarlo. Sus ojos se encontraron, y el interior de Emily vibró.

— ¿Obra favorita de Jane Austen?

Su respiración se aceleró. Su pecho subía y bajaba con profundidad.

Dudo en responder, pero al final lo hizo.

— Orgullo y Prejuicio.— respondió con un hilo de voz.

«Esperaba otra pregunta, no esa. Esperaba un, ¿estatus de sangre? O que le tomará la mano, tal como lo había hecho con otras chicas. Además, ¿qué quería él de ella? ¿Por qué había cerrado toda la calle solamente para buscarla? ¿Había hecho algo malo? ¿Pensaba matarla?»

Asintió, pero no asintió hacia ella. Fue un asentimiento para sus secuaces. Un afirmamiento.

Dos hombres se acercaron a ella, obligándola a dejar la mano libre de Feyre, y la cogieron de los brazos.

— ¡Suéltenme! — exigió —. ¡Suéltenme!

Hasta que Malfoy no dio otro breve asentimiento, no la soltaron.

— ¿Qué quiere? — inquirió el rubio.

— ¡¿Qué quiere usted?!

— A usted.— declaró, sin rodeos.

Su respiración se atascó en su garganta.

Las personas alrededor dejaron salir chillidos, seguidos por pequeños gritos y suspiros.

— ¡Es mi hija! — gritó alguién a su espalda.

Segundos después, su madre y su padre estaban a su lado. Su padre hizo una pequeña reverencia ante Malfoy y después se irguió completamente.

— Señor Malfoy.

— ¿Señor...?

— Atticus Cresswell.

— Ah, Cresswell — tarareó por un segundo, para después asentir —. ¿Podrá recibirnos en su hogar?

Su padre asintió, entonces todo paso muy rápido. Más mortifagos a ellos, para aferrarse a sus brazos y después aparecer frente a la casa de Emily.

Snape, sus padres y Malfoy, entraron, bajo la presión del momento, la incomodidad y el temor.

Amanda Cresswell estaba temblando de pies a cabeza mientras que Atticus se mantenía sereno.

Invitó a los hombres a sentarse mientras le pedía a Amanda prepararles el té.

Malfoy se sentó sobre una silla que rechinó por su peso. Se quitó la máscara del rostro y la dejó sobre la mesa.

Ese hermoso rostro... Esos ojos profundos y fríos ahora estaban descubiertos y disponibles para ella. Ella y su familia.

— A nuestro ministro le interesa la presencia de su hija en su mansión.— informó Severus Snape.

— ¿Para qué?

El hombre de cabello negro pareció pensárselo por unos minutos. Se movió incomodo sobre su asiento y puso los ojos en blanco.

— Porque quiere.— respondió.

— ¿Disculpe?

— Disculpado — Malfoy esbozó una pequeña sonrisa que no duró mucho y después arqueó una ceja —. ¿Debo pagársela? Lo haré.

Su voz salía arrogante, fría y gutural.

— Mi hija no es ninguna prostituta.— espetó Amanda.

— Amanda, no te metas.

— Su esposa tiene razón. Su hija no es ninguna prostituta, pero como dijo el Sr. Malfoy, si es necesario pagar, lo hará.

— ¿Por cuál razón le interesa la presencia de mi hija en su mansión?

Malfoy se encogió de hombros, restándole importancia.

— No sé.

Emily estuvo a punto de burlarse. Ni siquiera sabía su nombre.

— Estoy dispuesto a pagar.— reiteró.

— Tiene a treinta y cinco chicas hospedadas en su mansión.

— Me gustaría tener a treinta y seis.

Atticus desvío la mirada hacia Emily, quien lo miraba con súplica en sus ojos y negaba con la cabeza.

— ¿Es necesario?

— No, pero si un gusto que me gustaría darme.

Siempre había escuchado que Draco Malfoy era una persona con un gran ego y arrogante, pero nunca lo pudo confirmar hasta el día de hoy. Sabía el poder que tenía. Sabía que de alguna u otra manera, Emily estaría en su mansión. Hoy, mañana o pasado mañana, pero ella estaría bajo el techo de su mansión.

— Ustedes al igual que las otras familias, recibirán una cantidad de dinero cada mes. Si quiere, puedo aumentar esa cantidad, solo por su hija.

— Emily — corrigió su padre —. Su nombre es Emily.

— Bueno. Solamente por la señorita Cresswell le aumentaría la cantidad del dinero a ustedes.

No podía creer lo que estaba escuchando. Quería llorar. Llorar y encerrarse en su habitación.

— Necesitamos pensarlo.

— ¡No! — gritó Emily, a punto de llorar.

Malfoy colocó su pie sobre su rodilla y el codo sobre su mesa. Se pasó la mano sobre el mentón y entrecerró los ojos.

— ¿Se da cuenta que le estoy brindando la atención que no es necesaria? Si me quiero llevar a Emily a mi mansión, así lo haré, y no necesito su autorización para hacerlo.— dicho eso, se puso en pie.

— Draco, cálmate.— advirtió Snape, sin moverse de su lugar.

El rubio lo ignoró; le hizo unas señas a los mortifagos tras él, y ellos se acercaron a Emily.

No hablaban, él simplemente asentía en su dirección y ellos acataban una orden silenciosa. Legeremancia.

— Esta noche, Emily Cresswell vivirá en la mansión Malfoy junto a las otras treinta y cinco chicas.

— ¡No! — gritó la chica —. ¡No puede obligarme!

Malfoy alzó ambas cejas, mirándola casi con burla. Sí, se estaba burlando de ella.

— Puedo y quiero.— declaró.


Quiero saber sus opiniones sobre esta historia.

También déjenme saber qué piensan sobre Emily Cresswell >>

Y aquí su opinión sobre nuestro ministro de magia >>

Las amo.

*besito*

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