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004

Emily.                        𝔞𝔪𝔢𝔫𝔱𝔦𝔞.                          𝐿&𝒟.


A primera hora de la mañana, Emily ya estaba despierta y arreglada. No quería aceptarlo, pero se había esmerado en buscar un atuendo sofisticado para la ocasión, pues quería dar una buena impresión a las chicas de la mansión. Pero Emily se negaba en admitirlo.

El cielo seguía nublado, como en los días anteriores. El tiempo se sentía húmedo y el viento era frío. Demasiado frío.

Se frotó los brazos y comenzó a caminar junto a su padre.

La gente a su alrededor cada vez los miraban peor, dado que Emily y Atticus con cada paso que daban, iban acercándose más a los dos mortifagos que estaban a unos pocos metros de ellos, enmascarados y completamente de negro.

— Partiremos desde aquí.— informó el primer mortifago. Le ganaba por dos cabezas al segundo mortifago.

A ninguno de los dos se le veía la cara, pero Emily podía asegurar que tenían rostro de amargados.

No se habían presentado, ni nada por el estilo. Simplemente extendieron una cosa larga, de metal brillante, entre ellos y les dieron la clara instrucción de colocar, aunque sea un dedo, sobre este.

Siguiendo las instrucciones, Atticus y Emily colocaron el dedo índice sobre el objeto de metal, para minutos después girar sobre sus talones. Todo se volvió oscuro a su alrededor; las imágenes se distorsionaron con el tiempo. Su estómago comenzó revolverse y cuando pensó que nada podría empeorar, al sentir el suelo por debajo de sus zapatos, se arqueó y vomitó.

Los dos mortifagos le dedicaron una mirada de asco, mientras que su padre flotaba su espalda.

— ¿Estás bien?

— Sí, sí.— aseguró y se limpió la boca con el borde de su abrigo.

— Dame tus manos.— le pidió, y Emily extendió ambas manos hacia su padre, el cual las cogió con amabilidad y les dio la vuelta. Apuntó con su varita las palmas de Emily, y de la punta salió un chorro de agua.

Emily se enjuago la boca al tiempo que le agradecía a su padre y giraba sobre sus talones para encontrarse con la famosa mansión Malfoy.

Era mucho más grande de lo que le habían dicho.

Tenía un ambiente solariego con extensos terrenos a sus alrededores.

— Hasta aquí llego — informó su padre, inclinándose y dejando un beso sobre su sien —. Nos vemos en casa. Diviértete.— dicho eso, el hombre desapareció sin permitirle a Emily despedirse.

Frotó las manos sobre la tela de su falda, tratando de limpiarse el sudor que cubría sus palmas.

Sus ojos viajaron por todo el lugar, admirando un sendero angosto flanqueado a la izquierda y a la derecha matorrales salvajes. Al frente tenía una reja de hierro, ancha y de gran altura.

Uno de los hombres extendió la mano dubitativa y tocó una de las rejas.

Las barras de hierro se retorcieron formando una cara espantosa.

— Motivó de su visita.— preguntó la puerta, con voz metálica y ronca.

Emily nunca había visto algo así en su corta vida. Sus manos comenzaron a sudar aún más y su pecho subía y bajaba con rapidez y profundidad. «¿Había cometido un error?» esa pregunta se colaba entre sus pensamientos, atormentandola.

— Emily Cresswell viene a visitar a una de las chicas llamada Lily Goldstein.

La puerta volvió a retorcerse, ahora volviendo a su normalidad y abriéndose de par en par ante ellos, así permitiéndoles la entrada.

Un camino recto de grava lleva desde la verja hasta la puerta de la mansión, que está elevada del suelo por amplias escaleras de piedra.

Alrededor hay arbustos, y... pavos reales, los cuales rondan por el lugar sin ninguna restricción.

Al llegar a la puerta de un color chocalateado, ésta se abrió automáticamente, así dejándolos pasar al interior de la mansión.

— Su varita.— ordenó uno de los mortifagos.

No muy segura, Emily le entregó su varita. El hombre alzó la suya y después de murmurar algunos hechizos, se la devolvió.

Emily la volvió a guardar y le permitió a sus ojos admirar el lugar.

Le faltaban las palabras para describir el interior de aquella mansión solariega. El vestíbulo era amplio, aunque poco iluminado y una gran alfombra cubría la mayor parte del suelo. Habían retratos antiguos en cada pared, con expresiones molestas.

Sintió una mano sobre su hombro y se sobresaltó, saliendo por fin de su trance.

Se dio cuenta que los dos mortifagos ya no estaban a su lado. Sin embargo, Lily Goldstein, su amiga, estaba a su lado derecho con una mano sobre su hombro y una sonrisa brillante.

— ¡Emily! — chilló y se lanzó sobre ella, envolviéndola en un abrazo el cual fue respondido segundos después.

— ¡Dios! — soltó Emily —. Esto es inmenso.

No quería mostrar su admiración y curiosidad por el lugar, pero tampoco podía ocultarlo. Estaba fascinada con cada rincón de aquella mansión y solamente había visto el vestíbulo principal.

— Oh, esto no es nada, te lo aseguro — junto sus manos y tiró de ella —. No puedo mostrártela toda, porque no nos daría tiempo y yo tampoco la he conocido toda aún.

— Descuida.— restó importancia mientras su mirada viajaba por el lugar.

Lily abrió una pesada puerta con manija de bronce y dejó al descubierto un salón inmenso, amueblado con todo tipo de muebles.

— ¿Qué es esto? — inquirió, realmente curiosa.

— Es el salón en donde nos reunimos todos los días — se encogió de hombros —. La mayor parte del tiempo la pasamos en este lugar, porque tiene varias cosas como podrás ver.

Claro que lo podía ver. El salón era más grande que su propia casa, es más; su casa podría caber en este salón como si nada y sobraría espacio.

Habían algunas chicas al fondo del salón. Algunas tenían libros entre sus manos mientras que otras charlaban entre ellas. Las risitas llenaban el lugar, al igual que los murmullos.

— ¡Cielos! — suspiró.

— Te presentaría a esas chicas, pero la verdad es que no son mis amigas.— volvió a tirar de su muñeca, llevándola al otro extremo del lugar donde se encontraba una mesa de baja estatura y un sillón blanco en forma de L alrededor de esta.

La tela se sentía suave bajo las manos de Emily, como una seda fina, de las más finas.

— ¿No te vuelves loca en este lugar? Es decir... yo me volvería loca.

— Uno se acostumbra.— aseguró, con una sonrisa.

Lily se veía diferentes en todos los aspectos. En la forma de comportarse, sus gestos y su forma de hablar. También su forma de vestir era diferente, y Emily no sabía si estar feliz por ella, o triste. No quería que su amiga cambiará, pero tal vez era necesario ante tango lujo.

— ¿Qué haces todo el día? Cuéntame.

— ¡Muchísimas cosas, Emily! No te imaginas. Uno nunca se aburre aquí — dijo, completamente emocionada, y Emily pensó qué tal vez no era tan diferente después de todo. La chica se acercó más a Emily y comenzó a gesticular con las manos y abrir mucho los ojos cuando hablaba —: ¡Todo en esta casa es impresionante!

» Despertamos por la mañana y antes de bajar a desayunar nos preparan un baño delicioso — puso los ojos en blanco, en señal de placer —. Al terminar de desayunar nos dan una tarea, diferente cada día.
Por ejemplo, a veces estudiamos cosas; hechizos, magia oscura, entre otras cosas más.

» Después de las tareas podemos salir al jardín, o tomar el té en este salón. Literalmente, podemos hacer cualquier cosa que queramos. Cenamos con Cissy, y volvemos a nuestras habitaciones. ¡Sé que suena simple, pero te aseguro que no lo es!

Emily escuchó a Lily hablar hasta el cansancio. Le contó varias cosas, entre ellas cotilleos y secretos de la mansión.

Le sorprendió que, Narcissa estuviera con ellas la mayor parte del tiempo. A decir verdad, Emily esperaría que esto no fuera para nada agradable.

— a Draco — al decir ese nombre bajo la voz —, no se le ve mucho, porque es un hombre ocupado.

— ¿Entonces nunca le has visto la cara?

Encogió solo un hombro e hizo un mohín.

— La primera vez sí lo pude ver, pero con la máscara.

— ¿No se la quita?

— No lo sé — respondió y después de unos segundos comenzó a reír —. Imagínate tener sexo con él sin quitarse la máscara.

— ¡Lily! — la regañó—. No te imagines esas cosas. No con él, por lo menos.

— ¿Por qué no, Emily? No estoy aquí solo para vivir como una reina, estoy aquí para tratar de conquistar el corazón de Malfoy.

Pensó muy bien en su respuesta, pues no quería herir los sentimientos de su amiga.

— ¿Y cómo lo vas a hacer si ni siquiera se ha atrevido a darles la cara, Lily?

— Eso es lo de menos — volvió a encogerse de hombros, restándole importancia —. Algún día tendrá que interactuar con nosotras, y ahí es donde entro yo a conquistarlo.

— ¿En serio quieres ser una Malfoy?

— Claro que sí — afirmó y se acercó aún más a Emily—. Algunas chicas de sangre pura me han dicho que él es muy apuesto sin la máscara.

Se decía que pocas veces se quitaba la máscara Draco Malfoy. Nadie sabía con exactitud la razón por la cual el heredero de los Malfoy quería mantener su rostro oculto la mayor parte del tiempo. Algunos decían que había quedado con una gran cicatriz, otros decían que se quería hacer el misterioso; y Emily apostaba más por la segunda opción. Sin duda, el antes mencionado era una persona de un gran ego y narcisista.

— Bueno — soltó una gran bocanada de aire—, cuando lo averigües me avisas.

— No es tan malo cómo crees.

— No quiero opinar, en realidad.

— Me siento bien aquí, Emily. Todo se siente mejor estando en este lugar.

— No dejes que tanto lujo te ciegue, por favor.— recostó la espalda contra el respaldo del asiento y dejó descansar sus manos sobre su regazo.

No quería sonar como una amiga envidiosa, porque no lo era. Solamente quería lo mejor para su amiga, y una vida con un maton de primera y un mortifago, no era la vida perfecta a decir verdad. «¿Qué si ese sujeto es un agresivo? ¿Qué si Lily gana su corazón, se convierte en su esposa y después sufre a manos de él? O aún peor, ¿qué si no llega a conquistar su corazón?»

— Nada me está cegando — aseguró —. Simplemente soy una persona que lucha por tener una vida mejor.

— ¿Y la tendrás junto a un mortifago, Lily? ¿Sabes qué ese hombre le ha quitado la vida a miles de personas?

Lily desvío la mirada y su pie comenzó a tamborilear sobre el suelo.

— ¿Quieres que sea conformista tal como lo eres tú? — espetó, aunque su voz salía como un murmulló—. Discúlpame por no ser como tú, Emily, pero yo no quiero conformarme con un panadero como Thomas Cattermole y tener una suegra que limpie los suelos de los sangre pura.

Al escuchar eso, Emily sintió algo romperse en su interior. Se mordió el labio inferior, negándose a soltar un chillido.

— Tienes razón — dijo, después de un rato —. Lamento si te ofendí.

Después de un buen rato sin mirarse a la cara, Lily giró la cabeza y enfrentó a Emily.

— No, discúlpame tú. Me he dejado llevar, Emily.

— Descuida, está bien.— aseguró, sonriéndole.

— No quiero que discutamos — envolvió la mano de Emily con la suya —. Mejor hay que hacer algo.

— Estoy de acuerdo — se enderezó —. ¿Qué podemos hacer?

— En la biblioteca hay varios juegos de mesa y, obviamente, libros. Ve y busca algún libro o juego de mesa y luego vuelve aquí. Nos prepararé té.— se puso de pie e instó a Emily a caminar, pero la castaña no se movió ni un centímetro.

— No conozco la mansión — le recordó —. ¿Por qué no vas tú y después preparamos el té juntas?

— Porque sería más rápido si vas tú y yo preparo el té, Emily. No te perderás, simplemente sube al primer piso y entra a la primera puerta a la izquierda.

Con un suspiró, Emily aceptó y comenzó a dirigirse a la biblioteca. Salió por la puerta del salón y subió la escalinata hasta el primer piso. En cada lugar había un mortifago parado. Algunos con máscaras, otros sin nada que le cubriera el rostro. Emily se dio cuenta que varios de ellos eran rostros familiares, pues eran mestizos los cuales algunos habían sido obligados a convertirse en mortifagos y otros lo hacían por simple gusto. Todo para servirle a su señor, Voldemort, o ahora a su nuevo señor, Draco Malfoy.

Al estar en el piso de arriba, giró sobre sus talones y  se encontró con una puerta gigantesca de color crema y manija de oro. Emily, dubitativa, colocó un solo dedo sobre la manija para asegurarse que no estuviera hechizada y que tampoco se convertiría en una cara de madera. Al no pasar nada de eso, Emily envolvió la manija con su mano y la giró, así abriendo la puerta, permitiéndole ver una gran biblioteca... Gran biblioteca.

Era, sin duda, enorme. Piso laminado, pasillos largos y estanterías llenas de libros. Sobre el techo colgaba una lámpara elegante de color crema y adornos en dorado. Al lado derecho había una pequeña sala, con un sillón y dos sillas y una mesa en medio.

El lugar tenía un aroma cálido y a libros, el cual inmediato entró en las fosas nasales de Emily y penetro sus pulmones. Fascinada, Emily inhaló profundo y cerró los ojos.

Escogió esta parte de la mansión como su favorita.

Sus pisadas hacían un pequeño eco por el lugar mientras que Emily se paseaba por cada estantería y leía los títulos de aquellos libros. Algunos tenían lomos demacrados y viejos, otros estaban nuevos. Lo único que se le hizo extraño y fuera de lugar eran los libros con títulos muggles que se encontraban en varias estanterías. No entendía el por qué estarían esos libros allí, pues Emily conocía varios y ninguno hablaba sobre guerras y masacres. Al contrario, eran libros de misterio, terror y hasta romance.

Sus ojos se encontraron con el lomo de un libro de color rosa, el título decía orgullo y prejuicio. Se puso de puntitas intentado alcanzar aquel libro, pero le era imposible debido a su corta altura.

Una mano pálida con dedos largos, los cuales estaban llenos de anillos, cubrió mitad del lomo del libro que ella quería. Con habilidad sacó el libro, sin dejar caer ninguno más al suelo y lo extendió hacia Emily.

Un agradable olor varonil llegó a sus fosas nasales, remplazando el aroma de los libros.

«Agradable... el aroma era completamente agradable.»

Dejó de respirar. En verdad, sus pulmones dejaron de funcionar, porque al encontrarse con aquella mirada gélida y aquellos ojos grises con motas azules, el aire abandonó sus pulmones por completo.

Sus piernas temblaron, al igual que sus manos. Pero por algún motivo, no podía despegar los ojos de aquel rostro.

Era adictivo, casi embriagador.

Le doblaba en altura, así que tenía que alzar el rostro para poder verlo.

Su piel era pálida, como la nieve y sus ojos eran de un color gris como el metal junto a motas azules que le recordaban a las moras; su nariz era larga y respingada.

Los ojos fríos de aquel hombre escanearon el rostro de Emily. Después bajaron por todo su cuerpo y volvieron a subir, deteniéndose por un microsegundo sobre su escote.

Algo vibró en su interior. Su corazón comenzó a martillear con fuerza dentro de su caja torácica, pidiéndole a gritos que echara a correr mientras que sus piernas, las cuales aún se sentían debilitadas y temblorosas, le suplicaban quedarse a admirar aquel rostro angelical.

— ¿Necesita algo más? — preguntó, mirándola a los ojos.

Voz ronca, baja, profunda y casi sensual.

Su voz resonó en todo su cuerpo, de pies a cabezas, como una electricidad fría que se adueñaba de cada rincón de su mente y penetraba los lugares perfectos para volver loca a cualquiera.

Sacudió la cabeza, embobada y parpadeó varias veces. Quería colocarse la mano sobre el pecho, justo en donde su corazón latía con adrenalina. Pero se abstuvo de hacerlo, pues no quería mostrar sus emociones ante él; porque él no lo estaba haciendo, o tal vez no sentía nada en realidad.

Tenía la expresión sombría, sin expresión alguna. Los ojos fríos, casi vacíos, sin emociones. Los labios rojos en una línea recta y la mano extendida hacia ella, con el libro de color rosa.

— Yo... — volvió a sacudir la cabeza, pareciendo tonta —. No, gracias.

— ¿Querrá usted el libro? — cuestionó, ahora frunciendo el ceño.

— ¿El libro? — le devolvió el ceño fruncido, olvidándose claramente del libro que yacía flotando entre ellos.

A continuación, el hombre arqueó una ceja y alzó el libro, sacudiéndolo frente a su rostro.

Emily esbozó una sonrisa apenada y lo cogió.— Lo siento.

Meneó la cabeza, restándole importancia.— En esta mansión antes de entrar a cualquier lugar, se acostumbra tocar la puerta.

— Pero es una biblioteca, creí que... Bueno, yo creí que no tendría por qué tocar la puerta, ya que... es una biblioteca ¿pública?

— Entiendo — se relamió los labios y cruzó los brazos sobre su pecho —. Es mejor que se retire ya si ha encontrado lo que estaba buscando.

Asintió y se aferró al libro como si su vida dependiera de ello y emprendió sus pasos hasta el salón.

Sus pulmones volvieron a llenarse de aire una vez que salió de la biblioteca, y agradeció por ello, porque en realidad no podría aguantar un minuto más.

En efecto, Lily les había preparada té y se encontraba en el sillón esperando por Emily.

Pasaron la tarde leyendo aquel libro, orgullo y prejuicio; terminaron totalmente enamoradas y declararon que querían un hombre como Darcy.

Al anochecer Lily le insistió a Emily que se quedará a cenar, pero Emily se negó rotundamente, porque no podría soportar un minuto más sabiendo que Draco Malfoy rondaba por la mansión y que ella había estado cara a cara con él.

Entonces sin esperar ni un minuto más, Emily volvió a su casa, o a unos metros de ella.

Se despidió del mortifago como si fuese su amigo y llegó hasta su casa.

Esa noche, Emily no pensó en Thomas Cattermole, sino que su mente se la jugó sucio y no le permitió pensar en otra cosa más que en el recuerdo de aquel apuesto hombre.

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