Contrataque
Lincoln despertó lentamente, la sensación de mareo abrazándolo con fuerza mientras el dolor se apoderaba de su cuerpo. Era un dolor punzante, profundo, como si cada músculo, cada hueso, estuviera desgarrado por la brutalidad del combate. A medida que su conciencia regresaba, la nebulosa de los recuerdos se disipaba, dejándole un vacío en el estómago que solo podría llenar con respuestas. Estaba acostado en una camilla, rodeado de instrumentos médicos de campaña que zumbaban levemente, emitiendo sonidos que eran más familiares que confortantes. La luz tenue que iluminaba la tienda de campaña proyectaba sombras largas en las paredes, pero la atmósfera seguía siendo sombría, ajena al caos que sin duda aún continuaba fuera. Sin embargo, el silencio allí dentro parecía irónico, un contraste absoluto con la guerra que rugía en el exterior.
Un médico clon se acercó con paso firme. El sonido de sus botas sobre el metal resonó en el espacio cerrado, marcando un ritmo que, aunque profesional, llevaba consigo la tensión de saber que un joven estaba luchando por mantenerse consciente. El clon observó con cautela a Lincoln, quien lentamente empezaba a mover los brazos y piernas, tentando al cuerpo roto con una voluntad que no podía evitar. El soldado se agachó junto a la camilla, aún con su casco puesto, sus movimientos medidos y calculados, como si cada acción fuera el resultado de una formación rigurosa.
Clon Médico: Ten cuidado, te has sometido a un gran esfuerzo. Aún no estás completamente recuperado.
Lincoln intentó ignorar el dolor que se filtraba en su abdomen, una punzada de ardor cada vez que su cuerpo intentaba moverse. Con un esfuerzo considerable, se incorporó lentamente en la camilla, su respiración agitada pero controlada. La fatiga era un enemigo implacable, pero su mente era más fuerte. La mirada fija que le dedicó al clon reflejaba determinación, una decisión inquebrantable que no iba a ceder ante el dolor.
Lincoln: Dime mi estado. ¿Qué tan grave es?
El médico clon suspiró, sabiendo que Lincoln no iba a aceptar respuestas ambiguas ni evasivas. Había algo en él, un carácter forjado en batalla, que lo hacía incapaz de aceptar la realidad de su debilidad. Hizo una pausa, observando la cara de Lincoln, antes de hablar, sabiendo que sus palabras no cambiarían lo que ya había decidido.
Clon Médico: Has recibido múltiples heridas, algunas graves. Un pedazo de metal perforó tu abdomen, pero hemos logrado estabilizarte. La hemorragia se detuvo, pero te recomiendo descansar, o podrías agravar las lesiones.
Lincoln frunció el ceño. Cada palabra del clon se clavaba como una daga más, recordándole lo vulnerable que se sentía en ese momento. Sin embargo, lo que realmente le dolía no eran sus heridas físicas, sino la incertidumbre que le envolvía al pensar en Ahsoka. La imagen de ella luchando junto a él se mantenía firme en su mente, y la necesidad de saber que estaba bien lo mantenía en alerta.
Lincoln: ¿Ahsoka? ¿Está bien?
El médico clon asintió con seriedad, reconociendo que la pregunta era lo único que realmente importaba en ese momento.
Clon Médico: La padawan Tano está con el comandante Skywalker. Están planeando un ataque junto con el capitán Rex. Ella se encuentra estable, aunque también ha sido herida, pero no de gravedad. Está con los demás soldados.
Lincoln asintió levemente, una pequeña carga levantada de su pecho al saber que Ahsoka estaba bien. Al menos eso era lo que podía entender, pero su mente no podía descansar. Las imágenes de la batalla, el caos, la violencia, seguían girando en su cabeza. No podía quedarse allí, no podía ser débil.
Lincoln: Necesito verla.
El médico clon lo miró con una mezcla de advertencia y comprensión. Sabía que intentar detener a Lincoln sería como intentar sujetar una tormenta. Sin embargo, no podía dejar de ser responsable.
Clon Médico: Te dije que descansaras, pero entiendo tu preocupación. Sin embargo, no es recomendable que te levantes aún.
Pero Lincoln ya no escuchaba. No podía, no quería. El dolor era un recordatorio constante de lo que había pasado, pero la preocupación por Ahsoka, por la misión, por el destino de todos, lo empujaba a seguir adelante. Se levantó con esfuerzo, su cuerpo protestando en cada movimiento. El dolor se intensificaba, pero nada lo iba a detener. Su rostro, marcado por la fatiga y la lucha, reflejaba una determinación imparable. Caminó hacia la salida de la tienda, su cuerpo débil, pero su voluntad como una roca sólida que no se iba a quebrar. No le importaba lo que su cuerpo le decía, su mente ya había tomado la decisión.
El castillo de Alderaan, a pesar de su majestuosidad, parecía frío y distante. Los pasillos largos y oscuros lo envolvían mientras caminaba, el eco de sus pasos resonando en los pasillos vacíos. Los soldados clon se movían rápidamente a su alrededor, cumpliendo órdenes, preparándose para la siguiente fase de la guerra. No tenía tiempo para ellos. Los saludos de respeto que algunos le ofrecían pasaban desapercibidos, pues su mente solo estaba centrada en un único objetivo: encontrar a Ahsoka.
El brillo de las armaduras de los clones reflejaba la luz que se filtraba por las ventanas, creando un contraste entre la frialdad de la tecnología y el calor de los recuerdos de las batallas pasadas. Lincoln ignoraba todo eso, sus ojos no veían nada más que el camino hacia Ahsoka. Las heridas que sentía palpitando en su cuerpo eran solo un recordatorio físico de lo que ya había enfrentado y de lo que aún debía enfrentar.
Al llegar a una puerta custodiada por dos clones, Lincoln se detuvo. El peso de sus heridas lo alcanzaba con cada paso, pero la presión de la misión, de la responsabilidad, lo mantenía en pie. Su respiración se agitó ligeramente mientras tomaba aire con fuerza, forzándose a continuar.
Lincoln: ¿Dónde está la comandante Tano?
Los clones intercambiaron una mirada breve, sabiendo que Lincoln no iba a aceptar un retraso. Uno de ellos, tras un momento de duda, abrió la puerta. El sonido del mecanismo de la puerta deslizándose reveló una sala iluminada de manera tenue, con un mapa táctico holográfico proyectado en el aire. Dentro, Ahsoka, el comandante Skywalker y el capitán Rex discutían la siguiente fase del ataque.
Cuando Ahsoka vio entrar a Lincoln, su rostro pasó rápidamente por varias emociones: sorpresa, preocupación, alivio. Su mirada se suavizó, pero también se endureció con la preocupación por el estado de su compañero. Sus ojos se encontraron, y en ese instante, algo en la conexión entre ellos se hizo más fuerte.
Cuando Ahsoka vio entrar a Lincoln, su rostro pasó rápidamente por varias emociones: sorpresa, preocupación, alivio. Por un momento, el aire a su alrededor pareció detenerse. Sus ojos se encontraron, y en ese instante, algo en la conexión entre ambos se hizo más fuerte, más palpable, como si todas las dificultades y peligros que habían enfrentado juntos pudieran desvanecerse en ese simple contacto visual.
El alivio de verla, de saber que Ahsoka estaba bien, fue inmediato, pero también lo invadió una preocupación profunda por la forma en que se había presentado ante ella: herido, agotado, y con la apariencia de alguien que había desafiado todos los pronósticos. Los médicos habían dado a Lincoln por muerto. Las heridas que había sufrido habían sido tan graves, tan profundas, que sus compañeros y el equipo médico no daban esperanzas. Pero él había sobrevivido. Él siempre lo hacía.
Ahsoka no pudo contenerse. Su cuerpo se movió casi por instinto, corriendo hacia él con una velocidad y determinación que reflejaban la profundidad de su vínculo. Al llegar a su lado, sus manos se extendieron hacia él, tocando su brazo con suavidad, pero con fuerza, como si de alguna manera pudiera transmitirle todo lo que sentía a través de ese contacto.
Ahsoka: No puedes hacerme esto, Lincoln. Los médicos dijeron que... que estabas...
Su voz se quebró un poco, pero rápidamente se recompuso, levantando la vista para mirarlo fijamente a los ojos. La preocupación era evidente en su rostro, y aunque trataba de ocultarlo con su típica fortaleza, no podía disimular la angustia que sentía al ver a su compañero de pie, a pesar de lo grave de sus heridas.
Ahsoka: ¿Por qué no me escuchaste? Podrías haberte... podrías haberte muerto.
Lincoln la miró, su expresión mezcla de cansancio y determinación, pero también de un cariño silencioso. La preocupación que Ahsoka reflejaba en su rostro solo lo fortalecía. No podía dejarla sola, no ahora, no después de todo lo que habían enfrentado juntos.
Lincoln: Lo siento, Ahsoka, pero... no podía quedarme allí. Tenía que saber que estabas bien. No podía perderte.
El eco de sus palabras llenó el aire, resonando más fuerte que cualquier arma en el campo de batalla. Ahsoka lo miró con una mezcla de frustración y algo más profundo, algo que ambos habían intentado ignorar en silencio durante mucho tiempo. Pero ahora, con la amenaza que los rodeaba y con la cercanía de la muerte tan presente, las palabras entre ellos parecían no ser suficientes.
Ahsoka suspiró, sin poder ocultar la preocupación en su rostro, pero también con una ligera sonrisa que se asomó en sus labios. Sus manos aún permanecían sobre el brazo de Lincoln, como si él pudiera romperse en cualquier momento si ella no lo sostenía.
Ahsoka: Eres un idiota... pero también eres un tonto al que no puedo dejar ir.
La tensión entre ellos era palpable, pero al mismo tiempo, había algo reconfortante en saber que, a pesar de todo lo que había sucedido, su vínculo permanecía intacto. Ahsoka lo miró con una firmeza renovada, una resolución que solo aumentaba con cada palabra que intercambiaban.
Ahsoka: Descansa, Lincoln. No quiero perderte también.
Lincoln la miró por un momento, su rostro marcado por el dolor, pero con una firmeza que solo él poseía. Movió la cabeza lentamente, casi con una ligera sonrisa a pesar de todo lo que había pasado.
Lincoln: Eso será después, Ahsoka. Ahora, hay algo más importante que hacer.
Antes de que Ahsoka pudiera protestar, Lincoln se apartó de ella con pasos firmes. Su cuerpo le dolía, pero su voluntad era más fuerte. Sabía que no podía quedarse quieto mientras la guerra continuaba. Ahsoka lo observó alejarse, sabiendo que nada podía detenerlo una vez que se fijaba un objetivo.
Lincoln se acercó al centro de operaciones, donde el comandante Skywalker estaba reunido con el capitán Rex. La sala estaba llena de hologramas tácticos y mapas, con los soldados clon trabajando de manera eficiente y concentrada. El ambiente era tenso, pero el liderazgo de Skywalker y el capitán Rex mantenían a todos enfocados.
Lincoln: Comandante Skywalker, necesito saber la situación en el campo de batalla.
Anakin Skywalker, sin volverse de inmediato, sintió la presencia de Lincoln y alzó la vista con una expresión de seriedad. Su relación con Lincoln había sido una mezcla de respeto mutuo y la comprensión de que ambos compartían una pasión y un propósito similares. Sin embargo, en este momento, Anakin sabía que no podía dejar que Lincoln se metiera en la batalla sin estar completamente recuperado.
Anakin Skywalker: Lincoln... Te dije que descansaras. Las heridas que sufriste son graves, y necesitamos que te recuperes.
Lincoln lo miró, el cansancio evidente en su rostro, pero su determinación permaneció intacta. Sabía lo que estaba en juego, y no podía quedarse atrás.
Lincoln: No puedo descansar, comandante. La guerra no espera a nadie. ¿Qué está pasando? ¿Dónde están los puntos más críticos?
Anakin suspiró, reconociendo la firmeza en la voz de Lincoln, aunque también sintió la preocupación que pesaba sobre él. Miró a Rex, quien había estado analizando los hologramas, y luego volvió a Lincoln.
Anakin Skywalker: Tenemos un frente de batalla en el sector sur. Los separatistas han lanzado una ofensiva masiva, y nuestros soldados están siendo sobrepasados. Hay una brecha en nuestras defensas, y necesitamos refuerzos rápidos para evitar que se nos desmorone todo.
Lincoln, a pesar del dolor que aún sentía, asintió, su mente ya trabajando en una solución. Sabía que no podía esperar más, que la única manera de hacer una diferencia era involucrarse, aunque su cuerpo no estuviera completamente listo.
Lincoln: Yo iré. Si hay una brecha, tengo que cerrarla.
El comandante Skywalker lo miró fijamente, sabiendo que no iba a ser fácil convencer a Lincoln de quedarse atrás. Pero su preocupación por el estado de su compañero era evidente.
Anakin Skywalker: No estás en condiciones de ir al frente, Lincoln. Lo que necesitas es recuperarte. El campo de batalla... no es un lugar para alguien que está tan herido.
Lincoln frunció el ceño, determinación reflejada en sus ojos. Sabía que el tiempo no era algo que podían permitirse perder.
Lincoln: Yo puedo hacerlo. Déjame ayudar. Sé cómo manejarme, y sé que puedo marcar la diferencia.
Rex, que había estado observando en silencio, asintió, reconociendo el valor de Lincoln y su deseo de luchar, pero también entendiendo que la situación no era fácil. Miró a Skywalker antes de hablar.
Capitán Rex: Si decides ir, necesitamos saber qué fuerzas podemos mover rápidamente. El comandante tiene razón, pero Lincoln es uno de los mejores. Si está decidido a luchar, quizás sea mejor no detenerlo.
Anakin pensó por un momento, sabiendo que las decisiones en tiempos de guerra eran difíciles, pero confiaba en el juicio de Rex. Finalmente, asintió, aunque su rostro reflejaba la preocupación que sentía por Lincoln.
Anakin Skywalker: Está bien. Pero si vas, lo harás bajo mis órdenes, Lincoln. Necesitarás que alguien te cubra.
Lincoln asintió sin dudar. La guerra seguía, y su participación en ella no podía esperar.
Lincoln: Entendido. Ahora, ¿qué necesitamos hacer?
Anakin y Rex comenzaron a discutir las estrategias y los movimientos tácticos mientras Lincoln se preparaba para unirse al campo de batalla. Sabía que no había vuelta atrás, pero también sabía que, pase lo que pase, tenía un propósito en esta guerra. Y mientras Ahsoka estuviera allí, mientras sus amigos estuvieran en la lucha, Lincoln no podía permitirse flaquear.
Antes de salir del castillo y unirse al campo de batalla, Lincoln se detuvo un momento, recorriendo con la mirada su equipo. Sabía que en la guerra, cada detalle era crucial, y para él, sus sables de luz eran una extensión de su ser. Sin embargo, al inspeccionarlos, se dio cuenta de que uno de ellos estaba gravemente dañado. El golpe había afectado su estructura, y al quitarle la empuñadura, se dio cuenta de que el cristal kyber verde estaba expuesto y visible, sin protección alguna.
El sable de luz, su compañero más fiel, había sido dañado en el fragor de la lucha. El cristal, que emanaba una cálida luz verde, estaba desnudo, vulnerable. Lincoln frunció el ceño, preocupado. Pero la urgencia del momento no le permitió detenerse por mucho tiempo a lamentarse. Con los enemigos acercándose y el campo de batalla esperando, no podía darse el lujo de estar incompleto.
Sin perder más tiempo, Lincoln utilizó la Fuerza para concentrarse en el sable, su mente trabajando con precisión. Extendió las manos hacia el cristal expuesto, sintiendo la energía que fluía a través de él, mientras separaba las piezas dañadas con un simple gesto de la Fuerza. Lentamente, comenzó a reconstruirlo. Su habilidad con la Fuerza era increíblemente afinada, y en pocos momentos las piezas del sable comenzaron a encajar de nuevo, como si el daño nunca hubiera existido.
El cristal kyber verde brillaba intensamente mientras Lincoln reorganizaba las partes del sable, sus movimientos rápidos pero meticulosos. Cada pieza que se ajustaba era un paso más hacia la reparación, y aunque el cristal seguía visible, el sable ya estaba funcional. Lincoln podía sentir cómo la energía recorría su cuerpo a medida que el sable se estabilizaba en su mano.
Finalmente, con una última revisión, el sable volvió a la vida. El brillo del cristal verde permanecía a la vista, una señal de la habilidad y determinación de Lincoln para adaptarse a las circunstancias. Aunque no estaba como antes, el sable funcionaba, y eso era lo que más importaba.
Ahora con ambos sables en las manos, el Jedi se sintió completo. Podía defenderse y luchar con los dos sables que siempre había manejado, y en ese momento, sabía que estaba listo para lo que fuera. El campo de batalla lo esperaba, y, aunque su cuerpo aún dolía por las heridas, su espíritu ardía con una determinación inquebrantable. Con un último vistazo a su sable reparado, Lincoln salió de la sala, sabiendo que con su habilidad y sus sables, podía enfrentar lo que viniera.
Cuando Lincoln salió del castillo, el aire frío de la batalla lo envolvió, pero la determinación en sus ojos era más cálida que cualquier otra cosa. Al instante, varios soldados clones se alinearon frente a él, esperando sus órdenes con la misma disciplina y respeto que siempre había generado en ellos. Sabían que, aunque estaba herido, Lincoln seguía siendo una fuerza a tener en cuenta, alguien que podía cambiar el curso de la batalla con solo un movimiento.
Uno de los clones, un veterano con el casco marcado por las cicatrices de muchas batallas, dio un paso al frente y se dirigió a Lincoln.
Clon: Comandante, estamos listos para el contraataque. La situación en el frente es crítica. ¿Qué ordenes tenemos?
Lincoln, con sus sables de luz firmemente sujetos en ambas manos, observó el campo de batalla que se extendía ante él. Las fuerzas separatistas aún eran numerosas, pero había algo en su interior que sabía que con la estrategia correcta, podrían darles un golpe fatal. Su mirada se encontró con los clones, y aunque el cansancio todavía pesaba sobre él, la urgencia de la misión lo mantuvo firme.
Lincoln: Preparen los blasters y mantengan las líneas. Nos moveremos por las trincheras, mientras creamos una distracción. Mantengan la formación. Ahsoka y Anakin lanzarán el ataque principal desde el otro lado. Nos encargarán de cortar las líneas de suministro y atacar sus puntos más débiles. Necesitamos desorientarlos y atraparlos entre dos frentes.
Los clones asintieron, comprendiendo rápidamente el plan. Lincoln sabía que no podía dejar que el enemigo tuviera la oportunidad de reagruparse o reforzar sus posiciones. La coordinación con Ahsoka y Anakin sería clave, y si el contraataque salía como esperaba, lograrían tomar por sorpresa a los separatistas.
A medida que los clones se alineaban y se preparaban para la ofensiva, Lincoln levantó la mano, instando a su escuadrón a que se concentrara.
Lincoln: Recuerden, somos la chispa que prenderá este fuego. No dejemos que el miedo nos controle. ¡Hoy, nosotros ganamos!
Con esas palabras, el grupo de clones comenzó a avanzar con rapidez, siguiendo la estrategia de Lincoln con precisión. El sonido de las botas de los soldados y el chirrido de los sables de luz resonaban mientras se adentraban más en el campo de batalla. Los droides no tardaron en reaccionar, abriendo fuego, pero Lincoln estaba preparado. Con un rápido movimiento de su sable de luz, desvió los disparos, abriendo camino para su equipo.
Mientras tanto, en el otro extremo del campo, Ahsoka y Anakin ya se encontraban avanzando en una dirección distinta, tal como había planeado Lincoln. Los dos Jedi lanzaban un feroz ataque, abriendo una brecha en las líneas enemigas, mientras los clones, bajo el mando de Lincoln, comenzaban a flanquear a los separatistas desde los laterales.
Las fuerzas enemigas se vieron atrapadas entre dos fuegos, un movimiento que los dejó desorientados y vulnerables. Los droides, incapaces de adaptarse con la rapidez necesaria, comenzaron a perder terreno. Los disparos de los blasters, la furia de los sables de luz y el rugir de las explosiones creaban una sinfonía caótica en el campo de batalla.
Lincoln y su escuadrón no perdieron el ritmo. Cada uno de los clones que lo acompañaba estaba perfectamente sincronizado con el joven Jedi, siguiendo sus órdenes con destreza. Se movían como una unidad perfecta, cortando a través de los droides con una precisión mortal.
Lincoln, con la Fuerza guiando cada uno de sus movimientos, continuaba abriendo camino, sabiendo que la victoria estaba a su alcance. Sin embargo, la batalla aún no estaba ganada, y la constante presión lo mantenía alerta. El sonido de los blasters y las explosiones nunca cesaba, pero Lincoln sabía que su escuadrón estaba haciendo la diferencia.
Con Ahsoka y Anakin presionando por un lado, y él liderando a su grupo desde otro, las fuerzas separatistas se vieron rápidamente rodeadas. Lincoln sintió la energía de la Fuerza fluir con cada golpe, cada salto, cada movimiento. Estaba agotado, pero su mente y su voluntad eran inquebrantables.
Era cuestión de tiempo antes de que los separatistas se vieran completamente derrotados. Lincoln, sin embargo, no bajaba la guardia. Aunque su cuerpo lo estaba traicionando por las heridas, su determinación nunca se desvanecía. Sabía que mientras su voluntad siguiera firme, la victoria era suya. Y con el apoyo de Ahsoka, Anakin y los clones, el enemigo no tendría ninguna oportunidad.
Los dos droides separatistas patrullaban el pasillo en silencio, su tarea parecía rutinaria, su lenguaje metálico y carente de emociones resonaba en las paredes de la estación. El estruendo de la guerra sonaba a lo lejos, pero ellos no parecían perturbarse por ello. Los droides, programados solo para seguir órdenes, no cuestionaban la guerra que se libraba fuera, ni el destino de su ejército. Estaban demasiado ocupados cumpliendo con su misión: patrullar, observar, y asegurar que nada extraño ocurriera en su sector.
Droid 1: ¿Has notado algo raro últimamente? No se oyen tantos disparos por esta zona... ¿Crees que todo está bien?
Droid 2: Seguro que es nada. Los Jedi siguen perdiendo. Nunca logran ganar, ¿no? Nos enfrentamos a lo que siempre enfrentamos: la derrota de los clones, la resistencia inútil.
Ambos droides se detuvieron un momento, sus ojos mecánicos escaneando el entorno, pero no hubo respuesta inmediata. No había señales evidentes de peligro, ni amenazas inmediatas. Todo parecía normal, o al menos, tan normal como podía serlo en medio de una guerra intergaláctica. Pero el aire en el pasillo estaba cargado de tensión, algo no estaba bien.
El primer zumbido llegó en un parpadeo. El sonido vibrante de un sable de luz activándose atravesó el silencio de la zona, seguido por el ligero roce de la fuerza que se concentraba en la cercanía de algo... o alguien. Los droides apenas tuvieron tiempo de reaccionar, sorprendidos por la repentina presencia de alguien en su camino.
Antes de que pudieran girar completamente, la figura de Lincoln apareció ante ellos. Era una presencia imponente, la energía en su postura emanaba fuerza, y los dos sables de luz a su cintura brillaban con intensidad. Con una rapidez y destreza sorprendentes, desenvainó su sable verde en un solo movimiento fluido. El primer droide separatista no tuvo tiempo de siquiera emitir un sonido de sorpresa antes de ser partido en dos, sus piezas metálicas caían al suelo con un estrépito metálico.
Los soldados clon, perfectamente sincronizados, ya estaban en movimiento. Salieron de las sombras, rodeando la zona, armados con blásteres y determinación en sus rostros. Con precisión quirúrgica, comenzaron a atacar a los demás droides separatistas que estaban apostados en los pasillos. Los disparos se multiplicaron en el aire, creando una cortina de fuego que comenzó a desintegrar las unidades enemigas.
Lincoln, aún sintiendo el peso del dolor en su cuerpo, se mantenía firme, liderando la ofensiva. Su sable de luz brillaba con cada movimiento, cortando, desintegrando, destruyendo. Su rostro estaba concentrado, pero la determinación en sus ojos era clara: no podía permitir que los droides siguieran avanzando. No podía fallar. La batalla estaba lejos de terminar.
Con cada paso que daba, el eco de su sable resonaba por todo el pasillo, cortando la carcasa metálica de los droides y dejando atrás una estela de chispas y destrucción. Sus sables eran como un par de extensiones de su voluntad, cada uno de los movimientos precisos y mortales, un reflejo del entrenamiento y la experiencia que lo habían forjado como Jedi, aunque el cansancio y el dolor lo invadieran. Sabía que este era solo el comienzo.
A lo lejos, el estrépito de más disparos y explosiones podía oírse mientras la ofensiva generalizada continuaba. Ahsoka y Anakin, en el otro flanco, también estaban luchando ferozmente, como si la guerra fuera una extensión de su ser. Sabía que debían trabajar juntos, que la batalla no podía ser ganada si no mantenían la presión constante, si no actuaban al unísono.
El comandante Rex, con su habitual calma, cubría a los clones de Lincoln, haciendo que cada movimiento en la ofensiva fuera aún más eficiente. Sus órdenes eran claras, su estrategia era brillante, y la sincronización con los Jedi era perfecta. Los clones avanzaban en formación, cubriéndose mutuamente mientras disparaban, se movían, y mantenían la presión sobre el enemigo. Ningún droide podía resistir la feroz ofensiva que se desataba en ese momento. La guerra estaba tomando un giro a favor de los Jedi, pero el enemigo aún tenía mucho que ofrecer.
Lincoln avanzó con determinación. El siguiente grupo de droides estaba más organizado, pero ellos también se vieron atrapados en la trampa. Mientras los soldados clon les mantenían ocupados, Lincoln se deslizaba entre ellos, sus sables iluminando el pasillo con cada tajo mortal. De un solo movimiento, un droide se desintegró, y otro cayó al suelo con un fuerte estruendo. Era una danza mortal, pero Lincoln sabía que no podía perderse en la euforia de la lucha. Cada movimiento lo acercaba a la victoria, pero también lo acercaba a sus propios límites.
Cuando finalmente el último droide cayó, el silencio se apoderó del pasillo, pero no duró mucho. El sonido de los pasos firmes de más tropas avanzando les indicó que esto era solo el principio. La batalla no había terminado. Lincoln miró hacia sus clones, asintiendo, reconociendo que la victoria solo era posible si todos continuaban luchando. Sin embargo, su mente seguía centrada en la misión mayor, en el impacto de cada movimiento en el campo de batalla, en la necesidad de que todo el conjunto funcionara.
Mientras tanto, la batalla de Ahsoka y Anakin seguía su curso, con ellos liderando otro flanco, creando una distracción crucial para que los clones y Lincoln pudieran hacer su parte. Las oleadas de disparos y los chispazos de las explosiones continuaban, pero Lincoln no veía nada más que su objetivo: avanzar, luchar, y asegurar que la victoria fuera de la República.
Al final, se detuvo frente a la puerta que separaba su grupo de la siguiente fase del campo de batalla. La presión en su pecho era palpable, pero lo ignoraba, concentrándose en la victoria. Sabía que la guerra no se ganaba solo con victorias pequeñas. Se ganaba con sacrificio, esfuerzo, y, sobre todo, unidad. Pero ese sacrificio no debía ser en vano. Ya estaba comprometido con el camino. Ahora solo quedaba seguir adelante.
La batalla se intensificaba a cada segundo. Los sonidos de disparos y explosiones llenaban el aire, pero Lincoln ya no pensaba en el daño que causaba a su alrededor ni en las consecuencias de sus acciones. El peso de la guerra, la desesperación y la necesidad de proteger a su escuadrón lo habían llevado a un límite que ni él mismo había anticipado. Estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario para ganar. Incluso si eso significaba ir más allá de los límites establecidos por la Orden Jedi.
En medio de la feroz ofensiva, Lincoln sintió una creciente presión dentro de él. La Fuerza, siempre un aliado, estaba más fuerte que nunca, resonando en cada fibra de su ser. Sintió una oleada de energía, de poder, que lo invadió. Había llegado a un punto en el que ya no podía detenerse. No importaba lo que los Jedi pensaran, ni si sus acciones lo ponían en riesgo de ser expulsado de la Orden. La situación exigía decisiones drásticas, y estaba dispuesto a tomar ese paso.
Concentró toda su energía en un solo punto. Su sable de luz verde, recién reparado, emitía un leve parpadeo, mientras un resplandor de energía eléctrica comenzaba a rodearlo. En su interior, el juicio eléctrico, una técnica prohibida y peligrosa, comenzaba a formarse. No era solo una técnica común; era un poder antiguo, una manifestación de la Fuerza que podía desatar la destrucción de manera imparable. Para los Jedi, era un poder que debían evitar, una herramienta que podría corromper incluso a los más sabios.
Pero Lincoln no tenía tiempo para la duda. El campo de batalla ante él se desbordaba con la fuerza de un océano furioso, y él necesitaba detenerlo.
Extendió la mano, y con un grito mental, lanzó la fuerza contenida. Un destello cegador de electricidad surcó el aire, iluminando el pasillo con una luz espectral. Las ondas de energía golpearon con fuerza a los droides separatistas que estaban apostados, arrasándolos de inmediato. No hubo tiempo para que intentaran reaccionar. La electricidad se extendió en un rugido ensordecedor, quemando circuitos, fundiendo metal y desintegrando todo a su paso. La destrucción era total.
El juicio eléctrico de Lincoln no solo era una técnica letal, sino que, a medida que avanzaba, parecía tomar una forma casi orgánica, como si fuera una manifestación de su propio poder interior. La Fuerza lo envolvía, lo guiaba, y él simplemente dejaba que todo sucediera, sin temor ni dudas. Sabía que este poder podría ser el punto de inflexión de la batalla, pero también sabía que, en su interior, había algo que se rompía con cada impulso de energía que liberaba.
A medida que la electricidad recorría el terreno, más droides cayeron, y la resistencia separatista comenzó a disminuir, pero no sin consecuencias. Lincoln sintió cómo la Fuerza comenzaba a agotar sus energías, su cuerpo fatigado por el esfuerzo. Sin embargo, no se detuvo. Los clones que lo acompañaban no podían evitar mirarlo con asombro. Para ellos, este joven Jedi era una fuerza de la naturaleza, alguien capaz de enfrentarse a cualquier cosa para asegurar su supervivencia.
De repente, un grito de alarma llegó desde el flanco opuesto. Lincoln se giró, viendo cómo una ola de refuerzos separatistas se acercaba rápidamente. Era un ejército completo, y si no los detenía de inmediato, todo lo que había hecho hasta ahora sería en vano. Sin dudarlo, Lincoln extendió nuevamente las manos, y con un nuevo destello de juicio eléctrico, lanzó una segunda ola de energía.
Esta vez, el poder fue aún mayor. El aire se volvió denso y cargado, como si el mismo ambiente estuviera a punto de estallar. Los droides, incapaces de resistir, fueron desintegrados en segundos, y la marea de refuerzos se disipó con la misma rapidez con la que había llegado. El camino hacia la victoria estaba despejado, pero Lincoln sabía que no podía detenerse aún.
El agotamiento comenzaba a pesar sobre él, pero lo ignoraba. Estaba centrado en la batalla, centrado en su misión. Sabía que este poder que había desatado podría costarle su lugar en la Orden, pero en ese momento, las reglas de los Jedi parecían secundarias. La guerra no se libraba con restricciones, sino con determinación y sacrificio.
Cuando la última onda de energía se disipó, Lincoln se quedó de pie en medio del caos, su sable verde todavía ardiendo a su lado, rodeado por los restos de los droides caídos. La Fuerza se calmó a su alrededor, y aunque el eco de su juicio eléctrico seguía resonando en sus oídos, él se mantuvo firme, consciente de que lo que acababa de hacer había cambiado el curso de la guerra, pero también lo había cambiado a él.
Se giró hacia los clones que lo acompañaban. Algunos parecían sorprendidos, otros preocupados, pero todos compartían una cosa en común: una mezcla de respeto y temor por lo que acababan de presenciar. Lincoln no podía predecir lo que vendría, pero sabía que ya nada volvería a ser igual.
Sin una palabra, caminó hacia adelante, liderando al grupo hacia el próximo punto de la batalla. La guerra no había terminado, y su lucha interna, mucho menos. Sabía que Ahsoka y Anakin también estaban peleando en otros frentes, confiando en que él hiciera lo necesario para cumplir su parte del plan. Lincoln estaba determinado a no fallarles.
Anakin estaba en el centro del caos, su sable láser cortando a través de los droides separatistas con una habilidad que solo el "Elegido" podía exhibir. Cada movimiento que hacía era preciso, feroz y decidido, como si toda la Fuerza estuviera concentrada en cada golpe. No era solo la habilidad de combate lo que lo hacía tan impresionante, sino la forma en que estaba completamente inmerso en la batalla. Era más que un simple combate; era la manifestación de su destino, como si estuviera destinado a destruir a sus enemigos, sin importar el costo.
A su lado, Ahsoka brillaba con una destreza que reflejaba todo lo que había aprendido de su maestro, Anakin Skywalker. Su sable láser brillaba con intensidad mientras esquivaba y cortaba a los droides que se le acercaban, moviéndose con agilidad y precisión. Cada uno de sus ataques era fluido, pero lo que realmente destacaba era la serenidad con la que ejecutaba cada movimiento. Ahsoka no solo luchaba con habilidad, sino con la sabiduría que su maestro le había inculcado a lo largo de su entrenamiento.
Pero, aunque ambos Jedi luchaban con todo lo que tenían, había una diferencia notable en sus enfoques. Anakin se entregaba por completo a la lucha, su furia y pasión alimentando cada uno de sus movimientos, mientras que Ahsoka mostraba el control y la calma que había aprendido a lo largo de su tiempo con él. Aunque Anakin estaba guiando la ofensiva, Ahsoka era el equilibrio que mantenía la batalla en curso, controlando las situaciones y asegurándose de que los clones pudieran seguir luchando sin ser anulados.
Mientras tanto, Lincoln seguía en su propio camino de lucha, destacándose entre los soldados clones con su propio estilo único de combate. Aunque todavía un padawan, su habilidad en la Fuerza y en el combate con sables de luz era impresionante. Pero, a diferencia de Anakin, Lincoln no se entregaba completamente a la furia. Su control sobre la Fuerza era firme y calculado, usando su poder de manera estratégica para proteger a sus compañeros mientras desataba su juicio eléctrico para hacer frente a los droides más fuertes.
Ahsoka, al verlo, no podía evitar sentir un alivio. Aunque Lincoln estaba usando una energía peligrosa, su control sobre ella le daba la esperanza de que no caería en la oscuridad. Él tenía el potencial, quizás incluso más que ella en ciertos aspectos, pero lo que realmente la preocupaba era su capacidad para mantenerse centrado y no sucumbir a la furia, como su maestro. Al ver cómo utilizaba sus sables de manera magistral, Ahsoka también comprendió que Lincoln, al igual que ella, estaba creciendo en la Fuerza, pero a un ritmo mucho más acelerado.
Mientras tanto, Anakin seguía a la cabeza de la lucha, derribando a los droides con una determinación inquebrantable. Cada uno de sus movimientos parecía predestinado, y su habilidad para anticipar los ataques enemigos era asombrosa. No era solo su entrenamiento lo que lo hacía tan formidable; era su conexión con la Fuerza, algo que lo hacía único. Ahsoka lo miraba de reojo, admirando su maestría, pero al mismo tiempo recordando sus propias lecciones de control. A diferencia de Anakin, ella sabía que no podía dejarse arrastrar por la ira. Aunque sentía la tentación de entregar toda su energía a la lucha, se mantenía fiel a lo que había aprendido: que la calma y la sabiduría eran la verdadera clave para dominar la Fuerza.
La batalla seguía siendo feroz, pero Ahsoka sabía que con la combinación de su propia habilidad y el liderazgo de Anakin, pronto el campo de batalla se inclinaría a su favor. No obstante, la guerra estaba lejos de terminar. El camino hacia la victoria requeriría más que solo habilidad; también requeriría sacrificio y, sobre todo, unidad. Mientras tanto, Lincoln seguía luchando en su propio frente, su presencia en el campo de batalla una mezcla de destreza, poder y un deseo de proteger a los que le importaban.
Ahsoka no podía evitar pensar en lo que el futuro les deparaba. Aunque ahora estaban luchando juntos, la guerra no iba a ser tan simple como parecía. Cada uno de ellos, incluso Lincoln, tendría que enfrentarse a sus propios desafíos y peligros. Y lo más preocupante de todo era cómo cada uno manejaría el poder que les otorgaba la Fuerza.
La situación en el campo de batalla se volvía cada vez más desesperante. Los droides de batalla de mayor rango aparecían con más frecuencia, lanzando una lluvia imparable de disparos y proyectiles hacia las líneas de defensa de los clones. Los soldados caían uno tras otro, y la sangre de los compañeros de Lincoln comenzaba a teñir el suelo, una visión que lo quemaba por dentro. Los que caían en combate lo hacían sin poder defenderse, sin oportunidad de salvarlos. Lincoln veía cómo sus hombres morían sin poder hacer nada, y algo en su interior comenzaba a romperse. La impotencia lo estaba devorando, cada vez más rápido.
Los sables verdes que empuñaba, aquellos símbolos de esperanza y disciplina, se convertían en una extensión de su rabia. Se movían con un propósito, pero el propósito ya no era el mismo. Sus movimientos eran salvajes, descontrolados, cada vez más erráticos. Su mente daba vueltas, atormentada por las vidas que se perdían y por su incapacidad para salvarlas. La desesperación se apoderaba de él, y con cada muerte, con cada grito de un compañero, su control sobre la Fuerza se desmoronaba un poco más.
Intentó salvar a uno de sus soldados, extendiendo su sable en un intento de bloquear el disparo que lo había alcanzado, pero fue demasiado tarde. El soldado cayó frente a él, un agujero sangriento en el pecho. Los ojos del soldado, tan llenos de vida antes, ahora solo reflejaban el vacío. Lincoln miró el cadáver de su compañero, el rostro congelado en un instante final que él no había podido evitar. La culpa lo inundaba. Si no había sido capaz de salvar a un solo soldado, ¿cómo podría salvar a Ahsoka? ¿Cómo podría seguir luchando por la luz, cuando todo lo que tocaba caía en sombras?
La rabia comenzó a arder en su pecho como un fuego infernal. La furia se apoderó de él, un rugido interno que no podía controlar, ni quería. ¡No puedo más!. Las palabras resonaron en su mente. Estaba al borde de la ruptura. Todo lo que había aprendido, todo lo que había jurado proteger, parecía desmoronarse ante él. El dolor de las pérdidas, el peso de la culpa, el miedo de no poder salvar a más personas... Todo eso lo empujaba a un abismo sin fin.
Cuando el grito de Rex, desesperado, alcanzó sus oídos, Lincoln ya no podía escuchar. ¡Padawan Loud, no lo haga, es suicidio!. La advertencia de Rex quedó ahogada en el rugido de su propia furia. Estaba demasiado lejos de la razón, demasiado cegado por la desesperación para escuchar. La rabia lo había consumido por completo.
Lincoln: ¡Ya basta de morir aquí! ¡Voy a hacer que esto termine!
El sonido de su voz, llena de furia, resonó en el campo de batalla como un eco de lo que quedaba de él. Su sable verde brilló en el aire con una intensidad que reflejaba su desesperación, mientras sus movimientos se volvían más frenéticos y salvajes. Ya no era el joven Jedi disciplinado que había entrenado durante años. Ahora, era una bestia desatada, una fuerza de destrucción ciega. Sus ataques eran imprecisos, caóticos, pero implacables. Cada golpe que daba era más brutal, más salvaje que el anterior.
Cortó y destrozó a los droides sin pensar en las consecuencias. No había estrategia, solo la necesidad de liberar todo lo que llevaba dentro. El control sobre la Fuerza, el dominio que había aprendido, ya no estaba en sus manos. Solo quedaba el caos, y la necesidad de venganza. Los droides caían uno tras otro, pero no era suficiente. No importaba cuántos matara, no importaba cuántos cayeran frente a él. Lincoln sabía que el vacío que sentía dentro de sí mismo no se llenaría con más muerte.
Rex: ¡Padawan Loud, regrese ahora! ¡No lo haga!
Pero era inútil. Lincoln seguía adelante, sin escuchar, arrastrado por la tormenta interna que lo devoraba. Ahsoka y Anakin veían desde la distancia lo que estaba sucediendo, pero no podían llegar a él. Ahsoka estaba horrorizada, no solo por la cantidad de enemigos que Lincoln estaba enfrentando, sino porque podía ver la oscuridad en sus ojos. Esa misma oscuridad que había estado luchando contra ella misma durante años, ahora se apoderaba de su compañero. Anakin también lo observaba, una preocupación palpable en su rostro, pero sabía lo que estaba en juego. Lincoln se estaba hundiendo demasiado rápido.
Ahsoka: Lincoln, ¡vuelve! ¡No te dejes arrastrar por la ira!
Las palabras de Ahsoka no llegaron a él. No podía escucharla, no podía detenerse. Solo sabía que tenía que seguir, que tenía que terminarlo. La batalla continuaba a su alrededor, pero Lincoln solo veía las caras de los clones caídos, las vidas que no había podido salvar, la culpa que lo devoraba. Cada muerte, cada pérdida, lo arrastraba más cerca de la oscuridad.
Sus ojos brillaban con una intensidad aterradora, pero había algo más en ellos. No era solo furia, sino desesperación, una desesperación tan profunda que lo empujaba a un lugar donde no podía regresar. El sable verde brillaba en sus manos, pero ya no representaba la luz de la esperanza. Ahora, era solo una extensión de su ira.
Anakin, viendo la furia descontrolada de Lincoln, sabía que algo tenía que hacerse, pero el precio de intervenir podría ser demasiado alto. Sabía que el joven padawan se estaba perdiendo a sí mismo en la furia, pero no podía intervenir sin arriesgarlo todo. La batalla estaba llegando a un punto crítico, y la pérdida de Lincoln significaba la pérdida de algo mucho más grande. Ahsoka, mirando la destrucción que él causaba, se preparó para intervenir. No podía dejar que su compañero cayera tan bajo, no podía dejar que la oscuridad lo reclamara.
Lincoln, sin embargo, ya había cruzado un umbral del que no había retorno. Mientras la batalla seguía y el caos se desataba a su alrededor, su mente ya estaba lejos, completamente sumida en la oscuridad.
En su estado de furia descomunal, Lincoln se transformó en una fuerza imparable de destrucción. Su control sobre la Fuerza ya no estaba guiado por la disciplina ni la compasión, sino por una rabia ciega que lo consumía por completo. El campo de batalla se convirtió en su terreno de juego, y los droides de batalla eran meras sombras que caían ante su poder.
Con cada impulso de la Fuerza, Lincoln destrozaba lo que se interponía en su camino. No era solo la habilidad de un Jedi lo que se desplegaba en cada golpe, sino la brutalidad de un guerrero desbordado por la ira. Usó la Fuerza para levantar a los droides, aplastarlos contra las paredes, hacerlos estallar en pedazos con pura telequinesis. Los sables verdes, una vez símbolos de su compromiso con la luz, ahora danzaban en sus manos con una ferocidad aterradora. Un sable lo sostenía en su mano, mientras que el otro levitaba a su alrededor, protegiéndolo y atacando de manera impredecible con la Fuerza.
El sonido de los sables cortando el aire y el estruendo de los droides destrozados llenaban el campo de batalla. Cada movimiento de Lincoln era preciso, pero teñido de rabia. No solo luchaba contra los droides; luchaba contra su propia desesperación, contra la impotencia que sentía al ver morir a sus soldados sin poder hacer nada. La violencia de sus movimientos no tenía piedad. Los droides caían sin descanso, desintegrándose bajo el peso de su furia.
Lincoln no pensaba, no razonaba. Cada acción era instintiva, un impulso de ira que lo llevaba más allá de los límites de lo que un Jedi debería ser. Sus sables verdes se movían con una velocidad mortal, atravesando a los droides de batalla, desintegrándolos en un abrir y cerrar de ojos. La Fuerza respondía a su furia, elevando los escombros a su alrededor, utilizando el entorno como una extensión de su propio poder.
Rex, a lo lejos, observaba aterrorizado. ¡Padawan Loud, deténgase! La preocupación en su voz era palpable, pero Lincoln no podía escuchar. La batalla se desmoronaba alrededor de él, y su único enfoque era continuar, sin detenerse, sin detener la marea de destrucción que estaba desatando. Cada muerte de un droid lo hacía sentir como si estuviera un paso más cerca de sanar la herida que se había abierto en su interior, aunque sabía que no era el camino correcto.
Ahsoka, al igual que Rex, miraba a lo lejos, viendo cómo Lincoln se hundía más y más en la oscuridad. Sabía que algo tenía que hacerse, pero no podía entender cómo detenerlo. El joven Jedi, el padawan que alguna vez había sido su compañero, ahora parecía una figura irreconocible, completamente consumida por su ira. Cada uno de los golpes que daba parecía un grito de desesperación, un recordatorio de la impotencia que sentía, de las vidas que no podía salvar. La sombra de la oscuridad se cernía sobre él, y Ahsoka temía que no pudiera volver.
El campo de batalla se había transformado en un caos absoluto. Los droides caían como hojas al viento, destrozados por la violencia imparable de Lincoln. Pero incluso mientras los droides eran desintegrados y desmembrados, Lincoln sentía un vacío más profundo en su interior. La furia no lo estaba llenando como había esperado. Cada droid destruido solo le recordaba cuán lejos estaba de la paz que había buscado como Jedi.
La Fuerza seguía respondiendo a su desesperación, pero ya no sentía control sobre ella. El poder, en lugar de ser una extensión de su voluntad, se había convertido en un monstruo que lo devoraba poco a poco. Y mientras él continuaba su reinado de destrucción, la pregunta flotaba en su mente: ¿Qué queda de un Jedi que se pierde en la ira?
Cada vez más, la imagen de Ahsoka y Anakin lo observando desde la distancia se desvanecía. El único mundo en el que vivía ahora era la batalla, la guerra, y el dolor de la pérdida. Y cuanto más se aferraba a esa furia, más se alejaba de lo que alguna vez había sido.
El sonido ensordecedor de la batalla no cesaba. Explosiones, láseres y el chirrido de los sables de luz se entremezclaban en una sinfonía caótica. Mientras los refuerzos llegaban, nuevos soldados clones de la República corrían para unirse a la lucha, cada uno con su propósito claro: asegurar la victoria. Pero Lincoln no los veía. Su mirada estaba fija en el trozo destrozado de un droide que ya no representaba amenaza alguna. Con su sable verde, seguía atacándolo una y otra vez, como si esperara que el droide se levantara de nuevo, como si la violencia de sus movimientos pudiera darle una segunda oportunidad.
Ahsoka, corriendo a su lado, observó con desesperación. Su compañero de entrenamiento, su amigo, estaba al borde de perderse en la tormenta de su propia ira. Lincoln nunca había estado en una misión real, nunca había sido testigo de la muerte en un campo de batalla. Y ahora, su primer encuentro con la guerra estaba desmoronando todo lo que creía ser.
Con un impulso de la Fuerza, Ahsoka desvió el sable de Lincoln de la dirección en la que atacaba, bloqueando su acceso al droide ya inactivo.
Ahsoka: (Agotada) ¡Ya detente!
Lincoln, jadeando por la intensidad de su furia, apartó su sable de la pieza destruida, mirando a Ahsoka sin comprender del todo lo que ella le pedía.
Lincoln: (Gruñendo) ¡¿Por qué...?! ¡Tengo que hacer algo! ¡Ellos... ellos no van a dejar de morir! ¡No puedo hacer nada...!
Ahsoka sintió el dolor y la frustración en su voz, las mismas que ella había sentido en sus primeros días como Jedi. Pero sabía que si no lograba calmarlo, Lincoln podría perderse para siempre. La guerra había comenzado a devorar lo que quedaba de él, y el joven padawan aún no comprendía que no todo se solucionaba con golpes y destrucción.
Ahsoka: (Seria) Lincoln, escucha, esto no es lo que somos. No te conviertas en eso. No dejes que la ira controle tu corazón.
Lincoln no parecía escucharla, con los ojos llenos de furia, su cuerpo temblando con la tensión de la batalla que lo consumía. Los recuerdos de sus compañeros caídos, el primer rostro de la muerte, todo lo que había presenciado se estaba filtrando en su alma, y estaba perdiendo la batalla interna.
Lincoln: (Gritando) ¡No sé qué hacer, Ahsoka! Esta es mi primera misión... y... y los soldados mueren, no puedo hacer nada... ¡¡No puedo salvarlos!!
La visión de la guerra, la muerte, lo rodeaba. Por primera vez en su vida, Lincoln se encontraba frente a la muerte real. Había entrenado durante años, pero ningún entrenamiento había preparado su alma para lo que ahora enfrentaba. La vida de un soldado, la vida de sus compañeros de equipo, la vida de aquellos a los que no había podido salvar. Cada muerte, cada caída, lo estaba marcando más profundamente de lo que había imaginado.
Ahsoka vio cómo sus palabras no llegaban, y su expresión se suavizó en un intento de comprender la lucha interna de Lincoln. Ella misma había pasado por algo similar. No sabía cómo podía salvarlo, pero sabía que si no lo hacía, la guerra lo consumiría.
Ahsoka: (Con calma) Lincoln... la guerra no define quiénes somos. La forma en que enfrentamos la oscuridad es lo que nos define. Si te dejas consumir por la ira, ya no serás el Jedi que la Orden necesita. Ya no serás el Lincoln que yo conozco.
Esas palabras, con un tono suave pero firme, tocaron algo dentro de Lincoln. La furia en su interior parecía ceder ante la comprensión. Por un momento, todo se detuvo en su mente. Las explosiones, los gritos, la destrucción, todo se desvaneció mientras luchaba por entender lo que Ahsoka le había dicho.
Lincoln: (Con voz quebrada) Lo siento... lo siento tanto... (susurró, casi como si las palabras estuvieran fuera de su alcance).
Ahsoka lo miró con un profundo dolor, pero también con un brillo de esperanza. Sabía que la batalla no era solo contra los droides, sino también contra los demonios internos de su compañero. Si podía salvar a Lincoln, quizás también podría salvarse a sí misma.
Ahsoka: (Suavemente) Está bien, Lincoln. Estamos juntos en esto.
Lincoln, aún sintiendo el peso de la guerra sobre sus hombros, apagó su sable con un movimiento lento, pero decidido. No era la solución, pero era el primer paso hacia la calma que tanto necesitaba. Ahsoka lo miró, y por un breve instante, el caos a su alrededor se desvaneció, dejando solo un lazo de confianza entre ambos.
La batalla continuaba, pero Lincoln ahora comprendía que no podía ganar todo con furia. Había algo más que la violencia. Y aún cuando la guerra lo rodeaba, había una luz de esperanza en su alma, una luz que Ahsoka había logrado encender en su corazón, y que lo guiaría en las oscuras horas de la batalla.
Horas después, la batalla había llegado a su fin. El sonido de la guerra se había desvanecido, y la tranquila brisa del espacio parecía un contraste directo con la brutalidad de lo sucedido en el campo de batalla. Una nave, un transporte Republicano, se acercaba a las líneas de frente para llevar a los sobrevivientes de regreso al templo Jedi en Coruscant. La tripulación estaba cansada, herida, pero aliviada por la victoria. Lincoln, sin embargo, no compartía el mismo sentimiento de satisfacción.
Mientras subían a la nave, Lincoln no podía dejar de pensar en lo ocurrido. Cada imagen de la batalla, cada rostro que había visto caer, la furia que había dejado salir y la oscuridad que había sentido desbordarse dentro de él, lo atormentaban. Nunca antes había estado tan cerca de perderse a sí mismo. Sabía que lo que había hecho en el campo de batalla no estaba de acuerdo con los principios Jedi, pero la ira lo había consumido por completo. Sentía una pesada carga en su pecho, como si hubiera cruzado una línea que no podría borrar.
Ahsoka, a su lado, no dijo nada. Había visto la transformación en él, y aunque sabía que Lincoln era un buen Jedi, también sabía que esa batalla había dejado una marca. Ella no le había reprochado nada, pero en su mirada había una profunda preocupación. Después de todo, había sido su primera misión real. La guerra no perdonaba.
Anakin Skywalker caminaba frente a ellos, su presencia imponente, como siempre. Había sido testigo de todo lo que había ocurrido en el campo de batalla, pero no había dicho nada. Lincoln, sintiendo la culpa arder en su interior, se acercó al Maestro Skywalker con una pregunta que no podía quitarse de la mente.
Lincoln: (Con tono dudoso) Maestro Skywalker... ¿va a contarle al Consejo lo que hice? Lo que pasó en el campo de batalla... no fue algo que un Jedi deba hacer.
Anakin, sin detener su paso ni mirar directamente a Lincoln, respondió con su característico tono tranquilo, aunque en su voz se notaba un dejo de comprensión.
Anakin: Yo no vi nada.
Las palabras fueron simples, pero el peso de su significado cayó sobre Lincoln como una tonelada de rocas. Anakin no iba a contarle al Consejo sobre su comportamiento en el campo de batalla. Lincoln lo entendió al instante. Sabía que el maestro no lo iba a delatar, que no iba a poner en peligro su futuro dentro de la Orden. Anakin había decidido callar, tal vez porque comprendía más que nadie lo que se sentía perderse en la furia de la batalla, o tal vez porque había visto algo en Lincoln que lo hacía merecedor de esa segunda oportunidad.
Lincoln miró al suelo, sintiendo una mezcla de alivio y culpa. Aliviado de que sus errores no fueran a llegar a oídos del Consejo, pero al mismo tiempo, preocupado por lo que había hecho. ¿Cuántas veces podría cometer ese tipo de error antes de que no hubiera vuelta atrás? El silencio entre él y Anakin se alargó, y aunque Anakin no había dicho más, Lincoln sabía que el Maestro había tomado una decisión. Tal vez no por bondad, sino por entendimiento.
El viaje de regreso a Coruscant fue tranquilo, pero el conflicto interno de Lincoln no lo dejó en paz. A pesar de que la batalla había terminado a favor de la República, para él, la guerra había dejado algo más que cicatrices físicas. Había una batalla mucho más profunda dentro de él, una batalla con la oscuridad que había comenzado a ver en su propia alma.
Ahsoka, al ver la expresión de su amigo, sabía que este no era el final de su lucha. Pero también sabía que la comprensión de Anakin era un paso importante para que Lincoln pudiera encontrar su camino nuevamente. Ahsoka le dio una mirada reconfortante, pero no dijo nada. Había aprendido que, en momentos como estos, las palabras a veces no eran necesarias.
La nave continuaba su curso hacia Coruscant, pero para Lincoln, el viaje más largo aún estaba por venir. El regreso al templo no significaba el regreso a la normalidad, sino el inicio de una nueva lucha: una lucha por redimir lo que se había perdido en las sombras de la ira y la guerra.
Cuando la nave aterrizó en el templo Jedi, la atmósfera ya era diferente. El peso de la guerra, la tristeza de la batalla, se había desvanecido en el vacío del espacio, pero para Lincoln, no se había disipado. La sensación de haber cruzado una línea que no podía deshacer seguía atormentándolo. Mientras los demás Jedi y soldados clones comenzaban a bajar de la nave, él permaneció en silencio, sin ganas de hablar, sin querer enfrentarse a las miradas que inevitablemente lo juzgarían. Su mente estaba nublada por la culpa y la confusión. Sabía que no había sido el mismo en el campo de batalla, pero no sabía cómo volver a ser el Jedi que había sido antes.
Ahsoka lo observó en silencio, notando cómo se apartaba del grupo sin pronunciar una sola palabra. Algo dentro de ella la hizo moverse hacia él, un impulso que la llevó a caminar rápidamente para alcanzarlo.
Ahsoka: (Deteniéndolo) Lincoln, espera.
Lincoln se detuvo en seco, pero no se giró. Sabía lo que estaba por suceder, y no quería enfrentarse a las preguntas o los reproches que seguro vendrían. Sin embargo, no esperaba lo que Ahsoka tenía entre las manos: uno de sus sables de luz, el que había dejado atrás en su prisa por retirarse.
Ahsoka: (Sosteniendo el sable) Olvidaste esto...
Lincoln miró el sable y, por un instante, algo en su interior se suavizó. Su mirada se desvió hacia el sable, luego hacia Ahsoka. Aquel sable había sido testigo de su furia y su desesperación, y al mirarlo ahora, sintió que no podía aferrarse más a ese pedazo de sí mismo. Sabía que había hecho algo que no podría borrar, y el sable, aunque representaba una parte de su vida como Jedi, también era un recordatorio de lo que había perdido en el campo de batalla.
Lincoln: (Con voz baja, pero firme) Sabes qué... quédate con él. Me estaba fallando. Quédate con él y hazte tu segundo sable. Aún las piezas funcionan para hacer uno nuevo, pero... obvio, me quedo con mi cristal.
Lincoln, con un suspiro, sacó el cristal kyber verde de su sable y lo guardó en su bolsillo, la pieza brillante y pura que representaba su conexión con la Fuerza, pero también con su propio camino. Era el único recuerdo tangible de lo que había sido, y no quería perderlo.
Lincoln: (Mirándola por última vez) Espero verte pronto, Ahsoka.
Ahsoka, sorprendida por sus palabras y el gesto de desprendimiento, se quedó quieta, sin saber cómo responder. Sabía que Lincoln estaba luchando con algo más grande que solo las cicatrices de la batalla; algo dentro de él había cambiado. Pero ella no podía hacer nada por él en ese momento, solo respetar su decisión.
Mientras Lincoln caminaba hacia su destino, Ahsoka lo observó, el sable de luz en su mano, sintiendo el peso de su propia lucha. Sabía que él no lo mostraría, pero podía ver en sus ojos la tormenta interna que lo estaba consumiendo. Aunque él se alejara, ella no lo dejaría solo.
El templo Jedi, con su aire solemne y lleno de historia, parecía estar más vacío que nunca para Lincoln. No por la falta de personas, sino por la desconexión que sentía entre él y el camino que una vez había seguido con tanto fervor. Sin embargo, sabía que no podía continuar huyendo. La guerra lo había cambiado, y el mundo a su alrededor ya no sería el mismo. Pero en su corazón, aún quedaba la esperanza de que alguna vez podría encontrar la paz, aunque eso significara caminar solo por un tiempo.
Mientras Ahsoka observaba desde la distancia, con el sable de luz entre sus manos, sentía que algo había comenzado a separarlos. La batalla no solo los había marcado físicamente; había dejado una huella más profunda, una que solo el tiempo podría revelar.
Cuando la nave aterrizó en el templo Jedi, la atmósfera ya era diferente. El peso de la guerra, la tristeza de la batalla, se había desvanecido en el vacío del espacio, pero para Lincoln, no se había disipado. La sensación de haber cruzado una línea que no podía deshacer seguía atormentándolo. Mientras los demás Jedi y soldados clones comenzaban a bajar de la nave, él permaneció en silencio, sin ganas de hablar, sin querer enfrentarse a las miradas que inevitablemente lo juzgarían. Su mente estaba nublada por la culpa y la confusión. Sabía que no había sido el mismo en el campo de batalla, pero no sabía cómo volver a ser el Jedi que había sido antes.
Ahsoka lo observó en silencio, notando cómo se apartaba del grupo sin pronunciar una sola palabra. Algo dentro de ella la hizo moverse hacia él, un impulso que la llevó a caminar rápidamente para alcanzarlo.
Ahsoka: (Deteniéndolo) Lincoln, espera.
Lincoln se detuvo en seco, pero no se giró. Sabía lo que estaba por suceder, y no quería enfrentarse a las preguntas o los reproches que seguro vendrían. Sin embargo, no esperaba lo que Ahsoka tenía entre las manos: uno de sus sables de luz, el que había dejado atrás en su prisa por retirarse.
Ahsoka: (Sosteniendo el sable) Olvidaste esto...
Lincoln miró el sable y, por un instante, algo en su interior se suavizó. Su mirada se desvió hacia el sable, luego hacia Ahsoka. Aquel sable había sido testigo de su furia y su desesperación, y al mirarlo ahora, sintió que no podía aferrarse más a ese pedazo de sí mismo. Sabía que había hecho algo que no podría borrar, y el sable, aunque representaba una parte de su vida como Jedi, también era un recordatorio de lo que había perdido en el campo de batalla.
Lincoln: (Con voz baja, pero firme) Sabes qué... quédate con él. Me estaba fallando. Quédate con él y hazte tu segundo sable. Aún las piezas funcionan para hacer uno nuevo, pero... obvio, me quedo con mi cristal.
Lincoln, con un suspiro, sacó el cristal kyber verde de su sable y lo guardó en su bolsillo, la pieza brillante y pura que representaba su conexión con la Fuerza, pero también con su propio camino. Era el único recuerdo tangible de lo que había sido, y no quería perderlo.
Lincoln: (Mirándola por última vez) Espero verte pronto, Ahsoka.
Ahsoka, sorprendida por sus palabras y el gesto de desprendimiento, se quedó quieta, sin saber cómo responder. Sabía que Lincoln estaba luchando con algo más grande que solo las cicatrices de la batalla; algo dentro de él había cambiado. Pero ella no podía hacer nada por él en ese momento, solo respetar su decisión.
Mientras Lincoln caminaba hacia su destino, Ahsoka lo observó, el sable de luz en su mano, sintiendo el peso de su propia lucha. Sabía que él no lo mostraría, pero podía ver en sus ojos la tormenta interna que lo estaba consumiendo. Aunque él se alejara, ella no lo dejaría solo.
El templo Jedi, con su aire solemne y lleno de historia, parecía estar más vacío que nunca para Lincoln. No por la falta de personas, sino por la desconexión que sentía entre él y el camino que una vez había seguido con tanto fervor. Sin embargo, sabía que no podía continuar huyendo. La guerra lo había cambiado, y el mundo a su alrededor ya no sería el mismo. Pero en su corazón, aún quedaba la esperanza de que alguna vez podría encontrar la paz, aunque eso significara caminar solo por un tiempo.
Mientras Ahsoka observaba desde la distancia, con el sable de luz entre sus manos, sentía que algo había comenzado a separarlos. La batalla no solo los había marcado físicamente; había dejado una huella más profunda, una que solo el tiempo podría revelar.
Lincoln caminaba por los pasillos del templo Jedi, con el peso de sus pensamientos aún pesando en su pecho. Había intentado encontrar paz en su encuentro con Ayla, pero la confusión, el dolor y la ira seguían ardiendo dentro de él. Sentía que necesitaba algo, algo para desahogar esa tensión acumulada, algo para poder pensar con claridad. Y fue entonces cuando vio la puerta al salón de entrenamiento, y una idea surgió en su mente.
Lincoln: (Pensando para sí mismo) Tal vez esto me ayude... Tal vez un combate me ayude a centrarme.
Al entrar en el salón, Lincoln vio que dos de los guardias del templo estaban en medio de un combate de entrenamiento, uno con un sable amarillo y el otro con otro sable amarillo. Estaban entrenando como parte de su rutina, pero parecía que la tensión entre ambos era mayor que lo habitual. Los dos Jedi estaban intercambiando golpes rápidos y precisos, como si estuvieran probando sus habilidades al límite.
Lincoln los observó por un momento. Se sentía algo fuera de lugar. No había podido librarse de la sensación de que la batalla reciente lo había cambiado. De alguna manera, había dejado de sentirse como un simple padawan. La guerra lo había transformado, lo había empujado hacia algo que no reconocía, y lo que sentía ahora era mucho más oscuro, más instintivo.
Con un leve suspiro, se acercó a los dos guerreros. Cuando uno de ellos lo vio, hizo una pausa, bajando el sable con cautela.
Guardia Jedi 1: (Mirándolo, sorprendidos) ¿Padawan Loud? ¿Quieres unirte a nosotros?
Lincoln asintió lentamente, sin quitar la mirada de los sables de los Jedi. La idea de luchar contra ellos no era algo que le fuera desconocido, pero en ese momento sentía una necesidad de probarse a sí mismo, de ver si aún podía controlar esa oscuridad que había comenzado a apoderarse de él.
Lincoln: (Con voz fría) Quiero enfrentarlos. Puedo hacerlo.
El segundo guardia Jedi, aunque vacilante al principio, asintió. La idea de un duelo no era algo que ocurría todos los días en el templo, pero después de la batalla y las tensiones recientes, ellos también comprendían que el entrenamiento era fundamental para liberar las emociones acumuladas. A fin de cuentas, el combate estaba en la naturaleza de los Jedi, un desafío que permitía probar los propios límites.
Los dos guardias se apartaron un poco, haciéndole espacio a Lincoln en el centro del salón. Mientras ellos tomaban sus posiciones, Lincoln caminó hacia una de las paredes del salón, donde había varios sables colgados. Usó la Fuerza para atraer uno hacia él, concentrándose intensamente. Un sable rojo carmesí brilló en el aire cuando la empuñadura se desvió hacia él.
El sable se encendió, el color rojo oscuro de la hoja contrastando con la luz del salón. Lincoln lo sostuvo con firmeza en su mano izquierda, sintiendo su peso. Era un sable ajeno, no uno que hubiera forjado él mismo, pero en ese momento, no le importaba. El sonido del sable láser resonó en la sala, y sus ojos se enfocaron en el enfrentamiento que estaba por venir.
Sin esperar mucho, Lincoln también encendió su sable verde, el que había tenido desde su primer día como padawan, y lo sostuvo con su mano derecha. El verde vibró con energía, complementando el rojo carmesí en sus manos. Ambos sables se iluminaron con la energía de la Fuerza, como si su propia voluntad se conectara con el poder ancestral que portaba la Orden Jedi.
Los dos guardias Jedi intercambiaron una mirada breve antes de ponerse en posición.
Guardia Jedi 2: (En voz baja, con una ligera sonrisa) Este será un buen desafío, padawan.
Lincoln no respondió. Su mente estaba centrada en algo más. Su respiración se hizo más pesada, y sus manos, aunque firmes, sentían una extraña agitación. Podía sentir la energía de la Fuerza en el aire, lo cual le daba una sensación de control, pero también de peligro. La ira que había estado conteniendo comenzaba a burbujear, y no estaba seguro de cuánto tiempo podría seguir controlándola.
Sin una palabra más, los guardias se lanzaron hacia él, atacando con una rapidez y precisión características de los Jedi experimentados. Lincoln se movió al instante, usando la Fuerza para esquivar los primeros ataques y bloquear los sables con sus propios sables, pero algo era diferente. El ritmo de la pelea no era solo una prueba de destreza técnica, sino también de control emocional. Cada golpe, cada esquiva, parecía reflejar la batalla interna que Lincoln estaba librando.
El sable rojo carmesí que había tomado de la pared se sintió extraño en su mano. No estaba acostumbrado a usar un sable de color rojo, y algo en esa sensación provocaba que sus movimientos fueran más agresivos, más impetuosos. Sin embargo, el sable verde, el que había forjado él mismo, parecía estabilizarlo, recordándole que aún había una parte de él que quería seguir el camino de los Jedi.
Guardia Jedi 1: (De repente, bloqueando un golpe) ¡Cuidado con tus movimientos, Lincoln!
Lincoln no respondió. En cambio, lo empujó con la Fuerza, enviándolo hacia atrás, pero no con la misma suavidad que un Jedi normalmente emplearía. Su empuje fue más fuerte de lo necesario, como si, en lugar de contener su ira, la estuviera usando para alimentar sus ataques.
Con un rápido movimiento, Lincoln se lanzó hacia el guardia Jedi 2, atacando con ambos sables, uno cortando de arriba hacia abajo y el otro de lado a lado. La velocidad de sus movimientos sorprendió a ambos, pero también estaba claro que algo dentro de él estaba perdiendo el control. La Fuerza lo rodeaba, pero no de una manera tranquila ni serena, sino más como una tormenta furiosa.
Guardia Jedi 2: (Defendiendo) ¡Tienes que calmarte, Lincoln!
Lincoln, sin embargo, ya no estaba seguro de cómo calmarse. La batalla interna, la guerra que había estado luchando en su mente, la había desbordado, y ahora la estaba liberando en cada golpe, en cada bloqueo, en cada empuje de la Fuerza. Su ira era palpable, y se notaba en la intensidad de sus ataques.
Finalmente, uno de los guardias Jedi logró desarmarlo, haciendo que su sable verde volara fuera de su mano, pero Lincoln no se detuvo. Con el sable rojo en la mano, sus ojos brillaban con una intensidad inusitada.
Lincoln: (Con voz fría y dura) No me detendré. No hasta que pueda controlar esto.
Su respiración era pesada, su pecho subía y bajaba con fuerza, mientras el sable rojo brillaba intensamente. Los guardias se miraron entre sí, conscientes de que el joven Jedi estaba perdiendo el control. Lincoln no estaba luchando solo contra ellos. Estaba luchando contra su propia oscuridad, contra lo que había aprendido en el campo de batalla y lo que había comenzado a tomar forma dentro de él.
La pregunta no era si ganaría el combate, sino si lograría volver a encontrar el equilibrio antes de que fuera demasiado tarde.
Después de un combate intenso, el salón quedó en silencio, con el eco de los sables apagándose y los Jedi recuperando su compostura. Lincoln estaba de pie, respirando pesadamente, mientras los guardias lo observaban con cautela. Su rostro reflejaba la tensión de la pelea, la lucha interna que aún lo acompañaba.
El guardia que había logrado desarmar a Lincoln extendió la mano hacia el sable rojo carmesí que el joven Jedi había dejado caer en el suelo. Sin embargo, antes de que pudiera tomarlo, Lincoln lo miró fijamente, una mezcla de cansancio y resolución en sus ojos.
Lincoln: (Con voz baja, pero firme) ¿Será que me puedo quedar con él? Es que ya no tengo mi otro sable... se lo di a la padawan Tano.
Los dos guardias se miraron entre sí, claramente sorprendidos. La situación era extraña, y aunque sabían que Lincoln estaba en su derecho de pedirlo, había algo en el sable rojo que los incomodaba. Desde que los Sith habían comenzado a resurgir, los Jedi habían adoptado un enfoque mucho más cauteloso respecto a las armas, y el sable rojo era un símbolo de los Sith, de todo lo que representaba la oscuridad. No era común, ni bien visto, que un Jedi lo usara.
Uno de los guardias, el que había sido el más prudente durante la pelea, se rasqué la cabeza, dudando por un momento. El rojo de ese sable parecía fuera de lugar, un recordatorio de los peligros de la corrupción que acechaban constantemente a los Jedi.
Guardia Jedi 1: (Vacilante) Lincoln... sabes que los sables rojos están reservados para los Sith. Desde su regreso, los Jedi no tenemos permitido...
Guardia Jedi 2: (Interrumpiendo, con una ligera sonrisa) Pero también sabemos que cada Jedi tiene su propio camino. Este sable puede no ser lo que los demás esperan, pero ¿quién somos nosotros para juzgar? Es solo un sable.
Ambos guardias intercambiaron una mirada pensativa. El entrenamiento de un Jedi no solo consistía en manejar el sable, sino también en tomar decisiones difíciles, en ver más allá de las apariencias. Los sables rojos representaban un símbolo de los Sith, pero Lincoln no era un Sith. En su caso, el sable rojo no era más que una extensión de su lucha interna, un recordatorio de los desafíos que enfrentaba.
Guardia Jedi 1: (Suspirando) Si te regañan, no nos vayas a echar la culpa.
Lincoln asintió lentamente, una pequeña sonrisa apareciendo en su rostro, aunque su expresión seguía siendo seria y reflexiva. Había algo dentro de él que lo hacía sentir incómodo con la idea de usar el sable rojo, pero al mismo tiempo, no podía negar que de alguna manera sentía una conexión con él. Tal vez era la energía que emanaba de él, o tal vez simplemente el hecho de que representaba una parte de su viaje que aún no había terminado.
Lincoln: (En voz baja) Gracias. No lo tomaré a la ligera.
Con esas palabras, Lincoln levantó el sable rojo con una mano, sosteniéndolo con reverencia, pero también con la determinación de alguien que sabía que aún tenía un largo camino por recorrer. Lo sostuvo junto a su sable verde, el cual había tenido desde su primer día como padawan, y se sintió, por un momento, como si ambos sables representaran dos facetas de su ser, dos caminos que aún no había tomado por completo.
Los guardias, aunque algo desconcertados por la situación, no dijeron nada más. Sabían que Lincoln debía tomar sus propias decisiones, y aunque el sable rojo era un recordatorio de la oscuridad, también lo era de las decisiones que los Jedi, en su vida, tenían que tomar. Y, tal vez, el hecho de que Lincoln pidiera quedarse con él significaba que todavía no se había dejado arrastrar por esa oscuridad. Al menos, no aún.
Guardia Jedi 2: (Con una ligera sonrisa) Cuídate, Lincoln. No dejes que este sable te cambie... no más de lo que ya te ha cambiado todo lo que has vivido.
Lincoln: (Con voz grave) No lo haré. Pero tengo que encontrar mi propio camino.
Con esa declaración, Lincoln se alejó de los guardias, caminando por el salón de entrenamiento con sus dos sables. El sable rojo brillaba de una manera extraña en sus manos, pero en su corazón, sabía que cada elección, cada paso que tomara, lo llevaría más cerca de definir quién realmente era.
Los guardias lo observaron irse, aún sin estar completamente seguros de la dirección que Lincoln tomaría, pero con la esperanza de que, al final, encontraría su lugar en la Fuerza, sin importar los colores de los sables que empuñara.
El sol comenzaba a ponerse sobre el horizonte de un planeta agrícola, una bola de fuego anaranjada que iluminaba los campos cubiertos de polvo y la tierra dorada que los agricultores cuidaban con tanto esmero. Los agricultores, con las manos encallecidas por el trabajo diario y las miradas agotadas, observaban impotentes cómo las fuerzas separatistas, comandadas por los droides de batalla, avanzaban en sus tierras. El rugir de las máquinas y el sonido metálico de los droides resonaban a lo lejos mientras arrasaban con las cosechas y detenían a los habitantes locales.
El miedo se había apoderado del aire. Muchos intentaban huir, pero los droides ya estaban en todas partes. Los más valientes luchaban con palos, herramientas improvisadas, pero la amenaza era demasiada. Sabían que no podían enfrentarse a las fuerzas de los separatistas, y mucho menos a los droides de batalla.
Pero, en medio de la desolación, un rayo de esperanza llegó. Un sonido, leve pero distinto, se acercaba al campo. Los agricultores, aterrados, levantaron la vista al cielo, esperando una nave de evacuación, una misión de rescate, algo. Pero lo que vieron fue una figura solitaria. Al principio, no pudieron distinguir quién era. Solo vieron una sombra que caminaba hacia el caos, una figura erguida, firme.
Era Lincoln.
Sin decir palabra alguna, Lincoln avanzó con una determinación inquebrantable. El sable verde en su mano brillaba con fuerza, iluminando su rostro joven, pero determinado. Los droides de batalla que patrullaban la zona lo identificaron al instante, sus sensores lo marcaron como una amenaza inmediata. La figura de un Jedi.
Droide de batalla: (Con voz metálica) ¡Jedi, detente! Estás rodeado. Ríndete de inmediato o serás eliminado.
Pero Lincoln no se detuvo. Sin un atisbo de duda, sacó su sable verde y lo encendió con un destello brillante. En el mismo instante, su otro sable, el rojo carmesí, apareció flotando en el aire, sostenido por la Fuerza. Los agricultores, asombrados, observaron cómo Lincoln se preparaba para enfrentarse a la amenaza que ellos ya habían considerado imposible de vencer. No era solo un Jedi, era alguien con una presencia que emanaba una fuerza que iba más allá de lo visible.
Lincoln: (Con voz grave y controlada) Esto será rápido.
El campo de batalla se tensó al instante. Los droides intentaron rodearlo, pero Lincoln ya había entrado en acción. En un abrir y cerrar de ojos, la figura de Lincoln desapareció, y en su lugar, había una ráfaga de movimiento letal. Sus sables de luz cortaron el aire, cada golpe y cada bloqueo calculado, perfectamente sincronizado con su cuerpo y su mente. No había miedo en sus movimientos, solo el propósito firme de defender y proteger.
Con el sable verde, Lincoln cortaba con precisión, bloqueando los blásters y desarmando a los droides con una fluidez que solo los Jedi más entrenados poseían. Al mismo tiempo, el sable rojo, el cual parecía moverse por sí mismo, se deslizaba a su alrededor, atacando a los droides con una fiereza peligrosa y descontrolada, como una extensión de la furia interna de Lincoln.
Cada corte de los sables eliminaba a los droides uno a uno, pero a pesar de la velocidad de la lucha, Lincoln no mostraba el mínimo signo de complacencia. No era un combate por gloria, ni por orgullo. Cada vida de cada droide que caía representaba algo mucho más grande: la lucha por la supervivencia de los inocentes, la gente de este planeta que había sido arrasada sin piedad por fuerzas que ni siquiera comprendían lo que hacían.
Droide de batalla: (Con voz temblorosa) ¡Necesitamos refuerzos! ¡Rápido!
Los droides restantes, sabiendo que su resistencia era inútil, comenzaron a dispersarse, pero Lincoln no les dio tiempo. Usó la Fuerza para empujarlos y desarmarlos, desintegrando a los droides con una precisión mortal. En cada golpe, en cada movimiento, sentía una mezcla de dolor y determinación. Sabía que la guerra era implacable, que no había paz en este conflicto. Pero también sabía que estaba cumpliendo con su deber, protegiendo a los débiles, defendiendo a aquellos que no podían defenderse.
Granjero: (Mirando a Lincoln con incredulidad) ¿Es un Jedi?
Los agricultores miraban asombrados mientras Lincoln destruía a los droides. A pesar de su miedo y su angustia, había una chispa de esperanza en sus ojos. Ellos, que no sabían si la guerra los dejaría vivos al final del día, ahora veían una posibilidad de victoria. Un Jedi había llegado para salvarlos.
Finalmente, cuando el último droide fue destruido, Lincoln permaneció quieto en el campo. No hubo celebración, ni aplausos. Solo la quietud después de la tormenta. Los granjeros se acercaron lentamente, sus miradas llenas de gratitud, pero también de respeto.
Granjero: (Con voz temblorosa) No sabemos cómo agradecerte, Jedi. Has salvado nuestras vidas.
Lincoln bajó la mirada, sintiendo el peso de la responsabilidad en sus hombros. No era por el agradecimiento que luchaba. No era por la gloria o el reconocimiento. Él luchaba porque sabía que alguien tenía que hacerlo. Porque si él no se levantaba, si no se mantenía firme, todo lo que los demás conocían como su hogar se desmoronaría.
Lincoln: (Con voz grave, casi en un susurro) No necesitan agradecerme. Solo hago lo que es necesario.
Su mirada se fijó en el horizonte, donde el sol comenzaba a hundirse, dejando un resplandor rojo que teñía el cielo. Los granjeros, con sus caras cansadas pero llenas de alivio, lo observaban en silencio. Sabían que, aunque la guerra no terminaba aquí, al menos habían sido testigos de un acto de valentía, algo que los ayudaría a mantener la esperanza viva.
Lincoln se giró lentamente, sus pasos tranquilos pero firmes, mientras caminaba hacia la nave que lo esperaba en el horizonte. No miró atrás. La misión estaba cumplida, pero el conflicto era imparable, y su lucha apenas comenzaba.
En el aire, algo había cambiado. En el corazón de esos granjeros, algo había despertado: la esperanza de que, a pesar de la oscuridad que los rodeaba, siempre había algo o alguien que podía hacer una diferencia. Y esa diferencia era Lincoln, el Jedi que había llegado para luchar por los que no podían defenderse.
El viento soplaba suavemente sobre el campo, pero para los granjeros, el futuro parecía un poco más brillante.
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