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XXV

Sus muñecas picaban, en sus ojos habían lágrimas y sentía su corazón estrujandose cada vez más en su pecho.

Había salido de esa máquina que le aterraba y solo quería volver a esconderse en brazos de su novio, pero este no estaba, ni su madre tampoco.

Una absurda idea de que lo habían dejado lo atormentaba.

Estaba solo, sentado en mitad del pasillo del hospital, con un montón de gente que desconocía a su alrededor, que retenían sus manos para que dejará de lastimar sus muñecas, y hacían demasiadas preguntas.

Él apenas podía murmurar torpemente el nombre de su novio, parecía que ninguna otra palabra quería salir.

Apenas vió como todos esos desconocidos se apartaban antes de sentir los cálidos brazos de Yugyeom abrazándolo.

El rubio se sintió culpable por haberlo dejado esperando.

Jungkook era sensible a un punto que él no tenía idea.

—Bebé, soy yo, ya estoy aquí—. Habló apresuradamente al sentir a Jungkook queriendo escapar de sus brazos con miedo. —Jungkookie, para, soy Yugyeom, todo está bien—. Su voz se rompió un poco, el pelinegro dejó de pelear cuando escucho  su nombre.

Rápidamente escondió el rostro en su pecho, escuchando sus disculpas, sus palabras bonitas y todos sus lindos apodos, aunque solo se mantuvo pegado a él, tranquilizandose con su cómodo aroma hasta que palmeó el pecho de Yugyeom para que se apartará.

Yugyeom limpió unas lágrimas que habían escapado.

—¿Estás mejor, bebé?—. Preguntó con suavidad.

Jungkook asintió, sentía sus muñecas doler por haberlas rascado, alzó un poco sus antebrazos, viendo los rojizos trazos sobre su piel.

Odiaba hacerse eso, pero no podía evitarlo, no podía controlarlo, no se daba cuenta cuando empezaba o cuando terminar.

Sintió a Yugyeom acariciar sus cabellos, lo vió tomar con delicadeza su muñeca por la parte externa, para levantar sus brazos, y besar suavemente los rasguños.

—No pasa nada—. Dijo el rubio, sonriendo un poco, a pesar de que notó sus manos temblar. —¿Quieres ir al baño?

Jungkook asintió, con Yugyeom abrazándolo como si fuera a caerse si lo soltaba, fueron hacía el primer baño que pudieron encontrar entre los pasillos del hospital.

Apartada, la señora Jeon no pudo evitar sonreír, pensando con algo de gracia que los niños crecían muy rápido.

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