Ha despertado en su habitación, la luz diurna es la que le ha hecho abrir sus párpados. Pronto siente el vacío en su lecho.

Aún recuerda el tacto de su piel, aquella piel sintética que asemeja la suya, como sus labios conocieron cada centímetro de su cuerpo mientras gritaba su nombre.

Sin embargo ahora mismo el cuerpo que debe yacer junto a él no está.

Mokuba Kaiba se levanta de su cama, pronto se dirige hacia la puerta, poco le importa que solo salga con la parte baja de la piyama y deje su dorso descubierto.

La respuesta que busca está en la primera planta, y es ahí donde al verle en el comedor principal con el ordenador a un lado hace la pregunta para la respuesta que reconoce no estar preparado para escuchar.

—¿Donde esta? —no entrara en detalles el menor de los Kaiba a sabiendas que su hermano lo sabe.

—Te lo dije —sigue sin apartar la vista de la pantalla— todo lo que estaba en el laboratorio debería ser tirado a la basura.

El impacto de sus palabras es un golpe esperado para él, aun así no disminuye el dolor que se cierne.

Se da la media vuelta, no tiene hambre, quiere reclamar, pero no puede, después de todo solo es el deseo fatídico que les deslumbró a los dos.

Aun así siente el derecho de hablar por quién no puede.

—Tal vez si no te hubieses cegado por el pasado le hubieras visto a él y aquella marioneta no hubiese sido solo el intento mediocre que nunca podrá ser ni la sombra de aquel recipiente por el cual dices no sentir nada.

No hay respuesta. No hay contradicciones, ni reclamos. Así que Mokuba Kaiba prosigue su camino sin mirar atrás.