9. Él me echa de menos
Diciembre
—Deberías follártelo, es lo que yo haría. Por cierto, ¿Cuándo vas a presentarme a Mbappé? —Alexandra masca chicle de manera escandalosa mientras ambas esperamos nuestro turno con Héctor para que nos haga el seguimiento de las prácticas.
—Cuando seas digna de él —le contesto de forma burlona, pues me encanta hacerla rabiar con el tema del francés.
—Eres muy puta —me responde dándome un par de palmadas en el hombro—. ¡mierda! Por ahí viene Severiano. Haz como si no existiera.
Ambas giramos nuestras cabezas para hablar una con la otra, ignorando a nuestro compañero de clase, quien parece estar empeñado en llamar nuestra atención, pues se coloca delante de nosotras sin preocuparle lo más mínimo que no le hagamos caso.
—Pamela, ¿Qué tal tus prácticas? —desvío mi mirada de Alex, ofreciéndole a él una forzada sonrisa, respondiéndole escuetamente.
—Bien, gracias —le contesto centrándome de nuevo en mi amiga.
—¿Sabes que después del primer trimestre, nos podemos cambiar de centro? Te lo digo por si aún te interesa...
—No —le corto el resto de sus palabras poniéndome en pie cuando el alumno que estaba en el despacho de Héctor lo abandona, siendo yo ahora la que debo entrar.
—¿No?, vaya, estar rodeada de tantos futbolistas te pone cachonda —la mordaz carcajada de Severiano me hace darme la vuelta para contestarle, pero es Alex la que se levanta para ser ella quien le responda.
—A mí no es quien me han cambiado de planta porque un par de celadoras estaban incómodas con tu presencia, inútil —le medio grita Alexandra consiguiendo que Severiano se ponga lívido al escucharla.— deja en paz a Pamela o eso que tanto quieres esconder lo sabrá todo el puto mundo.
No me quedo a escuchar la respuesta de Severiano, pues él se aleja de Alex, siendo ella muy capaz de defenderse sola. Entro en el despacho de Héctor, cerrando la puerta tras de mí y dirigiéndome hacia el sillón que hay frente a su mesa.
—Pamela Seller —pronuncia él mi nombre con satisfacción mientras apoya sus codos en la mesa.
—Me alegro de que aún te acuerdes de mi nombre después de relegarme al ostracismo.
—Si me dices que me equivoqué dándote las prácticas, ahora mismo te cambio de centro —se burla él de mí, consiguiendo que voltee mis ojos al hablarme.
—No, no te equivocaste. Estoy aprendiendo más de lo que pensaba, y estoy muy a gusto.
—Y ellos contigo. Daniel habla maravillas de ti, al igual que Felipe. Te vas a llevar una nota muy buena en tus prácticas, algo que mereces de sobra —Sonrío con satisfacción por sus halagos.— Y por cierto, ¿sabes ya de qué quieres hacer tu proyecto de fin de carrera?
—He tenido una idea, pero, no sé si hacerla.
Durante varios minutos, le cuento a Héctor lo que he pensado hacer, mostrándose él bastante entusiasmado por mi originalidad. Ambos intercambiamos impresiones de las prácticas, así como repasamos mi diario de trabajo, dándome él pauta para el proyecto. Sin ninguna indicación más por su parte, voy a salir de su despacho bastante satisfecho con mi tutoría de hoy.
—Pamela, ¿tú has pensado que harás si el Real Madrid quiere contratarte después de las prácticas? —muevo mi boca de un lado a otro, mordiéndome la lengua. Si esto me lo hubieran preguntado hace unos meses, mi respuesta sería un no categórico, pero ahora, todo ha cambiado tanto que es imposible negarme.
—Decirles que sí, ¿tú que crees?
Héctor se ríe por mi respuesta, despidiéndose de mí cuando salgo de su despacho. El siguiente en entrar es Severiano, quien me ofrece una airada mirada cuando se cruza conmigo. Me acerco a donde está Alexandra, quien termina una llamada que al parecer ha sido algo molesta para ella.
—Otra vez el puto consorcio ese queriendo comprarme la empresa —me cuenta ella arrojando su teléfono dentro de su bolso.— Pamela, y si te dijera que estoy pensando en venderla, ¿Qué pensarías?
—Que seguramente lo haces porque tienes otra idea en la mente —mi amiga me dedica una burlona sonrisa, asintiendo a mis palabras.
—La tengo, pero, te la contaré cuando estemos a solas, y no antes de presentarme a Mbappé.
—¡Y dale con el francés! ¿Tú sabes que apenas hablo con él?
—Pues habla más, joder, ¡con Bellingham lo has hecho! —me recuerda ella alzando un dedo acusador, el cual agita un par de veces sobre mi rostro.
—Es que Bellingham, es diferente —le contesto esbozando una pequeña sonrisa, algo que me sale nada forzado cuando pienso en él.
—Estás tardando en follártelo.
—¿Te has follado tú a alguien en el Hospital? Porque te recuerdo que estoy de prácticas y él es uno de mis pacientes. Que no todo en la vida es follar, Alex —le doy una palmada en el muslo, algo molesta por sus palabras, más si lo que ella no para de decirme que haga, es algo que malditamente quiero.
—Si yo fuera tú, no sentiría mis piernas de las veces que me habría tirado a Mbappé.
—Estás obsesionada —formo una mueca asqueada con mi boca, encontrándome con un vuelco de ojos por su parte.
—Y no lo niego —la puerta se abre en ese momento, saliendo Severiano bastante enfadado. Ni nos mira a ninguna al pasar, algo que agradecemos.— me toca.
Alex se levanta del banco donde estamos sentadas, siendo ella ahora la que entra en el despacho. Saco mi móvil para consultar mis mensajes, siendo Instagram el primer sitio que miro. El estómago me da un vuelco al ver un mensaje de Jude, quien no suele enviarme muchos, pero cuando lo hace, sí, altera mi torrente sanguíneo.
Leo y releo su último mensaje, decidiendo qué contestarle. No es el hecho de que el enfermero malvado haya vuelto, son sus últimas palabras las que me tienen dislocada.
Él me echa de menos.
Y yo casi me desmayo.
Chasqueo mi lengua un par de veces incapaz de aguantar el desagrado que me produce estar cerca de Christian. Hoy hay que ponerle las vacunas de los 14 años a los chicos de la Residencia y aquí el enfermero estrella está siendo muy desagradable. Solo lleva dos días aquí y ya lo odio con toda mi alma.
—¿Te duele mucho, cariño? —abrazo a una de las chicas, la cual no puede esconder el dolor que ha sentido a causa del pinchazo.
—Mucho. Me molesta el brazo —me contesta la pobre chica con el rostro desencajado.
— Cuando llegues a la Residencia pides en la cocina hielo y te lo pones en el pinchazo para que no se te inflame.
Le hago un gesto a la pequeña rubia para que salga de la enfermería y haga lo que le he pedido. Me giro apretando mis puños, dirigiéndome a Christian.
—Podrías dejarme poner el resto de las vacunas —él alza sus ojos mostrándome una expresión asqueada por mis palabras, algo que me enfada aún más.
—¿Eres enfermera? No, pues tú a observar que para eso estás aquí. Te creerás que por haber estado un mes con los del fútbol ahora eres la elegida. Pues no, hija. No quieras llegar la última y ponerte la primera.
—Yo lo que quiero es que tengas cuidado cuando les pongas las vacunas. Los va a desangrar a este paso.
Le ofrezco una mordaz sonrisa y me doy la vuelta preparada para recibir a la siguiente chica. Odio a este inútil con todas mis fuerzas y encima voy a tener que aguantarlo seis meses más.
—Hola, ¿puedo pasar? —una chica morena me pregunta con timidez, sonriéndole yo para que entre.
—Claro, María, adelante.
Le sonrío a la jovencita a quien traté hace unos días por una bajada de tensión. Es diabética y tenemos que controlarla mucho para que esto no vuelva a ocurrir.
—¿Qué tal tu examen de matemáticas? —la chiquilla se sorprende de que lo recuerde, mostrándose muy entusiasmada por mi observación.
—Menos un ejercicio de vectores que me salió regular, lo demás todo bien —me contesta ofreciéndome una amplia sonrisa.
—Genial. Seguro que para la próxima vez hasta lo de los vectores se te da mejor. Anda, María, ven por aquí, cariño.
Pongo una mano en la parte baja de su espalda, guiándola hacia donde está el insufrible de Christian. Le pido que se quite la sudadera que lleva puesta y se suba la manga de la camiseta para poder ponerle la vacuna.
—Es María González. Su vacuna es la Tdap —le recuerdo a mi compañero, ganándome una airada mirada por su parte.
—¿Tdap? No, estás equivocada, su vacuna es la normal, la de todo el mundo.
—María es diabética y tienes que ponerle la especial para ella —le recuerdo con firmeza, pues otra cosa, no, pero los expedientes de los que van a vacunarse me los sé de memoria.
—La vacuna del tétanos se le puede poner a todo el mundo, incluso a ella —insiste él empezando a preparar la dosis para María.
—A los diabéticos no, y menos a ella, que tiene alergia a uno de los componentes de la vacuna. Está todo en su ficha.
—¿Ficha? ¿Y quién ha escrito esa ficha?
—Yo. Daniel me dejó encargado de preparar las vacunas —Christian chasquea su lengua mirándome con fastidio, pues al parecer no quiere dar su brazo a torcer.
—Ahora lo entiendo todo. Pues déjame decirte que no lo has preparado bien. La vacuna de esta, es la misma que a todos —Christian me hace a un lado y camina hacia María, quien se muestra bastante nerviosa cuando ve la aguja.
—Te estás equivocando, Christian. Esa no es la vacuna —le digo con firmeza, incluso agarrando su brazo para alejarlo de la niña.
—Pamela, suéltame, o te juro que las prácticas las harás en tu puta casa —me dice él zarandeándome hasta que consigue que mi mano abandone su brazo.— aquí el enfermero jefe soy yo y tú solo una puta niñata de prácticas. Yo sé lo que hay que hacer.
—Pues déjame decirte que estás equivocado. María, bájate de la camilla, por favor, cariño —le pido a la chica, la cual nos mira a ambos algo confusa.
—María, no le hagas caso. Ella solo está de prácticas y no tiene ni puta idea de nada. Siéntate que te ponga la vacuna —le dice él en un tono bastante agresivo.
—Christian —le digo de nuevo intentando detenerlo, pero solo me gano otra mirada, esta vez más furiosa por su parte.
—¡Qué te calles de una puta vez, cojones! —el tono de su voz es aún más alto que antes. Quiero contestarle, pero entra otro de los chicos por la puerta mirándonos a ambos algo asustado.
—Hola, Pedro, ¿estás bien? —le pregunto rebajando mi tono de voz para que el muchacho se tranquilice.
—Sí. Es que me han dicho que podía entrar —me contesta él mirando a su alrededor un poco asustado.
—Claro, espérate un momento...
—Pues hala, ya te puedes ir —me giro horrorizada comprobando como Christian le ha puesto la vacuna a María aprovechando que hablaba con el otro chico.
—Oh, dios, Christian, ¿por qué lo has hecho? No tenías que ponerle esa vacuna, sino la de Tdpa.
—Pamela, que yo sé muy bien lo que tengo que hacer. La de Tdpa no le hacía falta, y no me toques los cojones que estoy a punto de presentar una queja sobre ti —me amenaza él elevando el tono de su voz. A continuación señala al otro chico quien se muestra muy sorprendido por ese gesto.— venga tú, pasa que te pinche que se está haciendo tarde.
Me dirijo hacia donde está María, quien aprieta un algodón contra la zona donde le ha puesto Christian la vacuna. Agarro su sudadera y después de poner su mano en la cintura, la ayudo a bajar.
—¿Estás bien, cariño? —le pregunto preocupada por si la vacuna le causa reacción, y pensando también en ir a quejarme a Daniel del comportamiento tan poco profesional de Christian, entendiendo ahora que no le guste a nadie tenerlo aquí.
—Sí, aunque me quema un poco el pinchazo —me dice ella una vez que ha puesto los pies en el suelo.
—Bueno, es normal al principio, aunque, si ves que te sigue molestando, vienes y me lo dices, ¿de acuerdo? ¿Quieres que te acompañe?
—No, no te preocupes, estoy bien. Mi padre me está esperando.
—Muy bien, María. Otro día nos vemos.
La pobre chica me da un par de besos y un gran abrazo antes de salir por la puerta. Me giro para ver como Christian prepara al otro chico y decido ir a decirle a Daniel lo de María, pues temo que a la niña le pase algo por culpa de la vacuna. Ni le aviso para salir cuando un fuerte golpe me hace precipitarme fuera de la sala, viendo a María tirada en el suelo. Me acerco hacia ella con el corazón en la garganta y preocupada por si se ha dado un golpe en la cabeza al desmayarse.
—¡María! ¡María! —me arrodillo delante de ella dándole un par de golpes en la mejilla para que despierte, algo que no consigo. Tomo su muñeca comprobando con alivio que tiene pulso, pero bastante débil.— ¡ayuda! ¡Ayuda!
Grito con desespero mientras intento que María despierte, examinando su cabeza sin llegar a tocarla. A los pocos segundos se abre la puerta del consultorio, saliendo un Christian que mira horrorizado a la niña en el suelo.
—¿Qué ha pasado? —la fuerte voz de Felipe, el jefe del servicio médico, me hace desviar mi mirada de mi compañero para centrarme en él y en la niña. Estoy por contestarle cuando alguien lo hace por mí, sentenciándome de esta manera.
— Es por la vacuna, jefe -le dice Christian acercándose hacia nosotros y apartándome de un empujón del lado de María.— Pamela se ha equivocado y no le ha puesto la de Tdap.
No puedo parar de llorar de la impotencia. Aunque estoy más preocupada por María que por lo que pueda pasarme a mí. Tuvieron que llevársela en una ambulancia porque no conseguían que despertara a causa del shock anafiláctico que sufría. A mí me han apartado y no me han dejado que me acerque a ella hasta que se aclare el tema de las vacunas, pues, a pesar de que he repetido hasta la saciedad que yo no he sido, Christian sigue defendiendo su asquerosa postura.
—Toma, te calmará —levanto mi mirada de mi regazo, al escuchar la voz de Jude que me tiende un vaso. Intento rechazarlo, pero él insiste para que lo tome. Es una tila, con mucho azúcar, que sé que odias el sabor de las hierbas.
—Me da miedo que sepas estas cosas de mí —le confieso, forzando una sonrisa, mientras él se sienta a mi lado. Solo su cercana presencia hace que cada parte de mi cuerpo sufra un vuelco, afectando incluso a los acelerados latidos de mi corazón.
—Solo soy observador. Nada más.
—Jude, yo no lo he sido.
—Lo sé. Y tranquila, que los que te conocemos también lo sabemos —Jude ladea su cabeza torciendo su boca en una calmada sonrisa, algo de lo que yo carezco ahora mismo.
—Me pueden expulsar de la Escuela por esto.
—No lo harán. Y si lo hacen, créeme que hay mucha gente del equipo que te va a apoyar. Esto no va a quedarse así. No estás sola, Ela —aprieto mis labios, algo abrumada por la rotundidad de sus palabras, y si, también algo emocionada por contar no solo con su ayoyo.
—Me jode lo que ha hecho Christian. Ha podido matar a María y no asume su culpa. Es un hijo de puta —me quejo con amargura.
—Todo saldrá bien, ten más fe.
Durante minutos, Jude intenta calmarme, incluso hablándome de otras cosas. Quiero contestarle y participar en la conversación, pero, estoy tan asustada que no consigo prestarle mucha atención. Él me dice que mejor sería que me fuera a casa y esperar noticias allí, pero, no quiero irme de aquí hasta saber como está María.
—Pamela —me levanto con rapidez al ver a Daniel con el gesto muy serio dirigirse hacia donde estamos—. ¿Puedes venir?
—Sí, claro —le doy una última mirada a Jude quien me hace un gesto con su barbilla, forzando también una sonrisa.
Con el corazón encogido, sigo a Daniel, quien no me habla durante todo el camino, hasta llegar al despacho de Felipe, quien me espera dentro con un hombre trajeado cuya presencia me impone bastante, y una chica rubia bastante alta que no despega su mirada de mí en cuanto entro.
—Pamela, él es Javier López, el director de los servicios jurídicos, y ella es Mariela Sánchez, abogada y el enlace sindical de la empresa. Si necesitas un abogado, podemos esperar a hablar contigo —.me dice Felipe con bastante solemnidad, algo que agita con bastante fuerza los latidos de mi corazón.
—¿Cómo está María?—les pregunto, dándome igual todo lo demás, sorprendiéndose el propio Felipe por mi pregunta.
—Está bien. Despertó en urgencias y la trataron de la reacción alérgica. Pasará la noche en el hospital, pero está fuera de peligro —me contesta él ante mi alivio.
—Oh, gracias a Dios —-resoplo un par de veces sin poder evitar que las lágrimas caigan por mis mejillas, pues me hubiera odiado si a la niña le pasara algo más y yo no haber podido evitarlo.
—Pamela, esto es una investigación oficial, repito, ¿necesitas un abogado? —me vuelve a preguntar Felipe ante mi negativa.
—No tengo nada que esconder, con Mariela tengo suficiente —respondo mirándola a ella, quien asiente a mis palabras.
—Vamos a grabar la declaración, si te parece bien.
—Sin problema —les contesto llevando mi mano a mi regazo para así esconder el nerviosismo que toda esta situación me está causando.
—Queremos que cuentes todo lo que ha pasado desde el momento en que Christian y tú empezasteis a poner las vacunas —me pide Felipe—. Quiero sinceridad y que cuentes la verdad, Pamela. Esto es muy grave y sabes que va a haber consecuencias.
Asiento a sus palabras, y comienzo a contestar sus preguntas, las cuales son bastantes. Estoy casi una hora hablando, intentando contener también mis ganas de llorar, algo que Mariela percibe, pues acaba sentándose a mi lado, dándome ánimos para que continúe.
—Tu versión no tiene nada que ver con la de Christian, dice Javier una vez que he terminado de hablar.
—Y no me extraña. Es mi palabra contra la suya, ¿verdad? La de una niñata de prácticas contra un enfermero que lleva mucho tiempo aquí. Yo sé lo que pasó y él también, y si no quiere asumir las consecuencias de sus actos, no merece ser enfermero. —Mis rotundas palabras provocan en Daniel una pequeña sonrisa, una que no puedo corresponderle para no dejarme más en evidencia.
—Para eso estamos haciendo esta investigación. Por ahora, tenemos tres testimonios, a falta de preguntarle a María cuando se encuentre en condiciones —añade Felipe con la seriedad que acostumbra.
—Que ojalá sea pronto —añado pensando solamente en la niña.
—Oh, vamos, Felipe, que es Pamela. Mírala, está que le va a dar algo de la preocupación, no como el otro hijo de puta, que lo único que hace es acusarla a ella. —Las palabras de Daniel me hacen dar un respingo y a Felipe chasquear su lengua en su dirección .— tiene derecho a saberlo todo.
—Felipe, no puede contarle nada, no sería ético —añade Javier ante mi perplejidad, pues está claro que hay algo más que ninguno me cuenta—, pero, tú sí puedes, Daniel.
Abro mi boca sorprendida y vuelvo a cerrarla, sintiendo mi pulso agitarse de forma frenética. Daniel coge una silla y se sienta a mi lado, sonriéndome al hacerlo.
—Pedro, el chico que iba a recibir la vacuna después de María, vino al despacho a contar todo lo que vio cuando estaba dentro. Corrobora la parte que nos has contado desde que lo recibiste en la puerta, hasta que saliste fuera y te encontraste a la niña desmayada —llevo mi mano a la boca conteniendo un gemido, pues no esperaba que Pedro hiciera eso por mí.— le preguntaremos a María cuando esté mejor, pero estoy seguro de que ella va a verificar también tu testimonio. Además, su padre está deseando que lo haga para poder denunciar a Christian.
— Entonces... — Daniel agarra mi mano, apretándomela mientras me ofrece una sonrisa, a la vez que desvía su mirada hacia Felipe.
— Yo nunca he dudado de ti, Pamela, y aunque mi jefe no pueda decirlo, él, tampoco.
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