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8. Si tan solo fuera mía

NOVIEMBRE

NEWCASTLE, REINO UNIDO

—¿Sabes? Amo la lluvia, pero esta es molesta. Estoy muerta de frío —Pamela se ajusta la capucha de su sudadera, protestando enérgicamente mientras me ofrece una botella de agua.—como el sol de Málaga no hay nada.

—No es algo que yo sepa porque nunca he estado allí —le respondo encogiendo mis hombros. Ella se lleva una de sus manos al rostro, apartando algunos mechones mojados que se le han pegado a las mejillas, y aún así, con todo su pelo revuelto y esas mejillas tan sonrojadas por culpa del frío, es demasiado bonita.

—No me tientes a invitarte a mi tierra, Bellingham.

Pamela me guiña un ojo a la vez que me saca la lengua. Se aleja de mí para atender al resto de mis compañeros, tan risueña y dulce como siempre es con todos nosotros. Mi mirada se demora tanto en ella que tengo que apartarla por temor a empezar a babear en breves segundos.

Saludo a los aficionados que han venido a ver nuestro entrenamiento, dirigiéndome hacia las gradas. Mi madre y mi abuelo han viajado desde Stourbridge para asistir al partido de Champions de mañana contra el Newcastle. Me pongo mi sudadera y me dirijo hacia donde están ellos, recibiendo un fuerte abrazo de parte de mi madre.

—-Hijo qué ganas tenía de verte. —correspondo a su abrazo de la misma manera, dejando que ella bese mis mejillas un par de veces antes de fijar la mirada en mi abuelo, quien me observa con el rostro serio e impertérrito, como es normal en él.

—Abuelo —muevo mi cabeza, ofreciéndole mi mano, la cual toma, agitándola un par de veces, observándome durante un par de segundos, frunciendo el ceño al hacerlo.

—Estás más gordo, Jude, quizás por eso te cuesta tanto moverte. Has perdido tu marca un par de veces en el entrenamiento, y eso en un partido de verdad es un gol por tu puta banda.—Aprieto mis labios, dejando que sus palabras consigan lo que él pretende, que me afecten hasta el punto de hacerme sentir como una mierda.

—¡George ¡Déjalo! —le protesta mi madre, logrando solamente el llevarse una mala mirada por parte de mi abuelo, algo que la hace callar y agachar la cabeza.

—Solo digo lo que veo. ¿Quién mejor que tu propia familia para decirte las verdades?

Me muerdo el labio con tal de no contestarle hasta el punto de sentir el sabor de la sangre en mi boca. Le doy otro abrazo a mi madre, despidiéndome de ellos a los pocos segundos con la excusa de que debo volver a los vestuarios.

—¿Vendrá Jobe? —le pregunto esperanzado, pues no veo a mi hermano desde este verano y lo que más deseo es poder abrazarlo.

—No —contesta con sequedad mi abuelo, impidiéndole a mi madre el ser ella la que me responda.— él debe centrarse en sus estudios y en su equipo. Verte a ti le distraería.

Hago un asentimiento de cabeza y al fin me alejo de ellos. Veo con rabia cómo mi abuelo le pasa un brazo a mi madre alrededor de sus hombros, tensándose ella al hacerlo. Entro en los vestuarios con prisa, sintiendo como el estómago me da un vuelco y las náuseas están en mi boca. Voy directo a los baños, entrando en uno de ellos a tiempo de vaciarme en el wáter. Las arcadas son tan profundas que la cabeza me palpita al vomitar. No pasa ni un minuto cuando un par de toques en la puerta me hace limpiarme la boca con el dorso de la mano.

—¡Jude! ¿Estás bien? —la dulce voz de Pamela inunda mis ojos de lágrimas, unas que no quiero derramar, pues tendría que darle explicaciones de por qué estoy así y no es algo que me apetezca hacer.

—Sí. Lo estoy, no pasa nada —le contesto apoyando mi cabeza en los fríos azulejos del baño. Intento calmarme unos segundos, algo difícil cuando aún no se me va del cuerpo esta horrible sensación de angustia y aversión.

— Te he escuchado vomitar. Eso no es estar bien —insiste Pamela, casi haciéndome sonreír por su genuina preocupación. Debería molestarme que ella estuviera tan pendiente de mí, pero no es eso lo que siento ahora mismo.

—Ha sido por el entrenamiento, creo que me he forzado más de la cuenta —le respondo una vez que he abierto la puerta. Pamela agudiza su mirada sobre mí, levantando su mano para ponerla en mi frente. La calidez de esta me hace cerrar los ojos dejando que sus dedos la acaricien.

—Ven te voy a tomar la tensión.

A regañadientes la sigo, no sin antes enjuagarme la boca en el lavabo. Después de hacerlo, me siento en uno de los bancos donde Pamela me espera con el tensiómetro. Sin apenas hablarme, ella lo prepara todo, tardando pocos minutos en ponerme el aparato alrededor de mi brazo. Son pocos segundos en los que ambos estamos callados, pendiente ella de los dígitos de la pantalla, y yo de cómo su rostro tiene algunas pequeñas y adorables pecas, las cuales me estoy conteniendo en tocar.

—Tienes la tensión un poco baja, Jude —me dice una vez el aparato ha terminado de medirme. La seriedad en su rostro es algo que no quiero ver en ella ni es lo que necesito ahora .— Esta noche te tomas algo dulce de postre, ¿de acuerdo?

—El dulce no es bueno para mi dieta —le respondo recordando las palabras de mi abuelo, esas que en parte me han hecho estar así.

—No es bueno para nadie, pero me preocupa más tu tensión que el que cojas unos gramos.

—¿Tú me ves gordo? —aprieto mis dientes, avergonzado por mi pregunta, más si ella forma una mueca deformando su rostro.

—¿Gordo, tú? Para nada —responde Pamela poniéndose en pie y, de camino, dándome una larga y lasciva mirada que recorre todo mi cuerpo, haciendo que un cosquilleo se pose en cierta parte de mi anatomía.— Si yo fuera tío, querría ser tú. Me estaría metiendo mano constantemente de lo bueno que estoy.

La pelirroja me guiña un ojo, siendo yo ahora el que me ruborizo por sus palabras. No puedo evitar mirar cómo acaba marchándose para atender a los demás. Dejo caer mi cabeza en la pared, frustrado y decepcionado por la visita de mi familia, pues todos los problemas que tengo son causados por ellos.

—Tengo una pregunta para ti. —Abro mis ojos para encontrarme con la presencia de Eduardo a mi lado, quien me mira de forma algo burlona, temiéndome sus palabras.— del 1 al 10, ¿Cuántas veces quieres follarte a Pamela?

—No te importa —le contestó a mi amigo, aunque la respuesta es demasiado evidente. Por la pregunta del francés, creo que él también se está dando cuenta de que algo me pasa con la pelirroja. Eduardo me da una palmada en el muslo riéndose a carcajadas al hacerlo.

—Esta noche vamos a jugar al FIFA, y ella ha dicho que se apunta.

—¿Y me cuentas todo esto por...? —mi compañero se pone en pie, guiñándome un ojo de forma burlona, signo inequívoco de que no trama nada bueno.

—Porque le hice la misma pregunta a ella y me contestó que un rotundo 10.

Ella es buena. No, muy buena, juega de puta madre, tanto que nos ha ganado a todos ella sola. Pamela alza sus brazos con el último gol, el sexto que le ha metido a Eduardo con el Atlético de Madrid, algo inverosímil en este juego, pero que ella lo ha hecho, convirtiendo a los rojiblancos en un gran equipo con el mando en la mano.

—Yo no juego más, paso —Eduardo se levanta del suelo, haciendo Vini lo mismo. Ambos se han llevado un buen correctivo de la pelirroja, quien, si hubiera apostado seguro que sería rica esta noche.

—Sois unos cobardes —se burla ella ganándose sendas miradas airadas por parte de mis dos compañeros.

—Quiero seguir teniendo dignidad, gracias —le contesta Vini haciéndole un gesto con su mano, para salir de mi habitación, el lugar donde hemos acabado jugando.

—Y yo quiero seguir pensando que por lo menos soy el mejor de mi casa —añade Eduardo siguiendo los pasos del francés.

Ladeo mi cabeza para ver como Pamela deja el mando a su lado, fijando su mirada en mí y sin muchas intenciones de ser la última en abandonar la habitación. Y sinceramente, no me apetece estar solo. Bueno, no me apetece que ella se vaya todavía.

—Jude, si quieres hablar, estoy aquí. Soy algo más que una cara bonita —no puedo evitar reírme por sus palabras, las cuales son sinceras y amables.

—Muy bonita, por cierto —le contesto, pero sin ningún tono de burla, aunque ella es más que guapa, es jodidamente hermosa.— ¿por qué crees que necesito hablar?

—Bueno, ya de por sí eres un tío muy serio, pero hoy, después del entrenamiento, lo estás más todavía.

Tomo aire poniendo mis dos manos en el colchón a la vez que echo mi cabeza hacia atrás. Son tantas movidas que tengo en mi cabeza que si se las contara, estaríamos sin dormir toda la puta noche.

—Mi madre y mi abuelo vinieron a verme hoy al entrenamiento —acabo confesándole sin saber muy bien por qué, o quizás es porque necesito desahogarme con alguien que sé, que no va a juzgarme.— y digamos que no tengo muy buena relación con mi abuelo. Siempre me está criticando y se cree con el derecho de manejar nuestras vidas. Verlo me revuelve las tripas.

—Por eso has vomitado.

—Así es. Mi padre murió cuando yo tenía 15 años y ha sido mi abuelo el que se ha encargado de todo desde entonces. Y no es algo con lo que yo esté de acuerdo ahora.

Y por otras muchas razones, tampoco lo quiero cerca de mí y de mi hermano, y mucho menos de mi madre, pero me tengo que joder porque yo estoy aquí y ellos están demasiado lejos de mí.

—¿Es el padre de tu padre? —me pregunta ella.

Asiento con mi cabeza a sus palabras, dejando que un roto suspiro salga de mi garganta. Hablar de él me produce ansiedad y no es algo que quiera que suceda ahora, y menos con ella tan cerca. Por suerte, Pamela es consciente de lo que me cuesta hablar de mi familia, y nuestra conversación gira ahora hacia la suya.

—Yo nací en Málaga, pero quise venirme a estudiar a Madrid porque en mi pueblo, o te dedicas a la agricultura o te haces puta —con estupor, proceso sus últimas palabras, ganándome una carcajada por su parte al ver ella la expresión de mi rostro al decirlas.— bueno, puta, puta, no, pero casi.

—Madre mía, ¿Qué pueblo es ese, Ela?

—Cortijos del Campo. Es un pueblo pequeño del que mi mejor amiga Alexandra y yo escapamos hace tres años. El caso es que mis padres me lo siguen recordando constantemente, el que soy una mala hija que no quiere recoger calabacines.

Pamela me hace reír durante unos buenos minutos contándome anécdotas sobre su vida en el pueblo. Es muy expresiva hablando, dándole mucho énfasis a lo que cuenta. Mis dedos acaban rozando los suyos, y para cuando quiero darme cuenta, casi tengo nuestras manos entrelazadas, siendo esto bastante agradable.

—Debería irme a mi habitación. Necesitas dormir y no pensar en nada —la pelirroja se pone en pie regalándome una sonrisa antes de irse. No puedo evitar observarla mientras se mueve por mi cuarto.

—Ya te has encargado tú de distraerme —le contesto observando como ella me muestra una sonrisa satisfecha tras mis palabras.

—Espero que eso no vaya con segundas intenciones, Bellingham, que cuando quieres eres un puto diablo —Pamela me saca la lengua consiguiendo esta vez ella que sea yo quien me ría.— buenas noches, Jude, y si quieres hablar, solo tienes que llamarme.

—Te recuerdo que aún no tengo tu número —le recuerdo alzando una de mis cejas, lo que provoca en ella que me devuelva otra de sus sensuales sonrisas, o soy yo el que creo que todas las que tiene me lo parecen.

—Ya no se lleva lo de pedir el número, sígueme en Instagram y listo.

La pelirroja me hace un gesto con la mano y desaparece de mi habitación como si fuera un huracán que ya arrasó con todo a su paso. Me dejo caer encima de la cama sintiéndome hasta más tranquilo después de hablar con ella.

Y luego recuerdo que llevo más de una semana sin hablar con Pandora, y casi, no la echo de menos.

—No me mandes videos de gatitos. Los odio. Ni memes de fútbol que no entiendo —Pamela agita su teléfono móvil delante de mis narices después de que anoche me devolviera el follow en Instagram.

—¿Fotos mías?

—Arrogante pretencioso. Si me mandas fotos de desnudos las vendo, que lo sepas.

La pelirroja pone uno de sus dedos sobre mi pecho, empujándome un poco al hacerlo. De mi boca sale una pequeña carcajada, al verla darse la vuelta y guiñarme un ojo antes de volver a su puesto.

—Pamela —la llamo de nuevo para que no se vaya, enseñándole las tijeras. Sabiendo ella lo que es, rueda sus ojos, volviendo a acercarse a mí.

—Maldita sea, Belligham, ¿se puede saber qué hacías antes de mí? —Pamela me arrebata las tijeras de las manos, tendiéndole las medias. No soporto que me aprieten tanto y por eso siempre me las corto, para aliviar la tensión en los gemelos.

—Aburrirme —la pelirroja clava su mirada en la mía, algo sorprendida por mi respuesta. La comisura de sus labios se elevan hacia arriba, casi formando esa sonrisa satisfecha que quiere mostrarme.

Poco tarda Pamela en cortarme las medias, devolviéndome de nuevo todo lo que le he dado. De pronto, alza una de sus manos, acercándola muy despacio a mi cuello, tirando de la cadena que lo adorna, en la cual coloqué el anillo que me regaló.

—Pensé que no lo usarías —me dice ella con su mirada puesta en ese aro que para mí tiene bastante significado.

—Ela, es un regalo tuyo, claro que quiero usarlo.

—Oh, joder, Jude -la pelirroja hace algo que me descoloca totalmente, acerca su boca a mi mejilla dejando un tierno y suave beso en ella que eriza los vellos de mi cuello. Cuando se separa de mí, puedo ver como de emocionada está tras mis palabras— espero que esta noche le demuestres a tu abuelo lo cabronazo que eres con el balón.

Una carcajada sale de mi boca cuando ella termina de hablar. Adoro que sea tan directa, sincera y sin filtros. Es lo más genuino y natural que tengo a mi alrededor últimamente. Pamela se da la vuelta para alejarse de mí, y antes de que lo haga, tomo su mano, impidiéndole que lo haga.

—Te estás mereciendo un gol, Cinderella —casi le prometo porque aunque yo pueda tener intenciones de marcarlo y de buscarlo, no todo depende de mí.

—Y tú una patada en el culo como no marques.

Dejo que se vaya sin poder evitar mirarla. Sus andares y ese movimiento sutil de caderas me están volviendo loco, porque ella lo hace. Nunca una tía me ha arrancado una sonrisa dándome tanta caña como lo hace Pamela.

Tan irresistible como provocativa.

Tan dulce como incitadora.

Y si tan solo fuera mía y tuviera sus piernas alrededor de mi cintura, todo, sería perfecto.

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