
7. Cinderella
DÍAS DESPUÉS
Desde la parte de arriba del local de Sebastiao, el hermano de Eduardo Camavinga, se puede ver a todas las personas que han acudido a su inauguración. Algunos compañeros con sus parejas, unos cuantos influencers con los que los franceses tienen amistad y amigos de los hermanos, son los invitados al evento, uno que ha contado con la prensa durante los primeros minutos, para "amablemente" ser invitados a abandonar el local para darnos a los demás cierta privacidad.
—¿Porqué te escondes aquí arriba? —giro mi cabeza para atender a la pregunta de Eduardo, quien me ofrece otra copa sin alcohol preparada por el exclusivo barman contratado para la inauguración.
—Ya sabes que odio mezclarme con la gente. Soy muy antisocial —le respondo tomando ese vaso sin estar muy pendiente de lo que sucede a mi alrededor.
—Bueno, lo mismo ahora cambias de idea. —Edu me da una palmada en el hombro, ofreciéndome una pícara sonrisa.— voy a recibir a mi invitada. Lo mismo tú también quieres bajar a saludarla.
Mi compañero me guiña un ojo a la vez que se da la vuelta para bajar las escaleras. Sigo sus pasos con curiosidad, deseando saber de quién me habla. Pero, cuando mi mirada se desvía más allá de donde él está, asumo que esta noche no será una más para mí.
La pelirroja de ojos azules, esos con los que no dejo de pensar, avanza entre los invitados ofreciéndole una amplia sonrisa a Edu, al que odio en este mismo instante. Repaso su atuendo, secándome la boca al hacerlo. Un top azul con las mangas de gasa deja al descubierto un profundo escote, el cual enseña lo justo para hacer que mi miembro me recuerde que está vivo. Los vaqueros oscuros marcan su silueta de una forma tan deliciosa que estoy deseando ver su trasero embutido en ellos. Esta vez se ha dejado el pelo suelto, con unas ondas que caen por su espalda, dándole un aspecto aún más exquisito de lo que ella es.
—Hola, eres Jude Bellingham, ¿verdad? —quisiera no girarme y atender a la voz que reclama mi nombre. Quisiera no solo mirarla, sino bajar y tener la misma complicidad que Eduardo parece tener con Pamela. Y quisiera llevarme a la pelirroja a algún puto baño y follármela hasta saciar mis ganas de ella.
—Si —me giro para contestarle a la chica que casi ha invadido mi espacio personal. Rubia, de pechos grandes que sobresalen a través de su escote y que parece ofrecérmelos por cómo los alza ante mí. Podría parecer que es una mujer exuberante, pero a mi ella y su atuendo, me parecen ordinarios.
—Soy Maddy, la tatuadora de Sebastiao.
Sin darme tiempo a reaccionar, la rubia se lanza a por mis mejillas depositando un par de besos en ellas, a la vez que aplasta sus tetas contra mi pecho. Pareciera estar restregándose contra mí, algo que me confirma la pícara sonrisa que me da una vez que se separa. Fuerzo una sonrisa y, durante minutos, ella se embarca en una absurda conversación a la que no presto atención. Sería muy fácil llevármela a algún sitio y ser ella la follada de hoy. A gritos está pidiendo que lo haga. Pero no es su coño donde yo deseo enterrarme, es en el de la maldita pelirroja en la que siempre pienso cuando me masturbo, siendo la voz de Pandora la que guía mis frenéticos movimientos.
—¿Te apuntas, entonces? —desvío mi mirada de la rubia, quien acaba de sugerirme algo de lo que no tengo ni idea. Miro hacia abajo para comprobar con fastidio que Pamela ya no está abajo con Eduardo y sería algo tóxico querer buscarla como desesperado por el local.
—-A qué? —le pregunto, tomando una de las copas que me ofrece uno de los camareros que pasan justo a mi lado.
—Unos amigos van a venir a casa cuando termine esto. Algo pequeño. Te preguntaba si querías venir. —arqueo una de mis cejas sin sorprenderme su propuesta. Ella me ofrece una seductora sonrisa cuyas implicaciones son más que evidentes.
—Gracias, pero tengo que estar en casa temprano; mañana tengo entrenamiento. Si me disculpas.
Alargo la sonrisa para alejarme de ella segundos después. No me arrepiento de haberla rechazado porque, sinceramente, estoy bastante harto de los polvos fáciles aunque mi cuerpo entero lo necesite. Y todo por culpa de dos mujeres, una con la que hablo y otra a la que veo.
Estoy tan absorto en mis pensamientos que casi choco con alguien, evitándolo la otra persona, pues siento como una de sus manos me agarra del codo impidiéndolo.
—Espero que eso que llevas en las manos sea sin alcohol. Esta noche la tengo libre y no me apetece mucho pasarla en el baño. —Mi boca se curva en una sonrisa al tenerla frente a mí. Su rostro, burlón y expresivo, provoca que todo mi cuerpo reaccione a su presencia, llevándome a mojarme los labios con nerviosismo.
—Hay muchas cosas que se pueden hacer en un baño, aparte de vomitar... —El sonrojo en su rostro es más que evidente, así como el vuelco que dan sus ojos tras sus palabras, pero, por suerte, Pamela no se molesta por mis insinuaciones y agita su cabeza emitiendo una leve carcajada.
—¿Eso te decía la rubia? —casi chillo al escucharla preguntarme y como incluso el tono de su voz pareciera de reproche. Que Pamela no es ajena a mi es algo que tengo claro desde hace tiempo.
—En los baños no, en su casa. —Pamela toma una de las copas de la bandeja que pasa a su lado. Solo avanza un par de pasos hasta terminar apoyándose en una columna que hay más alejada del tumulto de esta planta.
—Pues ya tienes plan para esta noche, Bellingham.
— Paso. Mañana lo sabría todo el puto mundo.—me apoyo en la barandilla que hay cerca de la columna, pasando mi mirada por los invitados de abajo. Sebastiao está feliz con la inauguración, así como Eduardo, tan orgulloso de su hermano.
—Vaya lo siento, seguro que te habría dado una buena noche. —su tono burlón y provocativo me hace girarme y enfrentarla. Su lengua repasa sus labios un par de veces, tentándome a tomarla. Acorto un poco la distancia que nos separa hasta estar a apenas centímetros de ella. Casi faltándome poco para que mi cuerpo presione el suyo.
—Aún no son las doce, Cenicienta, seguro que mi noche puede seguir siendo buena.
Pamela traga saliva con nerviosismo. Sé que le afecto. He podido percibir lo nerviosa que la pongo cuando estoy cerca de ella. Y sus miradas sobre mí tampoco es algo que pueda esconderme. Levanto uno de mis dedos hasta posarlo en su barbilla. Solo un poco para que nuestros ojos estén a la misma altura, algo difícil cuando ella es más bajita que yo. Pamela vuelve a mojar sus labios conteniendo la respiración, una que se ha tornado muy agitada desde que he empezado a tocarla.
—¿Sueles irte mucho a follar con tías que acabas de conocer? —su pregunta podría estar motivada por los celos, algo que me lleva a contener una sonrisa. Tomo su cuello con mi mano, acariciándolo despacio, sintiendo en la yema de mis dedos su agitado pulso.
—No soy de esos —le respondo sin dejar de mirarla. Su mirada se ha tornado más brillante, diría que hasta algo más azul e intensa. —¿Y tú?
—Tampoco —Pamela encoge sus hombros al contestarme, abriendo y cerrando su boca para tomar lentas respiraciones.
— Bien.
Ninguno de los dos quiere apartar la mirada del otro. Es como si ambos fuéramos los dos lados de un imán y no quisiéramos separarnos. Ella me atrae, y lo sabe. No sé si es una chica de relaciones, pero no es de una sola noche. Es precavida y nada alocada, y por eso estoy seguro de que sería difícil que pasara algo entre nosotros porque valora mucho lo que tiene, sus prácticas. No es una tía con la que jugar. Por eso, si de verdad quiero arriesgarme con ella, debo ser cauteloso y saber que de verdad vale la pena el hacerlo.
La música que hay abajo cambia por algo más movido, rompiendo así este momento. Mi mano abandona su cuello, sintiendo aún en mis dedos la suavidad de su piel. Pamela aprovecha para darle un buen sorbo a su bebida, con su mirada puesta en mí. Tomo su mano cuando termina, fijándome en los anillos que adornan sus dedos, llamando uno mi atención especialmente.
—Me gusta este —le digo señalándole uno de los aros, el cual es de un color grisáceo que emite algunos destellos según le da la luz. Mis dedos se encargan de acariciar la piedra, rozando los suyos al hacerlo.
—Es obsidiana, lo compré en una feria hace algunos años. —Pamela mira la joya frunciendo el ceño y hace algo que no esperaba: se quita el anillo, tomando mi mano para ponerlo en él. —Toma, para ti.
—Yo.. no puedo aceptarlo, Ela. —sonríe ella al escuchar el apodo que le puse, algo que le agrada, pues siempre que la nombro así, recibo una sonrisa satisfecha por su parte.
—La señora que me lo vendió me dijo que algún día querría regalárselo a alguien y así de esta forma bendecirlo para darle una buena vida. —asisto algo perplejo a sus palabras, pero sin tomármelas a broma, pues Pamela me habla con bastante seriedad como para pensar que me está tomando el pelo.— No rehúses mi regalo, Jude.
Terminó correspondiéndole con una sonrisa, no teniendo más remedio que aceptar su obsequio, aún sorprendido por su acción. Como pensaba, no cabe en ninguno de mis dedos, pero termino guardándolo pensando en ponerlo alrededor de mi cuello con una cadena. De nuevo vuelvo a buscar su mirada, encontrándome satisfacción en la suya.
—Bueno ¿y aquí sirven algo más que bebida? porque la verdad es que me muero de hambre. —Pamela deja escapar una carcajada encogiendo sus hombros al hacerlo.
—Creo que el catering se sirve abajo. —Le señalo con mi cabeza la planta principal para regresar de nuevo mi vista hacia ella. Le ofrezco mi mano a Pamela, quien no duda en posar la suya justo encima de la mía. — ¿Me acompañas, Cenicienta?
—Dilo en inglés. —-arqueo una de mis cejas, algo sorprendido por su petición. Tiro de ella hasta casi tenerla más cerca de mí, bajando mis labios hasta su oído, en el cual pronuncio la palabra que ella me ha pedido, consiguiendo que los vellos de su nuca se ericen.
—Cinderella.
Pamela se muerde el labio superior, esbozando una ligera y cautivadora sonrisa. Le hago un gesto para que pase delante de mí, disponiéndonos ambos a bajar la escalera que nos lleva a la segunda planta. Pongo mi mano derecha en su espalda, para guiarla y sí, porque también quiero tocarla. Todos los invitados están dispersos por el establecimiento, disfrutando de buena música y compañía.
Una vez que hemos bajado los escalones, bajo un poco mi mano hasta situarla en su cintura, guiándola hacia una de las mesas del fondo donde el abundante catering luce apetitoso. Saludo a un par de personas que pronuncian mi nombre con un asentimiento de cabeza, no queriendo detenerme con ninguna. Pamela evalúa lo que tiene delante, decidiéndose por un bocadillo algo exótico que no llama mi atención para nada.
—¿Tú no comes? —me pregunta al ver que no he cogido nada, antes de darle el primer bocado a lo que ha escogido.
— No tengo mucha hambre.
—Aquí hay cositas saludables —insiste ella señalando una bandeja con verdura y fruta. Acabo cogiendo uno de esos pinchitos, agitándolo delante suya para que no vuelva a preguntarme más.
—¿Tú es que no dejas de ser enfermera nunca?
—Estudiante en prácticas, pero auxiliar de enfermería —me aclara ella encogiendo sus hombros y mostrándome una burlona sonrisa—. ¿Y tú dejas alguna vez de ser Jude Bellingham?
—Me llamo así, ¿Quién quieres que sea?
—Pues.. podrías ser algo más... espontáneo o no tan serio. —Pamela deja el bocadillo en una de las bandejas dispuestas para las sobras, haciendo una mueca algo asqueada con sus labios.— Lleva vinagre y no me gusta.
—No confundas seriedad con madurez —le aclaro, recibiendo un vuelco de sus ojos por su parte.— no me verás a mí ir tras una tía que acabo de conocer en Instagram.
Pamela resopla fastidiada y hasta cruza sus brazos al mirarme. Pronto desvía su mirada de mí para centrarse en el resto de la fiesta, mientras mueve uno de sus pies al ritmo de la música. Procuro no mirarla, tal y como ella hace conmigo, pero la fascinación que siento por la pelirroja es tan fuerte que no quiero que tenga una idea equivocada de mí.
—No me gusta nada la comida que hay aquí y tengo hambre —se queja ella mientras en su cara se marca una profunda mueca asqueada.
—Anda, ven conmigo. —La tomó de la mano ante su gesto sorprendido, tirando de ella para sacarla de la peluquería.
—¿Dónde me llevas? —me pregunta medio riéndose, pero sin protestar porque la esté arrastrando fuera de aquí.
— A cenar comida de verdad.
—Vale, pero te recuerdo que a las doce me convierto en calabaza.—ladeo mi cabeza, encontrándome con una mueca divertida. Solo tengo que tirar un poco más de ella, casi aprisionándola con mi cuerpo, aún rodeados de toda esta molesta gente.
—Y aun siendo calabaza, seguirás siendo preciosa.
🕰 MÁS TARDE
Pamela le da otro bocado a su hamburguesa, relamiéndose los labios al hacerlo. La ha bañado tanto de ketchup que apenas se vislumbra la carne dentro del pan. Ella parece disfrutar tanto de su comida como yo viéndola hacerlo.
—No me mires así. —Mañana, sesión doble de abdominales y punto —se justifica ella de algo en lo que no he llamado su atención.
—Miro la hamburguesa, no a ti, presuntuosa —le contesto hasta rodando mis ojos para que no se dé cuenta de que en realidad, si que la miraba a ella.
Pamela deja su hamburguesa en su plato, chasqueando su lengua un par de veces. A continuación, coge un cuchillo, partiéndola en dos mitades y ofreciéndome una de ellas. Rehúso con mi mano, encontrándome con la enérgica protesta de la pelirroja.
—Calla y come, Bellingham. Esas hojas de lechuga que tienes delante no merecen ni llamarse ensalada.
Desvío mi mirada al plato que tengo delante de mí, teniendo que darle la razón. Un par de tomates cherry y una zanahoria es todo lo que puedo ver en la aceitada fuente. Acabo tomando la hamburguesa que me da Pamela, dándole un buen bocado en cuanto la tengo en mis manos. No puedo evitar gemir de gusto al probarla, pues creo que hace años que no probaba algo tan supercalórico y a la vez tan delicioso.
Levanto mi vista para fijarme en Pamela, quien ha curvado su boca en una sonrisa algo traviesa, provocada seguramente por mi gemido.
—¿De qué te ríes? —le preguntó, hundiendo de nuevo mis dientes en el pan.
—Tus gemidos me recuerdan a alguien. —levanto una de mis cejas sin dejar de prestarle atención. Es ahora el vaso de Nestea el que recibe la caricia de sus jugosos labios. Y, maldita sea, qué apetecibles lucen.
—¿Alos del ex que te llamaba Pammy Pam?
—No, a ese inútil, no. A...alguien... especial. —Su mirada soñadora al hablar de esa persona es algo que me jode más de lo que creía, porque de pensar que otro tío le esté gimiendo en su oído, me molesta bastante.
—No sé si tomarme como un cumplido que mis gemidos te recuerden a otro.
Pamela no puede evitarlo y acaba sonrojándose, como la mayoría de las veces que nuestras conversaciones suben de tono, no siendo esto nada incómodo para ninguno de los dos debido a la confianza que ambos hemos generado con el otro.
—Tranquilo, fiera, que solo tengo ojos para ti —Pamela me guiña un ojo de esa forma tan burlona que siempre acaba teniendo conmigo. Ruedo mis ojos y prosigo comiendo mi hamburguesa, haciendo ella lo mismo.
Aunque la curiosidad me está matando.
—¿Y cómo se llama ese que te gime en el oído? -Pamela levanta una de sus cejas, conteniendo una sonrisa, y si, he sido tan evidente que hasta a mi me jode el haberlo sido.
—Si lo que quieres saber es si tengo novio o estoy follando con alguien, no hace falta que seas tan sutil, Bellingham. Tú pregunta que yo te contesto.
Su implícito desafío está ahí. Podría hacer como que no me importa lo que me diga, pero, la realidad es que si que me interesa. Saber que ella está ahora mismo con alguien, no sé porqué pero me molesta. Y más de lo que pensaba.
—Es solo por hablar de algo —le respondo no convenciéndola a ella mi respuesta pues incluso se ríe con mis palabras.
—Oh, claro, hablar —Pamela parece pensarse que contestarme, siendo hasta estos segundos agobiantes, e impacientes, algo que no quiero mostrarle pero que ella parece percibir por como se toma su tiempo en responder.— no, no estoy con nadie. Ni saliendo, ni haciendo otras cosas.
Intento que el alivio no se apodere de mi, cambiando de tema por otro más liviano. Nuestra conversación se vuelve algo más tranquila cuando acabamos hablando de las películas y series que nos gustan, descubriendo en ella una gran cinéfila.
Casi una hora después, ambos salimos del local, refugiándonos en nuestros abrigos a causa del frío que impera a estas horas de la noche.
—Gracias por la invitación, Jude.
—De nada. Gracias a ti por compartir esta noche conmigo.
Ahueco mis mejillas mientras ambos caminamos hacia mi coche, pues le he ofrecido llevarla de nuevo a su casa. Antes de abrir la puerta, ella me da una larga mirada como si se estuviera pensando qué decirme.
—¿Qué? —le pregunto al ver cómo se forma en ella otra de esas dulces sonrisas que solo me ofrece cuando estamos solos.
El problema es que su respuesta me rompe los esquemas y acaba inquietándome más de lo que estoy por su culpa.
—Tú también eres especial, Jude.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro