3. Todos los clichés
OCTUBRE
VALDEBEBAS
-Quítate la camiseta y las zapatillas.
Pamela, la chica pelirroja de prácticas ni siquiera me habla cuando me mira, fastidiándome bastante que lo haga, pues no me gustaría que pensara que soy igual que mi compañero Vinicius.
Hago lo que me pide sin protestar pues todavía se evidencia en ella que está enfadada por lo que ocurrió el otro día, algo que entiendo perfectamente y que no voy a tratar de justificar. Mientras dejo mi ropa encima de una de las sillas, observo un enorme ramo de rosas rojas sobre de una de las mesas, sospechando de quien es el ramo y a quien se lo ha enviado esa persona.
-Jude Bellingham -desvío mi mirada de las flores hacia la pelirroja quien me observa esperando que le confirme mi nombre.
-Así es -le contesto intentando mantenerle la mirada, siendo la de ella más fría de lo que esperaba, y no tiene nada que ver conque tenga unos preciosos ojos azules, de esos que perderte en ellos sería delito.
-Voy a medirte primero y luego te peso. Súbete a la báscula por favor.
Accedo a todo lo que me dice, observándola disimuladamente. De cerca es todavía más bonita que cuando la vi en el pasillo. Hoy se ha recogido el pelo en una coleta alta, despejando su sonrosada cara y dejando al descubierto aún más sus ojos azules, un color bastante intenso que no puedo dejar de mirar.
-¿Podrías hacerme el favor de no mirarme tanto? -me pide ella con un tono de voz en el que se evidencia algo de reproche, sonrojándome al momento tras sus palabras. Agito la cabeza observando como mueve el medidor hasta ponerlo en mi altura.
-Es por tus ojos. Son muy bonitos -me disculpo, provocando que de su boca salga un suspiro fastidiado.
-Si vas a empezar como Vini... -me advierte mostrándose bastante molesta por lo que le digo.
-Oh, no, por favor -niego con mi cabeza pues la posibilidad de que piense que soy como el brasileño me desagrada bastante- yo no hago las gilipolleces que hace él.
-Pero te callas, las disfrutas y no dices nada. Que no se me olvida que estabas ahí el otro día cuando ese idiota me ponía en ridículo delante de todos.
-Yo...
-¿Podrías callarte, por favor? la báscula es muy sensible y necesito que no te muevas para que los datos sean perfectos.
Cierro mi boca sin protestarle, manteniéndome en silencio, fastidiado porque ella tiene toda la razón. Yo estaba allí viendo como Vini la humillaba sin hacer nada. Y si, ella me compara con él y es algo que no soporto.
-Ya puedes bajarte -Pamela escribe en la tablet los datos que le ha dado la báscula, alzando sus ojos de ella a los pocos segundos para mirarme a mi- 1.86 de altura y 70 kg. Has perdido peso desde la última vez que te hicimos el reconocimiento, ¿has estado enfermo o algo así?
-No, todo bien -le contesto intentando que ella crea lo que le digo, pero, no parece satisfecha con mi respuesta porque tuerce su boca formando una mueca impaciente en ella.
-Todo bien, no. Son 5kg en un mes, Jude. Y los médicos lo van a ver y te van a preguntar. Entiendo que a mi no quieras decírmelo, pero, a ellos si -sus advertencias es algo que yo sabía, y temía. Dejo que un suspiro salga de mi garganta, manteniéndole la mirada pero sin decirle nada más.
-Estoy en mi peso todavía, ¿verdad?
-Si, pero...
-Estoy bien. No pasa nada. Me estoy cuidando un poco más y ya está. Convertiré los kilos que me faltan en músculo.
Ella abre sus ojos de forma algo desmesurada y chasquea su lengua a continuación. Por suerte, no me pregunta nada más y acaba cogiendo un metro para medirme el resto del cuerpo.
-Abre los brazos, por favor, como si acabaras de meterle un gol al Barcelona -sonrío por sus palabras pues sé que las ha dicho para rebajar un poco de tensión, al momento que acabamos de vivir.
Siento el frío del metro rodear mi cintura y la calidez de sus dedos al apoyarlos en mi piel. Me siento abrumado por su cercanía. Por como un olor intenso a cacao se apodera de mis fosas nasales siendo esto bastante agradable para mi nariz. Ella apunta las medidas y ahora es el turno de mi pecho. Puedo sentir como mi corazón golpetea algo frenético, cuando ella alza sus ojos y nuestras miradas se encuentran.
Me equivoqué.
No tiene unos ojos bonitos. Los tiene preciosos. En los que te perderías una y otra vez sin querer encontrar el camino de vuelta.
-Voy a medirte la grasa corporal -me anuncia ella dándose la vuelta para dejar el metro en una de las mesas y coger el medidor.
-Bonitas flores, ¿son para ti? -le digo señalando con mi barbilla las rosas que descansan en el jarrón. Ella me ofrece una mueca hastiada al mirar las flores, casi como si le molestaran que estuvieran ahí.
-Por desgracia, si. No me gustan las rosas. Solo se regalan rosas cuando alguien se siente culpable por algo. Es mejor que se regalen de forma espontánea.
-Se supone que a todas las chicas les gustan que les regalen flores.
-A mi no -me responde de forma fría y cortante.
-¿Bombones?
-Suben los niveles de azúcar en la sangre.
-¿Pasteles?
-Tan cliché -ella chasquea su lengua de forma bastante arrogante, y aunque pudiera molestarme su actitud, la verdad es que me agrada que tenga tanto carácter.
-Joder, eres difícil de contentar entonces -ella me fulmina con al mirada tras mis palabras, pero, el sonido del medidor no la deja contestar y ella se concentra en lo que marca el aparato.
-Tu grasa corporal está bien. Dentro de los niveles normales. No ha variado con respecto a la última medición. Ya puedes vestirte. Cuando termines, te sientas en aquella silla que voy a sacarte sangre.
Pamela se da la vuelta y va directamente a una mesa que hay en una esquina, para terminar de escribir mis datos. Mientras me visto, observo como prepara los botes y la aguja, algo que me da escalofríos, pues odio que me pinchen. Termino de atarme las zapatillas, y me pongo en pie para dirigirme hacia la silla que me ha dicho.
-¿En qué brazos quieres el pinchazo? -me pregunta ella sujetando la goma entre sus dedos, algo que me produce un ligero escalofrío y hasta siento un sudor frío que recorre mi cuerpo.
-En ninguno, gracias -consigo hacerla sonreír con mi respuesta, pero solo un atisbo de sonrisa, algo ante lo que me muestro satisfecho.
-¿Alguno de tus compañeros te ha dicho si les ha salido un hematoma en la zona donde les he sacado sangre estos días?
-Ninguno, la verdad.
-Pues entonces, puedes estar tranquilo. Seré de prácticas, pero, soy famosa porque mis pinchazos no se notan -Pamela comienza a prepararme el brazo siendo el derecho en el que al final me sacará la sangre. Lo toma entre sus cálidas manos y aprieta la goma mientras ella sigue hablando- tenemos un muñeco en la facultad el cual usamos para practicar. Cuando le haces daño, llora, bueno, más bien, berrea de una forma desagradable, y te puedo decir que conmigo el muñeco no ha llorado nunca. Es más, cuando me ve, hasta parece poseído por el espíritu de Chucky y se levanta echándome los brazos.
-¿Te estás quedando conmigo? -le pregunto viendo en su rostro una sonrisa burlona.
-No. De verdad que el muñeco cobra vida cuando aparezco. Le falta decirme, ¡sálvame, Pamela de estos inútiles! ¡que le pinchen a su puta madre en el culo!
No puedo evitarlo y acabo riéndome por el tono algo infantil con el que me habla.
-Pues hala, ya puedes bajarte la manga.
Mi mirada se desvía hacia mi brazo para ver como ya ha terminado de sacarme la sangre y ni siquiera me he enterado. Pamela me pone un algodón con una cinta y me pide que mantenga el brazo flexionado durante unos segundos.
-No creo que te salga ningún hematoma, pero, si es así, vienes a verme y te pondré alguna crema para aliviártelo.
No puedo evitar sonreírle. Esta chica es muy eficiente en su trabajo y de verdad que no se encuentra para nada cohibida por estar aquí. Es como si llevara toda la vida en Valdebebas.
Me preparo para salir de la habitación, no sin antes, compartir algo con ella que puede que le interese.
-Lo han sancionado. De forma interna -Pamela ni siquiera reacciona a lo que le cuento, cruzando sus brazos mientras yo sigo hablando- creo que las flores es su forma de pedirte perdón y de agradecerte que no lo denunciaras.
-¿Ahora eres tú su abogado? porque hijo, lo defiendes más que mi madre a mi -me muerdo los labios tras sus palabras y agarro la chaqueta del chándal deseando salir de aquí pues está claro que a ella no le importa nada de lo que le diga. Pero antes de abandonar la sala, me queda una última cosa que decirle, algo que no puedo guardarme más.
-Pamela, de verdad que siento lo de ayer, pero, ¿sabes porqué no dije nada aún sabiendo lo que Vini hacía? -ella vuelve a mostrarse seria con mis palabras, pero, acaba respondiéndome a mi pregunta.
-¿Porqué?
-Porque vi que eras perfectamente capaz de hacerle frente a ese idiota. Aunque no lo creas, nos has dado una lección a todos. Tú no lo lo sabes, pero, te has ganado el respeto de toda la plantilla del primer equipo.
-Así que no le gustaron las flores -Vini mueve su barbilla de un lado a otro, mostrándose pensativo y maquinando algo, que sé por su enigmática mirada- tendré que hacer otra cosa entonces.
-Vini, déjalo, en serio. La vas a cagar más y la muchacha está de prácticas -le pido mientras ambos caminamos saliendo del vestuario.
-Lo sé, pero, no quiero que se lleve una mala impresión de mi.
-Ya se la ha llevado.
Fuerzo una mueca al mirarlo y cuando creo que va a contestarme, Vini se calla haciéndome un gesto con su barbilla para que mi atención se centre delante nuestra. Pamela avanza hacia nosotros llevando de la mano a un par de niños, no siendo los únicos que vienen detrás de ellas. Los niños tendrán unos 7 u 8 años, y se muestran entusiasmados siguiéndola a ella hacia donde sea que los lleven.
-Bueno, chicos, tal y como os prometí, aquí están mis dos ayudantes sorpresa, ¡Jude Bellingham y Vinicius Jr! un aplauso, por favor -Pamela les hace un gesto a los niños quienes, se muestran sorprendidos al principio al vernos, y después prorrumpen en aplausos.
Pronto estamos rodeados de niños, mostrándonos muy cariñosos con ellos, mientras Pamela les pide que entren en la enfermería, costándole un poco el hacerlo.
-¿A qué viene esto? -le pregunto acercándome hacia ella, quien intenta que uno de los pequeños entre en la sala.
-Son los niños que están en la Fundación. Tengo que hacerles el mismo reconocimiento que a vosotros, y, cómo tú comprenderás, a algunos les dan miedo las agujas, así que he pensado que me vais a ayudar a distraerlos, ¿verdad, Vini? porque si me ayudáis, olvidaré lo capullos que fuisteis el otro día.
Pamela fuerza una sonrisa mirando al brasileño quien, a juzgar por como se muestra y por como ella se lo pide, no tiene otro remedio que aceptar, empezando a organizar a los niños para que entren en la enfermería.
-¿Jude? ¿me ayudas, por favor? -No puedo decirle que no, sobre todo cuando me mira de esa manera y se muerde los labios al hacerlo. Asiento a su propuesta y acabo haciendo lo mismo que Vini, llevar a los niños a la enfermería, quienes, por suerte, se muestran bastante obedientes.
Durante el resto de la tarde, Vini y yo ayudamos a Pamela a distraer a los niños mientras ella les saca sangre. No mentía cuando decía que sus pacientes apenas notan los pinchazos, pues ninguno de los niños ha llorado al hacerlo. Cuando el último pequeño sale de la sala, siendo Vini quien se encarga de llevarlos al vestíbulo, donde los llevarán de nuevo a la Fundación, me quedo ayudando a Pamela a recoger, aunque ella se ha negado en un primer momento a que lo haga.
-Hablas muy bien español -desvío mi mirada del armario donde estaba guardando el alcohol, para prestar atención a su pregunta. No puedo evitar que su tono pausado de voz provoque que mi pulso se acelere y que ciertas partes de mi cuerpo reaccionen satisfactoriamente a ella y a como me habla.
-Una de mis abuelas, la madre de mi padre, era española, de Valladolid.
-Valladolid. La provincia donde se habla mejor el castellano -.acabo sonriéndole pues ella me muestra una sonrisa, algo más amplia que las que le he visto últimamente- gracias por lo de ésta tarde. Los chicos se han portado genial gracias a vosotros.
-Tú idea ha sido muy buena. Los has distraído de pensar en las agujas, centrándolos en nosotros.
-Los niños son mi debilidad -.ella encoge sus hombros mientras me habla, pudiendo percatarme de la emoción que la embarga con su confesión.
-¿Te gustaría trabajar en un hospital infantil? -ella me niega con su cabeza un par de veces, mostrándose algo triste, e incluso formando una mueca por mi pregunta.
-No, no me gustaría. No puedo ver sufrir a un niño. Me pongo a llorar enseguida y no estaría bonito que una enfermera llorara delante de ellos. Prefiero los ancianos.
-Bueno, creo que a cualquiera le gustaría tenerte en su servicio. Eres muy buena enfermera, Pamela.
-Uy, si hasta te acuerdas de mi nombre -ella me da una burlona sonrisa que me hace sonrojar, teniendo que darme la vuelta para terminar de guardar los botes antes de irme.
Cierro el armario una vez colocados todos, y vuelvo a girarme para mirarla. Aún está recogiendo todo y puedo ver como de cansada está por como se lleva la mano al cuello un par de veces.
-¿Ya nos has perdonado? -Pamela levanta su cabeza tras mi pregunta, ofreciéndome de nuevo otra de esas sonrisas que tan bien esconde, pero que en ella lucen maravillosas.
-Si. Lo he hecho. Pero, no se lo digas a Vini. Quiero seguir aprovechándome de él en todo lo que se me ocurra -Pamela me guiña un ojo, soltando una carcajada a continuación.
-No te preocupes, tu secreto está a salvo conmigo -llevo mi mano a la boca simulando una cremallera, alargando un poco el momento antes de despedirme, algo que ya es inevitable- bueno, si no necesitas nada más, me voy.
-Gracias por ayudarme, Jude -me doy la vuelta para despedirme de ella y chasqueo mi lengua porque otra vez voy a meter la pata con la pelirroja, pero, necesito decírselo, aunque acabe pensando mal de mi.
-Tienes una voz muy bonita, Pamela. Tu tono de voz es bastante dulce y estoy segura de que por eso los niños te hacen caso, porque escucharte, es muy relajante.
Me dejo caer en la cama, colocando el móvil a mi lado. Me ajusto los auriculares, y me meto en la aplicación de la línea erótica a la cual estoy subscrito. Busco el contacto de Pandora y pulso su nombre, marcándose su extensión a continuación.
Siempre me pasa lo mismo. Después de una llamada me juro y me perjuro que no lo haré más. Que no volveré a recurrir a la línea para satisfacerme, pero, no puedo evitarlo y la voz de Pandora me atrae como si fuera miel. Aunque bueno, creí que su voz era la más bonita que había escuchado nunca y la de Pamela es más bonita todavía.
Cualquiera que supiera lo de mis llamadas, pensaría que no tengo necesidad. Que soy Jude Bellingham y que puedo conseguir a la tía que quiera. Pero, nada más lejos de la realidad. Precisamente por ser quien soy, tengo que huir de cierto tipo de mujeres, que son las únicas que se me acercan con todo tipo de intenciones. Porque las chicas que de verdad merecen la pena, no puedo conocerlas porque parece ser que les cohíbe ser quien soy.
Y aquí entran las llamadas a Pandora. Al principio, solo era la tía que solo con su voz hacía que me corriera, pero, con el paso de los días, y también de las llamadas, no puedo evitar pensar en ella y en fantasear como sería verla en persona, dándome igual su físico. Si solo con su voz y su imaginación es capaz de excitarme, no quiero ni imaginar lo que me haría de vernos en persona.
Ella consigue que mi corazón se vuelva loco perdido cuando hablo con ella, hasta el punto que a veces me siento torpe e incluso un idiota cuando hablamos.
-Hola, conguito, ¿Qué tal tú día? -adoro su voz. Es alegre a la vez que sensual, logrando que me excite solo con escucharla.
-Aburrido, hasta que acabo de escuchar tu voz.
-¿Sabes? he tenido una fantasía contigo, Will -me relamo los labios al escucharla pues su imaginación no tiene límites y siempre me sorprende consiguiendo que llamada tras llamada me corra.
-¿Qué se te ha ocurrido?
-Tú y yo en el centro de un campo de fútbol.
-¡Joder! -mi mente viaja precisamente al Bernabeú. Al centro del campo. Iluminado mientras estoy allí con ella delante de mi.
-Estaríamos los dos desnudos, bueno, yo llevando solamente un tanga rojo. Tú detrás de mi, sujetando mis caderas, mientras me pides que me incline hasta estar a cuatro, abierta y dispuesta para ti.
Un gemido sale de su garganta al terminar de hablar. Llevo mi mano a mi pene, el cual se muestra ya duro y dispuesto, pulsando dentro de mis pantalones, de forma dolorosa.
-Cierra los ojos, Will. Imagínate que estamos en ese campo de fútbol. Los dos solos. Tus manos se deslizan por mis nalgas hasta rozar mi húmedo coño, el cual está muy mojado para ti, al igual que estoy yo ahora mismo.
-Déjame que mi lengua te pruebe. Me muero por hundir mi cabeza entre tus muslos.
-Hazme lo que quieras, Will.
Hago lo que ella me pide, y cierro mis ojos. Saco mi pene del pantalón siguiendo su voz y creando en mi cabeza todo lo que ella imagina.
Pero esta vez, la chica a la cual embisto profundamente, hasta hacer que grite bien fuerte, tiene un rostro.
Pelirroja y de ojos azules y se llama Pamela.
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