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2

Coloqué mis pies sobre la guantera del coche de policía.

—Bájalos —me indicó Rick.
—Nunca había subido a uno de estos —dije, ignorándolo. Él arqueó una ceja—. Bien, quiero decir, nunca subí en la parte de adelante. Aunque...

De pronto recordé una vez, tal vez dos, en donde rompí unas cuantas reglas con un policía. Recordé reír con él, luego pelear con él, llorar por él, gritarle... Solía dejarme en los asientos traseros, pero hubo dos ocasiones en donde lo convencí de sentarme adelante, de disfrutar de esos asientos y bromeé con su uniforme. Le había quitado la chaqueta mientras nos besábamos y al final terminé por ponérmela. Le gustaba cómo me quedaba.

Que maldito idiota.

—¿Aunque? —preguntó Rick.
—Nada, olvídalo —murmuré—. ¿Esta radio funcionará aún? —mencioné, toqueteando los botones.
—Veamos... —él tomó el comunicador—. Transmisión por el canal de emergencia. Me acerco a Atlanta en la autopista ochenta y cinco. ¿Alguien escucha? Por favor, responda. ¿Puede alguien oírme? ¿Pueden oírme? Sí alguien me escucha, responda. Transmisión por el canal de emergencia. Me acercaré a Atlanta en la autopista ochenta y cinco. Sí alguien me escucha, por favor, responda —repitió.

Bostecé, escuchándolo repetir lo mismo una y otra vez.

—Bueno, ya me aburrí —murmuré—. Y nos estamos quedando sin combustible —dije, señalando la luz roja del tablero.
—¿Pensabas que sería una aventura llena de diversión? —interrogó, incrédulo de mi reacción.
—Esperaba... No lo sé, no me puse a pensarlo mucho, ¿está bien?

Él quedó en silencio mientras seguía manejando. Serio y amable, como siempre era mi hermano.
Sonreí, para sorpresa de ambos.

—No pensé que volvería a verte... En serio creí que... —Miré hacia el frente, a la carretera, pars evitar cualquier incómodidad—. Pensé que moriría sola en ese búnker. Tarde o temprano, tal vez cuando se acabara la comida o el agua, en dos años, tal vez en cinco, tal vez en veinte. Pero sin ti, Rick, iba a morir ahí. Lo sé —me escuché confesar—. No iba a tener el valor suficiente para salir y recorrer las calles.
—No tienes que pensar en eso ahora, Kay. Ya estamos juntos. Lo que no pasó, no importa —murmuró con cariño en su voz.
—Lo sé, lo sé. Es solo que... Siempre me encuentras, Rick. Como cuando me perdí en el centro comercial o en el mercado. E incluso las veces que jugaba a las escondidas y nadie más podía hallarme, eras tú quien aparecía por mí. También esa vez que... bueno, todas las veces que huí de casa. Siempre me rescatas.
—¿Qué clase de hermano sería si no lo hiciera? —soltó, como si ese fuera su deber.

¿Y qué clase de hermana era yo? ¿Qué decía eso de mí?

—Prometo que no volver a meterme en más problemas —juré.
—Ya estás grande, Kayden. Desde que tenías dieciséis que no te metes en problemas. Ya ha pasado mucho tiempo desde la última vez que te salvé el trasero —rió negando.

Sí eso era cierto, ¿por qué seguía sintiendo que cometía error tras error? ¿Que seguía arruinando mi vida y la de todos a mi alrededor?

Debí ir por él al hospital. Debí encontrarlo. Ayudarlo. Debía ser la primera cara que viera al despertar. Debía haberle informado de todo lo que pasaba en el mundo y...

Debí ser más valiente e ir por Lori y Carl más temprano ese día. ¿Por que me asusté tanto? ¿Qué eran los muertos comparado con las trincheras y la guerra? La cantidad de caminantes que había visto ni siquiera se comparaba con la cantidad de personas que yo había asesinado.

Y sí no encontrábamos a Lori y Carl, o peor, ellos estaban... Y sería todo por mi culpa y... ¡No! No podía ni considerar eso. Sí Rick no lo hacía, yo mucho menos. Estaban vivos. Los hallaríamos.

—Vamos a encontrar a Lori y a Carl —sentencié.
—Lo sé —asintió, confiado—. No hay nadie mejor para el trabajo que nosotros dos.
—Oye, mira... ¡Una casa! —Señalé una granja a la distancia.
—Podríamos parar, podría haber alguien. —Estuvo de acuerdo conmigo.

Redujo la velocidad hasta detenernos, yo bajé rápido y él me siguió.

—¿Hola? Soy oficial de policía —gritó—. Y una militar de la guardia nacional.
—Deserté —murmuré, mirando el terreno.
—Nadie tiene porqué saberlo —murmuró él. Rodé los ojos—. ¿Nos pueden prestar gasolina? —preguntó Rick, muy amable.
—Sí llega a haber alguien, no creo que quieran prestarte nada, pero en caso de no haber nadie, lo que parece ser, sólo tomemos lo que necesitamos y continuemos nuestro camino —contesté, dirigiéndome hacia la casa.

Aún así, por las dudas, desenfundé mi arma y le quité el seguro.

—¿Hola? —repitió Rick, ambos estábamos mirando por el vidrio de la puerta principal; él golpeó—. ¿Hola?
—O no hay nadie, o están muertos, hermano. Ya deja de saludarlos —respondí.

Continuamos por la entrada, observamos a través de la ventana y pudimos ver una pared escrita con sangre. «Que Dios nos perdone.»

Un hombre se había disparado con su escopeta. Estaba muerto, rodeado de moscas. A sus pies yacía una mujer, también muerta, con una herida en la cabeza.

Yo tragué saliva, Rick se apartó algo perturbado. Continuamos nuestro camino, buscando algo que nos pudiera servir hasta que...

—Es un caballo. —Sonreí.

Rick miró en la misma dirección que yo y lo vio.

—Supongo que los dos pensamos lo mismo —soltó.
—Oh, no, Rick no —rogué—. Sabes cuánto odiaba las clases de equitación.

Amaba a los animales y entre más grandes fueran, como los caballos, más preciosos me parecían. Pero montarlos no era mi fuerte; la altura me daba nauséas y sentía terror en cuanto el animal se comenzaba a mover, como sí yo perdiera cualquier control y pudiera caer en cualquier segundo. Podía romperme una pierna, un brazo, la columna o el cuello. 

—¿Tienes alguna idea mejor? —murmuró, acercándose al caballo. Este se mostró bastante manso y aceptó rápido a mi hermano.

Él se montó primero y estiró su mano para ayudarme a subir.

—¿Confías en mí?

Por supuesto que lo hacia, así que no me quedó de otra, bufé y subí tomando su mano. Lo abracé con fuerza por la cintura al sentarme.

—Déjame respirar, Kay.
—No hagas que nos matemos, Rick.
—Iremos despacio, ¿sí? —dijo, pero no era para mí, sino para el caballo—. No he hecho esto en años...

En cuanto terminó la frase, el animal comenzó a trotar y yo chillé.

—Tranquilo, chico. Tranquilo —ordenó Rick, tratando de calmarlo.

Llegamos a la ciudad bastante rápido. La carretera de salida estaba llena de autos abandonados, mientras que la de entrada estaba desierta. La imagen te quitaba el aliento.

Nos adentramos en las calles y edificios, buscando calles vacías de autos para pasar con más facilidad. Pudimos ver algunos muertos dentro de un autobús quemado, quienes se levantaron y nos siguieron, asustando al caballo.

—Calma —le dijo mi hermano—. Son unos cuantos. Podemos correr más rápido.

Oí unos cuervos graznando sobre nosotros. Eran aves hermosas.

Entonces doblamos en una calle y nos topamos con un tanque militar. Había visto unos cuantos, en una ocasión hasta tuve la oportunidad de meterme en uno y había sido una experiencia genial, aunque breve. Sería espectacular poder utilizarlo. En verdad, en esta ocasión, vendría genial porque ningún muerto podría romperlo, atravesarlo, ni nada.

Antes de que pudiera mencionárselo a Rick, arrió al caballo y este comenzó a trotar. 

—¿Qué pasa? —murmuré, sobresaltada.

Doblamos en otra calle antes de que pudiera responderme y vimos que estaba demasiado infestada por los caminantes. Un paso más y moriríamos.

El caballo se volvió loco, pero logramos controlarlo un poco y volver por donde habíamos llegado.
Sin embargo, también esa calle estaba tapada de caminantes.

Todo pasó demasiado rápido. Los muertos se dirigían hacia nosotros hasta que nos rodearon por completo. Me aferré a Rick, esperando que pudiéramos salir de ahí al galope del animal, pero parecía ser imposible. Algunos muertos tiraron de mi hermano, otros de mí; grité y ambos caímos al piso. Al principio, se centraron más en el pobre animal y comenzaron a morderlo, a comérselo. Me dio mucha pena, pero nos dio el tiempo suficiente arrastrarnos y escondernos debajo del tanque, solo buscando un escondite desesperado o un camino libre, lo que terminó siendo una genialidad porque los tanques tienen una entrada debajo.

Igual que en la guerra, mi cerebro hizo click, causando que mis emociones y el terror desaparecieran, dejando solo pensamientos fríos de supervivencia.

Rick gastó unas cuantas balas mientras yo abría la compuerta y me metía dentro.

—Ven, rápido. Por aquí —grité, una vez que tuve todo mi cuerpo dentro.

Rick se movió veloz hacia dentro y yo cerré la compuerta. Ambos tratamos de recuperar la respiración luego de casi morir allí afuera.

—Dios. —Oí que soltó.
—¿El bolso con las armas? —murmuré, confundida. Rick negó.
—Lo perdí al caer —respondió y se estiró hacia su lado, donde había un soldado muerto y le arrebató su arma.

El tipo al parecer no estaba tan muerto, porque se movió hacia mi hermano. Rick abrió mucho los ojos, pero fui yo quien se encargó de dispararle. Fue un movimiento automático, ni siquiera lo pensé. Vi el peligro y actué.

El sonido casi nos dejó sordos allí adentro, donde el eco fue demasiado fuerte. Sin importarle, Rick subió la pequeña escalera hasta la compuerta de arriba mientras se recuperaba, pero terminó por meterse de nuevo. Oí a los muertos subirse sobre el tanque.

—Estaremos bien —murmuré, cuando lo vi cubrirse el rostro con cansancio—. Se van a aburrir tarde o temprano y se irán... Tenemos comida, así que... —dije, refiriéndome a mi mochila, que por suerte no había perdido.

Quería creer en eso. Creía en eso. No había otra opción.
Debía matar el miedo, el terror, cualquier emoción o pensamiento negativo. Sobreviviríamos e iríamos por Carl y Lori. Estaríamos bien.

Entonces, oímos una interferencia en la radio.

—Hey, ustedes —dijo una voz jóven y masculina—. Idiotas. Sí, ustedes, en el tanque. ¿Están cómodos ahí?

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