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Protección

Narrador omnisciente;

Minho pasó toda la noche rondando por los pasillos del hospital, más de una ocasión debió esconderse ante los vigilantes que custodiaban el sueño de los pacientes que habitaban en cada habitación por algún tema en especifico. El chico presionó su espalda contra la pared en el instante que se sintió abatido ante el vivido recuerdo de la sonrisa esfumándose del bonito rostro de la castaña en el momento en que le dio la espalda y es que había sido difícil para él, el no lanzarse contra la anatomía más baja en un abrazo completamente necesario, pero era consciente que aquello solo iba empeorar las cosas; si su madre le veía siendo así con la coreana, no dudaría en sacar conclusiones equivocadas, cometiendo errores de las que ya en sí había ejercido contra su persona, y no es que le temiese a su progenitora, en realidad ya se estaba acostumbrando a su mirada de asco, a su tosca forma en que se le dirigía, como aprovechaba cada momento para denigrarlo hasta romper su corazón, pero no se veía capaz de ver como le hacía eso a Nayeon.

El japonés resopló sintiéndose avergonzado de aun no ver a su hermano mayor, pero estaba aterrado, temblaba del puro pavor que le provocaba su malvada imaginación, así que, simplemente se limitó a velar sus sueños, creyendo que, con aquella simple acción lo estaba protegiendo de todo mal; de su propio mal. Las manos de Minho comenzaron a temblar en el instante que su pecho se contrajo, la sonrisa de Kai iluminó sus oscuros pensamientos ocasionando que sus piernas flaquearan, se cuestionó si la felicidad en el mayor se mantendría luego de lo sucedido, ¿Me odiará? se preguntó sintiendo como el frió suelo tocaba sus glúteos. Minho no le gustaba pensar aquello, pero a veces era inevitable, sucedía como el húmedo calor de sus mejillas el cual, lentamente se apoderaba de él causando que se sintiese completamente indefenso en aquella soledad propia. Intentó sollozar en un completo silencio, siendo capaz de sentir las lágrimas deslizándose por su tersa piel, su nariz enrojeció al igual que sus labios y mejillas, aquella noche estaba haciendo frió, y el contraste del calor de su llanto le causaba dolor de cabeza.

Se quedó un par de minutos en la misma posición sintiendo sus muslos congelados ante la falta de ropa, se sintió indefenso ante la oscuridad del pasillo, anheló en un completo silencio el hecho de tener a Kai a su lado, de oírlo reír, hablar, se conformaba con solo poder ver sus bonitos ojos transmitiéndole aquella calma que solo él era capaz de hacerlo. Con desesperación Minho se puso de pie, corriendo en dirección de las escaleras de emergencias contando en su mente los pisos que le faltaban para llegar donde su hermano, con la respiración agitada y las lágrimas cubriendo con totalidad su rostro, el chico salió hacia el exterior sintiéndose pequeño en el largo pasillo completamente opacado por la poca iluminación. En silencio intentó hacer el menor ruido caminando en el interior de este hasta llegar a la habitación donde Kai se estaba quedando, sus palmas comenzaron a sudar, mientras que sentía como sus piernas quedaban ancladas frente a la madera de la puerta.

Se armó de valor, estirando su mano para atrapar la manilla girando el metal de esta, la puerta crujió liberando la presión que había estado manteniendo, causando que, fuese capaz de verse un cuerpo masculino recostado sobre la cama con una sabana blanca cubriendo hasta su pecho, mientras que el ruido de las maquinas lograban inquietarlo por completo. Minho tragó el nudo que se había alojado en su tráquea adentrándose a pasos vacilantes, manteniendo sus ojos fijos en la forma en que Kai descansaba. El castaño mordió su labio inferior intentando no sollozar, avergonzado por estar llorando el chico agachó su cabeza sintiendo los cortos mechones lastimando sus ojos. 

—¿Minho?—susurró Kai confundido causando que el mencionado diese un salto del susto—¿Por qué lloras?—cuestionó preocupado haciendo una mueca de dolor en el instante que el chico se lanzó contra su cuerpo envolviendo sus brazos al rededor de su cuello—auch, también te quiero, pero me lastimas—se quejó comenzando a reír, sintiéndose aliviado de ver la manera adorable en que Minho simplemente inclinaba su torso haciendo reverencias en manera de disculpa, manteniendo sus mejilla sonrojadas y la mirada humedecía por el llanto—esta bien, esta bien, deja de hacer eso que te vas a marear—comentó con una sonrisa plasmada en su amoratado rostro, rapidamente ambos se quedaron en un cómodo silencio—¿Por qué tardaste tanto?

El castaño mordió su labio inferior avergonzado, no quería admitir que estaba asustado de oír a su madre tomando la decisión de negarle el pase de poder ver a su hermano, así que aquella era otra gran razón del por qué no quiso visitarlo. Se quedó en silencio sin ánimos de confesar aquello, manteniendo sus manos envueltas en los barrotes que componían parte de la cama del mayor sintiéndose completamente intimidado por la manera en que Kai le veía.

—¿Por qué no te has cambiado ropa?—indagó el pelinegro en aquel punto que Minho en particular no quería tocar, el menor alzó su mentón posando sus oscuros ojos en los moretones que componían gran parte del rostro del más alto.

Fue mi culpa, pensó asustado teniendo la necesidad de ver que, el más alto realmente se encontraba bien. Si tan solo te hubieses dejado, idiota, se reprochó en sus pensamientos sintiendo la molestia burbujeando en el interior de su organismo.

—...—relamió sus labios manteniéndose en un completo silencio; a pesar que estaba molesto consigo mismo, de todas formas no era lo suficientemente valiente para ocultarle sus más profundos pensamientos al simpático pelinegro que le solía escuchar—porque la gente sale lastimada cuando me visto como me gusta—susurró sintiendo su mentón temblar.

Kai entreabrió sus labios sorprendido ante lo que el castaño soltó con tanta sinceridad, abrumado por la respuesta el mayor estiró su mano vendada presionando su palma contra el dorso ajeno.

—No ha sido tu culpa—le aclaró el pelinegro con una completa sinceridad, pero el menor a pesar de escucharlo, no era capaz de creerlo, no cuando estaba viendo su lastimado rostro—Minho—intentó llamarlo, pero el chico ya había dado un paso hacía atrás alejando su frío tacto del barandal.

—Hyunjin no volverá a tocarte—admitió el castaño sintiendo como el pequeño deja vu atacaba sus pensamientos. Kai apretó los labios completamente molesto ante los recuerdos de aquella cobarde paliza que recibió a manos de Hyunjin y sus demás amigos, el bastardo había sido lo suficientemente miedoso como para poder pelear por su propia cuenta.

Kai suspiró apoyando su cabeza contra sus almohadas, el chico estaba más que molesto, la ira irradiaba por cada uno de sus poros; él era consciente que Minho haría una estupidez con tal de que su trasero estuviese a salvo, y eso le irritaba, le frustraba que su hermano menor hiciese cosas para mantenerlo a salvo. El pelinegro giró su rostro posando sus oscuros ojos en las sonrojadas mejillas del más bajo, no debes cuidarme, pensó cansado, deseando que el muchacho fuese capaz de entenderlo.

—Minho—volvió a llamarlo esperanzado en que el chico entrase en razón—¡Minho!—alzó la voz frustrado observando como el chico se dirigía hacia la salida.

El mencionado giró su rostro posando sus palmas sobre la puerta. Se quedó en aquella posición por un par de segundos estando completamente sumergido en sus pensamientos, cuestionándose si, realmente estaba haciendo lo correcto. ¿Lo estas haciendo? pensó deseando oír un suave sí en tono de respuesta, pero este jamás llegó.

—Descansa Kai—se despidió el muchacho saliendo de la habitación escuchando como el mencionado no tardaba en llamarle. 

Minho huyó de hospital como un vil cobarde, se refugió en las frías calles de la ciudad teniendo la precaución de caminar por las zonas donde mayormente tenían más concentración de luz. El chico envolvió sus brazos alrededor de su pequeña cintura causando que se sintiese incomoda ante la evidencia de sus caderas femeninas. El chico resopló llevando una de sus manos hacia su rostro, tomando un par de mechones de su corto cabello para dejarlo detrás de su oreja, el viento estaba agresivo, enojado, furioso por algo que el japonés desconocía por completo.

Luego de un par de horas deambulando en una completa soledad, el muchacho alzó su mentón viendo la enorme infraestructura que estaba frente a sus pies. En silencio subió cada peldaño sintiendo sus palmas sudar, del primer piso se podía oír la televisión encendida como también la luz del pasillo. Minho estaba nervioso a pesar que no era su primera vez ahí. Armado de valor el japonés estiró su mano derecha presionando la yema de su dedo índice el timbre escuchando como el suave sonido rebotaba en las paredes del lugar. Minho dio un paso hacia atrás escuchando las pisadas ajenas acercándose hacia la salida. El corazón del menor comenzó a rebotar con fuerza en su caja torácica al ver como la puerta era abierta revelando un alto muchacho con el cabello revuelto.

—¿Mina?—cuestionó el chico sorprendido, pero aquella impresión rapidamente se esfumó manteniendo su sonrisa arrogante—¿Quieres pasar?—en realidad ni siquiera debió preguntarlo, de forma posesiva se inclinó tomando con fuerza el brazo del delgado muchacho, tirando del joven hacia el interior de su hogar, importandole realmente poco si el japonés se negaba o no.

Minho se quedó estático sintiendo como el pelinegro presionaba su boca contra sus labios, fue un beso hambriento, cargado en un deseo que él sinceramente no era capaz de sentir, ni mucho menos compartir. El chico suspiró completamente cansado observando con odio como el más alto deslizaba sus palmas por su cintura, pero sentía más odio por si mismo que por él, porque iba dejar que sucediese de nuevo, que lo lastimasen por zonas que jamás había sido consciente de que podrían doler.

A la mañana siguiente, el castaño se adentró en su baño personal, rapidamente se desvistió observando los hematomas que se habían formado en sus brazos y abdomen, se quedó en silencio admirando como su blanquecina piel hacia contraste con el morado en ciertas partes de su anatomía. Estiró su mano derecha sobre su esternón, hizo una mueca al sentir como aquella zona lograba arrancarle un doloroso suspiro. Hyunjin fue demasiado agresivo, quizás más de lo que había sido con anterioridad. El japonés encendió la regadera, permitiendo que el agua caliente golpeara su nuca y espalda, empapando con rapidez por completo su cuerpo. Se bañó durante mucho tiempo pasando el jabón con fuerza por todas las zonas donde su novio había tocado, el chico cerró sus ojos sintiendo las toscas palmas ajenas recorriendo su cintura, sus ásperos labios acariciando la piel de sus hombros, aclamando algo que no le correspondía, reclamando su cuerpo como de su propiedad. Minho sollozó permitiendo que el sonido de la regadera amortiguara el de su llanto. Hyunjin lo prometió, pensó pasando sus palmas por sus mejillas queriendo sentirse mejor con aquella verdad; el chico había prometido no volver a tocar a Kai. Él lo hizo para cuidar de su hermano.

Salió del baño con una pequeña toalla cubriendo su torso, se dirigió hacia su habitación tomando rapidamente las primeras prendas que encontró. Apoyó sus dos palmas sobre su cabeza y comenzó a agitarla intentando secar su corto cabello. Cuando lo consiguió caminó hacía la salida manteniendo los labios apretados ante lo incomodo que sentía, el chico bajó las escaleras observando como su padre se encontraba arreglando su chaqueta. El hombre giró su rostro observando con curiosidad la manera en que su hijo estaba vestido.

—¿Te sientes bien?—cuestionó el hombro viendo como el chico asentía con su cabeza—genial, con tu madre íbamos a ver a Kai, ¿Te apetece ir?—preguntó con amabilidad observando como su hijo entreabría sus labios dispuesto a responder.

—En el auto no cae, recuerda que los padres de Sana y Nayeon irán con nosotros—avisó Sachiko adentrándose en el salón causando que Minho guardara silencio mordiendo su lengua para no sollozar—luego nos vemos, Mina. 

Su padre entreabrió sus labios dispuesto en protestar, pero el chico alzó su palma restandole importancia al asunto, intentando actuar como si no le doliese el hecho de su madre lo tratase con tanta indiferencia. El hombre mayor se despidió con un suave movimiento de su muñeca causando que el castaño simplemente le sonriese. Ambos adultos abandoran su hogar dejando al japonés completamente solo, con sus crueles pensamientos bramando tanta maldad que lograba romperlo por completo.

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