18. Alan
—No estás muerto —susurré con temor. Mi cuerpo entero temblaba, no podía creer que estuviera de pie, frente a mí, tan vivo como la última vez que lo vi.
—Perdóname, amor, perdóname por haber desaparecido de esa forma, te juro que te explicaré todo —tomó mis mejillas obligándome a mirarlo, su tacto se sintió como un balde de agua helada sobre mi cuerpo.
Tan pronto como me di cuenta que era real, mis ojos se empañaron, y mi corazón se despedazó más rápido de lo que se estaba empezando a curar, me sentí agobiada y me comenzaron a dar náuseas.
Sentí que ya no me podían hacer más daño, porque ya no aguantaría otro dolor más.
—Katy —susurró con preocupación y me envolvió en sus brazos, no me moví, no correspondí el abrazo, comencé a sollozar mientras lágrimas se escapaban de mis ojos y descendían por mis mejillas.
Durante meses deseé que Alan volviera, que un día simplemente apareciera frente a mí puerta y me abrazara, no necesitaba explicaciones, solo lo necesitaba a él.
Pero ahora...
—Katy, escúchame, te explicaré todo, amor...
—No me digas así —un balbuceo salió de mis labios.
—¿Qué? —se separó levemente para darme una mirada confusa.
Entonces estiré mis brazos y lo abracé con toda la fuerza que pude retomar, recargué mi cabeza sobre su hombro y comencé a llorar.
—Perdóname —otra disculpa en un tono casi inaudible salió de su boca mientras me abrazaba.
◃•◈•▸
Me senté en la orilla de mi cama, estaba segura de tener los ojos rojizos e hinchados.
—Toma —Alan me había preparado un chocolate caliente—, ¿Ya estás mejor?
Asentí sin decir una sola palabra y sin mirarlo, no quería hablar, no quería escucharlo y tampoco quería el chocolate.
—¿Puedo explicar...
Lo corte.
—No, no quiero escuchar tu explicación ahora, hablaremos mañana.
—Supongo que tampoco quieres que me quede —susurró con la mirada en el piso.
—Solo no te vayas —mis ojos volvieron a cristalizarse.
Su expresión pareció mostrar confusión. Iba a decir algo pero lo interrumpí.
—No quiero que te quedes aquí, pero prométeme que no desaparecerás de nuevo.
Él asintió.
—Lo prometo.
◃•◈•▸
No dormí en toda la noche, ni siquiera pude estar más de cinco minutos sin llorar. Me lavé el rostro varias veces, creyendo que posiblemente solo era una alucinación que mi subconsciente creó para atormentarme, pero no era así...
Sonaron dos golpes en la puerta.
Sabía que era él, y aunque ya había pensado demasiado durante la noche, aun no me sentía lista para hablar. Sin embargo tomé valor y abrí la puerta.
Alan estaba afuera, no dijo nada y yo tampoco, entró y ambos nos sentamos en el sofá.
—¿Dónde está mi padre? —pregunté en cuanto se creó un silencio sepulcral.
Estaba molesta con él, así que mi prioridad no era saber en dónde había estado él, quería saber sobre mi padre.
—¿Qué? —frunció las cejas en confusión—, yo no sé eso Katherine.
—¿Por qué desapareciste después de que él lo hizo?
Arrugó el entrecejo y me repasó varias veces con la mirada como si me estuviera volviendo loca.
—Oye, oye, espera, estas confundiendo todo, yo no sé qué le ocurrió a tu padre —respondió comenzando a molestarse.
—¿Dónde estabas tú?
—Bien, me vas a odiar por esto, pero —dejo de hablar un momento, parecía pensar—, te quería regalar algo el día de nuestra boda, y lo que ganaba con mi trabajo y ayudando a tu padre no era mucho dinero, así que un amigo me dijo que podía enviar paquetes a cambio de dinero, una buena cantidad, por supuesto, entonces accedí —su mirada estaba en el suelo y hablaba arrastrando las palabras.
—¿Estás hablando en serio? —sentía que de su boca salía una maraña de tonterías.
—Lo lamento, en serio, el hecho es que los paquetes contenían droga, y ya lo sabía pero no pensé que nada malo me fuera a pasar, pero entonces me descubrieron y alertaron a la policía, no me quedo otra opción más que escapar, Katherine, escúchame, no tenía otra opción —parecía arrepentido.
—Sí tenías otra opción, la de no haberte metido en eso, Alan —comencé a frotar mi frente, no podía creer lo que me estaba diciendo—. O la de habérmelo dicho antes de irte.
—Lo lamento, en serio lo lamento mucho —tomó mis manos.
—¿Sabes cuántas noches lloré pensando que tal vez estarías muerto? —pregunté con rabia.
—Yo también lloré por ti.
Ignoré ese comentario.
—¿Volverás a irte?
—No puedo quedarme aquí —hizo una mueca de lamentación.
—Alan.
—Debo irme de nuevo, pero esta vez tú vendrás conmigo —me sonrió.
¿Qué?
No.
—Alan, yo no...
—¿Qué tienes aquí? —cuestionó—. Si lo haces por Mirella podemos mudarnos con ella, costará trabajo hacer que acepte, pero lo hará por ti.
No es por Mirella...
—Alan, no, no quiero mudarme, ni siquiera sé a dónde iríamos.
—Conseguí un buen empleo, y en este tiempo ahorré lo suficiente para poder comprar un departamento.
—Pero es que...
—No hay nada que te ate a este lugar, Katherine, podemos mudarnos y comenzar de cero, podemos casarnos por lo civil y con el tiempo hacer la boda que queríamos.
—Es que no quiero irme —murmuré con la mirada en el piso.
—¿Por qué no?
—Solo no quiero.
El sonido de tres golpes en la puerta se hizo presente.
Me levanté agradeciendo la interrupción, y abrí.
—Katherine te traje un poco de comida que hice anoche —Mirella entró a la casa con un envase en las manos. Volteó y me miró, me inspeccionó el rostro con la vista al tiempo que colocó el envase en la mesa—. ¿Estuviste llorando? ¿Qué ocurrió? —preguntó bastante preocupada.
—Alan volvió —dije en un hilo de voz.
Ni siquiera yo era capaz de creer mis propias palabras.
Me miró con asombro y yo señalé con la cabeza hacia el sofá. Giró el rostro y lo observó, parecía muy molesta.
—¿Quién carajos te crees para desaparecer así durante meses? —exclamó.
Alan bajó la cabeza y suspiró.
—Lo puedo explicar.
—Pues yo no quiero escuchar tus absurdas explicaciones.
—Mirella, está bien, déjalo —murmuré.
Ella me miró con reprobación.
Mirella tampoco aprobaba mi relación con Alan.
◃•◈•▸
—Mira, piénsalo bien, te apoyaré en lo que decidas —Mirella me sonrió con nostalgia.
—Gracias.
—Si quieres mudarte con Alan, iré contigo —dijo dulcemente, Mirella era la persona más amable que conocía—... y si quieres ir ahora mismo a una residencia a ver a alguien, te acompañare con gusto —sonrió ampliamente.
La mire mal y ella río.
—Perdón, pero si decides mudarte lo entenderé y te apoyaré, siempre estaré para ti, no lo olvides —rectificó.
◃•◈•▸
Habían pasado un par de días, Alan venía a verme diario, no dormíamos juntos como antes, no nos tocábamos, ya ni siquiera parecíamos una pareja, y lo agradecía, no estaba segura de si eso era lo que quería. No era por Leydan, era por él, se fue mucho tiempo, y regresó con una explicación muy estúpida.
Las relaciones a temprana edad no tienden a ser para siempre. Porque cuando maduras a veces la relación no lo hace contigo, entonces ves el mundo desde otra perspectiva, con un panorama más amplio respecto a los sentimientos, y te das cuenta que tenias una relación mediocre.
Mirella entró a mi casa sin avisar, yo estaba recostada boca arriba sobre mi cama, esa era mi rutina de los últimos días, trabajar, pensar, comer, pensar, dormir, pensar, bañarme y volver a pensar.
—Katherine.
—¿Sí? —respondí sin ánimos.
—Alguien te vino a ver.
—No quiero ver a Alan, dile que vuelva mañana —estiré mis brazos y abracé el peluche gigante.
Alan ya me había interrogado sobre el peluche, y me negué a responder, Alan sabía que luego de todo lo que pasó no le diría, así que no volvió a insistir.
—No es Alan.
—¿Quién es entonces? —me incorporé.
—Deberías salir.
—Mirella, lo que menos quiero ahora es salir —me quejé.
—Que salgas ahora, dije —me ordenó.
Suspiré.
—Bieeen.
Me levanté con molestia y me dirigí a la puerta, le di una mirada de cansancio a Mirella y giré la perilla.
Un auto negro estaba estacionado frente a mi casa, y un chico recargado sobre este.
Dios mio, no ahora.
—Sabes, decidí saltarme el plan A, y mejor ejecutar el plan B, me deleita mucho escribir pero ¿Diez invitaciones? No, gracias —Leydan me sonrió.
Llevaba puesto un pantalón de vestir negro y una camisa blanca, cadenas en su cuello y anillos en sus manos.
Lo miré con nostalgia, al notar mi silencio él entrecerró los ojos y me observó con cautela.
—¿Qué tienes? —se acercó a mí.
Negué levemente con la cabeza.
—Te ocurre algo, dime que es.
—Leydan, creo que deberías irte.
—¿Hice algo malo? —cuestionó.
—No, no —me pasé ambas manos por el rostro con desesperación.
—No estás bien, sube al auto —abrió la puerta.
—¿Qué? Pero no quiero ir a ningún lado —refuté.
—Sube —insistió.
Lo miré mal y me subí al auto.
Él dio la vuelta y se subió también.
—A esto se le llama secuestro, sabes —refunfuñe mirándolo mal.
—Casi.
—¿Casi qué?
—Te pregunto.
Él arrancó el auto y yo recargué mi cabeza sobre la ventanilla.
—¿Qué te sucede?
¿Decirle o no decirle?, de todas formas se enterará.
—Alan volvió —respondí sin inmutarme.
El coche frenó de golpe y sentí una mano detenerme de un impacto contra la guantera.
—¿Qué? —preguntó quitando su mano y estirándose más para tomar el cinturón que estaba de mi lado.
—Casi salgo volando, Dios —me reacomodé en mi asiento.
—Pero te detuve, ¿Alan qué? —volvió a preguntar y me abrochó mi cinturón.
—Que volvió.
—¿Y cómo estás tú? —me inspeccionó con la vista.
—Todo el vecindario pregunta cómo está Alan, y tú preguntas cómo estoy yo —bufé.
—A mí me importa un carajo Alan, ¿cómo estás tú? —volvió a preguntar.
—No sé, solo no me siento bien —cerré los ojos y suspiré.
Su expresión pareció decaer un poco, enseguida puso el auto en marcha.
—¿Dónde está ahora? —preguntó, su voz volvió a su usual tono frío.
—En su casa, supongo.
—¿No vive contigo?
—No.
—¿Por qué desapareció?
—Fue una tontería.
◃•◈•▸
Y sí, era una tontería, pero aun así le expliqué. Durante el tiempo que le contaba, él mantenía las cejas fruncidas y parecía analizar todo.
—Hay algo que no entiendo —dijo cuando terminé de hablar—, si lo habían delatado con la policía ¿por qué no apareció en el periódico, o en las noticias, o por qué nadie se enteró?
Giré a verlo con los ojos bastante abiertos.
Tenía razón.
—¿Me mintió?
—No lo sé —se encogió de hombros—. ¿Quién lo delató?
—No me lo dijo.
—Pregúntale.
Asentí.
—Por cierto, ¿a dónde vamos?
—A recoger a Reyth de su escuela.
◃•◈•▸
—¡Sube ahora! —Leydan presionó a Reyth, quien estaba despidiéndose de unos amigos. Yo observaba el uniforme de todos, era fascinante, los hombres tenían pantalón color burgundy, una corbata a juego y un saco negro, y las mujeres tenían una falda y corbata del mismo color pero con un saco más corto.
—Katherine —Reyth subió al auto y se sentó en la parte de atrás.
—Hasta que llegas —dijo Leydan y encendió el auto.
—¿Qué hace Katherine aquí? —cuestionó Reyth.
—Se dice buenas tardes, mal educado —lo reprendió.
—Buenas tardes, Katherine, ¿qué haces aquí? —el castaño me sonrió.
Leydan rodó los ojos.
—Pues la verdad no tengo idea, Leydan ¿qué hago aquí?
—Ah pues tú, tú... Claramente tú —se quedó en silencio pensando—. Cállense.
—Leydan fue por mí a mi casa —le respondí a Reyth con una ceja enarcada.
—Leydan ¿Hiciste eso? —preguntó incrédulo.
—Pff, por supuesto que no, Katherine, no le mientas al niño —fingió estar ofendido.
Reyth y yo reímos.
◃•◈•▸
—Bueno, bajen —ordenó Leydan.
Habíamos llegado a su casa, los tres nos bajamos del auto.
—¿Tus padres no están? —me atreví a cuestionar.
—¿Y qué importa si sí están?
—Leydan, no creo que sea buena ide...
Me interrumpió.
—No están, entra, comemos y luego te llevó a tu casa, ¿sí?
Asentí con los ojos entrecerrados, por lo poco que conocía a Leydan, sabía que él no preguntaba si estabas de acuerdo con algo, daba la orden y listo.
—Y Katherine está de vuelta —Jaden me recibió con una sonrisa en el rostro.
—Hola, Jaden —sonreí.
—¿Qué vamos a comer? —interrogó Reyth.
—Que impaciente —Karim apareció—. Hola Katherine.
Le respondí con un gesto de saludo.
—Estamos todos reunidos otra vez —Karim habló—, bueno, solo falta...
—YO —un grito me hizo dar un respingo, al girar vi a Zyra caminar hacia nosotros.
—Zyra parece no tener casa, porque todo el tiempo está aquí —Karim rodó los ojos y caminó hasta el comedor.
—Me aman, yo lo sé —Zyra se auto-alagó.
Después de unos minutos estábamos todos sentados en el comedor, excepto Leydan, que estaba en la cocina haciendo quién sabe qué.
—Leydan ¿Podrías darte prisa? Tengo hambre —Reyth se quejó.
Leydan apareció de nuevo y se sentó en la silla frente a mí.
—¿Podrían tener un poco de paciencia?
—¿Por qué tardan tanto en servirnos?
—Porque la comida la hice yo —respondió sin darle importancia.
Todos giraron el rostro al instante y lo vieron con los ojos completamente abiertos.
—¿Cocinaste? —Karim balbuceó la pregunta.
Leydan asintió sereno.
—No se sorprendan, disfruten la comida y ya —habló irritado.
No había entendido la situación, pero después de comer, mi mente se aclaró un poco, era la mejor comida que había probado en mi vida, tenía un sabor exquisito, realmente me sentía flotar en el cielo mientras degustaba.
***
Nota de la autora:
Holaaa
¿Cómo están? aparte de preciosos? ^^
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