11. ¿Y si nos casamos?
Durante el trayecto de regreso ambos permanecimos en completo silencio, me limité a solo observar el camino e impedir que más lágrimas escaparan de mis ojos.
Ahora estábamos nuevamente en la residencia.
Suspiré, ya me estaba empezando a acostumbrar a los giros que daba mi vida.
Antes de bajar del auto me observé en el espejo retrovisor de este, tenía la nariz y los ojos levemente rojizos, Leydan se bajó y yo solo lo seguí.
—¿Volvieron? —la voz de Jaden sonó desde la entrada.
—El puente está cerrado por la tormenta —Leydan habló un poco más frío del usual tono que había estado ocupando, su mirada no parecía enfocar nada en específico, parecía hundido en sus pensamientos.
—¿No había otro camino para llevarla a su casa que no fuera por el puente? —preguntó Jaden.
Leydan negó con la cabeza y se adentró en la casa sin decir una palabra más.
—¿Ahora que tiene? —me preguntó. Como si yo supiera la razón de su comportamiento.
Me encogí de hombros.
—¿Estás bien? —cuestionó inspeccionando mi rostro.
Asentí de inmediato.
—Soy muy sensible al frío —sonreí.
—Estás empapada, y tienes puesto el saco de Leydan.
—Mmm... Sí, es que yo... —me quedé en silencio pensando en alguna buena mentira.
—Está haciendo frío, entra —Leydan volvió a salir y me habló directamente.
Me salvó de darle explicaciones a Jaden. Así que le hice caso y entré.
—Deberías cambiarte de ropa —me miró de pies a cabeza—. Ven.
Me dispuse a seguirlo y él entró en su habitación no sin antes quitarse los zapatos, yo me quedé parada en la entrada.
—Te daría a escoger pero no quiero que agarres cualquier cosa —habló mientras abría varios cajones sacando ropa—. Toma —me entregó un pantalón y una camiseta, las tomé.
—Puedes cambiarte en mi baño —señaló una puerta que se encontraba dentro de su habitación—. O en el baño de abajo —salió de su habitación rodeandome y se desapareció al final del pasillo sin decirme otra palabra.
Me quité los zapatos y entré en su habitación. Me dirigí a su baño y me quedé plasmada observando como era por dentro.
Era un gran cuarto con azulejo de un sublime tono negro brilloso, el foco alumbraba lo suficiente para que no se viera nada oscuro, el lavabo era de un cristal transparente con el grifo plateado, en medio del cuarto había una puerta corrediza de cristal opaco que separaba hacía la ducha.
◃•◈•▸
Había salido del baño, entonces escuché unas voces en el pasillo y me acerqué un poco a la puerta sin asomarme.
—¿Qué estás haciendo? —Karim cuestionó confundido.
—¿Haciendo de qué? —respondió Leydan.
—No te hagas el loco, ¿por qué la dejaste entrar en tu habitación? A mi no me dejas ni pisar la alfombra.
—Porque tú me caes mal —contestó, aunque lo que dijo no sonaba en serio.
—¿Ella no te cae mal? —Karim le pregunto con un leve tono de burla.
—Por supuesto que sí —pude imaginarme su expresión de ofendido—. Es muy irritante, entrometida, sentimental, altanera y... Sí, me cae mal —rodé los ojos ante su comentario.
Se escucharon pasos acercarse así que entré completamente en la habitación y fingí acomodar la ropa que me acababa de quitar.
Un momento después entró Leydan en la habitación.
—¿Terminaste? —me preguntó.
Me giré para verlo y asentí.
—Reyth está desempacando sus flores, cuando termine te hará compañía.
—No necesito compañía —objeté con molestia, no me gustaba que me tratara como si fuera su jodida mascota.
—Pues entonces tú hazle compañía a él, si necesitas algo se lo puedes pedir a cualquier empleada —y sin más, salió de su habitación dejándome sola.
Solté un suspiro de cansancio. Supongo que ahora tengo tiempo de explicar algunas cosas...
Dije que no tenía padre pero ya quedó claro que mentí, con respecto a mi madre no, ella si murió hace mucho, mi papá era lo único que tenía. Él era sastre, y a pesar de tener su local en mi colonia, los Winsclerk decidieron darle un trabajo fijo, así que cuando tenían un evento importante mi padre iba directamente a su casa.
Un jueves solo se fue a trabajar y jamás regresó, el domingo de esa semana le llegó una llamada a Mirella, era el señor Winsclerk diciendo que mi padre no estaba laborando y que lo necesitaba para un trabajo.
Él jamás volvió.
Alan tiene veinte años, y le ayudaba a mi padre con su trabajo de sastre, ciertamente solo era rara vez, Alan trabajaba en una panadería, no tenía familia, cuando nos conocimos me dijo que sus padres habían fallecido en un accidente automovilístico y no tenía hermanos, solo era él, quien se había mudado a mi localidad para superar la muerte de sus padres. Alan había ido aquel jueves con mi padre, solo que él regresó el viernes por la noche, y juró que mi padre se había quedado trabajando. Una semana después Alan desapareció, confirmando lo que dijo Leydan.
Alan y yo nos íbamos a casar, lo habíamos decidido juntos. Mi padre no estaba muy convencido con mi decisión, pero aun así me apoyó, como siempre lo hacía.
Si hubiera sabido que esa era la última vez que los vería, los hubiera abrazado más fuerte al despedirme.
Ahora lo único que tenía de ellos eran sus recuerdos, un vestido de bodas que mi papá confeccionó para mí, y los preparativos de una boda que jamás se llevó a cabo.
Jamás sospeché de Alan, él me amaba, estaba segura de eso...
—Katy —murmuró mientras acariciaba mi cabello. Estábamos recostados en el pasto de un parque cerca de mi casa.
—¿Sí? —volteé el rostro para verlo.
—¿Y si nos casamos? —preguntó regalándome una de esas sonrisas que tanto me gustaban, no pude evitar reírme por lo que acababa de decir.
—Alan, apenas tenemos veinte años —dije, creí que él estaba bromeado.
—Lo digo en serio ¿No te gustaría casarte conmigo? —me preguntó sonriendo, sus ojos brillaban. ¿Qué si quería casarme con él? Jamás lo había pensado, realmente no planeaba mi futuro. Sí, amaba a Alan. Pero ¿Casarme?
—¿Hablas en serio? —me levanté un poco para poder verlo directamente.
—Completamente, todo lo relacionado contigo es en serio para mí —se inclinó un poco y dejó un beso casto sobre mis labios.
Dios, si estaba hablando en serio.
Poco después de eso la boda estaba siendo planificada, no habría muchos invitados, tan solo las personas conocidas y algunos amigos, mi vestido lo haría mi papá y Mirella se encargaría de algunas cosas más.
Todo estaba planeado ya...
Me iba a casar con la persona que amaba.
Nada podía salir mal...
Nada tenía por qué salir mal.
La vida es una hija de puta a veces.
Es irónico, siempre dicen que el tiempo cura las heridas... pese a que es el mismo tiempo el que te las hace.
Un golpe en la puerta me hizo dar un respingo del susto, atrayéndome de vuelta a la realidad.
—Hola, Leydan me dijo que seguías aquí —habló un sonriente Reyth desde la puerta de la habitación.
—Sí, no me pudieron llevar a mi casa porque la tormenta obstruyó un tonto puente —bufé.
—Sí, me lo dijo Jaden —murmuró tras soltar una risa absurda—. ¿Quieres acompañarme a acomodar las flores que traje?
Asentí y me puse de pie, ni siquiera me di cuenta en que momento acabé sentada en el suelo. Me coloqué los zapatos y fui con él.
◃•◈•▸
La tarde había caído ya, estuve un largo tiempo viendo como Reyth plantaba nuevas flores, a decir verdad me agradaba mucho, era como el amigo que nunca tuve, la manera en la que sus ojos brillaban cada que me explicaba curiosidades sobre diferentes plantas lo hacía ver muy tierno.
"Casi todos piensan que los arboles producen todo el oxígeno, pero en realidad la mitad de este se genera en el mar" murmuró, a pesar de que ya me había dado demasiados datos no me molestaba que lo siguiera haciendo, le prestaba mucha atención a todo lo que me decía, porque realmente me interesaba.
"El fitoplancton produce más del cincuenta por ciento del oxígeno mediante la fotosíntesis".
Y así continuó hablando y explicándome diversas cosas sobre plantas.
No me gustaba estar en la residencia de los Winsclerk, más bien, odiaba estar ahí, pero no quería regresar a mi casa donde lo único que hacía por la mañana era ir a trabajar y por la noche dormir entre lágrimas por estar pensando en Alan y papá.
—Vengan a comer —Jaden habló desde la entrada del jardín.
Reyth asintió.
—Ahora vamos —contestó el castaño y se comenzó a quitar los guantes de jardinería—. ¿Vamos? —me preguntó amablemente.
—Yo... yo no quiero —respondí.
—¿Por qué? —me preguntó Jaden, quien aún estaba parado en la puerta.
—Solo no tengo hambre —sonreí cortésmente.
—¿Segura?
Asentí.
—Bien, pero si te apetece algo no dudes en pedirlo —me habló—. Reyth —llamó a su hermano para luego salir de la habitación.
—Podrías quedarte aquí o dar una vuelta por ahí, dudo que quieras estar en la mesa si no comerás —dijo Reyth mientras terminaba de acomodar sus guantes y macetas.
—Prefiero quedarme aquí —le mostré una sonrisa de boca cerrada.
Asintió.
—Ahora vuelvo entonces —salió del jardín dejándome sola.
Suspiré y me senté en el pasto.
El pensamiento de que Alan podría ser el responsable de la desaparición de mi padre llegó a mi mente. Sé que mi papá y él no se llevaban tan bien como quisiera, pero realmente no creo que Alan haya sido capaz de algo así. Ni siquiera tendría sentido, ¿por qué haría eso? No tenía razones. Y yo tampoco tengo razones para dudar de él.
Tal vez ya es tiempo de dejar esto atrás, llevan desaparecidos tanto tiempo que probablemente nunca regresen. Tal vez ya ni siquiera estén con vida. Es momento de seguir adelante, aunque duela hacerlo. Eso me había dicho Mirella, y tenía razón, ella estaba viendo como mi vida se opacaba poco a poco y quería detenerme.
Lo peor de planear algo a largo plazo es que si el plan se va a la mierda, tú te vas junto con él.
—¿Contando insectos? —preguntó Leydan desde la entrada del jardín.
Yo tenía la mirada fija en el suelo mientras que rozaba las pequeñas hojas verdes con los dedos.
—Sí, contigo son ciento treinta y dos —sonreí al tiempo que me giraba a verlo.
—¿Te contaste a ti también? —entró por completo en el jardín y caminó hasta donde yo me encontraba.
Rodé los ojos y no pude evitar soltar una leve risa. Aparté la vista para volver a ponerla en las hojas de entre mis dedos.
—Jaden me dijo que no querías comer.
—No tengo hambre —respondí cortantemente.
Se sentó al lado de mí.
—Usualmente no me importa lo que haga o no la gente, ¿qué debo decir?
—No digas nada —lo miré de reojo.
—Estoy intentando ser amable sabes, y tú me pones las cosas muy difíciles —masculló.
—Pues no intentes ser amable y ya
—Eres tan negativa.
—Tú luces muy positivo, sí —murmuré sarcásticamente.
—¿Por qué no tienes hambre? —preguntó volviendo al tema original.
Me encogí de hombros sin mirarlo, aun así podía sentir su mirada puesta en mí, estaba esperando una respuesta.
—Solo no tengo y ya —me límite a responder.
—Bueno —se echó hacia atrás recostándose en el pasto, recargando su cabeza sobre sus manos.
—¿Tú no irás a comer? —interrogué.
Negó sacudiendo levemente el rostro.
—No tengo hambre —me sonrió—, aunque si tú quisieras comer yo con gusto te acompañaría.
—En verdad no quiero —hablé un poco confundida.
—Pues yo tampoco —concluyó.
—Bien.
—Bien.
Hubo unos segundos de silencio.
—Sabes qué, si quiero comer —solté cuando me di cuenta.
No me quedaría en este jardín sola con Leydan hasta que regresara Reyth.
Se puso de pie con una sonrisa en su rostro ¿Acaso él quería que fuera a comer?
Me levanté no sin antes hablar.
—Pero realmente quiero muy poco —hice un mueca pensando en la cantidad de comida que seguro me servirían.
—Le diré a la cocinera que te sirva la mitad, ¿está bien?
Asentí dudando un poco.
—Lo que no quieras lo dejas en el plato —comenzó a caminar hacía la salida.
De acuerdo, su amabilidad me da miedo.
***
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