•°•°•Capítulo Único •°•°•
Dion siempre fue un niño enfermizo.
Las pocas veces que salía tendía a pescar un resfriado que, en el mayor de los casos, se convertía en una fiebre que le hacía pasar toda la noche en vela.
Su padre no solía decirle nada; solo lo miraba en silencio, y luego proseguía a advertirle que no volviera a salir.
Pero Dion solo lo obedecía los primeros días.
Theodor, su hermano mayor de diecinueve años y heredero al trono, siempre lo miraba con molestia y leve irritación.
—¿Por qué siempre insistes en salir y enfermarte? —preguntaba en cada ocasión que Dion se escabullía fuera de su habitación. Y luego, procedía a agregar —: Actúas como si no te importara que nuestra madre hubiera muerto por tu culpa.
Eso era verdad. La reina de Lothed había fallecido al dar a luz a su segundo y último hijo. Los médicos de la corte real comentaban que quizá esa era la razón por la que Dion se enfermaba con tanta frecuencia.
No obstante, estas no eran más que conjeturas, dado que no aún no llegaban a una conclusión acerca de lo qué era su enfermedad.
Y Dion, fuera de acatar sus indicaciones o advertencias, parecía como si la gente lo impulsara a seguir saliendo.
Nadie lo entendía. Dion no quería que lo entendieran.
(Quizá había algo más, un trasfondo que nadie se molestaba en entender. Porque Dion no era importante, solo era el hermano del heredero. No asumiría un cargo de gran prestigio en la corte real o en la guardia. No tendría un rol grande, sino que solo era y sería eso por el resto de su vida que no se veía muy larga: un niño enfermo).
•°•°•
La primera vez que Dion conoció a Lewis fue durante un paseo a media noche. Se había escabullido de su habitación por tercera ocasión en el mes. Los guardias ni siquiera supieron en qué momento el niño había escapado por la ventana. Nunca se enteraban hasta que Dion ya estaba kilómetros lejos del castillo.
El niño caminaba bajo la luz de la luna, sus pies hacían crujir las hojas secas bajo sus pies y sus manos sostenían la gruesa y larga capa que cubría sus hombros. Siempre fue un chiquillo menudo y pequeño, más de lo que lo eran otros a su edad. En lugar de aparentar nueve años, parecía tener seis.
Su cabello era rizado y dorado, que ahora resplandecía bajo la débil iluminación de la luna sobre su cabeza. Sus ojos eran de un verde intenso que se asemejaba al color de las esmeraldas, y en ellos siempre había un brillo intenso y despreocupado, que haría creer a cualquiera que era un niño cuya mayor consternación era rasparse su rodilla. Su nariz era respingada, sus facciones suaves y su rostro enmarcado por un delineamiento redondo.
Muchos lo consideraban adorable por su apariencia, pero a Dion no le gustaba que lo vieran así. No, eso siempre era molesto.
Solía caminar por el bosque una hora (a veces más, a veces menos), y luego regresaba por su cuenta al castillo para el momento en que los guardias se percataban de su ausencia. Y entonces, su padre y hermano procedían a reñirlo.
Sí. Dion estaba familiarizado con esa rutina. Estaba preparado para seguirla.
Sin embargo, ese día no fue necesario.
Se quedó inmóvil cuando oyó un par de hojas crujir bajo el peso de alguien... Un desconocido, probablemente, pues muy poca gente transitaba el bosque y, si lo hacían, iban por el camino empedrado que dirigía hacia el inmenso patio que se extendía delante del castillo.
Dion ladeó la cabeza con curiosidad e intriga, volviendo sus ojos hacia el origen del ruido y tratando de determinar de quién provenía.
Abrió sus ojos de par en par al ver que una sombra humanoide tomaba forma a lo lejos y entre los árboles, dejando en claro que el misterioso desconocido se estaba acercando, aunque Dion no sabía si era consciente de su presencia o no.
Mordió el interior de su mejilla, preguntándose si sería ortodoxo dar media vuelta y volver al castillo... Pero no lo hizo, sino que se limitó a pensarlo.
De cualquier forma, a esas alturas daba igual.
Se mantuvo en su lugar cuando la figura se detuvo a unos metros de donde se hallaba Dion, dejando una distancia lo suficiente cercana para que el niño pudiera analizar al desconocido que ahora yacía delante suyo.
Se trataba de un adolescente desgarbado y delgado, de facciones delicadas y piel pálida como la cera misma. Su cabello era oscuro cual ónix, siendo lo suficiente largo como para rozar sus hombros; por otro lado, el iris de sus ojos estaba teñido de un intenso color carmín, como un aro de fuego. Sus cejas eran delgadas, su nariz recta y las venas en su cuello y manos se remarcaban mucho sobre su piel. Estaba ataviado con una capa marrón que lo cubría de pies a cabeza, usando una capucha que no lo cubría del todo debido al ángulo en el que se hallaba en relación a la luna.
Dion lo observó sin decir palabra alguna, parpadeando varias veces con sorpresa. Nunca antes había visto a aquel joven, aunque eso era relativo, pues no era como si conociera a muchas personas.
—¿Trabajas aquí? —preguntó el niño con curiosidad, acercándose al desconocido.
El joven frunció el ceño, quizá confundido acerca del porqué él le estaba dirigiendo la palabra.
Y en lugar de contestar verbalmente, se limitó a sacudir la cabeza en negación.
—Oh, bien, ¿entonces eres hijo de uno de los guardias? —volvió a interrogar Dion.
Hubo otra sacudida negativa de cabeza por parte del desconocido.
—¿Eres algún noble o algo parecido?
El joven volvió a negar.
Dion arrugó el entrecejo, torciendo sus labios en una mueca.
—Hum, me rindo —suspiró él, cruzándose de brazos—. ¿Quién eres?
El desconocido no contestó al acto, sino que lo miró en silencio por unos momentos, como si intentara determinar si acaso valía la pena decirle algo.
Y, cuando habló, lo hizo en un murmullo apenas audible, preguntando:
—¿Realmente quieres saber?
Al mismo tiempo, el joven esbozó una sonrisa en su semblante, pero no una tímida o agradable, sino una amplia y perturbadora.
O eso habría pensado cualquier adulto en su sano juicio, mas Dion solo se sintió curioso.
En especial por el detalle que le hizo soltar un respingo de sorpresa.
El joven poseía largos y afilados colmillos en su boca que, en una persona común, apenas si deberían ser perceptibles. Sus dientes eran blancos como la leche, pero sus comillas sobresalían entre el resto de los demás al grado de que parecían reflejar la luz de luna en ellos.
Dion estaba impresionado.
—¿Eres un vampiro? —inquirió él, un tanto eufórico.
El joven se limitó a asentir con la cabeza.
Todos en Lothed conocían a la especie de vampiros. Habían estado en guerra con ellos hacía cinco décadas atrás, pero esos últimos cuatro años, los vampiros se habían visto obligados a huir del territorio de Lothed, pues los cazadores habían empezado a usar nuevas armas y estrategias, lo que provocó que los vampiros estuvieran en desventaja y se hubieran visto forzados a abandonar sus residencias y nidos en el reino.
Pero ahí estaba Dion, delante de una criatura que se creía extinta en ese territorio.
Y eso, lejos de asustarlo o ponerlo nervioso, lo hizo dibujar una sonrisa que tiró de sus labios.
—Oh, vaya —murmuró el niño, emocionado y mirando al joven con admiración—. ¿Qué se siente ser un vampiro?
El desconocido lo observó, menguando ligeramente su sonrisa para dar paso a una expresión confundida.
—¿Es que tus padres nunca te enseñaron a no hablar con desconocidos y mucho menos con vampiros? —preguntó él a cambio, descolocado por la forma de actuar de Dion.
El niño lo ignoró.
—¿Tus colmillos te pesan más que los otros dientes? —cuestionó, dando un par de pasos hacia delante e inspeccionando al vampiro con la mirada—, ¿qué tanto es verdad sobre que la luz del sol los lastima? ¿Es cierto que una estaca al corazón los mata?
—¿Qué demonios? —masculló el joven, frunciendo el ceño y cruzándose de brazos.
—No, no demonios, sino vampiros. Dime qué se siente ser uno.
El desconocido suspiró, girándose sobre sus talones.
Dion observó cómo se iba.
No lo siguió, porque tampoco era tan idiota como para hacerlo.
•°•°•
La siguiente vez que se escabulló fue solo dos días después de la anterior, ignorando como siempre lo había hecho la advertencia de su padre, que había sido menos intensa debido a que Dion no había pescado ninguna enfermedad... por ahora.
Por primera vez, fue a la misma parte del bosque a la que había ido la vez anterior, pues esperaba encontrarse con el misterioso vampiro de nuevo.
Esperó ahí por alrededor de una media hora, sentado en el suelo.
Se sorprendió cuando realmente vio al joven vampiro aparecer entre los árboles como lo había hecho la ocasión pasada.
El vampiro pestañeó con fuerza, perplejo.
Era evidente que no había esperado volverse a encontrar a Dion ahí.
—Pero... —empezó diciendo el joven, arrugando el entrecejo y tensando la mandíbula—. ¿Se puede saber qué quieres?
Dion se puso de pie de un salto, apresurandose para acercarse al vampiro y mirándolo con aire inquisitivo.
—Quiero saber sobre los vampiros —contestó con sinceridad y una sonrisa en su semblante.
—¿Por qué querrías saberlo?
—Porque solo los cazadores saben sobre eso.
—¿Acaso quieres ser cazador?
—No, pero tengo curiosidad.
—¿Has oído el dicho sobre cómo la curiosidad mató al gato?
—No soy un gato.
—Creo que no entiendes lo que el dicho esto significa.
Ambos se quedaron en silencio por unos momentos. Luego, Dion dijo:
—Solo un par de cosas. Por favor.
El joven vampiro suspiró ruidosamente.
—¿Te das cuenta que cualquier otro vampiro ya te habría asesinado y destrozado tu cuerpo para destruir las evidencias? —inquirió, arqueando las cejas—. Tienes suerte de que yo sea bastante generoso.
Dion amplió su sonrisa.
—¿Eso es un "sí"? —preguntó, ladeando la cabeza.
—Eso es un "responderé lo que quieras mientras dejes de aparecer por aquí a esta hora" —masculló el vampiro.
—Bien. Quiero empezar preguntando por tu nombre.
El vampiro gruñó.
—¿Qué te hace pensar que te diré mi nombre? —espetó con molestia.
—¿Eso significa que no tienes un nombre?
—Claro que lo tengo, solo que no quiero decírselo a un mocoso humano que me acosa para interrogarme.
Dion lo pensó por unos momentos.
—¿Entonces puedo decirte cómo yo quiera? —inquirió, arqueando una ceja.
—Haz lo que se te pegue la gana —murmuró el vampiro, claramente indiferente a ese asunto.
—En ese caso, te llamaré Lewis. Así se llamaba mi perro. Era un pastor alemán, ¿sabes?
Lewis arrugó la nariz, irritado.
—Estoy empezando a preguntarme si no es demasiado tarde para asesinarte —comentó con fastidio, y aunque no parecía hablar en serio, aun así había cierto aire amenazante en su tono de voz... uno en el que Dion no reparó.
—¿Y qué hay de tus colmillos? —preguntó el niño, señalando con su índice hacia la boca de Lewis—, ¿se sienten más pesados que tus otros dientes?
El vampiro bufó.
—¿Qué voy a saber? —espetó—, es como preguntarte si el resto de tus dientes se sienten ligeros al no tener colmillos.
Dion sopesó sus palabras.
—Tiene sentido —murmuró. Casi de inmediato, añadió—: ¿Y qué hay del sol?
—El sol nos hace quemaduras de primer grado, pero no nos mata a menos que nos expongamos a él por más de diez horas —explicó Lewis, y él mismo pareció asombrado por haber soltado aquella explicación.
Dion asintió con la cabeza.
—¿Y qué de lo que comen? ¿Realmente beben sangre de humanos?
—Sí y no. Hay quienes viven de sangre humana, pero yo solo vivo de la de animales.
—¿Y sobre la estaca?
—No funciona, y esto solo lo digo porque es algo de conocimiento general: solo puedes asesinar a un vampiro al decapitarlo con cobre.
—Oh, vaya, ¿en serio?
—¿En qué mundo vives que ni siquiera sabes eso?
El niño se removió en su lugar con aire incómodo.
—Y sobre llorar —continuó, haciendo caso omiso de la interrogante de Lewis—, ¿los vampiros pueden llorar?
La pregunta tomó desprevenido al joven.
—Yo... En realidad no lo sé —confesó el vampiro, frunciendo el ceño.
•°•°•
Al día siguiente, Dion volvió a encontrarse con Lewis.
Esta vez, se escabulló por un pasadizo en la cocina, burlando a los guardias que creyeron que se había ido a buscar algo para cenar... En su defensa, Dion no solía escaparse por la cocina, y tuvo que recurrir a este factor para tener la ventaja de que no lo descubrieran con facilidad.
De cualquier modo, acabó por llegar a donde siempre iba: a esa parte del bosque a la que nadie acudía, en la que el paisaje se tornaba más oscuro y los árboles eran más altos.
Dion miró a su alrededor, preguntándose si tendría que volver a sentarse sobre el suelo en lo que esperaba por la aparición de Lewis.
Sin embargo, a diferencia del día anterior, en esta ocasión apenas si tuvo que aguardar por el vampiro, pues él apareció unos instantes más tarde, anunciando su presencia con el crujir de las hojas secas.
—¿Por qué me sigue sorprendiendo que estés aquí? —murmuró Lewis para sí mismo con ademán molesto, soltando un hondo suspiro y pellizcando el puente de su nariz.
Dion volvió su mirada en su dirección, esbozando una sonrisa y dando un par de pasos hacia él.
—¿Los vampiros pueden volar? —cuestionó el niño con intriga.
Lewis entrecerró los ojos, meditando si valía la pena contestar.
—Te responderé si tú me dices el porqué vienes aquí a estas altas horas de la noche —expresó, cruzándose de brazos.
Dion parpadeó varias veces, un tanto sorprendido.
—Porque es cálido y agradable —fue lo único que dijo, ampliando una sonrisa en sus labios y añadiendo—: Y ahora tú, responde.
Lewis no parecía convencido por aquella explicación, pero pareció percatarse de que el niño no quería (o quizá no podía) ahondar en el tema.
Por lo que se limitó a contestarle:
—No, los vampiros no podemos volar, por mucho que algunos crean ese mito de que podemos volvernos murciélagos. Sin embargo, sí tenemos una fuerza y velocidad muy superiores a la de los humanos.
Dion asintió con la cabeza.
—Oh, bien —dijo con deje pensativo—. ¿Y qué hay de ti?
—¿Qué hay de mí de qué? —preguntó Lewis, arrugando el entrecejo.
—¿Por qué siempre vienes aquí también? ¿No tienes familia?
Lewis tensó la mandíbula ante sus interrogantes, arrugando ligeramente la nariz y mostrando parte de sus colmillos, como un animal que empezaba a sentirse amenazado.
—No tengo por qué responderte algo de eso —espetó con desagrado.
Y así, sin agregar algo más, dio media vuelta y se internó entre los árboles hasta que Dion lo perdió de vista.
Por tercera ocasión, el niño no se animó a seguirlo.
•°•°•
La cuarta vez que ellos se encontraron fue una semana después.
Y en realidad, fue Lewis quien buscó que se encontraran.
El vampiro había comenzado a sentirse extrañado por la ausencia del niño en el bosque. ¿Sería que finalmente se había dado cuenta del peligro al que se exponía hablando con él? ¿Sería que había avisado a todos los cazadores en el reino sobre su presencia?
Lewis siempre había sido bastante precavido y nervioso con las cosas que podían ocurrir en un futuro... Y pensar que todo podía venirse abajo por culpa de un niño cuyo nombre ni siquiera se había molestado en preguntar realmente era frustrante.
Y así, se encargó de comenzar a buscarlo.
La ventaja que Lewis poseía como vampiro era que podía rastrear personas. Por lo que no, no fue un gran trabajo hallar al niño.
Resultó que él se hallaba en el piso más alto del reino, que estaba reservado para la realeza... ¿Pues con quién se suponía que Lewis se había encontrado?
Sin embargo, eso no evitó que esa curiosidad y duda acerca del niño menguara, sino lo opuesto. Y ahora comprendió que necesitaba saber quién demonios era ese niño y con quién había estado hablando esas tres noches no consecutivas... En especial si él había alertado de su presencia en el bosque y debía huir lo antes posible.
No le costó encontrar la habitación que correspondía al niño, y acabó por escalar por la pared para acercarse a la ventana. Se sorprendió al descubrir que había pequeñas marcas sobre el muro que facilitaban el ascenso... Era posible que alguien las hubiera colocado ahí, pero, ¿quién se molestaría en hacerlo?
Soltó un suspiro, restándole importancia al asunto y continuando con su escalada. Consiguió llegar al alféizar de la ventana, la cual yacía cerrada.
Lewis frunció el ceño, afianzando sus dedos al alféizar e impulsándose para poder recargarse sobre la superficie. Aun si no podía entrar por el cristal que impedía su paso, observó que había llegado a una habitación que expedía aires lujosos a toda costa. Era inmensa, y del techo colgaban luces blancas y amarillas que iluminaban todo su alrededor. En la pared se apoyaba un armario de madera de caoba y a su lado residía un escritorio amplio con su respectiva silla. Más allá, había un baúl cerrado y una mesa pequeña con múltiples frascos. En el suelo había una alfombra de color carmín, y en las paredes había colgadas algunas repisas con juguetes de madera. No había nadie a la vista, por lo que la inmensidad de la habitación la hacía ver lúgubre y triste.
En el centro y al final de la habitación se hallaba una cama de un considerable tamaño, cubierta por sábanas de seda azules y encima de la cual se encontraba un pequeño bulto... Solo que no era un bulto, sino más bien, una persona.
Era el niño que Lewis había estado buscando.
El vampiro curvó sus labios en una mueca, apoyando su mano sobre la superficie del cristal de la ventana y preguntándose si valdría la pena romperla para poder cruzar al otro lado. No, eso causaría demasiado escándalo y eso era lo menos que deseaba.
Sin embargo, tampoco tenía humor para quedarse ahí esperando toda la noche.
Así que colocó sus nudillos cerca de la superficie del cristal, golpeándolo con suavidad y esperando que eso bastara para despertar al niño.
Por fortuna, sí fue suficiente.
Lewis observó que el niño se incorporaba sobre la cama, haciendo evidente su confusión, pero no se demoró en advertir en la presencia del vampiro, volviendo sus ojos hacia la ventana y abriéndolos de par en par con desconcierto.
El niño resaltaba a la vista lo enfermo que estaba. Su piel estaba pálida, sus rizos pegados a su frente y su nariz roja y ruborizada. Él se acercó hasta la ventana, inclinándose y quitando el cerrojo que impedía que pudiera abrirse.
Una vez que lo hizo, Lewis empujó la superficie del cristal, oyendo el chillar de las bisagras y bajando del alféizar hacia el otro lado. Notó que la alfombra bajo sus pies era bastante gruesa a juzgar por cómo sus zapatos se hundían en su superficie. Alzó la cabeza, observando al niño con el ceño fruncido.
—¿Estás enfermo? —preguntó, señalando con su índice hacia su rostro, sobre el cual era evidente su nariz constipada y las grandes ojeras bajo sus ojos.
El niño no contestó al instante, sino que dio media vuelta y acabó por sentarse al pie de la cama, acomodando sus manos en su regazo y fijando sus ojos en el suelo.
—Sí, suelo enfermarme cuando salgo —contestó él, sorbiendo su nariz y formando una curvatura de descontento en sus labios. Su voz se oía ronca y la piel de sus brazos se veía irritada.
Lewis ladeó la cabeza.
—Entonces, ¿por qué insistes en salir al bosque? —cuestionó, cruzándose de brazos.
—Porque es divertido —aseguró el niño, y pese a su claro cansancio y dolor, esbozó una débil sonrisa.
—¿Es divertido sufrir después?
—No, pero igualmente sucederá. Prefiero que al menos haya sido divertido antes.
Lewis se mantuvo en silencio unos instantes, analizando las palabras del niño. Honestamente, no era capaz de entenderlo en lo absoluto. Sufría porque quería. Sabía lo que iba a ocurrir y aun así se lanzaba sin pensarlo al peligro.
A decir verdad, los humanos eran insufribles.
Y es que él no recordaba que alguna vez fue uno.
—¿Es que acaso te gusta sufrir? —volvió a preguntar Lewis, arqueando las cejas y sintiéndose tan confundido como al principio de la conversación.
—Quizá a todos nos gusta sufrir a nuestra manera —murmuró el niño, alzando la cabeza y clavando sus ojos en Lewis—. Pero en mi caso, esa es mi forma de decirles a todos que no me gusta estar encerrado todo el tiempo.
—¿Encerrado en un castillo como este? Muchos darían lo que fuera por eso.
El niño frunció el ceño, y cualquier señal de sonrisa en sus labios se esfumó por completo.
—Una jaula de oro no deja de ser jaula —anunció, y luego, con un tono menos sombrío, añadió—: ¿Cómo supiste en dónde estaba?
Lewis se desconcertó por la seriedad que embargó el tono del niño, pero pese a ello, optó por responder a su pregunta, carraspeando con su garganta y esperando que su sorpresa no hubiera sido muy notoria.
—Los vampiros podemos rastrear a los humanos por el olor de su sangre —explicó, suspirando.
El niño lo miró, intrigado.
—¿A qué huele mi sangre? —indagó. Por unos momentos, pareció dejar de verse así de enfermo y cansado, mas solo por unos instantes, y luego Lewis recordó lo mal que lucía.
El vampiro lo pensó por unos momentos.
—No sabría decirlo —admitió, confundido—, la sangre no tiene un olor particular más allá del que tú conoces, simplemente se siente diferente, como un ingrediente preciso en un pastel que es semejante a muchos más
—Oh, ya veo... Eso es interesante. ¿Y puedes rastrear a cualquier persona?
—Solo mientras sepa a qué huele su sangre.
—Genial.
Lewis bajó la cabeza con aire pensativo. Después, se animó a decir:
—No me has dicho tu nombre hasta ahora.
El niño le miró, extrañado.
—Es verdad —coincidió—, pero pensaba que no querías saberlo, porque tú no me dijiste el tuyo.
El vampiro tensó la mandíbula.
—No, tenías razón —murmuró, frustrado ante este hecho—, en realidad no tengo un nombre... O quizá sí lo tengo, pero simplemente no lo recuerdo.
Por unos momentos, el niño se quedó en silencio, y aunque pareció tentado a hacer preguntas al respecto, advirtió en que Lewis no estaba dispuesto a hablar de ello.
Y en cambio, solo dijo:
—Mi nombre es Dion Thower. Soy el hermano menor del príncipe heredero al trono.
Lewis lo observó, perplejo.
—¿Eres un príncipe? —cuestionó con desconcierto. Eso explicaba por qué su habitación yacía hasta el piso más alto... Pero aun así, la idea se le antojó bastante extraña.
Dion sonrió.
—Sí, eso creo.
•°•°•
Cuando Dion se recuperó de su enfermedad (tres semanas después, en las cuales recibió visitas por parte de Lewis) se dio cuenta de que el otoño ya casi acababa.
La estación que siempre la causó más pánico era el invierno, porque a diferencia de las demás estaciones, el invierno era su enemigo natural... En donde otras personas comunes pescaban resfriados normales, los cuales, siendo transmitidos a Dion, se sentían más intensos y duraban todavía más.
Por eso odiaba el invierno.
Y otra de las razones de esto era que los árboles perdían sus hojas, y si las perdían era más sencillo que lo vieran dirigiéndose al bosque, además de que padre incrementaba su seguridad y evitaba con mayor rigor que abandonara su recámara... Y no, eso también resultaba molesto.
En pocas palabras, el invierno poseía todo lo que Dion odiaba.
Y entre esa lista se incluía el día de la muerte de su madre, que era al mismo tiempo su cumpleaños.
Sí. Solo eran más motivos para detestar esa estación.
—¿Qué sucede si un vampiro muerde a un hombre lobo? ¿El vampiro adquiere habilidades por la sangre del hombre lobo? ¿O el hombre lobo adquiere poderes por ser mordido por un vampiro? —preguntó de pronto Dion hacia Lewis.
Ambos se hallaban en el bosque, en el punto que habían terminado acordando silenciosamente como el mismo donde se reunían. Estaban sentados sobre las hojas secas de los árboles uno delante del otro, con la luna sobre sus cabezas y sin un alma merodeando sus alrededores.
Lewis arrugó el entrecejo ante la pregunta de Dion.
—¿De dónde se te ocurren estas preguntas? —masculló, confundido.
Dion se encogió de hombros.
—A veces vienen a mí en sueños —contestó con una sonrisa—. Ahora, vamos, responde.
—Eres tan molesto —murmuró Lewis, y aun así, agregó—: Y no lo sé, ni siquiera he conocido a algún hombre lobo... Supongo que no sucedería nada, porque ambos son producto de una clase de mutación de los humanos y solo pueden afectarlos a ellos.
Dion asintió con la cabeza, pensativo.
—Vaya. ¿Y qué hay del convertimiento de un humano a vampiro? —inquirió él.
—Tampoco estoy seguro... —confesó Lewis, volviendo sus ojos hacia el cielo—, nunca he convertido a nadie... Aunque, hasta donde entiendo, no sucede por morderlos, sino por darles de beber la sangre de un vampiro. —Se detuvo de hablar, bajando la cabeza y viendo a Dion—. ¿A ti te gustaría ser un vampiro?
La pregunta tomó por desprevenido al niño.
—¿Yo? ¿Un vampiro? —repitió, sorprendido por el solo concepto—, no... No me gustaría.
Lewis arrugó el entrecejo.
—¿Por qué no? Serías inmortal y nunca volverías a enfermarte —insistió él... ¿En qué momento había empezado a querer disuadir a Dion de querer ser un vampiro? Honestamente, no lo sabía, pero tampoco importaba—. Podrías salir e ir a donde quisieras, y no tendrías que volverte a preocupar por que la gente te dijera algo.
—No quiero ser un vampiro, porque la gente los odia —explicó Dion, jugueteando con sus pulgares en ademán nervioso—, y yo no quiero que mi familia me odie.
—¿Uh? ¿Acaso tú me odias?
—No, pero eso es diferente.
—¿Por qué?
—Porque somos amigos.
Lewis lució sorprendido por esa revelación.
—¿Lo somos? —cuestionó, confundido.
Dion asintió con la cabeza de forma energética.
—Claro que sí —expresó, y procedió a añadir—: Pero si yo me volviera un vampiro, sería difícil que mi familia me quisiera, además, la inmortalidad se oye muy solitaria. La gente muere por una razón, ¿sabes? Vivir para siempre no me parece la mejor solución.
—Entonces, ¿prefieres vivir menos con tu enfermedad? —espetó Lewis, pasando de un estado de desconcierto a uno de enfado.
—Prefiero morir como humano.
•°•°•
Lewis comenzó a pensar de nuevo que Dion era bastante idiota y cabezadura. ¿Quién rechazaría la inmortalidad y el poder vivir sin enfermarse nunca?
No tenía sentido.
Y siguió convenciéndose de eso los próximos días.
Poco después, paseando por una noche en la que Dion no abandonó el castillo, Lewis alcanzó a oír una conversación entre dos guardias, los cuales no tenían ni idea de su presencia.
—¿Oíste que pronto se acerca el cumpleaños del príncipe Dion? —inquirió uno de los guardias hacia el otro—, falta menos de un mes.
—Oh, sí, sí —contestó el guardia a su lado—, aunque me pregunto si de nuevo no organizarán ninguna celebración... Entiendo que no lo hicieran al principio por la muerte de la reina Derah, pero me resulta algo cruel que el niño deba pasar el día de esa forma.
—Supongo que sí. Por cierto, ¿también te enteraste que la hija del General Lueft está enferma de neumonía...?
Lewis dejó de oír la conversación, pues ya no se sentía interesado en ella. ¿Realmente iba a ser el cumpleaños de Dion?
Bueno, no era sorprendente que el niño no hubiera dicho nada si ese era el mismo día en que su madre había fallecido.
Era horrible, pensó... Y el que Lewis no recordara a su propia familia solo le hizo sentir una desgarradora empatía hacia el niño.
•°•°•
El cumpleaños de Dion comenzó como otro día más. El niño no había abandonado su recámara esos últimos días, pues al parecer algunos guardias e hijos de miembros de la milicia que vivían en el castillo se habían contagiado de neumonía viral.
Y, como cabía esperar, se debía mantener alejado por completo a Dion de cualquier rastro de enfermedad como aquella.
Cuando amaneció, Dion permaneció sentado en su cama y, en realidad, así transcurrió casi el día entero.
Nadie había pasado a su habitación más allá que para pasarle sus comidas, así que todo había estado dolorosamente silencioso... Y más porque Lewis tampoco había ido a visitarlo.
Dion estaba algo acostumbrado a eso, a que su cumpleaños no fuera algo especial, a sentirse alicaído por ni siquiera tener un solo recuerdo de su madre.
¿Todo habría sido mejor si él simplemente no hubiera nacido? No era como si su padre y hermano realmente hablaran con él, porque estaban ocupados manejando el reino... Y como Dion lo entendía, su culpa era mayor ante el deseo egoísta que ellos estuvieran con él.
Quería demostrarle al mundo que era capaz de hacer cosas que nadie imaginaba. Quería ponerse de pie y gritar tan fuerte para que nadie lo olvidara. Quería ser fuerte y no un pequeño niño enfermizo. Quería poder salir sin nadie que se preocupara constantemente por su salud. Quería poder conocer el mundo sin tener a pescar un resfriado que lo dejara en cama más de dos semanas... Quería simplemente cambiar todo y ser otra persona.
Pero sabía que eso no era posible, y si lo era, sería tomando el camino de ser un vampiro.
Y Dion no quería serlo.
El niño se sobresaltó cuando entonces oyó que alguien tocaba la superficie del cristal de la ventana, y alzó la cabeza, observando que ahí estaba Lewis al otro lado. Recordó que había cerrado la ventana debido a la orden de uno de los guardias que solían custodiar su puerta, por lo que se apresuró a bajar de su cama.
Abrió la ventana, dejando entrar a Lewis, quien cruzó al otro lado, pero manteniéndose sentado al borde del alféizar.
—Ven conmigo. Debo mostrarte algo —dijo el vampiro, y un destello de emoción cruzó por su mirada.
Dion lo observó. En realidad, no había nada qué pensar acerca si decidía ir con Lewis o no.
Por lo que solo asintió con la cabeza.
—De acuerdo —fue lo único que contestó.
Lewis dio media vuelta, volviendo a cruzar por el alféizar, pero esta vez para abandonar la recámara. Dion le siguió unos momentos más tarde, conociendo el muro externo a su habitación como la palma de su mano. Recordaba que uno de los guardias había clavado esas marcas en la pared un día después de que Dion casi se cayera al intentar descender por ahí.
"Si va a escapar, al menos no muera en el intento" Habían sido las palabras del guardia. Él fue despedido dos días más tarde, pero nunca cubrieron las marcas del muro, y Dion siguió usándolas desde entonces.
En realidad, sospechaba que los guardias eran conscientes de su método de escape, pero hacían la vista gorda, porque sabían que si se deshacían de esas marcas, Dion se las arreglaría para buscar otra forma de salir... sin importar qué tan bien parado saliera de eso.
Dejó de pensar en esto cuando llegó al final del muro, sintiendo el borde de sus dedos y sus pies algo entumecidos. Curvó sus labios en una mueca cuando sus zapatos tocaron el suelo, y miró hacia Lewis, quien le hizo una seña para que lo siguiera.
Dion lo hizo sin pensarlo dos veces, yendo detrás suyo a través del bosque y sintiéndose intrigado por aquello que Lewis dijo que le mostraría.
No se detuvieron sino hasta que llegaron a su punto de reunión, que estaba al fondo del bosque, en esa parte a la que nadie más que Dion acudía. De hecho, al principio de sus escapadas a aquel lugar, los guardias lo habían seguido, pero con el paso de los días y al ver que Dion realmente no tenía un objetivo o razón clara de estar ahí, dejaron de ir detrás de él.
Y ahora nuevamente estaban en ese punto, en el mismo donde se habían encontrado por primera vez.
—Esto era lo que quería mostrarte —anunció Lewis, tomando del brazo a Dion y guiándolo hacia un árbol en particular.
El niño se quedó perplejo con lo que vio.
Ahí, cerca de la copa del árbol y a un nivel bastante elevado (que pasaría inadvertido a no ser que lo vieras directamente) se encontraba una plataforma de madera, la cual no cubría mucho territorio, pero sí rodeaba el tronco del árbol. Tenía una barda que lo cubría, y unas escaleras de mano que sobresalían en el árbol con la intención de poderlas escalar para subir a la plataforma.
Dion estaba bastante sorprendido.
—¿Qué es eso? —cuestionó, acercándose con suma intriga y apoyando su mano en el tronco del árbol, cerca de las escaleras de mano, que estaban hechas de soga y madera—, ¿tú lo hiciste?
Lewis asintió con la cabeza.
—Sí, resulta que no soy tan terrible construyendo y que abandonan muchas cosas que pueden reutilizarse en el palacio —contestó, esbozando una sonrisa a medias—. Puedes llamarlo como quieras, solo pensé en él para que no tuviéramos que seguir sentándonos sobre el suelo...
—¿Puedo subir?
—Sí, claro.
Dion esbozó una amplia sonrisa, empezando a ascender por el árbol con ayuda de la escalera de mano. No le tomó mucho tiempo llegar al final y, cuando lo hizo, se apoyó en el hueco que se abría y se incorporó, afianzando sus pies en la superficie de la plataforma.
Ahí todo se veía diferente.
Pese a que había visto el bosque desde la ventana de su recámara, el lugar entero adquiría un ambiente distinto desde esa perspectiva, pues estaba cerca y, a su vez, bastante alto. Sentía que podía verlo todo estando ahí, y la idea provocó que la sonrisa en su semblante se ensanchara.
—¿Te gusta? —preguntó la voz de Lewis a sus espaldas.
Dion miró sobre su hombro, observando que el vampiro también había subido hasta ahí y asintiendo varias veces con la cabeza.
—Me encanta, es genial —contestó, siendo sincero y regresando su vista hacia el frente—. Se puede ver todo desde aquí, es sorprendente.
—Me alegra —murmuró Lewis, dando unos pasos hacia delante para colocarse a su lado—. Por cierto, feliz cumpleaños.
Dion lo vio, parpadeando varias veces.
—¿Cómo lo supiste? —inquirió, inevitablemente sorprendido.
Lewis se encogió de hombros.
—Oigo a mucha gente hablar por aquí —explicó, restándole importancia al asunto con un ademán de mano, y luego dudó antes de agregar—: Y también quería decirte gracias.
Dion ladeó la cabeza.
—¿Gracias por qué? —preguntó sin entender.
—Por hablarme la primera vez que nos encontramos —contestó Lewis, esbozando una suave sonrisa en sus labios—, por no asustarte de mí, por no informarle a los guardias de mi presencia... por considerarme tu amigo.
El niño lo observó en silencio por unos momentos.
—No me agradezcas —respondió—, o yo también deberé agradecerte por no irte pese a todo y responder siempre mis preguntas.
Lewis se rió entre dientes.
—Como sea, solo quería decir eso —suspiró, volviendo sus ojos hacia la luna.
Dion asintió.
El silencio ahondó en el ambiente por unos momentos, pero no uno que resultara incómodo o desagradable, sino lo opuesto.
—Lewis, ¿puedo preguntarte algo? —inquirió de pronto Dion.
El vampiro lo vio de soslayo.
—Hum, supongo —respondió él—, ¿qué cosa?
—¿Por qué siempre estás en el bosque?
Lewis lo miró, frunciendo el ceño. Por unos momento, pareció renuente a responder, pero con el paso de los segundos, se resignó a explicar, diciendo:
—Porque estoy buscando a alguien.
—¿A quién?
—Al vampiro que me convirtió.
Dion lo observó, intrigado.
—Entonces, ¿no lo conoces? —preguntó, tratando de hacerse a la idea de aquello.
—No del todo —murmuró Lewis—. Cuando los vampiros son convertidos no tienen memoria de su vida humana... Mi caso no fue la excepción, y cuando supe que era un vampiro, un hombre que también lo era se dedicó a explicarme todo sobre nuestra especie... Supongo que no podía dejarme a mi suerte siendo él quien me convirtió. Sin embargo, al día siguiente, ese hombre se marchó... y lo último que me dijo fue que lo encontrara para mostrar que era digno.
—¿Digno de qué?
—No lo sé... Supongo que de formar parte de su nido o algo parecido. He pasado los últimos siete meses intentando hallarlo, y la última pista que tuve de él fue este lugar.
—¿Por qué aquí?
—Porque oí a un par de personas hablar de un rumor sobre un forastero en este castillo. Al principio no habría hecho caso de un rumor como aquel, pero estaba desesperado y empecé a seguir cualquier rumor y cosa que pudiera ser un indicio de su presencia.
Dion procesó su relato, bajando la cabeza y arrugando ligeramente el entrecejo.
—Oh, ya veo —contestó, entrecerrando sus ojos cuando una ráfaga de viento llegó hasta él—. Debiste haber estado muy solo todo este tiempo.
Lewis se encogió de hombros con atisbo de indiferencia.
—Supongo que sí —dijo, volviendo sus ojos hacia el cielo—. ¿Es por eso que no quieres volverte un vampiro?
—No exactamente —respondió Dion, tosiendo en su puño con fuerza y luego solo disimulando al fingir que no había sido nada—, pero las cosas que has dicho solo me han convencido más de esa decisión. ¿No recuerdas porque accediste a ser un vampiro?
—Sospecho que no me preguntaron.
Dion asintió, removiendo sus pies en el suelo y mordiendo el interior de su mejilla. Abrió la boca para preguntar algo más, pero se vio interrumpido con el ruido de un par de pasos que hicieron crujir las hojas secas.
Primero, no alcanzó a procesar lo que ocurría, y se quedó estático... Y luego, abrió sus ojos de par en par y sus pupilas se dilataron en sorpresa.
Miró a Lewis, observando que el vampiro también se había percatado.
Sin embargo, ni siquiera pudieron decir algo antes de que, de pronto, un montón de personas aparecieran de entre los árboles, rodeándolos por completo... Eran guardias del reino, y todos ellos poseían ballestas y arcos con los que apuntaban en su dirección.
Dion estaba perplejo, sus labios entreabiertos y su piel pálida. ¿Qué estaba sucediendo?
—¿Cómo...? —empezó preguntando Lewis, desconcertado, y miró a Dion con el ceño fruncido—, ¿acaso tú...?
El niño se apresuró a negar con la cabeza.
—No, yo no he dicho nada de ti a nadie, lo juro —aseguró.
—Entonces, debieron habernos seguido —masculló Lewis, tensando la mandíbula y escaneando con sus ojos a los guardias, que habían formado un círculo en torno al árbol y estaban organizados de una forma precisa.
Y la sorpresa de Dion fue en aumento cuando una persona en particular emergió desde las sombras... Era Theodor, su hermano mayor.
El joven no se le parecía demasiado a Dion, pues él poseía ojos de un gris intenso y su cabello castaño, pues lo había heredado de su padre, a diferencia de Dion, que tenía más características físicas de su madre.
—Oh, Dion, ¡¿es que acaso no te bastaba ser una vergüenza para la familia y decidiste tocar fondo?! —cuestionó Theodor, acercándose al árbol y apretando su puño en torno al arco que sostenía. No apuntaba a nadie con él, pero parecía dispuesto a disparar sin temor—, ¡¿cómo es posible que ahora te juntes con repugnantes vampiros?!
—¡Lewis no es malvado, déjalo en paz! —gritó Dion en respuesta, apretando los dientes y formando una mueca en sus labios.
Theodor soltó una carcajada llena de palpable incredulidad y burla.
—¡Sabía que sería buena idea ir detrás de ti luego de que sospechara de lo que hacías! —exclamó, pasando una mano por su cabello—, no me imagino lo que habría sucedido si no lo hubiera hecho... Pero ahora podemos terminar todo aquí... Con solo una orden tu desagradable amigo será envenenado con cobre, y luego todo habrá acabado... ¡Seré el primer príncipe en asesinar a un vampiro en una década!
Dion ensanchó sus ojos, sintiendo un nudo en su garganta. Sus piernas temblaron de furia y no lo pensó dos veces antes de dar un par de pasos hacia el frente y colocarse delante de Lewis, alzando sus brazos y gritando:
—¡Si quieres matarlo, tendrás que matarme primero a mí!
Honestamente, Dion había esperado (o mejor dicho, deseado) una reacción dramática por parte de su hermano, quizá una respuesta sobre que mejor intentarían llegar a un acuerdo mutuo o una mirada de confusión... No obstante, lo que obtuvo en realidad estuvo muy alejado de eso:
Una amplia sonrisa tiró de los labios de Theodor.
—No sabes lo mucho que me alegra que digas eso —contestó el príncipe heredero, tensando la cuerda de su arco y colocando una flecha en él que deslizó desde su carcaj—, ahora podré asesinarte y decir que todo fue un simple accidente.
Dion se quedó helado.
—¿Q-qué? —cuestionó, perplejo.
—¿Acaso pensabas que dejaría ir a tu amigo por mantenerte vivo? —espetó Theodor con burla, alzando el arco y apuntando directamente a Dion—, si soy sincero, desde antes deseaba poder deshacerme de ti... Claro que nuestro padre se oponía... Pero dudo que se ponga demasiado triste cuando le cuente de tu muerte.
Y entonces, Theodor soltó la cuerda del arco.
La flecha silbó en el viento, dando un par de giros sobre sí misma al salir disparada desde el arco. Dion se quedó inmóvil, sin poder actuar.
Pero no hizo falta que lo hiciera, pues Lewis lo empujó al suelo para evitar que la flecha diera contra su cabeza.
Dion cayó sobre la superficie de la madera en un ruido sordo, sintiendo el costado de su cuerpo adolorido y tensando la mandíbula. Abrió los ojos que por instinto había cerrado, observando que Lewis también había esquivado la flecha, y ahora él estaba sentado contra la barda de la plataforma para evitar que más flechas fueran disparadas hacia ellos.
—¡No se queden de pie sin hacer nada! ¡Empiecen a disparar! —ordenó Theodor con molestia.
Dion casi soltó un grito cuando vio que múltiples flechas se encajaban en la barda de la plataforma, haciendo que su punta de cobre sobresaliera.
—Debemos irnos de aquí —masculló Lewis, frunciendo el ceño y haciendo notable su consternación—. Ahora que sé que tu hermano es un maldito psicópata no pienso dejarte con él.
Dion lo miró, parpadeando varias veces.
—Pero, ¿a dónde iremos? —inquirió a cambio, encogiéndose cuando otro grupo de flechas chocaron contra la madera.
—Lejos de aquí, eso es seguro —murmuró Lewis, apretando los puños—, solo sube a mi espalda y podremos huir de aquí en cuanto ellos se detengan solo unos instantes.
—¿Estás seguro de que funcionará? —preguntó Dion, restregando sus ojos para evitar que las lágrimas que querían acudir a él salieran y resbalaran por sus mejillas.
—Debe hacerlo.
Y esperaron. Esperaron a que hubiera una oportunidad de unos segundos, pues era todo lo que necesitaban.
Así, Lewis obtuvo el tiempo suficiente para levantarse, tomar a Dion y salir disparado de ahí como una bala... En ese momento, el tiempo era su única ventaja.
—¡No los dejen escapar! —gritó Theodor, y a lo lejos más flechas desgarraron el aire, tratando de seguirlos entre los árboles que Lewis había empezado a escalar para alejarse lo antes posible. Dion yacía a su espalda, con sus manos envueltas en torno a su cuello, su rostro oculto en su espalda y sus piernas abrazadas a su cintura.
El viento silbaba con fuerza en sus oídos, siendo todo un profundo caos. Había gritos y flechas lloviendo por doquier.
Y pese a todos sus esfuerzo, no lograron escapar impunes.
Una flecha, perdida en el ambiente, logró dar en su dirección.
Sin embargo, no fue a Lewis quien le dio, sino a Dion.
El niño abrió sus ojos como platos cuando un profundo dolor invadió su pierna... Y no fue necesario mirar para comprender que una flecha había conseguido darle. Sus labios esbozaron una mueca de dolor y esta vez no logró contener las lágrimas que empezaron a deslizarse por su rostro.
Lewis no se percató de esto hasta después, probablemente porque estaba demasiado ocupado saltando entre ramas y buscando una manera de escapar.
Y siguió corriendo y corriendo.
No se detuvo hasta que hubieron cruzado la muralla que rodeaba el castillo.
Un enorme prado con árboles a la distancia se abrió paso, teniendo un camino en su centro de tierra que dirigía hacia la ciudad principal del reino. Lewis, cansado ya de haber recorrido tantos kilómetros de un solo golpe, menguó su velocidad a un ritmo humano, alejándose del camino de tierra principal e internándose hacia los árboles, que era en donde sabía que nadie los buscaría.
Frenó el paso al llegar a un claro, rodeado de árboles pequeños y desnudos de hojas. Se arrodilló en el suelo para que Dion bajara de su espalda, cosa que el niño hizo a duras penas, pues enseguida se tumbó en el suelo, demasiado adolorido por la fecha que se había clavado en su pierna.
Lewis ensanchó sus ojos al percatarse finalmente del proyectil que había alcanzado a Dion.
El llanto del niño era perceptible en su rostro, pues sus ojos estaban hinchados e inyectados en sangre, su nariz enrojecida y sus labios curvados en una mueca de dolor.
—¿Por qué no dijiste nada antes? —espetó Lewis con molestia, colocándose junto al niño y mirando la flecha que sobresalía de su piel.
Era evidente que si la removía le causaría mayor dolor a Dion, además de que, sin un tratamiento adecuado, provocaría que comenzara a sangrar abiertamente, y era peligroso exponerlo teniendo en cuenta que solo podría provocarle una infección... Sin embargo, la idea de dejar la flecha tampoco era grata.
Maldición... Habían huido sin un plan ni absolutamente nada. Y ahora estaban ahí, en medio del bosque y fuera de las murallas del castillo, estando solos y sin un alma a lo lejos... Quizá ese no había sido el mejor plan después de todo.
Dion, en realidad, se sentía bastante débil, y si era sincero, le parecía que el mundo estaba algo distorsionado. Recordaba que los guardias le habían dicho que intentara no hacerse heridas graves, porque si era susceptible a enfermedades, entonces con mayor razón lo era a infecciones... Y así algo que a una persona normal solo la haría pasar unas noches con fiebre, a Dion podría acercarlo peligrosamente al borde de la muerte.
Y lo cierto era que el que la temperatura hubiera descendido no ayudaba en lo absoluto.
Dion maldijo en silencio, sintiendo el césped húmedo debajo de él y observando el cielo sobre su cabeza. Todo habría resultado agradable y tranquilo de no ser por aquella herida... Quizá todo sería más sencillo si tan solo no fuera tan débil.
—No te preocupes, estarás bien —murmuró Lewis a su lado, mirándolo con el ceño fruncido y sintiéndose realmente impotente por no tener ningún conocimiento en medicina. Pero incluso él supo entender que Dion tenía fiebre al apoyar su mano en su frente, lo que lo hizo sentir peor—, puedo llevarte a la ciudad y hacer que algún médico te trate...
Dion negó con la cabeza.
—Pese a que no suelo salir, las personas me reconocen —contestó el niño, apretando sus labios y rechinando sus dientes—, y estoy seguro de que mi hermano ya habrá mandado una orden de búsqueda para mí... Ir solo será más problemático.
—Pero quedarnos sin hacer nada tampoco es una alternativa —masculló el vampiro, poniéndose de pie y apretando sus puños con fuerza.
Honestamente, nunca en su vida se había sentido tan frustrado y aterrorizado... O tal vez sí, y solo no lo recordaba.
—Quizá no debimos irnos —murmuró Dion, cerrando sus ojos y suspirando—, quizá no debimos habernos conocido.
Lewis lo miró, sintiendo una punzada contra su pecho al oírlo.
—¿Qué? —cuestionó, sin saber si sentirse ofendido o dolido.
—Me habría gustado conocerte cuando eras humano —explicó Dion, y una débil sonrisa tiró de sus labios—, aunque supongo que eso ya es imposible ahora.
—Eso es cierto... Pero todavía podría convertirte en un vampiro. Así podrías curarte y viajarías de la forma en que siempre quisiste hacerlo.
Dion sacudió la cabeza en negación.
—No quiero ser un vampiro —insistió, abriendo sus ojos y viendo a Lewis—, simplemente no. Además, ¿cómo sabes que los vampiros se curan de este tipo de enfermedades? ¿Cómo sabes que no haya existido algún vampiro enfermo que se haya convertido y haya seguido con su enfermedad? Quizá no de la misma forma, pero sí continuando con el cansancio y dolor... Y yo no quiero ser un niño para siempre, y no quiero olvidar a mi familia. No quiero dejar de ser humano... ¿Sabías que solo los humanos pueden reencarnar?
A estas alturas, Dion había vuelto a romper en llanto.
—Bien, bien —suspiró Lewis, tensando la mandíbula—, no insistiré con eso. Pero al menos dime cómo ayudarte.
—Supongo que la mejor alternativa es tratar de convencer a un médico de la ciudad de venir aquí... Si soy sincero, no quiero moverme, y sería más fácil si no me vieran —murmuró Dion.
Y lo dijo porque sabía que no lo conseguiría.
Lewis asintió con la cabeza sin pensarlo, apretando los puños y mirando a Dion con determinación.
—Bien, entonces, lo haré —contestó—, solo permanece despierto hasta que regrese.
—De acuerdo. Esperaré a que vuelvas —murmuró el niño.
Esa era otra mentira.
Lewis dio media vuelta y se internó en el bosque, haciendo uso nuevamente de su gran velocidad pese a lo cansado que se sentía.
Pero no importaba. Solo quedaba buscar la forma de curar a Dion.
Aun si tuviera que revelarle a medio mundo que era un maldito vampiro... Daba igual. Ya todo daba igual a esas alturas.
Y entonces, Lewis llegó a la ciudad.
No había ningún médico a la vista.
Habló con la poca gente que había en las calles.
Todos se apartaron al verlo, pues era un forastero por donde quiera que se mirara.
Y el único médico que encontró, se rehusó a ir con él, mas fue lo suficiente bondadoso como para permitir que Lewis le explicara su situación.
Tras eso, el hombre le dio un par de suministros médicos (vendas, una compresa, alcohol etílico y bastantes consejos sobre qué hacer).
Honestamente, fue lo mejor que podría haber recibido Lewis en esa situación.
Aunque, ¿cuánto tiempo había pasado? ¿Una hora o más? La incertidumbre de no saberlo empezó a carcomerlo.
Y tan rápido como había ido a la ciudad, regresó al bosque. Sin embargo, le costó hallar el lugar exacto en donde se había detenido con Dion... Además, el cansancio empezaba a ser más palpable en su cuerpo. Podía ser inmortal, pero no invencible, y todo lo ocurrido en aquella noche empezaba a cobrar una muy cara factura para él.
Y sin embargo; se obligó a seguir avanzando.
Cuando ubicó el claro en donde había dejado a Dion, se apresuró a arrodillarse a su lado, observando en silencio y sin decir nada el rostro pálido del niño.
Parecía como si ya hubiera muerto.
Y lo único que alivió a Lewis de este pensamiento fue el apenas perceptible movimiento en el pecho de Dion. Sus ojos estaban cerrados, su entrecejo ligeramente fruncido y sus labios curvados en una mueca. Jadeaba ligeramente, como si se le dificulta respirar, y sus pupilas se movían con rapidez por debajo de sus párpados.
Al tocar su piel, Lewis se asustó al instante al percibir que emitía demasiado calor. La fiebre había subido mucho.
Eso no estaba bien.
—Dion, Dion —llamó el vampiro al niño, sacudiendo ligeramente su hombro y repitiendo en su mente las instrucciones del médico.
Había hablado acerca de que debía bajar la fiebre a toda costa, que era lo más peligroso, y luego asegurarse de que Dion no estuviera confundido o desorientado, que luego procediera a remover la flecha, desinfectar la herida con el alcohol y vendarla.
Sí, eso se había oído tan fácil.
No lo era.
Y más por el manojo de nervios que era Lewis ahora que el niño no había respondido su llamado.
Se puso de pie, tomando la compresa y dirigiéndose hacia el bosque con la intención de buscar un río.
Por fortuna, había encontrado uno de camino ahí, así que volverlo a hallar no fue muy complicado.
Lo complejo fue regresar y darse cuenta de que el pulso de Dion ya no se sentía.
Por unos momentos, Lewis estuvo incrédulo.
No se había ido por mucho tiempo. ¿Cómo era posible?
Después, se rehusó a creerlo.
Se rehusó a creer que el pulso del niño realmente no se sintiera, que ya no fuera perceptible el movimiento de su pecho y que sus casi imperceptibles jadeos se hubieran dejado de oír.
¿Por qué todo lo bueno estaba destinado a morir?
Lewis se dejó caer al suelo, soltando la compresa que había traído para disminuir la fiebre de Dion. Miró al niño, todavía perplejo y sin creerlo.
Quizá estaba soñando. Quizá eso era una pesadilla.
Pero Lewis sabía que no había tenido sueños desde que despertó como vampiro.
—Dion... —murmuró, y luego, con más fuerza, repitió—: ¡Dion, despierta! Por favor... por favor.
¿Por qué?
No lo entendía.
Lewis estaba temblando, sus puños estaban enroscados con tanta fuerza que sus nudillos se habían vuelto blancos. Sus ojos estaban abiertos de par en par y sus pupilas dilatadas en desconcierto y horror.
Repitió el nombre del niño una y otra vez en un hilo de voz.
No importaba que fuera consciente de que Dion ya no iba a responder.
Todo se sentía tan repentino, tan estúpido, tan... Tan injusto.
Lo odiaba.
Se odiaba a sí mismo.
Por ser un vampiro, por haber conocido a Dion cuando el niño habría estado mejor sin él, por ser tan idiota, por no haber sabido actuar, por no haber convertido a Dion en un vampiro cuando pudo hacerlo.
¿Y ahora? Ahora ya no había vuelta atrás.
Lentamente, las lágrimas se acumularon al borde de los ojos de Lewis, primero de forma lenta y pausada, y luego, comenzando a caer como caudales de un río por sus mejillas, deslizándose por la superficie de su piel hasta su barbilla, desvaneciéndose más allá de su clavícula. El aro rojo en sus pupilas brilló con intensidad, mientras que sus retinas empezaron a enrojecerse.
Las lágrimas no se detuvieron, y el llanto pronto se intensificó.
Lewis apoyó su frente contra el césped, sin molestarse en enjugar las lágrimas que caían libremente por su rostro y sintiéndose horrible y con un vacío en el pecho, como si la oscuridad lo desgarrara de forma lenta y progresiva. Sintiéndose como si hubiera caído a un condenado pozo cuya forma de salir era imposible.
Y no le importó que el sol empezara a salir.
Ya nada le importaba a esas alturas.
Aunque, pese a ello, con las lágrimas todavía surcando por sus mejillas, esbozó una débil sonrisa, una que no sabía bien lo que quería dar a interpretar.
Y Lewis murmuró en un hilo de voz que solo él alcanzó a oír:
—Sí, Dion, al parecer los vampiros también lloramos... ¿Eso también es genial?
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