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Parte Tres: XIV

La puerta blanquecina fue cerrada con brusquedad. Los dos ángeles jóvenes se acercaron al pequeño escritorio que estaba repleto de libros; la luz de la ventana caía hasta la esquina cercana a la pared contraria. Para fortuna del demonio Lord, la habitación estaba impregnada de la esencia y magia del arcángel Mensajero, así que había entrado sin ser detectado. Astaroth podía acceder a ese único lugar en el Cielo debido a la conexión que tenía con Gabriel; mas había optado por esconderse en la esquina colindante al recibidor y una sala de invitados mediana.

Los pasos de los ángeles resonaron diferentes; unos eran ligeros y los otros eran pesados como botas de armadura. El demonio enmascarado nunca antes había visitado la habitación donde Gabriel residía; pero en estos instantes no podía darse el lujo de ver los detalles sencillos y casi inocentes del sitio.

—Si me dices la verdad podré ayudarte, Gabriel —resonó la voz varonil de uno de los ángeles. Astaroth reconocía el tono ya que alguna vez había enfrentado a ese arcángel—. ¿Has tenido contacto con un demonio?

—No —recriminó Gabriel con su tono de voz casi femenino—, por supuesto que no. Y aunque Azrael y Abaddon digan que tienen información, todo es una mentira. Sé que ellos no mantuvieron una buena relación con Luzbel, y por el simple hecho de que él y yo fuimos amigos ahora significa que yo soy un espía.

—Gabriel —insistió el arcángel militar—, no te estoy recriminando nada. Sólo quiero saber la verdad.

—¿Cuál verdad? Ya te dije que yo no mantengo conexión con demonios.

A pesar de que las palabras de Gabriel eran una mentira, Astaroth se sintió inundando de una soledad inmensa y sofocante.

—Bien, pero, ¿qué hay con Luzbel? —cuestionó el arcángel de voz varonil y jovial.

—¿Qué tiene Luzbel?

—Tú y él fueron buenos amigos. Quizás tú puedas decir quién es el ángel que mantuvo ese tipo de relación con él.

—Luzbel no era un santo, Raphael —aseguró Gabriel con recelo—, tenía muchos amigos, entre ellos, si no te diste cuenta, Azazel y Belial. Quizá uno de ellos dos fue el culpable y el espía; por eso mismo estuvieron aliados a él y lo apoyaron en la rebelión.

—Luzbel también fue amigo de Uriel —aclaró Raphael con molestia.

—Entonces, interrógala a ella —contrarrestó Gabriel con presión.

La desesperación se acrecentaba en la atmósfera, así que Astaroth decidió actuar antes de que pudieran acercarse a su escondite. Usó un hechizo que viajó con lentitud hasta el cuerpo de Gabriel; era un tipo de magia imposible de detectar hasta no tocar un cuerpo vivo. De inmediato, el cuerpo de Gabriel reaccionó con un pequeño salto al sentir un calosfrío recorrerlo; además se había percatado de un estruendo electrificado que lo hacía recordar la presencia del Lord de la Piedra Gris.

—Raphael, yo no soy capaz de traicionar al rey. Luzbel era un sujeto complicado, un sujeto dotado de locura por su propio poder. Hoy en el juicio voy a decir esto mismo. Yo no mantengo ninguna relación con demonios y no influí de ninguna manera negativa en el favorito del rey. Yo sólo lo escuchaba e intentaba comprenderlo cuando me contaba sus problemas.

—Te creo —resolvió Raphael con un tono tranquilo. Luego movió su mano hasta el brazo del otro ángel y acercó su cuerpo; sin embargo, Gabriel lo detuvo con un toque suave sobre su pecho que fue capaz de interpretar como una negación. Raphael comprendió y no insistió—. Nos vemos en el juicio.

Una vez Raphael abandonó la construcción, Astaroth salió de su escondite y se acercó al arcángel de cabellos de cairel y ojos azules aguamarina. Astaroth tocó con suavidad y perversión el rostro hermoso y femenino de Gabriel; a lo que obtuvo un suspiro profundo y sensual por parte del ángel.

—Mi Lord, ¿qué está haciendo aquí? —Gabriel cuestionó con erotismo.

Aquella reacción complació a Astaroth y lo hizo olvidar las sensaciones de unos minutos pasados. Después se alejó de su súbdito y caminó hacia un librero que tenía la sala.

—He venido a ayudarte.

—¿Cómo?

—No lo sé todavía. Pero no puedo abandonarte cuando sé que puedes morir, Gabriel. A diferencia de nosotros, ustedes los ángeles son muy hipócritas. Nosotros somos muy honestos; lo puedes ver con facilidad: si alguien no nos simpatiza entonces lo matamos y ya.

Gabriel sonrió como un niño pequeño y caminó hacia el demonio; se posó a unos centímetros de él y tocó con suavidad su espalda.

—Pensé que Ashmedish, Sadim y yo éramos intercambiables; como simples piezas de ajedrez que se usan para sacrificios mayores.

—No seas ridículo —replicó Astaroth con ligereza—, ustedes tres no son reemplazables. —Unos segundos después sacó un libro del estante y lo hojeó sin interés. —Debemos hacer que un ángel caiga en tu nombre.

—El rey cree que es uno de nosotros los arcángeles. Sé que tiene esta idea por tu escape cuando nos invadieron.

—Comprendo.

De forma repentina, Astaroth dio una media vuelta y contempló con honestidad al ángel. ¿En qué momento había decidido dejar a sus emociones controlarlo? Estaba allí, en el Cielo, por un capricho, por un sentimiento que lo conectaba a Gabriel. Era lo mismo que ocurría con Mammon y Swan; a pesar de que negara que existía un interés por la vida de ellos, en realidad sentía consternación por su bienestar.

—Uno de los guardias que estuvo de turno esa noche.

—Ah —Gabriel se expresó con suavidad—, pero sólo uno de ellos tuvo una relación pasajera con Luzbel. El rey no lo creería.

—Es nuestra mejor opción.

Antes de que la conversación continuara, la puerta principal fue tocada con fuerza; Gabriel reconoció la voz del general de la Guardia Infernal y arrojó una mirada de terror al demonio enmascarado. En la otra mano, Astaroth se llenó de pánico; la estrategia de defensa todavía no era clara y no había manera de asegurar que Gabriel fuera declarado inocente.

—¡Gabriel! ¡Es hora de tu juicio!

—Escúchame bien, Gabriel —Astaroth susurró; luego colocó sus manos en los hombros delgados y desnudos de su ángel favorito—, tienes que dar el nombre de uno de esos dos guardias.

—Nadie lo creerá.

—No hay otra opción.

Cuando la puerta cedió ante los empujones de los soldados, Astaroth abrió un portal y se adentró para esconderse en algún sitio de la casita. Gabriel aceptó a los guardias y se dejó escoltar al coliseo de eventos públicos. Astaroth no había salido del Cielo aún, pero no podía moverse con libertad ya que detectarían su poder.

El demonio Lord se quedó en la casa por unos instantes. Las opciones eran muy pocas, y las que podrían salvar a Gabriel implicaban una resolución que ponía al reino en más peligro. También existía la posibilidad de que Gabriel fuera expulsado del Cielo y se convirtiera en un ángel caído. Astaroth se reprochaba en silencio; había llegado el momento de matar a su súbdito del Cielo y buscar a otro.

No, no, se contestó en la mente el Lord de la Piedra Gris. Soy un demonio, maldita sea; se supone que esto es normal. La muerte de un simple peón no debería ser tan importante.

Sin previo aviso, una oleada de tristeza se apoderó del demonio; el recuerdo de Gilbert aparecía en su mente de manera constante. Astaroth suspiró y permitió a su cuerpo sentirse desvanecido; sí, era un demonio, pero como ser vivo estaba lleno de sensaciones palpables. La muerte de Gilbert había sido un momento cruel. La pérdida de su hermano también había representado dolor...y ahora Gabriel estaba en un riesgo mayor.

Y, de un momento a otro, el demonio Lord detectó la presencia de demonios en el territorio del Cielo. Astaroth se acercó a la ventana y contempló el exterior. Se aseguró de lo que percibía y actuó de inmediato. Salió de la casita y usó su capucha para cubrir su rostro; luego buscó con la mirada el coliseo flotante que colindaba con una de las esferas de construcciones importantes de la ciudad. Astaroth usó su magia con libertad y se transportó hasta el interior del edificio cilíndrico.

*****

El rey ya había ordenado a una de las legiones angelicales encargarse del supuesto ataque demoniaco; sin embargo, no había detenido el juicio. El coliseo estaba lleno de ángeles de todas las categorías; las gradas se dividían en tres secciones: el área común, la zona militar y los balcones reales. Astaroth estaba oculto cerca de uno de los pilares de la parte inferior; tenía visión de Gabriel y otros cinco ángeles que estaban en el centro de la construcción. La conmoción era parte del momento, así que se podían escuchar gritos de todo tipo, expresiones de odio y reproches lanzados al aire.

—El juicio ha comenzado —habló un arcángel de alas grises y armadura prominente—. Iniciaremos con Kokabiel, ángel que ayudó a Luzbel en su intento de destronar a nuestro rey.

Astaroth reconoció al arcángel. Abaddon era uno de los Generales de la Guardia Infernal y un sujeto sumamente poderoso. Empero, intuía el demonio Lord, el rey debía haber creído innecesaria la presencia de Abaddon en donde quiera que ocurría el ataque demoniaco. A continuación, dos ángeles de armadura dorada se acercaron al joven ángel de cabellos negros y lo mataron hasta arrancar su cabeza con sus armas blancas.

—Gabriel, eres el siguiente —ordenó Abaddon con su tono grueso y profundo—, aquí y ahora se te acusa de haber tenido contacto con Luzbel y de mantener una relación con los demonios. Tenemos pruebas para —empero, Abaddon detuvo sus palabras al notar a una esfera oscura posarse cerca de las gradas donde se encontraba el rey.

El público se expresó en coro al ver que la esfera revelaba la figura de un demonio Lord. Astaroth identificó el poder y se quedó sin palabras. De pronto, la imagen del demonio joven se presentó ante el rey; sus cuernos eran de un color grisáceo y combinaban con su cabellera blanca. El demonio vestía una especie de media túnica y unas joyas que caían por su pecho con elegancia. Estaba acompañado de otros dos demonios de clase élite que Astaroth también reconocía.

—Veo que comenzaron un festín sin nosotros —la voz del demonio intruso hizo un eco antinatural en todo el coliseo—, y por fin han decidido hacer algo con mi espía angelical. ¡Ah, pero han seleccionado al que no es el indicado!

—¡Es el demonio de la Avaricia! —aseguró Abaddon con molestia. Luego sacó su arma y se acercó a la arena del edificio y retó a Mammon—. ¿Qué estás haciendo aquí, demonio? ¿No ves que esto es una violación a nuestro acuerdo?

—No he matado a nadie. Sólo he venido de visita. Además, es un honor que me reconozcas, Abaddon, siendo que tú eres uno de los ángeles más temidos de la Creación. De verdad me siento halagado.

Astaroth podía sentir su corazón palpitar con fuerza; estaba consciente que si Abaddon decidía enfrentar a Mammon, el Lord de la Piedra Blanca estaría en total desventaja. ¿Qué hacía Mammon allí? ¿Por qué era acompañado por Sadim y su segundo al mando? ¿Quién había ordenado un ataque al Cielo cuando tenían una guerra civil por pelear?

—Basta de estupideces —la voz del rey resonó en el coliseo con fuerza. Acto seguido, se levantó de la silla imperial y caminó hacia la parte lejana del balcón para tener una mejor visión—. Mammon, ¿qué haces aquí?

—Pensé que valdría la pena rescatar a mi espía, Su Majestad —reveló Mammon con un tono falso de seriedad—. Después de todo, Caim fue el ángel que los informó de todo lo que yo le decía y ordenaba. Aunque veo que seleccionaron a Gabriel en su lugar. Además, la presencia de Caim cerca de nuestro Lord de la Piedra Gris fue fundamental en la guerra pasada. Él fue una pieza clave para influenciar a Luzbel y decirnos todo lo que acontecía en su amado reino.

—¡Mi Lord! —uno de los ángeles enjuiciados gritó con lágrimas en los ojos. Su cabello corto y castaño hacían un juego atractivo con su tez bronceada y sus alas con destellos dorados; su rostro todavía era joven, quizás de la misma edad que Luzbel—. Nunca he tenido contacto con este demonio. Yo jamás traicionaría a mi reino.

—Guarda silencio, Caim —ordenaron en conjunto Mammon y el rey del Cielo.

Las miradas de ambos se entrelazaron en un juego de acusaciones. Mammon hacía su mejor esfuerzo por mantener su imagen de falso poder; mientras que el rey buscaba una explicación lógica a todo esto.

—De cualquier manera —Mammon rompió el silencio—, no hay motivo para hacer sufrir a mi espía. Yo he venido a matarlo personalmente, ya que no puedo dejar que abra la boca y diga cosas que ustedes podrían emplear en nuestra contra.

—No nos importa lo que un traidor pueda decir —aseguró Abaddon.

—Caim —parló el rey con molestia—, tú y Luzbel fueron amigos. Además, sé que tú estuviste aquella noche en la prisión como guardia cuando capturamos al demonio Astaroth.

—Pero yo no ayudé al demonio, Su Majestad —insistió Caim.

Sin previo aviso, los dos ángeles comandados por Abaddon se acercaron a Caim y sacaron de su ropa unos papeles. Caim miró sorprendido, pues él no recordaba cargar ese tipo de objetos en su persona. Por supuesto que alguien más había hecho que éstos aparecieran allí unos instantes pasados. Con prontitud llevaron los documentos a su general los dos soldados. Abaddon leyó el contenido y luego le mostró a su rey.

—Su Majestad, lo que dice el demonio Mammon es real. Caim ha estado enviando información al Infierno. Desde nuestra invasión, la guerra, incluso noticias sobre Luzbel y usted —reiteró Abaddon con un tono neutral y seco—. Hemos confundido a Lord Gabriel con este traidor.

—Por favor —imploró el ángel de cabellos castaños y cortos—, no pueden creer que esto sea verdad. Yo no traía los documentos hace unos minutos. Mi Señor, yo jamás—acalló de repente.

—Silencio —ordenó el rey con enojo—, no quiero escuchar tus excusas cuando es más que obvia la verdad. Lord Gabriel, pido una disculpa por haber dudado de ti.

—No se preocupe, Su Majestad, yo comprendo la situación —aseguró Gabriel con un tono de falsa tranquilidad.

—Entonces —interrumpió Mammon con respeto—, ha llegado el momento de retirarnos. Pero consideren que la próxima vez que nos veamos no será para charlar, ni tomar el té. Quizás una vez más chocaremos nuestras armas con las suyas.

—Los esperaremos con ansias, demonio Mammon. Por esta vez dejaré pasar por alto la intervención que has hecho aquí —contrapuso Abaddon con furia.

—Espera, demonio —insistió el rey—, no mataremos a Caim. Así que llévate a tu súbdito contigo; su alma jamás será concebida para obtener el descanso ni mucho menos para ser enviada al Camino de las Almas. La próxima vez que entren a nuestro territorio, será para que los aniquilemos.

Mammon hizo una reverencia falsa y dejó que Sadim y Jolgrazog tomaran a Caim de prisionero. A continuación, el Lord de la Piedra Blanca abrió dos portales, uno que era visto por los ángeles y otro que estaba protegido por la magia de una reliquia bajo su poder. Astaroth detectó el portal detrás de él y decidió adentrarse.

*****

La magia de Mammon era insuficiente para trasladar a todos los demonios de vuelta al Infierno; así que habían llegado a una tierra neutral cercana al borde de la Piedra Verde. El sitio tenía un enorme lago en el centro que separaba los dos montículos de tierra que presentaba algunas construcciones en madera. Esa era la tierra de las Almas Perdidas conocida como el Limbo.

Astaroth suspiró con fuerza y se acercó a Mammon; se quedó parado frente a su homólogo y no dijo nada. Lo único que se apreciaba era un rostro serio y cargado de dolor. De pronto, Mammon sonrió con suavidad y calidez; tocó con lentitud a su homólogo y lo abrazó. El grupo de mercenarios de Sadim, quienes todavía portaban bajo custodia al ángel Caim, sólo contemplaron la escena.

—No estás solo, ¿sabías? —susurró Mammon al oído del otro demonio Lord—. Yo estoy aquí para ayudarte, para preservar el bienestar de tus aliados. Siempre podrás confiar en mí, Astaroth.

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