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4 - Unión de sangre


Esa mañana cuando Milosh se levantó, encontró el castillo mucho más alborotado quede costumbre. Veía a los hombres y las mujeres corriendo de un lugar a otro mientras alistaban sus cosas y en más de uno percibió un leve hedor a miedo, el cual también se reflejaba en sus ojos.

Caminó por el pasillo esquivando personas y bajó las escaleras tan rápido como sus piernas se lo permitieron. Se acercó al gran salón con algo de cuidado y ya a unos metros de la puerta logro escuchar los gritos de su padre.

—¿Cómo demonios se la llevó?

Era más que evidente lo enojado que estaba su padre, pero todavía no sabía por qué.

"¿Qué habrá sucedido?" se preguntó a sí mismo el niño de ocho años.

—Señorito Milosh su padre lo espera —la voz de mujer llamó su atención e inmediatamente volteó hacia la derecha, donde vio a una muchacha de la servidumbre, con los ojos llenos de temor.

Ya se había acostumbrado a las expresiones de terror, su padre las provocaba con mucha facilidad. Sin decir nada se alejó de la pared y siguió caminando con paso firme hacia el gran salón. El cual hacia honor a su nombre, era realmente enorme, con ventanas muy altas, que lo iluminaban por completo durante el día y por las noches era iluminado por una cantidad incontable de antorchas y candeleros con aceite. Tenía dos hileras de cuatro enormes columnas, cada una de ellas revestidas con colmillos, garras y armas de madera y acero, pertenecientes a los compañeros caídos y a los enemigos vencidos. Al final del salón había cinco enormes escalones que llevaban directo al enorme trono del señor de los lobos.

Aquel enorme salón había sido testigo de innumerables fiestas y ceremonias, como la de la noche anterior, donde Milosh y Alex se habían comprometido ante todo el clan. Pero en este momento no había ninguna cara alegre en el gran salón.

Milosh buscó a su padre, y lo encontró caminando como fiera enjaulada, de un lado a otro delante de los escalones. Los presentes miraron de reojo por un momento al niño y al instante esquivaban la mirada. Milosh se detuvo ante su padre y esperó a que este lo notara y se detuviera.

—¿Vígdís habló contigo? —preguntó aquel alto y fornido hombre de cabello casi tan negro como el de su hijo. Al instante se detuvo y volteó hacia el niño para clavar en él sus dorados ojos. Milosh negó con la cabeza.

—¿Sucedió algo padre? —preguntó en un tono suave, pero sin miedo, a su corta edad había aprendido, muy bien, que demostrar temor ante aquel hombre era peor que enfrentarlo.

—Vígdís escapó llevándose a Alexandrea...

.......

Aquellas palabras resonaban en su mente cuando abrió los ojos. La luz del sol entraba por las enormes ventanas e iluminaba toda la habitación. Sintió un brazo sobre su pecho e inmediatamente escuchó el tranquilo latido del corazón de la mujer que dormía a su lado, y solo con eso supo que esa era Igrith. Centró sus ojos en ella, recorrió las ondas de aquel castaño cabello, la forma del rostro, la afilada nariz, los pómulos, los parpados y no pudo evitar preguntarse de que color eran los ojos de esta castaña. Sabía muy bien que jamás tendría nada serio con ella ni con ninguna de las que pasaban por su cama, por lo que difícilmente se fijaba en los detalles, pero por alguna extraña razón podía reconocer los latidos de cada mujer que dormía en su cama.

Centró sus ojos en el techo y por milésima vez se preguntó cómo se veía Alex, ella tenía solo cinco años cuando se la llevaron y la verdad era que él a los ocho años, era igual que ahora, no se fijaba mucho en los detalles. La había imaginado tantas veces y de tantas formas en aquellos doce años, que con el tiempo la verdadera imagen se desvaneció de su mente y hoy no recordaba prácticamente nada de aquella pequeña con la que estaba comprometido.

El sonido de los latidos le indicó que su acompañante acababa de despertar. Soltó un suspiro y esperó.

—Buen día mi señor Milosh —susurró la muchacha acercándose más y dejando un beso sobre el hombro del pelinegro.

—Buen día —respondió él secamente sin voltear a mirarla.

La muchacha soltó un suspiro y sin esperar demasiado salió de la cama, mostrando su desnudez sin ningún problema, con la seguridad de quien sabe que todo en su cuerpo estaba donde debía. Sus castaños ojos miraron al joven que permanecía en la cama y parecía no notar su existencia. Un suspiro se escapó de sus rosados labios y se regañó a si misma silenciosamente "¡¿Qué espero?! No nota la existencia de nadie, ¿por qué me notaria a mí? No soy la primera ni la última en su cama."

—Igrith... ¿sucede algo? —aquella voz sacó a la muchacha de sus pensamientos y volvió a centrar sus ojos en aquel pelinegro que ahora la miraba con aquellos orbes grises, que parecían plata—... estas muy callada —agregó al ver la expresión algo sorprendida de la muchacha.

—Nada solo tuve un sueño que debo olvidar —al escuchar esto Milosh frunció el ceño, y la castaña después de un suspiro continuó—... ¿puedo ser sincera?

—Si...

—A veces duele saber que jamás sentirás nada por mí.

—Sabes que no importa, ni va a importar jamás lo que yo sienta. Si encuentran a mi hermana Alexandrea me uniré a ella y en un instante me convertiré en el licántropo más fuerte de los últimos tiempos —dijo como si nada sentándose en la cama sin apartar sus plateados ojos de la castaña—... y si no la encuentran en los próximos cinco años realizare la ceremonia con alguien más, puede que la transformación no tenga la misma fuerza, pero no me importa hare lo que sea necesario para ser el más fuerte y acabare con todos los problemas que nuestro clan tiene con los vampiros...

—Sé que lo harás, pero no importa que opción veamos, yo no aparezco en ninguna de ellas... solo soy la cogida de una noche —susurró la castaña poniéndose el vestido.

—Si te molesta puedes dejar de hacerlo, no voy a forzarte a estar en mi cama.

—La verdad no puedo negar que a pesar de todo me encanta entrar en su cama —respondió la castaña después de morderse el labio y acercándose a la puerta—... Que tenga un buen día señor, me voy o Imarí me va a regañar —con esas palabras y dibujando una sonrisa en su rostro la muchacha salió de la habitación cerrando la puerta tras ella.

Escuchó el paso presuroso de la muchacha perderse por el pasillo y unos instantes después llegó hasta él el sonido de unos pasos fuertes y firmes. Salió de la cama y comenzó a vestirse. Se estaba acomodando la camisa cuando la puerta se abrió, dándole paso a aquel hombre de cabello negro ahora bastante poblado de canas, y ojos dorados, quien lo miró de pies a cabeza antes de entrar en la habitación.

—¡Todavía a medio vestir! —exclamo mientras inspeccionaba la habitación con la mirada.

—Ni te molestes no hay nadie más... ¿Qué quieres Gilbert? —espetó el joven mientras se calzaba las botas.

—Puedes seguir enojado todo lo que quieras Milosh, no me importa mientras cumplas con lo que debes —respondió el hombre lanzándole una de esas miradas que helaba la sangre a muchos, a la cual el joven respondió con otra mirada gélida. El silencio se apodero del lugar por un momento, hasta que Gilbert volvió a hablar—. Recibimos un mensaje de Yahnos, llegaran al atardecer, asegúrate de estar aquí —agregó en un tono realmente amenazante y sin esperar demasiado dio media vuelta y salió de la habitación. El resto del día para Milosh fue igual que siempre. Desayunar, entrenar a sus hermanos y salir de cacería.

Los ruidos en el bosque eran los de siempre. Milosh y Dicun, un joven de diecisiete años, de cabello castaño y ojos de un verde bastante llamativo, fornido y unos pocos centímetros más bajo que el pelinegro, se movían sigilosamente entre los árboles y la maleza, armados con arcos, listos para dispararle a lo que se les cruzara en el camino.

—Milosh deberíamos emprender el regreso —susurró Dicun acercándose al pelinegro, quien ni siquiera volteo a verlo—... llevamos casi tres horas andando, si no volvemos ahora se nos hará tarde...

—Y eso importa ¿por qué...? —replicó el pelinegro sosteniendo la "e," mientras miraba de reojo a su primo.

—Sé que a ti no te importa lo que tu padre diga, a mí tampoco me importa tú padre, pero sí me interesa el mío, y quisiera estar cuando regrese.

—Bien —respondió Milosh apuntando con el arco hacia la copa de un árbol. Con su suspiro soltó la flecha y agregó—, volvamos —al instante escucharon el impacto, un graznido y vieron caer un gordo faisán—. Sí yo estuviera en tu lugar también querría feliz a mi padre.

—Ja, claro —dijo el castaño con sarcasmo, comenzando a caminar para recoger el animal—. Si tú estuvieras en mi lugar, te cagarías en tu padre y en todo —agregó en un tono elevado levantando el animal.

—Puede que tengas razón, si una bruja me acusara de haberle quitado la virginidad a su hija y pidiera que responda por ello —comentó con una expresión pensativa el pelinegro mientras Dicun se acercaba...

—Yo no toque a esa muchacha —interrumpió con un grito el castaño, provocando una carcajada en Milosh—... ¿quieres decirme cuando he estado en Wimon como para poder hacerle algo? Y tu padre está igual de loco que esa bruja por llevarle la corriente —el pelinegro no podía dejar de reír ante la reacción de su primo.

—Esto sucede porque todavía no te volvieron a comprometer... deberías hacer un rodem —sugirió Milosh mientras ambos comenzaban a volver sobre sus pasos para recoger la bolsa con presas que habían dejado a unos mil metros de allí.

—Ya te dije que no voy a desafiar a muerte a nadie para quitarle a su prometida.

—Bien, entonces quédate con la pequeña bruja, después de todo no esta tan mal.

—Sabes qué, tal vez lo haga y quizás ella pueda usar magia para hacer que te enamores de alguien y sufras —respondió el castaño lanzándole una mirada asesina.

—Claro, y tal vez hoy tu padre traiga a Alex con él —agregó entre risas Milosh mientras comenzaba a acelerar el paso.

El sol comenzaba a ponerse cuando llegaron al castillo. Dejaron sus presas en la cocina y se apresuraron a asearse un poco, pues ya había sonado el cuerno, avisando el avistamiento del grupo de jinetes de Yahnos.

Cuando Milosh entró al gran salón se encontró con al menos veinte miembros del clan. Vio a su padre sentado en el trono. Se acercó lentamente, inspeccionando con la mirada a todos los presentes. Vio a Dicun junto a su madre y hermanos ubicados cerca del primer escalón, y sin dudarlo un momento se acercó a ellos, saludo a su tía Aalis y finalmente se ubicó a la derecha del castaño. Sintió la gélida mirada de su padre sobre él, pero no le dio importancia, ni a su padre ni al resto de los presentes.

Los murmullos que poblaban el lugar cesaron y todas las miradas recayeron en el hombre que acaba de entrar en el gran salón y caminaba con paso firme hacia Gilbert, escoltado por otros dos hombres. Yahnos el quinto hijo del anterior señor de los lobos, es un hombre alto y muy fornido, de cabello castaño largo y enmarañado, ojos de un verde tenue y algo amarronado, y actualmente tenía una barba larga y bastante espesa. Al llegar ante el primer escalón los tres hombres apoyaron una de las rodillas en el suelo, llevaron el puño derecho al corazón e inclinaron la cabeza.

—Gran señor hemos cumplido la misión que nos encomendaste —dijeron al unísono, antes de volver a ponerse de pie.

—Hermano la encontramos —agregó Yahnos con una sonrisa.

—¿A quién? —preguntó Gilbert poniéndose de pie.

—Alexandrea... Vígdís murió, los vampiros las estaban atacando cuando las encontramos —comento el hombre bajando la mirada.

Al escuchar esas palabras la sorpresa se instaló en el rostro de Milosh, en verdad no podía creerlo, hacia doce años que la buscaban y no había ni rastro de ella y no pudo evitar preguntarse "¿Cómo es posible que la hayan encontrado?" Sintió un codazo en las costillas y de reojo pudo ver una sonrisa maliciosa en el rostro de Dicun.

—Poco me importa lo que le haya pasado a la traidora... ¿Dónde está mi hija?

—Que la traigan —ordenó Yahnos al hombre que estaba a su derecha, quien afirmó con la cabeza y se encamino nuevamente hacia la puerta—... tengo que contarte que por lo visto Vígdís estaba en compañía de una bruja, quien también murió en el ataque, por eso no podíamos encontrarlas —Gilbert le lanzó una de sus miradas que gritaban "ve al punto" y el castaño continuó—, la bruja dejo hechizos en Alex que cambiaron levemente su apariencia y está convencida de que se llama Annelise.

—Milosh acércate —dijo entre dientes Gilbert mirando de reojo al pelinegro—. Era obvio, es más debe de saber poco de su raza.

El pelinegro se acercó a los dos hombres, con pocas ganas, y decidió que lo mejor sería no decir nada, en verdad no estaba interesado en discutir. Sentía mucha curiosidad por conocer a su prometida. Sus plateados ojos se centraron en la puerta, al igual que los de todos. Al instante apareció una joven escoltada por dos hombres. La joven era de estatura media, piel muy pálida casi blanca, delgada de cintura muy estrecha y caderas anchas, su cabello de un color rubio oscuro lucia realmente desordenado. Llevaba un vestido negro, bastante maltratado que acentuaba la palidez de su piel y la expresión de su rostro demostraba que en verdad no quería estar allí.

Milosh no pudo evitar sorprenderse ante la presencia de su hermana y prometida. Recién cuando ella estuvo a unos pocos pasos de ellos pudo notar esos ojos color miel, casi dorados, y aquellos labios grandes y rosados, que parecían rogar por un beso.

—Hija mía —dijo Gilbert acercándose a la muchacha—, no sabes cuánto hace que te buscamos —agregó antes de abrazar a la desconcertada chica—. Tenemos mucho de qué hablar.

Gilbert sujetó del brazo a la muchacha, quien parecía no saber que decir o hacer, y comenzó a guiarla fuera del gran salón, aunque no sin antes hacerle una seña a Milosh para que los siga. El pelinegro camino detrás de ellos algo resignado, por lo visto le esperaba unas cuantas horas de explicaciones y muy probablemente una boda al día siguiente.

.....

Aquel día se pasó tan rápido que al pelinegro le costaba creerlo. Dicun no perdió la oportunidad de burlarse de su primo que se encontraba a horas de celebrar su unión con aquella muchacha que alguna vez fue la pequeña Alex. Finalmente ambos brindaron por sus inevitables destinos y el pelinegro se preparó para lo que le esperaba, luego se encamino a la habitación de su prometida.

Milosh soltó un suspiro y después de dudar un momento, finalmente golpeo la puerta, la cual se abrió unos instantes después dejando ver a una hermosa Annelise, que lucía un delicado vestido rojo, color utilizado para las ceremonias de unión, su claro cabello estaba recogido en un moño, el cual parecía deshacerse lentamente. La joven trató de esbozar una sonrisa al ver al pelinegro, pero le fue imposible, evidentemente todavía estaba bastante shockeada.

—Luces muy bella —susurró Milosh mientras la muchacha salía de la habitación.

—No necesitas alagarme, después de todo no tengo opción en esto —comento ella comenzando a caminar, mientras miraba los cuadros que adornaban aquel extenso pasillo.

—Alex... perdón, Annelise, no eres la única que no tiene elección en esto —dijo el pelinegro caminando a la par de la rubia.

—¿Qué es todo esto?

—Esto es el pasillo de los clanes, aquí se cuenta la historia de cada uno de ellos, se inicia con el árbol genealógico y se almacena toda la información que se conoce de ellos. Como este es el castillo del gran padre, la historia que ves aquí es mucho más larga que en cualquier otro lugar —respondió Milosh señalando las paredes recubiertas de cuadros, piedras preciosas y armas. Siguieron caminando y repentinamente el pelinegro se detuvo y señaló un cuadro que mostraba a un joven muy parecido a él, pero de ojos dorados—... Aquí es donde se cuenta nuestra historia, este es Gilbert nuestro padre el tercer hijo, quien se unió a Sabina la cuarta hija, mi madre, quien luego de la unión contrajo una extraña enfermedad, que la dejo débil, antes de que yo naciera tuvo tres niños que nacieron muertos, y finalmente murió dándome a luz, a Gilbert poco le importo y en cuanto Vígdís, la sexta hija, tu madre, tuvo edad para unirse a alguien, él desafió en un rodem a su prometido, ganó y se unió a ella... y cuando tú naciste el gran señor, en ese momento nuestro abuelo, decidió nuestro compromiso —comento el pelinegro antes de soltar un suspiro.

—¿Qué es un Rodem? —todo eso era nuevo para la rubia.

—Es una batalla a muerte con el prometido de alguien, el que gana se queda con la mujer.

—Eso es horrible —exclamó Annelise deteniéndose y centrando sus ojos en el pelinegro...

—Es la tradición, como los compromisos se hacen durante la niñez, si algo le sucede a tu prometida se complica encontrar una libre... igual siempre hay alguno que se niega a los rodem y el problema está en que si no te unes a alguien permaneces débil, las heridas tardan mucho en sanar y serás estéril —susurró Milosh, mientras en su mente se formaba la imagen de su primo Dicun, quien había perdido a su prometida en un ataque de vampiros hacia un año.

—Si hoy me explicaron lo del ritual de unión, con todos sus beneficios para ambos, aunque todavía no entiendo porque las uniones son entre familia... hermanos, primos, tíos...

—Es una forma de mantener la fuerza en la sangre.

—Aja —respondió Annelise soltando un suspiro que indicaba que seguía sin terminar de entender—... ¿Y si yo no fuera tu hermana?... ¿Lo harías igual? ¿Te unirías a mí? —agregó la rubia todavía sin despegar sus ojos del pelinegro, quien también parecía no poder dejar de verla.

—Definitivamente querría hacerte mía —respondió centrando sus ojos en esos tendedores labios—. Hay algo en ti que me encanta y no puedo explicar.

—A mí me pasa lo mismo, es como si algo en ti me llamara... quiero estar molesta por esta unión pero...

Los labios del pelinegro callaron a la muchacha, quien no tardo en corresponder. Sus lenguas jugaban en la boca del otro y no tardaron en notar los colmillos. Milosh termino con aquel beso, podía escuchar los acelerados latidos del corazón de Annelise mientras el perfume de aquel cuerpo inundaba sus sentidos, despertando al licántropo que dormía en su interior. Noto que sus colmillos se extendían más y más.

—Se nos hace tarde —murmuro el pelinegro acelerando el paso y prácticamente arrastrando a la muchacha.

Bajaron las escaleras e inmediatamente se vieron rodeados por personas. No tuvieron más que un día para preparar la ceremonia y enviar las invitaciones a los miembros del clan que vivían más cerca. A pesar de todo era increíble la cantidad de personas que asistieron. Milosh reconoció muchas de las caras de los presentes, sobre todo de mujeres que lucían bastante decepcionadas.

Avanzaron con paso tranquilo por el sendero que había dejado la multitud hasta las enormes puertas que estaban unos cuantos metros más allá de la entrada al gran salón. Las puertas se abrieron dejando ver aquel enorme y bello jardín interno, que lucía aún más hermoso ante el brillo de la luna llena. Los arbustos bordeaban un sendero de piedras rojas que guiaba hasta una fuente llena de agua resplandeciente. La pareja caminó por el sendero y se detuvo ante la fuente. El jardín estaba rodeado por grandes ventanas a través de las cuales podía verse a los invitados.

Milosh volvió a mirar de pies a cabeza a la rubia, podía notar el nerviosismo en ella y volvió a sentir ese deseo de besarla y devorarla. Centró sus ojos en el agua de la fuente, tomó la copa de oro que descansaba sobre el borde de la fuente y la sumergió en aquella brillante agua, para sacarla casi completamente llena. Se la ofreció a Annelise, quien tomó un trago de aquella agua e inmediatamente le devolvió la copa al pelinegro, quien bebió lo que quedaba en la copa y luego volvió a dejarla sobre el borde de la fuente. Los aplausos inundaron el lugar y la música no tardó en escucharse.

De la misma forma en que llego, la pareja abandonó el lugar. Era parte de la ceremonia, la pareja volvía a su habitación para terminar la unión, mientras el resto de los presentes celebraba. Milosh y Annelise fueron escoltados hasta la habitación del pelinegro.

Milosh cerró la puerta y esperó un momento, no escuchó pasos y supo que aquella escolta haría guardia toda la noche en su puerta. Buscó con la mirada a la rubia y la encontró junto a una de las enormes ventanas. Se acercó a ella y sopló suavemente sobre aquel pálido cuello, Annelise se estremeció y volteó a ver a aquel fornido hombre que se acercaba más y más a ella.

—¿Ya vas a morderme? —susurró la rubia centrando sus ojos en la boca de aquel hombre.

—Cuando tú quieras, mientras la luna siga en el cielo —respondió Milosh mientras inhalaba aquel intoxicante perfume que emanaba aquel pálido cuerpo.

Su boca se apoderó de esos rosados labios en un beso algo desesperado, que fue aceptado y correspondido con la misma fuerza y desesperación. Las delicadas manos de Annelise se aferraron a la amplia espalda de Milosh mientras las manos de este desgarraban el rojo vestido. La rubia sintió las frías rocas de la pared en su espalda desnuda y la poca luz de la habitación le permitió ver los pedazos de su vestido cayendo al piso mientras el pelinegro se deshacía también de su ropa. Sus labios volvieron a encontrarse en un beso cada vez más desesperado, el deseo crecía en ambos de una forma desmedida.

El pelinegro comenzó a bajar dejando un camino de besos, lamidas y chupetones por el cuello y el pecho de Annelise, mientras esta trataba de contener los gemidos. La boca de Milosh se centró en los pezones, jugando un rato con cada uno. Las manos de Annelise se enredaban en aquel negro y corto cabello. Repentinamente la rubia sintió que aquellos fuertes brazos la levantaban, un gritito se escapó de sus labios y pudo escuchar la risa del pelinegro antes de que la dejara sobre la cama. Rápidamente él se ubicó sobre ella y comenzó a recorrer todo aquel cuerpo con sus manos, las cuales detuvo en aquella marcada cintura para volver a atacar ese cuerpo con besos y pequeñas mordidas. Llevó una de sus manos hasta el húmedo sexo de la rubia y comenzó a jugar con el, haciendo que Annelise soltara pequeños gemidos que lo excitaban más y más...

—Ya no lo resisto —dijo Milosh con algo de dificultad mientras se ubicaba y acercaba su erecto miembro al sexo de la rubia.

Annelise sintió sus mejillas arder y su cuerpo se estremeció al sentir la cercanía de sus sexos. Deseaba a ese hombre más que a nada y sus caderas comenzaron a moverse, suplicando para que la penetrara de una vez por todas. Vio cómo se formaba una sonrisa algo maliciosa en el rostro del pelinegro, pero este no se movió.

—Milosh por favor —susurró Annelise en un tono suplicante, pues estaba demasiado excitada.

El pelinegro amplió su sonrisa y sin hacerla esperar más la penetró. Sus movimientos comenzaron lentos y de a poco fue aumentando la velocidad y fuerza de sus estocadas. Los gemidos inundaron la habitación. Podía sentir las uñas de la rubia recorriendo su espalda y respondía envistiendo con más fuerza. Los gemidos de esa mujer lo excitaban como ninguna otra, nunca se había sentido así y no pudo evitar pensar que fácilmente podría hacerse adicto a ese cuerpo. La estocada final llego con un fuerte gemido por parte de ambos. Milosh dejó caer parte de su cuerpo sobre Annelise, sus respiraciones estaban muy agitadas y podía sentir la sangre emanando por los cortes que esa mujer le había hecho en la espalda. Una inexplicable sonrisa apareció en su rostro y al centrar sus plateados ojos en aquellos orbes color miel, algo en su interior le dijo que jamás había visto algo tan bello.

La pareja descansaba sobre la desordenada cama. La espalda de Milosh estaba completamente marcada por las uñas de rubia y con algunas manchas de sangre, mientras la pálida piel de ella se veía salpicada por un incontable número de moretones que él había dejado con sus besos. Hacía ya un rato que los ojos de ambos se habían encontrado y parecían no poder dejar de verse.

—Alex... ¿quieres morderme? —susurró el pelinegro.

—Annelise... mi madre nunca me llamó Alex o Alexandrea...

—Lo siento, me cuesta, siempre fuiste mi pequeña hermanita Alex, desde que naciste y llevo años tratando de recordarte e imaginando como serias... y nunca imagine sentirme así al tenerte cerca —agregó Milosh antes de morderse el labio inferior y hacerse un pequeño corte con el filo de los colmillos que volvían a asomarse.

—Quisiera, pero nunca me transforme.

—Solo no pienses en nada y deja que tus sentidos y tu instinto se apoderen de ti, no temas...

Las palabras de Milosh sonaron suaves y dulces. Annelise asintió con una sonrisa y vio como aquel apuesto pelinegro de ojos plateados comenzaba a cambiar. El pelo comenzó a inundar aquel cuerpo, las orejas se extendieron en punta, el hocico comenzó a formarse y a llenarse de afilados colmillos, las manos se transformaron en garras. Rápidamente Annelise se vio entre aquellos fuertes brazos, sintió el deseo y la excitación extendiéndose por su cuerpo y sin dudarlo se dejó llevar. No recordaba haberse transformado nunca, por lo que se sorprendió un poco al notar que sus colmillos crecían.

Milosh acercó su hocico al cuello de la muchacha, podía sentir la sangre corriendo en aquel cuerpo y escuchar el, ahora, desesperado latido del corazón de Annelise. El deseo era cada vez más intenso y sin dudarlo un instante clavo sus colmillos en aquel pálido y tentador cuello, al instante sintió unas filosas uñas clavándose en su espalda y los colmillos de la rubia clavándose en su cuello, cosa que solo lo excitó aún más. La sangre inundó la boca de ambos, mientras se abrazaban con más fuerza.

El pelinegro sintió el sabor metálico y salado, y había algo más, otro sabor que no debería estar allí. Esto hizo que dejara de morder y aflojara su agarre. Sintió que Annelise hacia lo mismo, y al centrar sus ojos en ella noto que su piel seguía igual de pálida que antes, sus ojos se habían tornado rojos y su boca se veía completamente roja, por la sangre que la cubría, y entre ese rojo se destacaban aquellos blancos colmillos de vampira.

La expresión de ambos se tornó seria y Milosh lentamente volvió a su forma humana. No podía dejar de ver aquellos ojos que lentamente dejaban de ser rojos.

—Esto no está bien —susurró el pelinegro luego de limpiarse la sangre que la barbilla—... Tú no eres mi hermana, no eres Alex...eres una vampira...

—Ustedes insistieron en que si era... que la bruja uso magia en mi —respondió la rubia sin saber bien que hacer—... yo simplemente no sé...

—Rayos, esto está mal, ninguno de los dos estará completo —dijo el pelinegro bajando de la cama y comenzando a caminar de un lugar a otro, mientras el silencio se instalaba entre ellos...

—Bueno... siempre puedes buscar a alguien más —murmuró algo decepcionada Annelise bajando la mirada, creyendo que el pelinegro no la escucharía.

Milosh se detuvo y volvió a centrar sus plateados ojos en la muchacha, y por alguna razón le dolió verla cabizbaja. Definitivamente esa mujer tenía algo, lo enloquecía y lo hacía desearla. Sin hacer ruido se acercó a ella y con delicadeza la sujetó del mentón e hizo que lo mirara, y cuando esos ojos se centraron en los suyos, volvió a sentir ese incontrolable deseo de hacerla suya. Sin dudarlo un momento se apodero de aquella boca, todavía manchada de sangre, con un beso cargado de deseo.

—Eso sería fácil si no te deseara como lo hago —susurró el pelinegro apenas separando sus labio de los de Annelise— ¿Qué me estás haciendo?

—Nada, que yo sepa —murmuró ella antes de que sus labios fueran callados por los del pelinegro.

Aquel beso comenzó a hacerse más urgente, pero repentinamente Milosh se separó de ella, miró a su alrededor y cerró los ojos un momento, mientras apoyaba uno de sus dedos sobre la boca de Annelise para que no dijera nada. La música y la alegría de todos los invitados a la ceremonia ya no se escuchaban y pronto comenzó a escuchar los pasos de marcha de los soldados y guerreros, se concentró un poco más buscando aquella voz que tan bien conocía, la de su padre...

—Tráiganlos aquí —escuchó la orden y los pasos que se aceleraban—... Espero que sepan que si están mintiendo ambos morirán...

—Es increíble que el señor de los lobos no reconozca a su propia sangre —dijo una voz de mujer, en un tono bastante altanero, algo que al pelinegro le recordó mucho a él mismo, y concentrándose un poco más aisló el latido de un corazón, e inmediatamente una imagen vino a su mente. La imagen de una pequeña de cabello castaño, con una hermosa sonrisa y unos bellísimos ojos marrones con algunos destellos verdes.

—Alex —susurró Milosh prácticamente sin darse cuenta mientras abría los ojos y con un rápido movimiento tomó algo de ropa y se la dio a Annelise, quien lo miraba algo desconcertada—... Esta aquí, los soldados vienen por nosotros, tenemos que irnos ya —agregó tomando la espada que descansaba sobre un muebla.

—¿Qué rayos...? —dijo la rubia poniéndose la camisa que el pelinegro le había dado, sin despegar sus ojos de aquel hombre que en ese momento movía un pesado mueble para trabar la puerta.

—Eres una vampira mi padre te matara —respondió el pelinegro caminando hacia la ventana. En ese momento escucharon un golpe en la puerta, seguido de otro—... ven conmigo —agregó Milosh extendiendo su mano hacia la rubia, mientras comenzaba a transformarse. Los ojos de Annelise se centraron en aquella garra. A los golpes se sumaron los gritos de los soldados y finalmente la rubia sujetó la garra de Milosh, este hizo una mueca que a la vampira le pareció una sonrisa.

Sin esperar más el licántropo la tomó en brazos, salió al balcón y desde allí saltó al siguiente y al siguiente. Todavía podía escuchar a los soldados golpear la puerta. Llegó al último balcón y con el mismo impulso que llevaba saltó hacia el jardín, ya había hecho eso muchas veces, y sin dificultad alguna llegó hasta el muro que separaba aquel castillo del bosque negro. A lo lejos pudo escuchar que los soldados habían entrado en la habitación, y con un salto más se adentraron en el bosque.

......CONTINUARA......

Finalmente la historia me resulto más larga de lo que esperaba, en algún momento la continuare y agregaré los detalles que aquí evite. 


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