55 Susurros
Karin y Fred se detuvieron sobre un pequeño risco, a unas cuantas decenas de metros de la entrada de las instalaciones. Pensar en cómo entrar había sido muy difícil hasta antes de que el suave descenso de la lluvia trajera consigo el inconfundible estruendo de disparos y gritos. Se escuchaban por todos lados. Y las siluetas pasaban de arriba abajo a lo largo del enorme patio de la base, corriendo, le dieron una vaga pista a Karin sobre lo que estaba ocurriendo.
Infectados.
Las puertas estaban selladas, pero los infectados habían entrado. O quizás siempre habían estado ahí y habían logrado escapar. Kaltos había tenido que ver ello. Estaba segura.
—¿Cómo piensas que entraremos? —dijo Fred cuando pudo recuperar el aliento. La subida había sido lenta y pesada, pero una vez que se habían asegurado de que el General Abel no regresaría, la habían recorrido sin más contratiempos que unos cuantos deslaves y un coyote que había intentado morder a Fred—. ¿Y qué carajo está pasando allá adentro?
—Parecen ser infectados —susurró Karin.
Hacía un frío terrible, pero la adrenalina y el ejercicio le impedían a su cuerpo congelarse. Estaba eufórica. Sostenía su rifle como si alguien quisiera arrebatárselo y sus piernas le urgían por movimiento. Quería lanzarse al combate y atravesar cabezas a balazos para alcanzar a Kaltos cuanto antes. El problema era que él no contestaba su comunicador y la base en verdad era enorme. Abarcaba todo el ancho de la cima de la montaña, y quizás un poco más.
—Pero las puertas están cerradas —dijo Fred—. ¿Y cómo carajo se llenaron de infectados?
—Experimentan con la gente de Kaltos. Él está seguro de eso. Y si lo hacen con personas como él y su hermano, seguro que también lo hacen con los infectados. Están... o estaban buscando una cura para la humanidad. No sé qué pensar de todo esto. Todos dicen y opinan cosas distintas.
—Y qué carajo, volvió a salirse de control —suspiró Fred.
Karin asintió.
—Eso parece.
—¿Entonces qué? —Fred se asomó un poco más—. ¿Esperamos a que...?
Una explosión los obligó a ambos a tomar cobertura detrás de la roca sobre la que estaban observando. La puerta del recinto voló en mil pedazos, arrojando escombros de cemento y metal en todas direcciones. Uno de los enormes fragmentos se incrustó en la roca detrás de ellos con tanta velocidad que las piedrecillas que salieron volando arañaron las mejillas de Karin. El olor a cable quemado inundó sus fosas nasales. Al voltear, asustados como un par de conejos descubiertos en su madriguera, miraron el fuego que aún crepitaba sobre el pedazo de metal, derritiéndolo.
Karin recobró la compostura y se asomó de nuevo por sobre la roca. El sitio donde había estado la larga puerta de toneladas de metal era ahora un boquete torcido, salpicado de fragmentos que aún se incendiaban y decenas de cuerpos descuartizados. Ni siquiera en sus días más activos como agente de operaciones especiales había presenciado semejante carnicería.
—Debemos entrar —dijo entonces. Fred la miró como si estuviera loca. Quizás sí, lo estaba—. Es ahora o nunca. La explosión dispersó a los infectados y atontó a los supervivientes, que para estas alturas dudo mucho que nos presten atención. Kaltos nos necesita, Fred.
—No más de lo que nosotros lo necesitaremos a él si nos metemos hasta el cuello en esa mierda —dijo el cocinero—. Él es inmune a la infección, Karin. Nosotros no.
—Inmune a la infección, pero no a la maldad humana —espetó Karin, comenzando a levantarse—. Y ésta ha demostrado ya ser muy ruin. Tú también viste los videos, lo que les hacen a las personas de la noche. Sean o no como nosotros, son seres vivos, y como tales, necesitan de nuestra ayuda.
Otra explosión en una de las alas del edificio los obligó a ocultarse de nuevo. El destello lo iluminó todo con un parpadeo, tan similar a los relámpagos. Una humareda enorme ascendió al cielo enseguida, lamida por una lengua de fuego que dio un doblez y se difuminó en el aire. Entoncs los gritos reanudaron su marcha, acompañados de pequeñas siluetas que corrían en todas direcciones, persiguiendo o escapando. Karin tomó sus cosas y echó a correr por el pequeño sendero que encontró en un rincón entre la pared y el suelo, seguida por Fred, que soltaba maldiciones entre jadeos.
Estaban a punto de cruzar el terreno que los separaba de la zona de guerra cuando una hilera de convoyes militares emergió por entre los restos ardientes de la puerta y los obligó a ambos a ocultarse detrás de un escombro que aún ardía. Fueron once vehículos en total los que salieron hechos bólidos, disparando contra los infectados en bata y uniforme militar que corrían detrás de ellos. Cuando todos se esfumaron al otro lado de la montaña que bordeaba el inicio de la carretera, Karin y Fred echaron a correr nuevamente, encorvados pero con las armas firmemente sujetas entre sus manos.
Karin fue la primera en cruzar la puerta, abatiendo a un infectado con un violento golpe en la cabeza que lo empujó al interior de un boquete lleno de combustible en flamas. De ahí corrió hacia la oscuridad de un andamio de metal que había quedado semidestruido, con Fred siempre a su lado, y se internó en un pasillo que se había formado por las explosiones y los derrumbes. El camino los condujo en línea recta a lo largo de la pared, dejando al otro lado de la cortina de humo y calor los disparos de los supervivientes que todavía pelaban por sus vidas.
Gente iba y venía en todas direcciones, frenética, prestando nula atención a todo aquel que careciera de instintos caníbales. De esa forma, Karin logró llegar al edificio. Una puerta en la pared lateral estaba abierta y no dudó en cruzarla, apurando a Fred.
—Sería bueno cerrarla, ¿no crees? —sugirió el hombre cuando también entró.
Karin lo pensó por un momento antes de asentir, y echó a andar por el largo corredor de concreto después de que Fred girara un par de veces la manivela de metal. Había manchas de sangre en las paredes, un zapato abandonado en un rincón y el interior de la cartera regado a lo largo del extenso pasillo blanco. Intentó comunicarse con Kaltos mediante los transmisores que todo su grupo llevaba, pero no solo no resultó, sino que la mudez absoluta del canal indicó que ni siquiera se había levantado una señal. Quizás los dispositivos de comunicación no funcionaran ahí por alguna especie de interruptor que los adormecía.
No importaba. Lo encontraría y lo ayudaría como fuera necesario.
Sabía que estaban yendo por el camino correcto. El caos que veía sembrado en cada rincón en el que giraban era, sin duda alguna, marca de Kaltos. La misma marca que había dejado en la anterior base militar, cuando muy a su manera había rescatado a Karin de la forzada hospitalidad de los militares del General Abel.
«Y ahora el General Abel es igual a Kaltos», pensó, contrariada. Kaltos había convertido a Abel en un ser como él. Sus razones tenía, pero Karin no podía evitar preguntarse si eran realmente válidas, y si Abel había recibido una bendición que le daría ventaja por sobre el resto de la humanidad sobreviviente o, por el contrario, había sido maldecido a ver el mundo que él conocía extinguirse y quedarse solo a morir lentamente de hambre. Los... vampiros vivían de la sangre humana, y sin humanos, lo más lógico era pensar que ellos también perecerían tarde o temprano.
«Hay animales. Muchos de ellos, y no han aparecido infectados hasta el momento. Seguro que Kaltos puede subsistir bebiendo sangre de animales».
Quizás los vampiros heredarían la Tierra, si ese era el caso.
Llegaron a la primera intersección y utilizaron la puerta más cercana para dejar atrás los blancos pasillos, acallando los ruidos lejanos. El retumbe de los pasos de la gente sana o los infectados que corrían era el más espantoso de todos. No se sabía de dónde venían ni por dónde podían salir para atacar.
—Es como buscar una maldita aguja en un pajar —suspiró Fred cuando siguieron el camino de la habitación, que había resultado ser una biblioteca llena de computadoras y anaqueles con libros, hacia una puerta ubicada al fondo. Al salir, otro pasillo corto y perfectamente iluminado los condujo hacia dos puertas más—. Puede estar en cualquier lado. ¿Cómo maldición lo encontraremos?
Karin prefirió no responder y continuó liderando la expedición hasta que otra salida los llevó hacia un pasillo de ala amplia, con decenas de puertas a los costados. Un mar de sangre encharcaba el suelo y salpicaba las paredes. Huellas de manos, cientos de ellas, habían dibujado manchones informes en las ventanas de vidrio cuyo interior estaba cubierto por persianas. Karin aminoró el paso para evitar resbalar. Parecía que una horda de dementes había atacado por ahí y había rápidamente convertido a todo mundo en caníbal. No le sorprendieron los restos de vísceras e incluso la mitad de la mano que sortearon y rápidamente dejaron atrás.
—Es horrible —susurró Fred.
Sería peor si ellos se convertían en parte del festín.
El pasillo doblaba a la derecha, convirtiéndose en una L, y al final de la intersección giraba a la izquierda, abriéndose en una sala amplia llena de sillas, mesas, máquinas expendedoras y maceteros con enormes palmas de todos estilos. Había un módulo lleno de computadoras y pantallas que siseaban con estática anclado a un costado, y solamente un zapato tirado en el suelo. Por lo demás, el área parecía limpia e intacta.
Karin y Fred cruzaron la habitación con las armas en alto. Paso a paso, sudando y reteniendo la respiración cuando creían escuchar algo, llegaron al centro. Era una cafetería. Había platos de comida todavía humeante en algunas de las mesas, tabletas digitales que habían sido olvidadas por la prisa, bolsos, suéteres e incluso una transportadora de mascotas sobre una mesa.
Un maullido lastimero instó a Karin a acercarse, y un hermoso gato negro la miró con eléctricos ojos verdes desde el interior de su jaula.
—No podemos llevarlo —susurró Fred.
—No —concordó Karin—. Pero tampoco podemos dejarlo encerrado, esperando a morir lentamente de hambre.
Abrió la jaula, tomó al gato y lo llevó hasta un conducto de ventilación cercano. Con un poco de suerte el animal encontraría su camino hacia algún lugar seguro y se las apañaría para sobrevivir. El gato pareció entender la situación cuando oteó hacia la oscuridad que le aguardaba por delante; giró la cabeza hacia Karin para demandar una última caricia que ella le dio con melancolía, levantó la cola y echó a andar con el paso imperioso de los de su estirpe, tomando las riendas de su vida y su suerte en sus propias patas.
Karin suspiró y repasó una vez más el salón con la mirada, y siguió a Fred hacia la puerta más cercana. El camino se extendió por diez o quince minutos más, transformándose en una infinidad espantosa de corredores y puertas que solo tenían más puertas y corredores en sus interiores. Era como un maldito laberinto en el que lo único que cambiaba era la cantidad de sangre y restos humanos que encontraban en algunos sitios.
Así fue, hasta que llegaron a un área de paredes metálicas con matices azulados en la que encontraron la mas aberrante y espantosa de las escenas al otro lado de un vidrio de protección que se extendía por todo el amplio de un cuarto de observación.
Una sala llena de cunas. Todas ellas destrozadas y desperdigadas, mientras los monstruos del infierno que debían custodiarlas devoraban a los pequeños ángeles que había en sus interiores en una letanía de sangre y gorgoteos.
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N/A: Quedan 6 capítulos más por subir solamente. Dos de ellos son muy cortitos, así que actualizaré de a dos por día porque el miércoles quiero completar el libro :)
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