37 Susurros
Dio la tarde para el momento en el que Karin llegó al otro extremo de la ciudad, luego de detenerse en una farmacia a buscar medicamento para las quemaduras, comer y descansar un par de horas. Había manejado durante toda la noche y parte del día, incapaz de rendirse, incapaz de soltar el volante, o incapaz de sacar a Kaltos de sus pensamientos porque la culpa de haberlo dejado atrás era tan cruel como el hambre voraz de un enfermo. Lo habían abandonado al no saber más de él luego de la explosión y poner como prioridad su propia seguridad. Los gritos de los niños habían despertado un viejo instinto en Karin que la había urgido a no detenerse y no mirar atrás después de que había arrojado las granadas para abrir espacio... Seguro que Kaltos entendería. Él mismo buscaba a su hermano con el mismo ahínco con el que Karin protegía al suyo.
:: Es una torre donde está un reloj. Estamos a media cuadra de distancia, sobre la elevación donde están los teleféricos ::- volvió a decir Lex por el transmisor que Kaltos había conseguido para ellos. Habían perdido dos en manos de los militares, pero conservaban el resto -:: Creo que era el reloj de Monte Morka que marcaba el inicio del otoño, que era cuando celebraban su festival de los muertos y las flores marchitas, o algo así.
-Sí. Yo una vez vine a verlo. Mis padres me trajeron a mí y a mi hermana -dijo Geneve al lado de Karin. Detrás de ambas, los niños por fin dormían-. Tomaban todas las flores marchitas que ponían en los altares y las molían para convertirlas en perfumes y pigmentos artesanales que después vendían. El festival duraba como tres días.
Karin frunció un poco el ceño y continuó manejando. Un infectado se atravesó en su camino, emergiendo de un callejón, y ella lo esquivó moviendo un poco el volante. Estaban por dar las cinco de la tarde y no había visto aún a ningún ser humano vivo. La ciudad estaba tan silenciosa que el motor del vehículo se escuchaba como el estruendo de una campanada moviéndose entre las calles y las avenidas. Si no tenían precaución, podrían verse atrapados de nuevo o, peor aún, emboscados por bandoleros. Para esas alturas era difícil decidir si las personas vivas eran mejores que las no-muertas.
:: Eh, espera, creo que las vemos ::- dijo Lex -:: Carajo, la camioneta está hecha mierda. Me sorprende que las granadas no la hayan destrozado en serio.
Karin miró vagamente su brazo vendado desde la muñeca hasta el codo y suspiró. El chasis del carro estaba bien, pero no podía decir lo mismo de su piel. Si bien las quemaduras no eran tan graves como se habían sentido, si eran molestas y debía cuidarlas para prevenir una infección.
-Yo veo la torre -transmitió Karin a su vez. Se agachó un poco para mirar por sobre el vidrio agrietado del automóvil. Una vieja torre con un reloj de manecillas se asomaba por entre los edificios, su aspecto gótico era bastante llamativo. Las enormes agujas seguían funcionando-. Pero no los veo a ustedes.
:: Ya vamos en descenso. Espera donde está la casa rosa de la esquina. Debes verla en cualquier momento. Era un restaurante de comida china. Estaremos ahí en menos de cinco o diez minutos ::- indicó Lex.
Karin miró el restaurante y sus enormes letras rojas con estilo oriental anunciándose en un alto espectacular y aminoró la velocidad. La avenida estaba despejada en su totalidad, con cientos de tendederos de banderillas de colores que cruzaban la calle de lado a lado sobre los postes, y papeletas tiradas en el suelo, algunas ya pegadas al pavimento por los meses de inclemencias climáticas que habían soportado. Karin detuvo el vehículo en medio de la calle, indicándole a Geneve que vigilara su flanco con mucha atención mientras ella hacía lo propio con el resto de la avenida.
No había nadie a simple vista. El sol estaba en lo más bajo ya, a menos de una hora de ocultarse, y en todo lo que podía pensar ella era en dejar a los niños y a los demás en un lugar seguro para regresar al otro lado de la ciudad a buscar a Kaltos. Si él había logrado ponerse a salvo era probable que aún estuviera ahí y requiriera ayuda. Karin no sabía cómo se las gastaba el extraño organismo de un vampiro para vivir o para curarse, pero imaginaba que incluso en eso era superior al de una persona normal. El hombre tenía cientos de años de existencia, y solo se lograba algo así siendo susceptible a los que a cualquiera asesinaría a la primera. Él bebía sangre para vivir... y su apariencia era y sería siempre la de alguien joven.
-Karin -murmuró Geneve.
Karin también lo miró. Las puntas de los dedos se le acalambraron. Sintió su respiración ralentizarse hasta que cada bocanada siseó con un eco lejano dentro de su cabeza. Parpadeó repetidas veces para asegurarse que veía con claridad, que el cansancio no estaba haciéndole alucinar, que el todo terreno militar que apareció en la esquina contraria era real. Tragó saliva al sentir la garganta seca, y bajó lentamente la mano hacia la palanca de cambios. El hombre que tenía medio cuerpo salido por el techo corredizo del todo terreno tenía sujeta la torreta y la apuntó inmediatamente hacia ellos. Bastaría una ráfaga para atravesar el débil chasis de la camioneta y asesinarlos a todos en el acto.
«¿Cómo no van a querer hacerlo después de lo que hicimos en su base?» Kaltos lo había hecho en realidad, pero Karin era culpable por asociación y no negaría que aunque en su momento se había sentido perturbada y muy molesta, después había comprendido que el ser humano llevaba la guerra en la sangre, y no importaba si había o no una pandemia de por medio, la supervivencia sería siempre una lucha en la que solo los más fuertes y reacios ganaban.
Geneve se pasó discretamente al asiento trasero y se colocó en medio de los niños, que ya estaban despiertos para entonces y veían hacia atrás con ojos temerosos. ¿Sería que se atreverían a disparar sabiendo que la nieta del General estaba a bordo?
Otras dos todo terreno aparecieron al frente, por las dos desembocaduras de la esquina, en sus techos también había hombres armados, sus cabezas cubiertas por cascos negros con amplios visores que les tapaban hasta la barbilla . Karin no lo pensó más, subió la palanca, echó reversa, giró el volante bruscamente y aceleró para entrar en uno de los anchos callejones que había visto al llegar a la avenida. Escuchó detrás de ella el rechinido de las llantas de los otros vehículos comenzar a perseguirla de inmediato, pero no fue eso lo que hizo recular y gritar a cada pasajero de la camioneta, sino la ráfaga de metralla que rozó la parte trasera del automóvil y levantó astillas en la esquina del callejón.
Karin pisó el acelerador más a fondo y se sostuvo del volante cuando la camioneta brincó, pasando por encima de escombros y demás bultos a los que no quiso buscarles forma. Salieron rápidamente por una calle aledaña y de ahí emprendió huida sin un rumbo en particular. No conocía Monte Morka y hasta ese momento había evitado cualquier ruta que le pareciera sospechosa. El vehículo no era muy resistente a los golpes como para ir tumbando barricadas al chocar contra ellas. Habían decidido dejar atrás el todo terreno de los militares que habían robado porque no habían querido ser detectados en caso de que tuviera algún transmisor integrado y ahora lo veía como la peor de las ideas.
-¡Están disparando! ¡Por qué están disparando! -gritó Geneve detrás de ella, hundida bajo los asientos junto a los niños, que gritaban y lloraban-. ¡Pensé que querían recuperar a Nimes! ¿No es la nieta del General?
Sí, pero por lo visto Abel era un verdadero hijo de puta capaz de sacrificar a su misma sangre por sobarse un poco el ego.
Otra ráfaga rozó el vehículo, levantando chispas, y reventó el vidrio trasero. Karin torció el volante para evitar que atinaran en las llantas, lo que marcaría rápidamente el final de esa inútil persecución. Escuchó en el transmisor a Lex preguntar lo que estaba sucediendo al no encontrarlas en el sitio acordado y no se molestó en responderle al tener ambas manos muy ocupadas en sujetar el volante y evitar que los disparos le volaran la cabeza.
Miró por el retrovisor que solo había tres todo terreno detrás de ellos. Faltaban dos o tres más.
Los encontró cuando dobló en otra esquina y pasó por encima de dos infectados que se tambaleaban a mitad del calle. Karin giró el volante, derrapó un poco, y volvió a entrar en otro callejón justo en el momento en el que el maldito infeliz que manejaba la torreta disparó y perforó todo el costado de la camioneta. Aterrada, Karin volteó a mirar cómo se encontraban todos.
-Estamos bien -dijo Geneve-. Lo estamos, ¿verdad?
Ambos niños contestaron afirmativamente.
-Malditos desgraciados -siseó Karin.
Salió a otra avenida, con el carro hecho trizas pero aún funcionando, y se alivió al notar que había perdido momentáneamente a los todo terreno.
:: ¡Las encontré! ::- escuchó la voz de Lex por el transmisor. Karin dio un salto cuando el vehículo donde viajaban los dos hombres se les emparejó. Miró el rostro decidido de Lex y supo que estaba por proponer una tontería :: Nosotros los distraeremos.
-Son como seis o siete unidades -dijo Karin-. Y creo que para estas alturas les importa poco quién viene a bordo. Nos quieren a todos muertos y no van a detenerse hasta...
:: Quieren a Kaltos ::- dijo Lex con simpleza -:: ¿Quizás se detendrían si les decimos que ya no está con nosotros? Eh... no veo a Geni, ¿dónde están?
Karin frunció el ceño y lo meditó por un momento.
-Atrás. ¿Qué les impediría entonces asesinarnos si les decimos que su tesoro no viene con nosotros? No creo que lo más conveniente sea detenernos a dialogar con ellos. Dispararon sin hacer antes ninguna advertencia.
:: Hijos de puta :: siseó Lex, recibiendo automáticamente un zape por parte de Fred -:: ¡Cuidado! ::- alertó después, cuando los todo terreno volvieron a aparecer en la siguiente esquina ::- ¡Separémonos!
No era como que tuvieran más opciones.
Lex giró a la izquierda para meterse en un callejón y Karin dobló en una curva para tomar la calle que estaba bajo la vía del tren. Por fortuna, o por desgracia, la mitad de sus perseguidores se desvió para ir detrás de los hombres, pero la mitad que permaneció detrás de ellas no perdió tiempo en volver a disparar, acertándoles de lleno un par de veces. Una de las balas cruzó por en medio del vehículo y rozó el hombro derecho de Karin, lo que casi la hizo perder el control. Para evitar que terminara de convertirse en una carnicería, giró el volante una última vez y salió de debajo del puente. El cielo rojizo la despidió lentamente del sol mientras conducía avenida arriba, con el rugido del motor esforzándose por no sucumbir, las llantas tropezando con los restos de una civilización que ya no existiría más que de recuerdos, y el aire viciado con el olor a sangre, sudor y adrenalina.
Karin miró por el retrovisor, apenas captando el reflejo de su propio rostro lleno de sangre. Los todo terreno se habían detenido. Uno de los hombres había bajado con algo montado en el hombro que apuntaba firmemente hacia ellos. Un lanzamisiles.
Para el momento en el que Karin gritó que se agarraran con fuerza, el proyectil cortó el aire e impactó la parte trasera de la camioneta.
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