28 Susurros
Tres infectados brotaron de la oscuridad del comedor, emergiendo de uno de los pasillos que conducían a un área apenas iluminada que debía ser la cocina y que Karin había evitado a toda costa siguiendo su instinto de encontrar la salida cuanto antes. Ella los abatió sin mayores dificultades que caer sobre su trasero cuando el enfermo que más lejos llegó logró alcanzarla y darle un empujón, a lo que Lex gritó con desesperación y propició otro acceso de llanto por parte de la niña que cargaba entre sus brazos. Una bandeja desperdigó su contenido en todas direcciones cuando Karin la empujó con el brazo al golpear contra la mesa, y algo, alguien, contestó al otro lado de la amplia sala, gimiendo.
Pasos golpetearon el suelo con fuerza. Lex se giró a una orden de Karin y levantó su arma para disparar, pero no fue lo suficientemente rápido para evitar la embestida del infectado y cayó sobre su espalda, con Nimes gritando entre sus brazos. Karin no perdió más tiempo en abrir fuego ya abatió al que en uso de sus sentidos había sido un soldado sano y fuerte. La ahora criatura enloquecida, y asesinada, cayó sobre una banca y de ahí se deslizó al suelo con peso muerto.
-Lex, andando -ordenó ella, tomando a la niña por las axilas para levantarla y ayudar al adolescente a ponerse de pie.
Él lo hizo, tembloroso pero entero. El suelo estaba lleno de sangre, vísceras y entrañas. No era un panorama para una niña de escasos tres o cuatro años, pero la escasa luz y la urgencia consolaron a Karin con respecto a lo que la pequeña podría o no mirar.
-Cárgala -le pidió a Lex, que una vez que se compuso volvió a levantar a Nimes.
La niña le enrolló los brazos en torno al cuello y escondió por ahí su carita llorosa, repitiendo una y otra vez un nombre que para Karin era ya bastante familiar para esas alturas. Sin duda alguna era la nieta de la que el General Abel había hablado cuando habían interrogado a Karin sobre Kaltos. ¿Pero qué carajo había podido hacer ella cuando había encontrado a Nimes en el pasillo, sola y llorando, sino ponerla a salvo porque de lo contrario su consciencia no la habría dejado vivir en paz el resto de sus días? La habían llevado entonces, limitando sus movimientos, descuidando su guardia, alentando sus pasos, pero vivos de todas maneras.
Cruzaron la enorme sala de comedor a tropezones. Había más cadáveres de infectados de los que otras personas se habían encargado. Karin se recargó en la pared, a un costado de la puerta de hoja doble. Una de esas hojas estaba abierta y le regalaba un rango de visión incierto del pasillo. Estaba oscuro. El eco de los disparos se escuchaba cada vez más difuso y lejano. Los gritos habían cesado desde hacía unos cuantos minutos y se había instalado en su lugar el susurro siniestro de gemidos, pasos corriendo en tropel, golpes con distintos timbres que a veces sonaban muy cercanos o en otras plantas, y el frío desolador de la humedad de la tormenta calando hasta los huesos.
Karin intercambió una mirada con Lex, que asintió, y salió al pasillo para apuntar en ambas direcciones. Se encontró con una enorme mancha de sangre que aún escurría hacia el suelo y una bota tirada. Algo pasó corriendo al otro lado del pasillo y un peso enorme estremeció el duro concreto del techo. Lex se unió a ella, dubitativo al principio, decidido después, cuando el resplandor inconfundible del fuego iluminó el rectángulo que dividía la cocina de la sala de ingestión, anunciando los inicios de un incendio inminente.
-¿Derecha o izquierda? -preguntó Karin en un susurro-. Dios, podríamos internarnos más en este maldito edificio si no elegimos con cuidado.
Lex también miró en ambas direcciones, después palmeó la espalda de la niña con sutileza.
-¿Nimes? ¿Sabes el camino? ¿Sabes en dónde está la salida?
La niña despegó el rostro del hombro de Lex y también miró en ambas direcciones, confundida. Negó con la cabeza.
-Ab nunca me ha traído aquí.
-Mierda -masculló Lex-. Es decir, no porque no sepas, sino porque... ¿Entonces? -preguntó, volviéndose hacia Karin.
Ella se quedó en silencio por un momento, escuchando los sonidos que pululaban en su entorno al mismo tiempo que se cernía sobre ellos un silencio aplastante. Tres disparos en la cercanía los hizo a los tres recular, sobre todo al escuchar el inconfundible golpe de un cuerpo al caer. Después alguien gritó. Alguien sano. Pero sus súplicas fueron apagadas por el alarido de una criatura sin lugar a dudas enferma.
-Por aquí, sin duda alguna -dijo Karin, corriendo en dirección opuesta a donde creía haber detectado el altercado.
Se movieron lo más rápido posible, evitando tropezar con los objetos abandonados a la mitad del camino; comida mayormente. Llegó un punto en el que la oscuridad se hizo tan densa que Karin sugirió caminar pegados a la pared. Mantenía los ojos muy abiertos y los sentidos tan despiertos que el menor sonido la ponía en guardia. La mira nocturna del arma era insuficiente para ver más allá del reducido campo de visión de la mirilla, aunque fue suficiente para distinguir la esquina a tan solo un par de metros de distancia.
Karin jamás olvidaría el susto de muerte que se llevó cuando saltó al centro de la intersección para apuntar hacia el fondo del pasillo, y al girar para asegurar el corredor opuesto se topó de frente con un hombre alto de ojos brillantes que la miraba fijamente a la cara.
-¿Kaltos, qué... qué haces aquí? -fue lo primero que Karin logró conjugar una vez que recuperó el habla y el control de sus movimientos-. Eres tú... ¿cierto? -preguntó, solo para estar segura.
La oscuridad era tan absorbente que las figuras que estaban tiradas a lo largo del corredor se camuflaban con el suelo y las paredes. Kaltos era como una pared en medio del pasillo. Incluso Lex, entrecerrando los ojos, podía mirarlo, según notó Karin.
-Fred me contó lo que sucedió.
-Fred no sabe en dónde estamos -respondió Karin de inmediato, no sabiendo por qué Kaltos diría algo así si...
«Si de todas maneras lee la mente, ¿no? Puedes escuchar lo que estoy pensando ahora mismo, ¿verdad?».
Aguardó por una respuesta que nunca llegó. No a esa pregunta ni a muchas otras que comenzaban a formularse a máxima velocidad dentro de su mente. Kaltos continuaba en silencio, analizándola, mientras el mundo se caía a pedazos a su alrededor. Era como si de pronto tuviera todo el tiempo de una vida disponible, y tal vez era porque así era para él. Si era cierto lo que los militares habían dicho, Kaltos era humano en apariencia, pero totalmente distinto de naturaleza. Un... algo similar a un monstruo y al mismo tiempo lo suficientemente razonable para no matarla a ella y a su gente, o quizás Kaltos aún no había llegado a eso.
-Responderé todas tus preguntas después, Karin. De momento, debemos irnos -la voz de él la sobresaltó mucho más de lo que pudo haberlo hecho la ráfaga de disparos que atronó al otro lado del recinto.
-Carajo, Kal. Dijeron tantas cosas de ti que... -comenzó Lex.
-Tienes razón -interrumpió Karin en respuesta a Kaltos-. Vámonos -ordenó secamente, echando a andar con el rifle enristrado-. Asumo que sabes en dónde está la salida.
-Sí.
Lo siguieron entonces, mientras la cabeza de Karin hervía. Las preguntas más obvias desfilaban una y otra vez con una vocecilla infinita. Se sentía mareada y con calor. Le corría el sudor por la nuca y el aire frío le calaba en la frente y las mejillas. No se había dado cuenta hasta ese momento de cuántas vueltas habían dado para salir del edificio. Kaltos los guió tranquila pero velozmente por un sinfín de pasillos en los que la luz variaba desde muy iluminado hasta completamente oscuro. Él llevaba una ropa similar a la de siempre; pantalón de mezclilla, sudadera y chamarra, gorro de tela en la cabeza, tenis de bota y nada con lo cual defenderse. No había capaz, ropa extraña, ademanes raros ni nada que lo comparara con las muchas películas que Karin había mirado con respecto al tipo de seres nocturnos a los que supuestamente él pertenecía.
Kaltos era tan normal que más bien parecía una mala broma montada para burlarse de ella.
Llegaron al vestíbulo de lo que parecía haber sido un hermoso colegio hasta antes de que el gobierno lo convirtiera en una base militar y Kaltos les ordenó esperar cuando al menos cuatro infectados saltaron al encentro, entrando por la puerta principal, desde donde podía verse la ferocidad de la tormenta nublando la vista del patio.
Quizás era que haber sido desenmascarado lo había hecho cínico, o que en realidad jamás le había importado mucho mantener las apariencias con ellos y que en todo ese tiempo había sido casualidad que nadie lo descubriera, pero Kaltos salió al encuentro de los enfermos con paso tranquilo mientras detrás de él Karin y Lex lo veían con el mismo grado de terror y sorpresa en sus expresiones. -¡Kaltos, no! -susurró Lex, intentando detenerlo.
Pero fue Karin la que lo detuvo a él, cruzando el rifle frente a su pecho.
Los cuatro infectados vestidos de uniforme militar corrieron hacia Kaltos cuando lo miraron, empapados de pies a cabeza. Dos de ellos tenían la boca llena de sangre, uno no tenía un ojo y al otro le faltaba medio brazo. Kaltos no se inmutó cuando se acercaron tanto que uno de ellos tropezó con él y lo hizo retroceder un paso, pero ninguno lo atacó...
Karin no cabía en sí misma de sorpresa mientras con ojos muy abiertos veía cómo Kaltos permanecía impávido rodeado de infectados; dejándolos rondarlo, permitiéndoles olerlo y tocarlo mientras murmuraban tonterías y gemían nombres de personas que quizás ya no existían. Entonces, como si no estuviera frente a ellos un hombre al que podrían destripar en cinco minutos, los enfermos se dieron la vuelta y tomaron rumbos distintos entre contracciones musculares y tambaleos. Karin estaba tan sorprendida que olvidó levantar el rifle para evitar que uno de ellos enfilara directamente hacia donde ella, Lex y la niña se escondían.
No pensó en nada hasta que el infectado casi estuvo sobre ellos y una mano se cerró alrededor de la garganta del que alguna vez había sido un hombre. El tronido de las vertebras fue estremecedor, pero lo fue aún más el rostro de Kaltos cuando dejó caer el cuerpo inmóvil y con la misma facilidad se encargó de los otros tres que en algún momento casi lo habían mirado como a un aliado.
-Eh... admito que estoy a punto de cagarme, pero eso fue... ¡Eso fue asombroso! -gritó Lex entonces, siendo el primero en reaccionar. Una vez que el vestíbulo quedó despejado, salió al encuentro de Kaltos y le dio un amistoso puñetazo en el hombro-. ¿En verdad eres un chupa sangre? Digo, mejor sangre que otra cosa, ¿no? Pero...
-Lex, basta -dijo Karin. Intercambió una mirada con Kaltos que no supo cómo interpretar y apuntó hacia la entrada, que azotaba una de las puertas de madera contra la pared por la potencia del aire-. ¿Será que podemos robar un vehículo? Es más viable que huir a pie ahora que todo el lugar está infestado.
Kaltos giró en dirección a la puerta. Karin aprovechó la ligera distracción para continuar auscultándolo como si fuera la primera vez que lo miraba. Siempre había sentido una vibra extraña en él, algo que nunca terminaba de cuadrar, pero ni en sus fantasías más ridículas habría creído que algo como un vampiro pudiera ser real, no al menos uno como él, el hombre que la había ayudado a sobrevivir las últimas semanas, lo quisiera ella o no. Habría podido hacerlo sin Kaltos, pero él había hecho todo tan fácil que por un momento la había hecho sentir nuevamente normal, como si al otro lado de las paredes de la casa que habitaban temporalmente no hubiera un mundo muerto sembrado de caníbales.
Se había preguntado miles de veces quién era él, ahora solo podía preguntarse lo que en verdad era, cuántos años tenía realmente, de dónde venía, cómo había sido su vida antes y cómo era ahora. Pero lo más importante de todo, quería saber qué carajo quería Kaltos de ella. ¿De verdad había estado todo ese tiempo junto a ellos proveyéndolos de comida para después alimentarse él mismo de ellos? Se necesitaba ser demasiado vil para tratar a la gente como ganado. Y Kaltos había sido todo lo contrario hasta ese momento. No encajaba en el perfil despiadado, frío y calculador de un vampiro de ficción; a él le gustaba reír, sonreía mucho, bromeaba con Fred cuando se presentaba la oportunidad, molestaba a Rod y discutía con Karin cuando ella insistía en que no debía sentirse obligado a abastecerlos diariamente.
Era tan común que eso ahora mismo parecía demasiado peculiar y extraño en él.
-¿Encontraste a tu hermano? -escuchó la pregunta que tardó segundos en comprender que había salido de sus propios labios. El tono árido de su voz quizás se debía a la sequedad de su boca, o a la molestia que sentía revolviéndole el estómago.
-No aún -dijo él-. Karin, sé lo que estás pensando y...
-¿Literalmente lo sabes? ¿Literalmente puedes escuchar lo que pienso y saber lo que siento ahora mismo?
Kaltos suspiró y se quitó el gorro con un movimiento más bien cansado. El cabello, que siempre llevaba corto y era ligeramente quebrado, se le alborotó en todas direcciones.
-Te doy mi palabra de que hablaré y explicaré todo, pero no aquí.
-Por supuesto que no -espetó ella, dirigiéndose a la salida-. Necesito regresar con mi hermano cuanto antes, solo eso importa ahora. Estaba enfermo la última vez que supe de él y ahora... -Se giró hacia Kaltos para quedar frente a frente con él, aunque fuera al menos media cabeza más baja que él-. Te juro que si a causa tuya, de que estos cabrones están buscándote y nunca nos dijiste realmente por qué, le pasó algo peor y no estuve ahí para él, yo misma te patearé el trasero directamente al sol, Kaltos. Te lo juro.
Él asintió y se adelantó para salir primero. Karin era sensata y lo dejó. A él las mordidas no le harían nada, después de todo. Le habían dicho que la infección muy probablemente había partido de seres como Kaltos y ella acababa de comprobarlo con lo que había presenciado minutos atrás.
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